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martes, 23 de enero de 2024

Reflexiones Junguianas (X), por Néstor E. Costa

 


Sabemos que la ciencia mecanicista o ciencia formal es la "reina" de los saberes. Pero también comenzamos a sospechar desde hace ya varios años que no es la única forma de conocimiento al que el ser humano puede aspirar. Y ha sido precisamente la física la que, con sus nuevas indagaciones, está demostrando que hay una unidad entre todas las cosas que existen en el universo. Es decir, el paradigma dominante de la diferenciación y separación y de las especializaciones, sin ceder su lugar, reconoce una nueva cosmovisión indivisa de mucha mayor amplitud, la que se conoce como campo unificado de energía. Por otra parte, esta nueva visión fue anticipada, según época y perspectivas, por pensadores como el griego Empédocles, el gnóstico Plotino y filósofos como Leibniz y Schopenhauer y más recientemente por investigadores como Carl G. Jung y Edgard Morin.

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Hay una palabra que suele usarse en forma frecuente y coloquial y la misma es "destino". Una de las definiciones que el Diccionario de la Real Academia Española tiene para esta término es:"encadenamiento necesario y desconocido de los acontecimientos", pero también la emparenta con otro vocablo: "suerte" y dice: "no debemos acusar al destino de nuestras desgracias". Ejemplo este último que me hizo recordar una conocida frase de Jung: "lo que no se hace consciente se transforma en destino". Como puede verse en el propio determinismo que encierra cualquiera de estos acaeceres, coexisten en forma simultánea las polaridades positivas y negativas las que son propias de toda situación humana. 
Pero, ¿cuál es el presunto origen de este término?: Hesíodo (siglo VIII a. de C.) en su "Teogonía" dice que es una divinidad ciega, hija del Caos y la Noche y al cual todas las divinidades le están sujetas. El cielo, el mar, la tierra y los infiernos están bajo su dominio y nadie puede cambiar sus resoluciones. Al decir de los estoicos, era aquella fatal necesidad según la cual todo sucedía en el mundo. Por su parte, el poeta latino Ovidio  pone en boca de Júpiter (Zeus para los griegos) "que él está sujeto a la ley del destino". El mismo poeta ha de sostener que "los destinos de los reyes estaban grabados sobre el diamante". Sin embargo, Virgilio, deja entrever en uno de sus escritos que había forma de eludir al destino. 
Servidoras fieles de esta divinidad ciega eran las famosas "Parcas" (equivalentes a las Moiras griegas) a quienes se las representaba como hilanderas, cuyo hilo, que era la vida de los seres, dependía de los dictados del Destino. Tampoco el gran poeta griego Homero dejó de tener en cuenta a esta poderosa divinidad.

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En más de una oportunidad seguramente se han preguntado (sobre todo aquellos que desconocen sus propuestas) porqué Jung ha recurrido a explicaciones que tienen que ver con otras disciplinas aparentemente muy lejanas de la psicología, como puede ser la física, para explicar su cosmovisión. Las respuestas pueden ser varias, pero solamente voy a dejar entrever dos que me parecen de suma importancia. La primera es generalizante y es la que tiene que ver con la palabra " psicología", que significa "estudio del alma" y por extensión, pero de mayor especificidad, la de su aplicación, la "psicoterapia" y cuya esencia es el "tratamiento del alma". Como dice el propio investigador suizo: "el alma es el lugar de nacimiento de toda actuación, de todos los acontecimientos" que se vinculan con el ser humano. 
La segunda respuesta a esa pregunta del comienzo, es el propio aspecto científico que le incumbe, es decir, que ninguna especialidad debería ponerse límites a sí misma dado que el hacerlo implicaría un cercenamiento a sus posibilidades. Por eso, en lo que hace a la psicoterapia ha de resaltar el valor que juega el alma en sus múltiples vinculaciones.
"Los trastornos anímicos tal vez, dejen más claro que las enfermedades corporales que el alma es un todo en el que cada parte depende de las demás. Con su neurosis, el enfermo no nos trae una especialidad, sino toda un alma y un fragmento del mundo al que esta alma está unida, y sin el cual no la podríamos entender suficientemente". (Jung, "Problemas generales de la psicoterapia"-parág. 212).


Néstor E. Costa es el Presidente de la Asociación de Formación e Investigación en Psicología Analítica -AFIPA- Grupo de Desarrollo reconocido por la IAAP (International Association for Analytical Psychology), con sede en Buenos Aires, Argentina. Doctor en Psicología. Ex Vice Decano del Departamento de Psicología de la Universidad John F. Kennedy, fue uno de los fundadores de AFIPA en los primeros meses de 1996.

lunes, 5 de junio de 2023

Serie Meditaciones #3: Sobre la frase de Heidegger, "Solo un Dios puede salvarnos". Por Juan Manuel Otero Barrigón

 MEDITACIÓN #3

En una entrevista que Martin Heidegger ofreció el 23 de Septiembre de 1966 al diario alemán Der Spiegel, el filósofo pronunció su famosa frase "Nur noch ein Gott kann uns retten" ("Sólo un dios puede salvarnos"). 

En el contexto de la entrevista, Heidegger señalaba la crisis de la humanidad y la necesidad de un cambio radical en la forma en que entendemos nuestra relación con el mundo. En su opinión, esta crisis ya era por entonces tan profunda que ningún ser humano ni institución eran capaces de ofrecer una solución. En cambio, la única esperanza de salvación parecía radicar en una transformación profunda de la humanidad que solo podría ser realizada por un dios.

La sentencia de Heidegger, sin embargo, al igual que tantos pasajes de su pensamiento, tuvo distintas interpretaciones. Algunos consideraron su frase como una afirmación de que la única forma de escapar del nihilismo y la decadencia de la sociedad moderna sería a través de una "nueva divinidad" o una "divinidad futura", que redima al ser humano. Quienes sostienen esta lectura suelen apuntar que la filosofía de Heidegger buscó una alternativa a la tradición metafísica occidental que llevó a la dominación de la técnica y el olvido del ser.

Otros, en cambio, interpretaron la frase en un sentido más religioso, como una afirmación de que la salvación solo puede provenir de Dios (con mayúscula). La pregunta filosófica por el destino de nuestra cultura sería reconvertida por Heidegger en una cuestión teológica. Según esta hermenéutica, Heidegger estaba reconociendo las limitaciones de la filosofía como vía de solución.

Lo cierto es que al fin de cuentas la frase quizás cobre cada vez más relevancia si se considera la actual hipertecnologización de la vida , acentuada de la mano de los últimos desarrollos en IA, y sus consecuencias posibles (e imprevisibles). 

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<SPIEGEL : Ud. ve con toda claridad, y así lo ha expresado en su obra, un movimiento universal que conduce o ha conducido ya al Estado tecnológico absoluto.

HEIDEGGER : ¡Sí! Pero justamente el Estado técnico corresponde poquísimo al mundo y la sociedad determinados por la esencia de la técnica. Frente al poder de la técnica, el Estado técnico sería su más servil y ciego esbirro.

SPIEGEL : Bien. Pero ahora se plantea la cuestión: ¿puede el individuo influir aún en esa maraña de necesidades inevitables, o puede influir la filosofía, o ambos a la vez, en la medida en que la filosofía lleva a una determinada acción a uno o a muchos individuos?

HEIDEGGER : Con esta pregunta volvemos al comienzo de nuestra conversación. Si se me permite contestar de manera breve y tal vez un poco tosca, pero tras una larga reflexión: la filosofía no podrá operar ningún cambio inmediato en el actual estado de cosas del mundo. Esto vale no sólo para la filosofía, sino especialmente para todos los esfuerzos y afanes meramente humanos. Sólo un dios puede aún salvarnos. La única posibilidad de salvación la veo en que preparemos, con el pensamiento y la poesía, una disposición para la aparición del dios o para su ausencia en el ocaso; dicho toscamente, que no «estiremos la pata», sino que, si desaparecemos, que desaparezcamos ante el rostro del dios ausente.

SPIEGEL : ¿Hay una relación entre su pensamiento y la venida de ese dios? ¿Hay entre ellos, a su juicio, una relación causal? ¿Cree ud. que podemos traer al dios con el pensamiento?

HEIDEGGER : No podemos traerlo con el pensamiento, lo más que podemos es preparar la disposición para esperarlo>.

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Hasta acá las palabras de Heidegger

Para terminar, una pequeña reflexión que el brasileño Leonardo Boff ensayó a partir de esta misma frase, con la que muchos podemos adherir: "Como teólogo cristiano diré con San Pablo: "la esperanza no defrauda" (Rm 5,5), porque "Dios es el soberano amante de la vida" (Sb 11,26). No sé cómo. Sólo espero".

