En su libro "Diario de un ermitaño", Merton relató el proceso de preparación que lo llevó a abandonar el cargo de Maestro de Novicios que venía desarrollando, para irse a vivir a una ermita que se había construido en terrenos del monasterio, en Kentucky. Allí se sentía en el borde del cielo, aunque no era una vida exenta de dificultades. Disponía de una cama, su vieja mesa de escritorio, un taburete, tres íconos, y un pequeño crucifijo hecho por Ernesto Cardenal. Le había escrito a Juan XXIII contándole de su proyecto de monasterio donde intelectuales de todo el mundo, de diversidad de confesiones religiosas, pudieran acudir para retiros, y logró el permiso para construir una casa de campo en un pequeño terreno a una milla del monasterio, que llamó Ermita de Santa María del Carmelo. Tanscurría el año 1960, pero debido a su intensa actividad en ese momento, sólo podía estar allí un par de horas al día, algo que era vivido por él como "un llegar a casa despúes del vagabundeo y búsqueda por el mundo". Recién en agosto de 1965, empezó a vivir allí todo el día, incluso permaneciendo por las noches para dormir.
Despúes de tanto perseguir la vida ermitaña, al principio, la experiencia, no era fácil. Durante los primeros meses, lejos de estar asentado, experimentaba soledad y aislamiento. Estos sentimientos eran reflejados en su diario: "Empiezo a experimentar el significado de la soledad real; la mayor parte del día no hablo con nadie y estoy empezando a sentir la levedad, la extrañeza, el desamparo de estar realmente solo, sin embargo me siento unido a mis hermanos, y sé que están rezando por mí; en un sentido muy auténtico y solitario, mi venida a la ermita ha sido una vuelta al mundo, no a las ciudades sino al contacto directo y humilde con el mundo de Dios y su creación, el mundo de la gente pobre que trabaja; cada día veo más claramente la fecundidad de esta vida aquí, con sus luchas, sus largas horas de silencio, de sol, de bosques, de presencia de una gracia y una ayuda invisibles; es una vida creativa y humillante, vida de búsqueda y obediencia, sencilla, directa que requiere fortaleza, que yo no tengo pero que me es dada; siento la necesidad de la vida en común, y ayer noche tuve conciencia de la necesidad que los ángeles y los santos me acompañen en mi soledad".
Merton, el ermitaño
Pero un tiempo despúes, contemplando un día de lluvia en la ermita, escribía: "Déjenme decir esto antes de que la lluvia se vuelva un servicio público que ellos puedan planificar y distribuir por dinero. Con "ellos" me refiero a los incapaces de entender que la lluvia es un festival, gente que no aprecia su gratuidad, pensando que lo que no tiene precio carece de valor y que lo que no puede venderse no es real, de tal modo que para que algo sea verdadero resulta preciso colocarlo en el mercado. Vendrá un tiempo en el cual te venderán hasta tu propia lluvia. Por el momento es gratis todavía, y estoy en ella. Celebro su gratuidad, y su carencia de significado. Esta lluvia en la cual estoy no es como la lluvia de las ciudades. Llena los bosques con un sonido inmenso y perplejo, Cubre el techo plano de la cabaña y su galería con ritmos persistentes y regulados. Y la escucho, porque me recuerda una y otra vez que todo el mundo anda en base a ritmos que aún no han aprendido a reconocer, ritmos que no son los de una maquinaria. Anoche subí aquí desde el monasterio, chapaleando por el maizal, dije Vísperas, y para cenar puse algo de avena en la lámpara Coleman. Hirvió hasta desbordarse mientras yo escuchaba la lluvia y tostaba un pedazo de pan en el fuego de leña. La noche se volvió muy oscura. La lluvia rodeó toda la cabaña con su mito inmensamente virginal, un mundo entero de significado, de secreto, de silencio, de rumor. Piénsenlo: ¡Todo ese discurso chorreante, no vendiendo nada, no juzgando a nadie, empapando la espesa alfombra de hojas muertas, remojando los árboles, llenando de agua las zanjas y quebradas del bosque, lavando esas laderas que el hombre ha desnudado! ¡Qué gran cosa es sentarse absolutamente solo, en el bosque, de noche, mimado por este idioma maravilloso, ininteligible e inocente