JMOB.

jueves, 13 de mayo de 2021

Conocimiento y Sabiduría


"Para calificar a una persona de sabia no basta con fijarnos en su saber. La sabiduría es un modo de conducirse, de comportarse y situarse en la vida.

El término latino del que procede el castellano sabiduría, a saber, “sapere”, nos ayuda a comprender la riqueza que comporta la palabra. “Sapere” puede traducirse como saber o entender, pero también como gustar y saborear. Teniendo en cuenta ambos matices podríamos decir que sabio es el que tiene inteligencia y buen gusto. No solo inteligencia, sino también buen gusto. Se puede ser muy inteligente, se pueden conocer muchas cosas, y emplearlas para hacer el mal. Se necesita inteligencia para ser un buen mentiroso. Se necesitan buenos conocimientos para sabotear nuestras cuentas bancarias.

Para calificar a una persona de sabia no basta con fijarnos en su saber. La sabiduría es un modo de conducirse, de comportarse y situarse en la vida. Aunque no hay oposición entre sabiduría y conocimiento, la sabiduría no es un conjunto de conocimientos, sino un modo de comportamiento. Para el cristiano, además, la sabiduría es una conducta ante Dios. Del mismo modo que la necedad no es una falta de saber, sino un comportamiento equivocado. Sin duda, el sabio conoce, y según cuales sean sus conocimientos será experto en una u otra materia. Pero lo distintivo del sabio es la prudencia y la sensatez con la que usa sus conocimientos.

El título de mi contribución es: sabiduría, ¿conocimiento o comportamiento? No se trata de dos actitudes contradictorias. Deben ir juntas, pero el comportamiento debe regular el conocimiento. En este mundo y en esta sociedad hace falta mucha sabiduría. ¿Quién cree aún en el desinterés? ¿Quién toma en serio la benevolencia? Necesitamos gobernantes que sean sabios. Si, además, son expertos en alguna ciencia, mejor. Pero importa, ante todo, que sean sabios. Desgraciadamente, la política suele estar condicionada por la ambición y la búsqueda del poder. La ambición no ayuda a ser sabio, más bien nos ciega. El ambicioso solo piensa en sí mismo y en lo que puede situarle por encima de los demás. A veces, a los ambiciosos sus supuestas jugadas inteligentes les salen mal y terminan perjudicándoles. Con lo que demuestran, una vez más, que no tienen sabiduría.

A todos los seres humanos, sean o no creyentes, pero sobre todo a los que tienen alguna responsabilidad sobre los demás, les convendría recordar el oráculo del dios Apolo, que se encuentra en el templo de Delfos, modelo de sabiduría más allá de toda religión: “Conócete a ti mismo”. Seguir esta invitación nos permite ir más allá de la simple información que, muchas veces, se queda en las apariencias, para introducirnos en el pensamiento reflexivo y autocrítico. Este paso nos ayuda a integrar la ciencia, conocimiento del mundo y de las realidades materiales, en la sapiencia, modo de comportamiento que sabe respetar y valorar a las personas".

Martin Gelabert, fraile dominico español. Es autor de diversos libros, entre los que se encuentran "Salvación como humanización", (1985), "Para encontrar a Dios" (2002), y "Vivir en el amor: amar y ser amado" (2005).

domingo, 1 de noviembre de 2020

Sobre la necesaria distinción entre símbolo y alegoría

“En resumen existe entre las tres parejas de términos sariat y haqiqat, zahir y batin, tanzil y tawil la misma relación que entre el símbolo y lo simbolizado. Sírvanos esta rigurosa correspondencia de garantía contra la desafortunada confusión del símbolo con la alegoría. La alegoría es una representación más o menos artificial de generalidades y abstracciones perfectamente cognoscibles y expresables por otras vías. El símbolo es la única expresión posible de lo simbolizado, es decir del significado con aquello que significa. Nunca se descifra por completo. La percepción simbólica opera una transmutación de los datos inmediatos (sensibles, literales), los vuelve transparentes. Sin esta transparencia resulta imposible pasar de un plano a otro. Recíprocamente sin un pluralidad de universos escalonados en perspectiva ascendente, la exégesis simbólica desaparece carente de función y sentido. Ya aludimos a ello antes. Esta exégesis presupone pues, una teosofía en la que los mundos se correspondan: los universos suprasensibles y espirituales, el macrocosmos u Homo maximus (Insan kabir) y el microcosmos”. 

Henri Corbin
Historia de la filosofía islámica”, Editorial Trotta, Madrid, 2000, pp 51-52.

lunes, 19 de octubre de 2020

Convirtiéndonos en "Homo Sapiens"

Cuando la ciencia moderna organizó la taxonomía de los seres vivos sobre la Tierra, ubicó a nuestra propia especie en una posición privilegiada, denominándola, con una confianza casi religiosa, la “sabia” (homo sapiens) entre todas las demás criaturas. En ese momento parecía haber una buena razón para esa consideración tan alta, ya que claramente poseíamos rasgos y habilidades que nos colocaban por encima del resto. Sin embargo, para muchos sigue siendo una pregunta abierta si la autodenominación de "sapiens" fue más un demostración de aspiraciones que una evaluación basada en la evidencia.

La sabiduría no es de ninguna manera un interés novedoso para hombres y mujeres. Se puede argumentar que el homo sapiens comenzó su avance único en la evolución cuando aplicamos nuestra inteligencia especulativa (mirar hacia afuera) y contemplativa (mirar hacia adentro) a los misterios de la existencia. Desde tiempos prehistóricos, los humanos demostramos haber tenido un gran interés en comprender nuestro lugar en la maravilla de lo existente.

Para muchos autores, las llamadas tradiciones de sabiduría que vieron florecer tantas culturas, son afluentes de una antigua corriente que brota de la misma fuente, no tanto "allá atrás" en el tiempo, como "ahí dentro", en nuestro vasto interior, orientándonos hacia lo profundo de nuestra psique individual.

En varias oportunidades, a lo largo de nuestro derrotero histórico, esta corriente viva de sabiduría espiritual fue amenazada por otras fuerzas, en principio más apremiantes y urgentes. Desde siempre resultó tentador suspender temporalmente nuestra consideración de intereses más distantes y en apariencia postergables, frente a cualquier cosa que no estuviera dentro del círculo inmediato del "yo” y de lo "mío", vivido con mayor apuro.
Poseemos un conocimiento recóndito, por ejemplo, de que “Todo es Uno”, de que “Todo está Conectado” y de que “Estamos Todos Juntos en Esto: tres principios de sabiduría que no son meras conclusiones lógicas, sino más bien intuiciones obtenidas de nuestra experiencia profunda de la realidad. Conocemos estas verdades y, sin embargo, con frecuencia elegimos ignorarlas en las decisiones que tomamos.
Tal desprecio deliberado es lo que Alan Watts llamaba ignorancia, refiriéndose no a algo que no sabemos sino a nuestro hábito de ignorar lo que sabemos para poder hacer lo que queremos.
En el diagrama que proponemos, la sabiduría (sapiens) está ubicada en lo que Abraham Maslow llamó  "los confines más lejanos de la naturaleza humana", como la realización futura de nuestro potencial más profundo como especie. Se encuentra en el polo superior de un continuo opuesto al instinto, que tenemos en común con todos los demás animales. Entre los dos polos y sirviendo como una suerte de transición de fase del instinto a la sabiduría está la creencia.

Un mundo es una construcción más o menos personal del lenguaje que nos ayuda a sentirnos seguros, nos sirve de contexto para nuestra identidad, nos orienta en la realidad y desenreda un sentido de la vida.
Estas cuatro funciones de nuestro mundo (seguridad, identidad, orientación y significado) se conectan perfectamente en las esquinas para formar una Caja que contiene todo lo que nos importa. Vivimos por lo que hay dentro de la Caja, nos obsesionamos con lo que hay dentro de la Caja, y si se reduce a eso, matamos defendiendo lo que hay dentro de la Caja. La Caja argentina es muy diferente de la Caja japonesa, y esta última de la boliviana, y dentro de cada una de ellas hay muchas más cajas (tradiciones religiosas, partidos políticos, clases sociales) que contienen además millones de mundos individuales, cada uno de ellos único en formas menores, pero aún todavía, excepcionales.

Cajas más pequeñas están contenidas en cajas más grandes, contenidas ellas en cajas todavía más grandes, hasta que llegamos a la Caja más grande de todas, donde todos estamos insistiendo al resto de nosotros en que nuestro mundo es el mundo real, las cosas como verdaderamente son. 

En “Psicoterapia del Este y Psicoterapia del Oeste”, Alan Watts supo referirse a esta elaboración como “La Gran Mentira Social”.
Y por supuesto, creer en esto es lo que lo hace así, ya que es importante recordar que todas estas cajas, desde la compuesta por el individuo en pequeña escala hasta la global a gran escala, están hechas de creencias, y por lo tanto, son un producto de la mente.
Que tal afirmación pueda sonar ridícula y sea en sí misma increíble no sería sino en realidad la corroboración de su validez, en la medida en que nuestra mente no puede creer "fuera de la Caja". De hecho, podemos pensar fuera de nuestra Caja, pero se necesita para ello práctica y coraje, ya que quebrar el límite externo de la creencia también demanda que vayamos más allá de la seguridad, la identidad, la orientación y el significado de la vida dentro de la Caja que construimos. Si todas estas cosas son construcciones de creencias, entonces la realidad - no el “mundo real” - sino la existencia realmente real como tal - está más allá de la creencia, indescriptiblemente perfecta en sí misma, trascendente incluso del significado y por lo tanto perfectamente (in)significada.
El maestro taoísta Alejandro Nepote lo expresa muy claramente al decir que: Venimos a la vida sin pensamientos, sin creencias; no los tenemos al salir del vientre de nuestra madre. Únicamente el Ser está ahí, con la presencia radiante de la conciencia pura incondicionada.

Repasando esos principios de sabiduría que mencionamos antes: “Todo es Uno”, “Todo está Conectado” y “Estamos Todos Juntos en Esto”, podemos hacernos una idea de cómo asoma su verdad inherente. No importa qué casillas se ocupen (o que nos mantengan cautivos), si somos ricos o pobres, blancos, negros, morenos o asiáticos. No se trata de artículos de fe, de la misma manera que la gravedad es independiente de si uno cree en ella o no. No necesitan validación de ninguna fuente que no sea la propia experiencia directa.

Pero en cuánto nos permitimos experimentar estas percepciones intemporales de la realidad, es inevitable que tarde o temprano resuenen con la propia y verdadera naturaleza, pudiendo elevar nuestra consciencia muy por encima de las preocupaciones cotidianas del ego fundadas en el "yo” y lo "mío".
Es allí cuando la aceptación total nos inspira a dejar la Caja y a vivir una vida verdaderamente liberada. La entrada al reino de la aventura está entonces lista para comenzar.

Juan Manuel Otero Barrigón

📚 Imagen: Diapositiva archivo de la Cátedra "Psicología de la Religión"
(Universidad del Salvador). Año 2020

viernes, 16 de octubre de 2020

Ética del cuidado y género


La «compasión universal» se sitúa en el centro de la ética yourcenariana. De ahí que desde muy temprano se muestre sensible al espectáculo del dolor de los seres vivos que poseen, según sus propias palabras en Recordatorios: «el sentido de una vida encerrada en una forma diferente». En una carta de 1957, Yourcenar felicita a la escritora y poeta Lise Deharme, defensora de los animales, «por haber tenido la valentía de tratar ese tema (pocos hay que sean tan graves) y por desdeñar de antemano el reproche de sentimentalismo que los necios no dejarán de hacerle». Nuestra autora es consciente de las resistencias que encuentra el desarrollo de una sensibilidad moral que atienda al sufrimiento más allá de nuestra especie. Y frente a la tradición racionalista que considera que la piedad es una pasión y, en consecuencia, una expresión de nuestra parte corporal inferior al intelecto, eYourcenar aboga por el desarrollo de nuestras capacidades sensoriales que están demasiado sometidas «a ese ordenador que es el cerebro para nosotros» (Yourcenar,1980).

Referencia Bibliográfica:
Ecología y género en diálogo interdisciplinar , Plaza y Valdés, Colección Moral, Ciencia y Sociedad en la Europa del siglo XXI, 2015.
17. La Ecocrítica, vanguardia de la crítica literaria. Una aproximación a través de la ecoética de Marguerite Yourcenar, Teo Sanz, Universidad de Burgos.

viernes, 21 de agosto de 2020

Tradición. Esbozo de algunos conceptos


 Tradición. 
Esbozo de algunos conceptos 

Carlos Herrejón Peredo 
El Colegio de Michoacán 

Elementos de la tradición 

En la tradición hay cinco elementos: 1) el sujeto que transmite o entrega; 2) la acción de transmitir o entregar; 3) el contenido de la transmisión: lo que se transmite o entrega; 4) el sujeto que recibe; 5) la acción de recibir. 

Son los cinco elementos que en realidad se dan en el fenómeno histórico y sociocultural que es la tradición. 

Etimológicamente, tradición, de traditio, significa la acción y el efecto de entregar (tradere), o transmitir. Así pues, la etimología sólo declara directamente dos de los elementos del fenómeno completo (el 2 y el 3). La adición de los otros obedece: el primero, a implicación lógica acción-agente; el cuarto y el quinto, tocantes a la recepción de la tradición, por la correlación del tipo de acción: entregar. Absolutamente puede haber el gesto de entrega, sin la correspondiente recepción. Este será el problema de algunas tradiciones. Mas la tradición que en verdad vive es aquella que tiene correspondencia, de tal manera que pueda darse de nuevo, en infinidad de veces, en una larga serie, la traditio y la receptio recurrentes. Este es el ciclo de la tradición. 

Ciclo de la tradición 

a) El ciclo se inicia con la acción en virtud de la cual algo se transmite, dentro de circunstancias concretas hic et nunc. b) A esa acción sigue en correspondencia la recepción de lo transmitido, lo cual puede tener grados y condicionamientos, c) Junto con la recepción se inicia un proceso de asimilación', la tradición contenido pasa a formar parte del destinatario y al mismo tiempo éste amolda y recrea en sí mismo la tradición. La asimilación de la tradición implica la actualización de la misma tradición; de otra forma no hay tal asimilación, a lo más, una carga yuxtapuesta a la persona o al grupo social. Implica, pues, adaptación, selección, pero más que eso la asimilación implica un proceso por el que la tradición pasa a formar parte viva del destinatario. d) Una vez asimilada, la tradición se fija y entra en una fase de posesión estable, lo cual no significa inmovilidad, la posesión continúa en cierta forma la asimilación, dando lugar a una participación del destinatario, que por una parte tiende a conservar lo recibido como un patrimonio, como un legado, pues de otra forma no habría identidad; mas por otra parte lo enriquece o reduce o modifica, pues de otra manera iría perdiendo su carácter vital, e) Junto con la posesión, fortaleciéndola y proyectándola, vuelve otra vez la transmisión, la acción primera, con lo cual se cierra el ciclo. 

La acción de transmitir 

Así pues, tradición es entregar, pasar, traspasar (correlativamente recibir, aceptar, asimilar la entrega). Transmitir. Es el proceso de la entrega. Supone un término a quo y un término ad quem. Un punto de partida y uno de llegada. Mejor, un sujeto que entrega y un destinatario que recibe. 

Como acción es algo dinámico. Tiene movimiento, fuerza, impulso. Es una entrega sucesiva. 

La “tradición” no se constituye por la sola entrega de un individuo a otro. Esta sólo es parte de una cadena de entregas. La tradición implica recurrencia de la transmisión, reiteración. El acto de entrega se repite. 

La tradición como acción ocurre en el tiempo. La tradición es sucesión en el tiempo. Las entregas se van dando. La tradición no se da simplemente; se va dando. La tradición es un proceso temporal. 

La tradición ocurre en el tiempo y es registrada en las medidas del tiempo. Pero ella tiene sus propios tiempos. Ella misma es medida del tiempo, mejor, medidora del tiempo. Lo marca. Y ella misma es marcada por el tiempo. Parte el tiempo y es partida por él. 

La acción misma de transmitir, aunque recurrente, también se va haciendo distinta, porque el tiempo, o mejor dicho, otros procesos temporales la van marcando. O todavía mejor, porque la historia —conjunto de procesos temporales— la marca. 

La tradición si permanece en el tiempo, es porque avanza a través de él. Si la tradición es tal, esto es, si se reitera —y no se da esto sino en el tiempo—, es porque camina adelante, progresa. La tradición como recurrencia es identidad de entrega. La tradición como proceso temporal es cambio: todo el cambio necesario para proseguir como tal tradición. Puede ser considerable o mínimo. Podría pensarse que hay falacia en esto, porque no se puede identificar avance temporal con progreso. Mas no entendemos progreso en el sentido que se le ha dado por la ilustración, sino en el de un proceso de cambio necesario para sobrevivir y reproducirse sin perder una identidad fundamental. 

El agente de la tradición 

La acción de entregar, de transmitir, implica un agente. El agente de la tradición es el hombre. El hombre va transmitiendo; el hombre va recibiendo. Es el hombre individuo y el hombre sociedad; el hombre persona y el hombre comunidad. Es el hombre —este hombre— quien especifica la acción de entregar. Es el hombre el que hace que tal transmisión sea tradición, en cuanto acto. No discutimos todavía el contenido de la entrega. 