hasta la perfección, la lengua más alentadora del mundo una charla que la lluvia establece encima de los cerros y la conversación de los arroyos en todas las cañadas! Nadie la inició, nadie va a detenerla. Esta lluvia continuará hablando todo lo que quiera. Mientras lo haga, seguiré escuchándola. Pero también voy a dormir, pues aquí en este descampado he aprendido cómo dormir de nuevo. Aquí no soy un forastero. Conozco los árboles, conozco la noche, conozco la lluvia. Cierro los ojos e instantáneamente me hundo en todo un mundo lluvioso del cual soy parte, y el mundo prosigue conmigo en él, ya que no le resulto extraño. Soy extraño a la barahúnda de las ciudades, de las muchedumbres, a la avaricia de una maquinaria que no duerme, al zumbido del poder que devora la noche. Me resulta imposible dormir donde se menosprecia la lluvia, la luz solar y la tiniebla. No confío en nada que haya sido manufacturado para sustituir el clima del bosque o praderas. No puedo confiar en sitios donde el aire es primero descompuesto y luego depurado, donde primero envenenan el agua y después la purifican con otros venenos. No existe en el mundo de los edificios nada que no sea fabricado, y si por equivocación un árbol se mete en las casas de departamentos, se le enseña a crecer químicamente. Se le da una razón precisa para existir. Le cuelgan un cartel que dice: por la salud, la belleza, la perspectiva. que es por la paz, la prosperidad; que fue plantado por la hija del intendente. Todo esto es mistificación. La mismísima ciudad vive su propio mito. En vez de despertar y existir silenciosamente, la gente de la ciudad prefiere un sueño caprichoso y fabricado; a ellos no les importa ser parte de la noche, o ser meramente del mundo. Han edificado un mundo, contra el mundo, un mundo de ficciones mecánicas que desprecia la naturaleza y sólo busca sacar provecho de ella, impidiendo así que ella y el hombre se renueven(...)"
Merton se levantaba a las 2:30 am para los oficios de la mañana, a lo que seguía una hora de meditación y lectura de la Biblia; hacía un ligero desayuno de té o café, algo de fruta o miel, leía mientras comía y estudiaba hasta la salida del sol; oraba de nuevo y hacía algo de trabajo manual, limpiaba la ermita y cortaba leña; hacia las nueve de la mañana rezaba unos salmos, y despúes escribía cartas hasta la hora de ir al monasterio para decir misa, seguida de la comida caliente; tras ello volvía a la ermita y continuaba leyendo y rezando el oficio hasta la hora de la meditación, despúes escribía aproximadamente una hora y media; alrededor de las cuatro rezaba otro oficio y cenaba un té o una sopa y un bocadillo; hacía otra meditación, y se iba a dormir alrededor de las 19.30hs.
Monjes trapenses y budistas de vista en la ermita de Thomas Merton
Muchos visitantes, budistas, vietnamitas, monjes hindúes, profesores de religión, poetas, filósofos frances, y artistas visitaron la ermita; y el mismo Thomas Merton pudo viajar a Nueva York para encontrarse con el famoso maestro divulgador del budismo zen D.T.Suzuki, cuando este ya tenía noventa y cuatro años. Merton se acercó sincera y profundamente a la espiritualidad zen, escribiendo varios ensayos sobre las virtudes de dicha senda, entre ellos uno de enorme vuelo poético, "El zen y los pájaros del deseo". También entablaría una cálida relación con el Dalai Lama.
En 1968, estando en Bangkok con motivo de una reunión de abades cistercienses de Asia, la muerte lo sorprendió, por accidente, poniendo punto final a un itinerario existencial que estuvo marcado por una búsqueda incansable de verdad y de plenitud. Su cuerpo fue devuelto a Getsemaní, donde permanece enterrado. Su legado, en cambio, brilla desde entonces inmortal en todas partes. Él, que como místico contemplativo y al mismo tiempo atento a la realidad de su época, encarnó una espiritualidad ecuménica y de profunda hondura social. Merton vio la luz en su retiro ermitaño y la compartió con el mundo, a la espera de que alguien, interpelado por su mensaje, se deje envolver por su suave brillo, y la siga con su misma alegría.
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