No cualquier transmisión —así sea recurrente y temporal— es tradición. 

La tradición como acción es un término análogo. Hay transmisión, y en este sentido una traditio, en el mundo meramente físico: se da transmisión de fuerza, energía, etcétera. Hay transmisión de vida en el mundo vegetal y en el mundo animal: Et quasi cursores vitai lampade tradunt "Y a semejanza de los que corren en relevos se van transmitiendo la antorcha de la vida” (Lucrecio). La transmisión de la vida la traditio vital —generación tras generación; generación a generación— nos aproxima al concepto de tradición dentro de las disciplinas sociales y las humanidades. 

Mas la diversidad de la transmisión no consiste únicamente en la diferencia de objetos transmitidos. La acción misma de transmitir es diferente. Y es el hombre, al ser agente de tal acción, quien por lo mismo le otorga la diferencia específica. La tradición es un acto humano. Implica la percepción humana de lo transmitido; pero tal percepción no necesariamente es conceptual. Ocurre con frecuencia que sea aconceptual o supraconceptual. Pero como acto humano implica un cierto grado de conciencia y de volición. Y como el agente de la tradición no es únicamente el hombre como individuo y persona, sino el hombre sociedad y comunidad, también aquí conciencia y volición son términos análogos, esto es, con significados en parte iguales y en parte diversos al caso individual, personal. Se trata, pues, de un grado de conciencia y querer colectivos. Que desde luego es la suma de las conciencias y voliciones individuales respecto a esa acción. Pero es más que eso. Es la interrelación de ellas dentro de sus grupos particulares y del conjunto total. No sólo es la suma, es la integración. 

La tradición-acción es más plena, cuanto más conciencia y volición se dan en ella y esta conciencia y volición existen y florecen en cada individuo que entrega y transmite como integrante de su sociedad o comunidad. Entonces la tradición tiene una consistencia, una fuerza y un valor que no posee cuando la conciencia y la volición son débiles. Pero no hay que olvidar: conciencia no significa percepción capaz de expresarse conceptualmente. Una conciencia lúcida podrá expresarse en otras formas, como la imaginativa, la plástica, la gesticuladora, la vivencial, etcétera. 

Una tradición-acción con escasa conciencia y volición puede darse, y aun por largo tiempo, pero entonces se asemeja más a una mera transmisión. Corre el riesgo de extinguirse. Y si llega a perdurar, se debe ya sea a factores extrínsecos: intereses de dominio, de control sociopolítico, socioeconómico, ya sea a la fuerza de la inercia. Se convierte así, o mejor dicho, se pervierte la tradición; y aunque no desaparezca del todo, se degrada a la categoría de mera costumbre, de hábito impuesto. En estos casos la tradición-acción pierde vitalidad. Tiende a acentuar el carácter de transmisión idéntica y a ir perdiendo el de transmisión progresiva. 

La cadena de la tradición 

No toda recurrencia de transmisión humana es tradición. La tradición también se constituye formalmente por la recurrencia que se da a través del tiempo. La reiteración espacial la fortalece, pero no la constituye. (Porque justamente —como veremos— el sentido de la tradición es el acompañamiento con el tiempo, o mejor, el vencimiento del tiempo). 

La cadena temporal de la tradición puede ser de tres formas: 

1. Coincidente con el continuum de la historia. Así el lenguaje vivo, las tradiciones orales generación por generación; las vivencias como acciones transmisoras, las “costumbres” sin más (no codificadas). En esta primera forma las transmisiones, las acciones de entregar, no se cortan: el último eslabón se une con el primero a través de todos los demás, comenzando por el inmediato anterior y subiendo así encadenadamente hasta el primero. 

2. No coincidente con el continuum de la historia. Así las tradiciones que parten de un texto escrito fijado, o aquellas que arrancan de una obra plástica. En esta segunda forma las transmisiones, las acciones de entrega, se pueden cortar —y de hecho se cortan— en un momento dado de la historia. Pero no importa, pues gracias a la existencia del texto escrito fijado o de la obra plástica —en su original o copia— está la posibilidad y el hecho de una directa vinculación temporal. El último eslabón se une con el primero directamente. Así, a pesar de la ruptura de la cadena en uno o varios puntos, ésta se rehace. Hay cadena y sucesión temporal, aun cuando no coincida con el continuum de la historia. 

3. Una tercera forma de la cadena temporal de la tradición es la que conjuga las dos anteriores, cosa que ocurre muy frecuentemente, así como en diverso grado y proporción. 

El sentido de la tradición 

¿Para qué esa cadena de transmisiones? ¿Cuál es el fin de la tradición como acto? La tradición, en general, busca perpetuar la vida. Como transmisión humana el conjunto de tradiciones busca perpetuar la vida humana. Tal o cual tipo de vida humana. La tradición es la respuesta del hombre al reto del tiempo. A primera vista, la tradición parece sólo preocupada por el pasado. Pero en realidad su profundo sentido es ser el puente hacia el futuro. La cadena de los actos a través del tiempo, acompañándolo, venciendo al tiempo nos indica el sentido. Un paso más. El sentido de la tradición está en la dimensión temporal de la cultura. La cultura no existe fuera del tiempo y por eso mismo la cultura no existe sin tradición. Lo que hacen los hombres de sí mismos y su mundo; así como lo que piensan y expresan al respecto, no se da como gesto o grito aislado de la existencia humana, sino como la sucesión temporal encadenada de praxis y teorías. 

No hablo, pues, del aislamiento espacial, sino del temporal. Pueden darse todas las vinculaciones que se quieran en un momento dado, simultáneamente, entre cultura y cultura, entre tales hombres y tales otros que habitan diferentes espacios. Pero esa vinculación, prescindiendo de la dimensión temporal y la tradición, es una abstracción. No existe en realidad. Es el esfuerzo “científico”, fatalmente esencialista (esencialismo antes consciente y ahora inconsciente), por acabar con la pesadilla del tiempo, ignorándolo o reduciéndolo a una línea paralela a la cultura, la cual permanece independiente de él, línea meramente útil como medida extrínseca de los momentos de la cultura. 

De tal manera, las grandes periodizaciones en el desarrollo de las culturas no suelen expresar la dimensión temporal de la cultura. Cada período se esencializa. Es verdad que se aborda entonces el problema de la explicación de los cambios entre período y período. Para ello por lo general sobran teorías, algunas de las cuales apuntan que las cosas “fueron cambiando” a través del tiempo, sin mayor precisión. Pocas se aventuran en la búsqueda. 

La dimensión temporal de la cultura va mucho más allá de una periodización extrínseca. Tiempo y cultura, tradición y cultura se trascienden recíprocamente. La tradición es cosa de todos los días y de cualquier lugar. La cultura se está transmitiendo y recibiendo cada día con su doble carga de conservación y progreso. Hay, sin duda, tiempos y lugares en que tal o cual tradición tiene su recurrencia más relevante, su ritmo constante, creciente o decreciente. Hay, pues, tradiciones de diferente compás temporal. Pero todas concretan la dimensión temporal de la cultura. A estos procesos debemos asomarnos para rastrear la evolución de las acciones de la tradición e indagar en la evolución de sus contenidos. 

La tradición se realiza en los individuos, pero no es un fenómeno individual. Se realiza en ellos pero no en cuanto meros individuos, sino en cuanto miembros de un grupo social, sujetos de una relación social. Aun en el caso extremo de transmisión de tradiciones de un individuo a otro, la tradición implica necesariamente una apertura del individuo respecto a su semejante, ya como entrega, ya como recepción, ya como ambas cosas. Pero eso es lo de menos. Al transmitir la tradición o al recibirla, el individuo está funcionando como representante de un grupo social más amplio y complejo. Pues finalmente el sentido profundo de la tradición no es sólo la perpetuidad de la vida sin más, el mero vencimiento del tiempo, sino la prolongación indefinida de un grupo social a través del tiempo. En otras palabras, la tradición hace posible la existencia de los grupos sociales más allá de la muerte de los individuos que las integran. 

Hablo de la existencia persistente de grupos sociales en cuanto tales, es decir, con éstas y aquellas características, fundamentalmente las mismas. Hablo, pues, de la identidad del grupo a través del tiempo, aunque vayan desapareciendo unos individuos y apareciendo otros. Pero la identidad no se significa únicamente frente al espectro del tiempo. Mejor dicho, si la tradición hace posible la identidad del grupo social a través del tiempo, hay que preguntarnos si no hay otra necesidad y otro sentido de la identidad que transporta la tradición. 

La identidad lo es frente a uno mismo. Frente a los demás la identidad es diversidad. Raza, praxis y teoría de un grupo social, esto es su cultura, van definiendo y perfilando una identidad en cuanto diversas a otras razas, praxis y teorías. La herencia biogenètica, así como cultura material y cultura espiritual, plasman y expresan objetos tangibles, experiencias, testimonios, valores e intereses, elementos todos diversos de los que corresponden a otros grupos. La identidad de un grupo social es inseparable de su misma existencia. Si no ya sería otro grupo. Por lo mismo, la diversidad de ese grupo también es inseparable de su existencia. De manera que la salvaguarda de la identidad, y por tanto de las tradiciones, es la garantía de su misma existencia. Al dejar sus tradiciones, esto es, al despojarse de su identidad —o al ser despojada de ella— el grupo social desaparece como tal grupo, aun cuando sigan viviendo algunos de sus miembros. 

De manera que el sentido último de la tradición es la prolongación indefinida de un grupo a través del tiempo, en cuanto se preserva su identidad consigo mismo y su diversidad frente a los demás. 

Sin embargo, aun así el sentido de la tradición no es completo. Porque falta hacer explícito su carácter de progreso. La identidad se constituye por la suma e integración de respuestas y logros del grupo ante los retos y las metas que la naturaleza y la historia le han propuesto. La tradición parte de este patrimonio. Pero los retos y las metas de la naturaleza y la historia son constantes y cambiantes. El patrimonio original de la tradición es privilegiado por su carácter fundacional: delinea las características primordiales, sin las cuales ni existiría el grupo ni sería reconocible. Pero más que un patrimonio inmutable, la tradición primordial es una simiente cuyo desarrollo sólo es posible en la permanente respuesta a un sinnúmero de estímulos y obstáculos, en la constante adecuación y lucha con su entorno. La tradición no es asunto de mera subsistencia, sino de un desenvolvimiento de posibilidades, así como de correspondencia o confrontación con elementos extraños. Todo lo cual implica movimiento, avance y cambios. He aquí de nuevo la necesidad de progreso en la tradición. Mejor, es de la esencia de la tradición el progreso. 

Así pues, la preservación de la identidad no es la preservación del inmovilismo. Cuando hablamos de que la existencia persistente de un grupo social implica la permanencia de éstas y aquellas características, fundamentalmente las mismas, lo entendemos en la perspectiva de un desarrollo, de un fenómeno vital, propio de la vida humana, la cultura y la historia. La conservación del ser es la constante superación de etapas. La identidad de un grupo social a través del tiempo se asemeja a la identidad de una persona a lo largo de su vida. La persona se construye por lo que le viene dado al nacer y al criarse, y se construye en procesos temporales por la asimilación de ese patrimonio original y de todas sus experiencias posteriores que implican un sinnúmero de cambios. Hay, empero, una unidad subyacente, ontologica y moralmente. Un mismo sujeto de atribuciones y proyectos. De modo análogo el grupo social se va construyendo a través de la historia a partir de su tradición original, o mejor, del conjunto de sus tradiciones primordiales, conservándolas y desenvolviéndolas a un mismo tiempo, ya como defensa, ya como enriquecimiento o adaptación, o incluso como renuncia paradójica a elementos de esa misma tradición. La salvación de la tradición es no raras veces la salvación del barco del que se arrojan hasta objetos preciosos porque llegan a ser lastre en el riesgo de la zozobra. Es la salvación de la empresa por la que se queman las naves de ella misma. De igual manera, detrás de estas pérdidas o salvaciones, detrás de aquellos enriquecimientos, adaptaciones o defensas de la tradición, hay un mismo sujeto de atribuciones y proyectos, retos y objetivos: la familia, la comunidad, el pueblo, la etnia, etcétera, esto es, el grupo social de que se trate, hecho realidad a través del tiempo, gracias a un encadenamiento de generaciones en virtud de tradiciones transmitidas y recibidas. 

En conclusión, el sentido último de la tradición es la prolongación indefinida de un grupo social a través del tiempo, en cuanto se preserva y desarrolla su identidad-diversidad. 

La tradición como objeto 

La tradición no sólo es el acto de transmitir, sino también aquello que se transmite, lo entregado. Incluso suele prevalecer este signifi­cado sobre el de acto. Es, pues, el contenido de la tradición lo que ahora nos proponemos analizar. 

Cabe aquí también distinguir entre la materia de lo transmitido y lo que formalmente hace que tal contenido sea tradición. La materia en efecto es amplísima. Partimos del supuesto que todo es transmisible en la cultura. Aunque no en el mismo grado, ni en la misma forma ni por los mismos conductos. Como aspecto de la realidad, que es inagotable, la cultura por lo común no se transmite de manera “adecuada”, en el sentido de no expresar cabalmente todo lo que se pretende entregar y recibir. En este sentido hay grados en la tradición objetiva. Contenidos diversos pueden correr a través de los mismos conductos, y otros suelen seguir conductos diversos de tradición, acciones transmisoras diferentes. Conceptos: a través de la palabra, oral o escrita. Vivencias: a través de comunión de vivencias, etcétera. Así pues, por razón de la materia las tradiciones se pueden clasificar de muchas maneras. 

Lo específico de la tradición como contenido, lo que hace que éste o aquel objeto transmitido sea tradición es su carácter perdurable a través de generaciones, a través del tiempo. Corresponde, pues, a lo específico del acto de entregar: la reiteración de entregas. Mas, de la misma manera, esa perdurabilidad no significa la identidad absoluta. Es cierta identidad que avanza con el tiempo. La tradición es la misma pero también va cambiando. Tiene que cambiar si quiere sobrevivir. ¿Hasta qué grado? ¿Cuándo desaparece? ¿Se transforma, más bien? ¿Se incluye en otras tradiciones? ¿Se va diluyendo en ellas? De cualquier manera lo que hace que tal objeto transmitido sea tradición es su “cierta” permanencia. 

¿Quién hace los contenidos de la tradición? o mejor, ¿quién va haciendo la tradición? No hay que olvidar que la tradición no se hace en una vez; sino en la sucesión temporal. No basta con responder que el hombre individuo-sociedad-persona-comunidad. No todos hacen por igual los contenidos de tradición. Son precisamente los que tienen “autoridad” no jurídica, sino específica en tal o cual campo. También influyen los líderes de tal o cual grupo, aunque no sean autoridades. Incluso, aunque la tradición venga de tal o cual “autoridad” o especialista, es el líder quien la sanciona, la impone o la permite. cado sobre el de acto. Es, pues, el contenido de la tradición lo que ahora nos proponemos analizar. 

Cabe aquí también distinguir entre la materia de lo transmitido y lo que formalmente hace que tal contenido sea tradición. La materia en efecto es amplísima. Partimos del supuesto que todo es transmisible en la cultura. Aunque no en el mismo grado, ni en la misma forma ni por los mismos conductos. Como aspecto de la realidad, que es inagotable, la cultura por lo común no se transmite de manera “adecuada”, en el sentido de no expresar cabalmente todo lo que se pretende entregar y recibir. En este sentido hay grados en la tradición objetiva. Contenidos diversos pueden correr a través de los mismos conductos, y otros suelen seguir conductos diversos de tradición, acciones transmisoras diferentes. Conceptos: a través de la palabra, oral o escrita. Vivencias: a través de comunión de vivencias, etcétera. Así pues, por razón de la materia las tradiciones se pueden clasificar de muchas maneras. 

Lo específico de la tradición como contenido, lo que hace que éste o aquel objeto transmitido sea tradición es su carácter perdurable a través de generaciones, a través del tiempo. Corresponde, pues, a lo específico del acto de entregar: la reiteración de entregas. Mas, de la misma manera, esa perdurabilidad no significa la identidad absoluta. Es cierta identidad que avanza con el tiempo. La tradición es la misma pero también va cambiando. Tiene que cambiar si quiere sobrevivir. ¿Hasta qué grado? ¿Cuándo desaparece? ¿Se transforma, más bien? ¿Se incluye en otras tradiciones? ¿Se va diluyendo en ellas? De cualquier manera lo que hace que tal objeto transmitido sea tradición es su “cierta” permanencia. 

¿Quién hace los contenidos de la tradición? o mejor, ¿quién va haciendo la tradición? No hay que olvidar que la tradición no se hace en una vez; sino en la sucesión temporal. No basta con responder que el hombre individuo-sociedad-persona-comunidad. No todos hacen por igual los contenidos de tradición. Son precisamente los que tienen “autoridad” no jurídica, sino específica en tal o cual campo. También influyen los líderes de tal o cual grupo, aunque no sean autoridades. Incluso, aunque la tradición venga de tal o cual “autoridad” o especialista, es el líder quien la sanciona, la impone o la permite. 

¿Cuál es el sentido de los contenidos de la tradición? Esto es, ¿en qué consiste el fin, el objeto de las tradiciones? Las tradiciones buscan la identidad, la cohesión y la unidad del grupo. En este sentido la tradición constituye la sociedad, la comunidad y satisface la dimensión social del individuo en su perspectiva temporal. Hace comunidad a través del tiempo. Es una realización y actualización de tal tendencia o potencia. La cohesión y la unidad buscadas a través de las tradiciones conducen a una seguridad, a una estabilidad. Por ello la tradición es codiciada como medio de control. La tradición se adultera cuando se le momifica. Deja de ser tradición en su sentido esencial completo. Entonces se le rechaza, se busca su recuperación ¿Se recurrirá a otra tradición? 

Tradición y costumbre 

Semejanzas 

Ambas implican reiteración de actos o comportamientos. Ambas dicen determinada referencia al hombre. Ambas, referidas al hombre social, tienen un sentido y valor social. Ambas implican una serie de actos humanos. 

Diferencias 

La reiteración en la tradición se refiere primordialmente al acto mismo de transmitir tal o cual contenido de tradición. Las sucesivas entregas-recepciones son lo que constituye la tradición como acto. Al mismo tiempo, pero en un segundo plano, la reiteración en la tradición también significa que el contenido de lo que se entrega y recibe es algo repetitivo. En cambio, la reiteración en la costumbre no se refiere a ese acto de transmisión, sino simplemente al comportamiento, al modo de hacer o actuar que se repite. 

La referencia de la tradición al hombre es necesariamente al hombre social. Y es exclusivamente al hombre. La referencia de la costumbre al hombre no es necesariamente al hombre social. Al menos en español se puede hablar de costumbres meramente individuales; y aunque de manera análoga, la costumbre también se puede predicar de los animales. Quizás en otras lenguas se haya llegado a una diferencia más marcada entre dos términos de costumbre; por ejemplo en latín y en francés existe consuetudo y mores, coutumes y moeurs. Parece incluso que en estas y en otras lenguas prefiere hablarse de hábitos y no de costumbres, cuando se trata de individuos o de animales. 

El sentido y el valor social de la tradición reside en la cohesión y perpetuación del grupo social a través del tiempo; es la salvaguarda de su identidad a través del tiempo. El sentido y el valor social de la costumbre reside en la cohesión que otorga al grupo en cualquier momento dado; también es la salvaguarda de su identidad, pero en su referencia al tiempo sólo se considera su antigüedad y no el proceso de transmisión. 

Por otra parte, el sentido y el valor social de la tradición reside en la calidad de origen: remite a la forma primordial, al proyecto primigenio que dio ser al grupo social. Tiene un valor análogo al de los progenitores: el privilegio de los orígenes, bien que éstos no se reduzcan al solo momento inicial del grupo, sino que puedan referirse a otros muy contados momentos decisivos de su existencia y conformación. La tradición como valor no se reduce simplemente a esta o aquella tradición en particular, sino que abarca el conjunto de todas ellas y no se refiere a sus elementos más secundarios y accidentales, sino a lo principal y sustancial de todas ellas. En este sentido “la tradición” es una especie de supranorma fundamental, puesto que atañe no sólo al funcionamiento del grupo o de sus miembros en tal o cual circunstancia, sino que da el fundamento, aunque sea tácito, a la existencia misma del grupo. Es su acta constitutiva. 

El sentido y el valor social de la costumbre reside en su fuerza de conducta general, de comportamiento generalizado que permea lo cotidiano y lo especialmente memorable; conducta general que se impone como norma y regula el funcionamiento del grupo en las diversas circunstancias: obrar conforme a la costumbre goza de legitimidad en ese grupo social; obrar contra ella es ilegítimo; obrar fuera de ella es sospechoso de ilegitimidad o al menos inquietante. Para que la costumbre valga no sólo debe reiterarse en el espacio, sino que debe gozar de una notable antigüedad, esto es, su reiteración ha de darse durante un tiempo largo. Sin embargo, la costumbre no remite necesariamente a los orígenes, como la tradición. En tanto que ésta no declara directamente, como la costumbre, el sentido de norma particular y obligatoriedad en este o aquel caso. 

Hay que distinguir tres tipos de grupo social para referirnos a la conciencia y volición en la tradición. Hay unos grupos donde se da un escaso grado de conciencia respecto a la tradición frente a un mayor grado de volición respecto a la misma. Es decir, se ignora o conoce poco el sentido particular de esta o aquella tradición; no se comprende y, consiguientemente, no se aprecia ni se distingue lo sustancial de ella respecto a lo secundario y accidental. No obstante, se tiene la voluntad de mantenerla, simplemente por su generalización en el grupo, por venir así desde el principio y por su repetición a través de generaciones. Da cierta seguridad. Su volición, aun aferrada, es más por inercia, por intereses creados o aun por manipulación. La volición se reduce a eso, puesto que no hay deliberación que sopese otros elementos y valores de la tradición; por consiguiente no hay voluntad de actualizarla. En este sentido tampoco se da una verdadera responsabilidad frente a ella. Por lo mismo ahí la tradición se va erosionando, se anquilosa, se hace mera costumbre y tiende a identificarse con un rígido conservadurismo. 

Se encuentran en cambio otros grupos donde ni hay conciencia ni volición respecto a la tradición. Sin embargo, tienen tradiciones. Lo que pasa es que en ellos reina la persuasión que valora como negativo todo lo pasado, que identifica tradición con conservadurismo y que correlativamente valora como positivo todo lo actual e iguala modernidad y aun moda con progreso. Sienten casi como agravio el que se les identifique con sociedades tradicionales, supuestamente en cierto grado de atraso por aferrarse al pasado. Sólo en una confrontación crítica frente a otros grupos, sólo en el cuestionamiento que impone un extraño o una crisis, despierta la conciencia sobre las propias tradiciones que van mucho más allá del folklore, como que permean toda la cultura; tradiciones que tal vez se han distorsionado o se han ido perdiendo para dar lugar a otras recibidas no como tales, sino como innovación progresista, sin mayor deliberación. Pero al despertar la conciencia sobre las propias tradiciones, también se abre la posibilidad de su deliberación y por consiguiente de su aceptación voluntaria. 

Existen, finalmente, otros grupos en los cuales hay conciencia y volición sobre la tradición. En ellos se da una responsabilidad expresa frente a la tradición, una apertura explícita de conocimiento y voluntad de fidelidad a un origen, así como de necesidad de actualizarla para preservarla. Por ello se da una particular conciencia y volición sobre el acto mismo de la transmisión. 

En cuanto a los actos en la costumbre, son actos humanos con menor grado de conciencia y volición. Se realizan más por la fuerza de la inercia general, por imitación generalizada, por la facilidad que dan los hábitos extendidos, que no por una deliberación ponderada que penetre en otras razones de ese comportamiento más allá de la razón de que así obran todos, así se ha obrado desde hace mucho tiempo, es la norma del grupo y, en consecuencia, hay cierta seguridad. Como se ve, la costumbre coincide en esto con el primer tipo de grupos analizados en su relación a la tradición, los del conservadurismo rígido. Sin embargo, hay diferencias: una que aquellos grupos, aun cuando carecen de mayor conciencia respecto a la tradición, todavía la conservan no sólo por su generalización y antigüedad, sino porque así viene desde un principio a través de generaciones; y sobre todo, el grado de volición suele ser mayor que en la mera costumbre. 

Relación entre tradición y costumbre. Dejando a un lado el sentido de tradición como acto de transmisión y reteniendo únicamente tradición como contenido, es decir, lo transmitido, estas o aquellas tradiciones, se echa de ver de inmediato mayor semejanza con la costumbre, inclusive, podemos decir que materialmente considerados, muchas acciones, muchos fenómenos que son tradiciones también son costumbres y viceversa: la misma técnica de cultivo puede ser costumbre y tradición, la misma forma de celebrar la Navidad puede ser costumbre y tradición. Valga lo mismo de modos de comportarse, gobernar, educar o comerciar. La diferencia está en la función de ese fenómeno en tal situación concreta, en el sentido que tenga y el valor que represente dentro del grupo social. El mismo fenómeno en unos grupos será tradición y en otros costumbre. La relación puede ser dinámica: algo que era mera costumbre llega a ser tradición, cuando se cobra conciencia de su valor primordial y su dimensión generacional, en caso que los tenga. Por otra parte, como ya se mencionó, una tradición puede acabar en mera costumbre, en la medida que se va perdiendo conciencia, deliberación, volición y responsabilidad sobre ella. De modo, pues, que el de las tradiciones y el conjunto de las costumbres no son conjuntos por completo separados ni adecuadamente coincidentes, tampoco ninguno de los dos engloba al otro. La realidad está en que se interseccionan, mas ésto no suele darse de manera fija y de una vez por todas, sino en un movimiento constante: su relación es dinámica.

Fuente original del escrito: https://www.colmich.edu.mx/relaciones25/files/revistas/059/CarlosHerrejonPeredo.pdf

jueves, 20 de agosto de 2020

Hermann Graf Keyserling: progreso y Sentido

"El postulado de un progreso que ha de ser llevado a cabo se refiere, en primer lugar, al destino particular de una vida. Pero, despúes, a la realización del sentido más profundo que el ser de quien se trate pueda alcanzar. Pues así como con las mismas letras se han escrito la Divina Comedia y millones de páginas plagadas de necedades, los mismos hechos y gestos y las mismas vivencias pueden servir para expresar cualquier sentido. De aquí, en todos los grandes fundadores de religiones, aquella tendencia a expresar verdades eternas por medio de escenas de la vida cotidiana; sentían que precisamente la tensión entre el sentido propio de los sucesos ordinarios y el sentido que el mismo les servía para manifestar confería a este último un carácter más impresionante y más conmovedor.

Esta realización del sentido propio, lo más profundo posible, pero siempre personal, es la sola meta de toda vida intelectual. A esta realización es a lo que en el fondo se refiere toda esperanza de progreso, todo ideal de perfección deseable. Desde el momento en que toda la atención se fija en la cuestión del sentido, la vida cambia de aspecto y de carácter. Entonces, toda existencia, incluso la más humilde e incluso la menos feliz en apariencia, adquiere un valor intrínseco. Entonces, el éxito y el bienestar no parecen ya indispensables, por deseables que sean siempre. Y esto que aquí postulamos ha sido efectivamente puesto en práctica en todos los tiempos por todos los humanos profundos; sobre todo por todas las mujeres que se han abierto y entregado a su destino integral. Si así no fuese, ¿otros que no fueran aquellos escasos individuos que están excepcionalmente dotados y alcanzan grandes éxitos podrían acaso ver en la vida un bien? Si así no fuera, ¿no reinaría en la tierra la envidia con una fuerza millones de millones de veces más grande de la que hoy muestra? Es que, por instinto, todo ser normal comprende lo que es la vida y lo que le confiere su valor. Sólo las épocas superficiales, como lo es la nuestra - en las que la Humanidad ha perdido la conciencia de la realidad profunda y pone toda su esperanza en la realización de los ideales edificados por un espíritu falso -; sólo estás épocas afirman que la vida carece de valor fuera de la conquista de ciertos fines materiales definidos".

"La vida íntima (ensayos proximistas)", Espasa Calpe, Madrid, 1934, p.153-154

miércoles, 12 de agosto de 2020

Sobre el concepto de "Mito"

 


Según creo no está en mano de cada uno interpretar a su modo el concepto “mito”. “Mito” es en sentido estricto una historia que se desarrolla entre la esfera divina y la humana, que no es la invención del narrador en cuestión, sino que, antes bien, él reproduce como algo heredado. La narración de un mito auténtico no empieza nunca como el discurso alegórico del Fedro; empieza con las palabras: palia légetai, “ha sido dicho de antiguo...”.


"Entusiasmo y delirio divino: sobre el diálogo platónico "Fedro" , Ed. Rialp, Barcelona, 1965, p. 119.

sábado, 1 de agosto de 2020

Gastón Soublette: De la pandemia y otros demonios


Comparto aquí otra lectura profunda de la presente crisis sanitaria a nivel humano, esta vez por parte del filósofo y esteta chileno Gastón Soublette.  Según nuestro autor, para entender la actual pandemia por Covid 19 que estamos atravesando, es necesario considerar aquella otra enfermedad que hace tiempo aqueja a la humanidad: la de ser piezas de una maquinaria al servicio de la sociedad tecnocrática, en vez de expresarnos como seres pensantes y sensibles. Por sus importantes resonancias, reproduzco las principales ideas de una extensa conversación registrada y publicada por la Fundación Lumbre, extractada luego por La Tercera.

1.

No es solo una pandemia. No hay que olvidar que el mundo estaba revolucionado en una protesta universal. La sociedad se estaba fracturando, y las razones son obvias: vivimos en una sociedad peligrosa, injusta, artificial, agobiante, de desigualdades absolutamente escandalosas. No podían pensar. Los que dirigen el mundo no pensaron que los pueblos, las grandes masas urbanas sobre todo, se iban a levantar en protesta por una progresiva toma de conciencia que les indicaba el grado de sufrimiento, de estrechez, el grado de vacío en que estaban viviendo. Eso lo llamo la mega crisis, porque si uno lo analiza bien, la palabra mega significa algo de enormes proporciones. Si uno lo analiza bien, es una crisis que lo abarca todo. Todo está en crisis, y cuando todo está en crisis, lo peor puede suceder. La pandemia es parte de la mega crisis. No están las protestas por un lado, las feministas por otro y la pandemia por otro. No, está todo en un mismo fenómeno. Es importante darse cuenta de eso. Entonces la ciencia moderna, sobre todo la psicología, ha avanzado lo suficiente como para poder explicar este sentido de totalidad, de todo este fenómeno a través de la sincronicidad, sobre todo la escuela de psicología analítica de Carl Jung. Nos enseña que lo que está dentro del hombre, lo que está viviendo dentro de él, se proyecta en la realidad de una manera analógica. Por lo tanto si hay una pandemia psicológica, que es la que el mundo está viviendo, es obvio que por el fenómeno de la sincronicidad, que se proyectara esto en el mundo objetivo, analógicamente, como una pandemia viral. Que enferma a la gente a través de sus vías respiratorias y les da la muerte. El advenimiento de la pandemia es un resultado de la pandemia psicológica y también espiritual.

2.

La humanidad no podía seguir como estaba, porque lo peor nos iba a ocurrir. Bueno hay muchas cosas que no se pueden evitar en el plano del medioambiente, cosas que ya los científicos del han predicho y que vamos a tener que soportar, pero a nivel psicológico y espiritual, hay algo que podemos corregir todavía. Lo que Jung llama la pandemia psicológica. El hombre se cayó hacia fuera, esa es la verdad. El hombre actual, el hombre del siglo XXI. Desde hace mucho tiempo ya que no tiene interioridad. Ha creado la civilización industrial. Ha creado formas de vida que exigen, presionan, amenazan, atacan contra una muralla a la gran mayoría de la humanidad, y los obliga a vivir una vida puramente exterior. La humanidad vive apremiada por el tiempo. El tan ansiado bienestar que esta sociedad nos prometió, no llegó. Podemos decir que en ese sentido, ya fracasó. Ha creado un mundo de sufrimiento, de angustia, en el que los sentimientos ya no cuenta. Toda esa parte de nuestra psique, sentimiento, intuición, gozo de vivir, contemplación de la belleza, todo eso se fue. Lo único que pide esta sociedad que construyó la civilización industrial es rendimiento. No te necesitan como persona, sino como pieza de una máquina. La gran masa del mundo vive tan angustiada, que la conciencia se cae hacia fuera. El modelo de civilización en que vivimos no nos necesita como persona. Ahora, las formas de vida van reduciendo la existencia de una persona desde su origen. Nada más importa el rendimiento. En el fondo va muriendo interiormente. Diría que al poder económico, al poder político, al poder tecnológico y científico, no les interesa que seamos personas. Mientras más pieza de una máquina seamos y mientras más la palabra rendimiento sea el centro de nuestra vida, más prosperan sus negocios. Hay una gran elite en el mundo que tiene la ciencia, la información, influencias sobre el poder político, y que tiene la economía en sus manos y que ha organizado el mundo conforme a la lógica de los negocios, de SUS negocios.

3.

La humanidad, que fue reducida a la inconsciencia para poder adaptarse a este modelo de civilización, muy saludablemente empezó a tomar conciencia. Creo que personas que se dedicaron como Jung, como Morris Berman, o como Byung Chul-Han, a hacer una crítica desapasionada, pero profunda en que rescatan todos los aspectos del ser humano, hasta los aspectos de su inconsciente; no han trabajado en vano, porque de repente esta enorme masa de 7.500 millones que vivían en la inconsciencia ahora son consientes, y se dieron cuenta que vivir como viven, es morir, es vivir muerto. ¿Por qué se dieron cuenta de repente?. Se dijo mucho en Chile, “Chile despertó”. Yo diría que no solo Chile. También despertó España, Francia, Reino Unido, la gran masa de Estados Unidos, China, África. Dijeron: “Basta, estamos muertos, nos están reduciendo a nada”. Y ellos [los poderosos] siguen incrementando su poder, y amenazándonos, con sus desavenencias. Ponen en riesgo la paz del mundo. ¿Y cómo podemos seguir tolerándolos dándoles nuestro voto? Claro que es como caminar en el filo de la navaja porque es muy peligroso. Puede llevar a la ley del péndulo, hacia el otro lado con igual violencia, como se notó en ciertos aspectos del movimiento feminista, que llegaron a ciertos grados de violencia que hacían dudar de hacia dónde podía conducir. Por eso cité a estos pensadores, que han hecho una crítica desapasionada como hombres sabios, de los extremos a los que ha llegado la civilización industrial. Pienso que no se puede condenar en bloque a la civilización industrial, desconocer el bien que ha aportado a la humanidad, pero desde hace ya muchas décadas, ha llegado a un grado de desmesura tan grande que ha puesto en jaque la supervivencia. No solo de la especie humana, si no de todas la formas de vida del planeta. Eso no se puede tolerar. Y ha ido creando un problema social en el que los pobres son cada vez más pobres y los ricos cada vez son más ricos. La humanidad de repente ha dicho “No”. Tal vez no se pueda explicar, el hombre medio, tan bien como lo hace Jung, Berman o Chul-Han, sobre lo que le pasa. Pero creo que cierta información científica ha llegado también a su modesta dimensión de vida. Volvemos al principio de lo que dije, en lo inmediato la pandemia es una de las tantas formas de la crisis, que es lo que Jung llama ‘pandemia psicológica'. Una sociedad profundamente enferma, que tal como está, no tiene destino.

4.

Los aspectos positivos de la mega crisis, son la búsqueda de un nuevo paradigma cultural. No hay distinción de razas, no hay distinción de clases. En todas partes aparece gente lúcida que se da cuenta del problema. Diría que los más dotados aparte de formular cuáles serían las características del nuevo modelo, han dado el paso hacia un nuevo paradigma cultural que asumieron en su propia vida. Es gente que no siente tanta necesidad de salir a la calle a gritar, sino que prefiere la intimidad, de su familia, de sus amistades. Elaborar un plan para vivir de una manera humana, porque ya se perdió esa manera humana de vivir. En un bloque de 80 pisos que no tiene estética, puramente funcional, es muy difícil ser lúcido. Pero hay gente que se ha apartado de eso. Esto va desde cátedras universitarias e institutos culturales, a comunidades, retirándose a vivir en regiones boscosas sin preocuparse ya de cuál será el futuro económico de la familia. Resucitan las antiguas aptitudes prácticas que la humanidad tuvo y que delegó en los especialistas para convertirse ellos en consumidores, usuarios pasivos. Entonces yendo ahora a los efectos positivos de la pandemia, nosotros entendemos que es un horror, que es un azote, como las diez plagas de Egipto, como decía la Biblia. Es un espanto, pero nos obliga a encerrarnos en casa y estar cerca de aquellos seres que normalmente debiendo nosotros estar cerca, no se sabe por qué, estábamos lejos. Entonces muchas personas han aprendido a estar consigo mismas y estar con los suyos de una manera distinta a cómo están en el funcionamiento del paradigma vigente. El encierro, la reclusión en el propio hogar, nos obliga a relacionarnos, en primer lugar con nosotros mismo, puesto que nuestra enfermedad, según Jung, es que nos caímos hacia fuera. Ahora tenemos la oportunidad de revertir ese movimiento exteriorizante para recuperar nuestra interioridad, y lo otro es relacionándonos de una manera nueva, con la misma gente con que vivimos, con nuestro cónyuge, con nuestro hijos, con las personas que están al servicio de la casa, una nueva manera porque vamos a estar codo a codo durante muchos meses.

5.

Ha sido una experiencia que ya muchos nos hemos comunicado “¿Qué te ha pasado a ti?”, “¿Qué me ha pasado a mí?”. Muchas personas dicen que han descubierto que están viviendo una nueva manera de relacionarse con todos los miembros de su familia, el saber que no pueden salir. Ahora, lo primero sería cómo me relaciono conmigo mismo. Todos hemos oído hablar de la meditación, la oración. Y si el modelo de civilización que estamos viviendo nos requiere hacia el exterior constantemente, eso nos impide ponernos ante la presencia de Dios. Y segundo nos impide ponernos en contacto con nosotros mismos. En Chile estamos muy lejos. Pasar materia no es educar. Educar es sacar lo mejor que una persona tiene a partir de las ciencias, del pensamiento, las prácticas espirituales, como lo enseñaba Gandhi. Esa es una oportunidad que nos concede esta reclusión. Por ejemplo, estudios que nosotros postergamos porque no tenemos tiempo, es momento de retomarlos. Hay tantas cosas pendientes, no de nuestra relación con nuestro mundo exterior, sino con nosotros mismos, o de nuestra relación con los nuestros que también las hemos ido postergando. Es el momento de realizar todo eso. Esta reclusión nos permite pensar en eso porque, en realidad, nos hemos ido postergando a nosotros mismos. Es tal el requerimiento de esta sociedad del rendimiento, que al postergar tanto la persona que somos, finalmente muere y no somos nadie. Bueno, eso de adentro nunca muere, pero tenemos la ocasión de reencontrarlo.

6.

¿Si el tiempo tiene una característica distinta a la que tenía antes? Obvio que la tiene. Los griegos hacían una distinción entre el tiempo de reloj, que se puede medir -que un segundo es igual a otro- el tiempo de la ciencia; del tiempo de los grandes ciclos de la vida. Creo que ahora el hombre es mucho más consciente de que existe un tiempo de los ciclos de la vida, del cual nos separamos, porque le impusimos a la naturaleza el ciclo utilitario del hombre cuando debimos hacer otra cosa. Conocer cuál es el plan maestro de la naturaleza para nosotros adaptarnos a él. No imponer nosotros a la naturaleza nuestro diseño utilitario comercial. No hay que olvidar que en 1917 hubo una pandemia en que murieron 50 millones de personas en el mundo, incluso durante la guerra. No sé dónde irá a parar esto, pero hay más medios para hacerle frente. Después de esto, va prosperar esta visión del mundo en la cual el hombre busca más armonizarse con el plan maestro de la naturaleza, en vez de seguir imponiendo el diseño utilitario del hombre. Y ese cambio trae una nueva manera de concebir el tiempo. La última reflexión de los filósofos que he leído, me decepcionó. Parece que lo único que les preocupa es el capitalismo continuado, y encuentro terriblemente superficial que los grandes filósofos se pongan a discutir eso. Y justamente el coreano que yo admiro tanto, que ha visto con mucha agudeza crítica el momento que estamos viviendo, es el que más le preocupaba y decía que el capitalismo no lo derrumba nadie, no lo derrumba un virus. Entonces es muy decepcionante que en estos momentos, los filósofos se pongan a discutir eso y dejen de lados estas cosas que son tan importantes, el hecho que hayamos vivido obligando a la naturaleza a adaptarse a nosotros, a nuestros caprichos, al punto de que va en retirada. Ella no puede seguir soportando esta dependencia de nuestros caprichos, por eso se va extinguiendo.

7.

Tenemos que pasar por lo que muchos llaman “cuello de botella”, o sea tenemos que pagar un gran precio, porque lo que hemos hecho está muy mal. Y mientras más poder, más peligroso, y como que se invirtió el espectro de los valores. Hay un refrán popular muy sabio que dice “Los extremos se tocan”, que es como la versión folklórica chilena de un proverbio chino, que dice que cuando una cosa adquiere características extremas, se transforma en su contrario. O sea aquello que era bueno para la humanidad, alcanzó tal grado de desmesura, que dejó de ser bueno y se transformó en un mal tan poderoso que puede acabar con todas las formas de vida. Basta ver que los viajes en avión hayan caído, de que los vehículos motorizados no funcionen en la cantidad de antes, que muchas empresas debieron pausar sus maquinarias, para darse cuenta que se está revelando la recuperación de la atmósfera. Basta ese pequeño detalle para darse cuenta del daño que hemos hecho con la urbanización completa de la vida en el planeta. Pero para eso necesitamos un hombre formado en dos cosas básicas: la virtud y la sabiduría. Si el hombre no ha dado un vuelvo de conciencia que lo transforma radicalmente, no podemos esperar nada de este nuevo paradigma que se avizora. No es una estrategia, resulta de un cambio radical del hombre en su interioridad. Si eso no se da, seguirá siendo un hombre peligroso que le saca provecho a todas las cosas. Donde sea que vaya -sea marxista, capitalista o lo que sea- el resultado de será nefasto si es de los que quieren sacar provecho a las cosas.


sábado, 25 de julio de 2020

Jorge Garzarelli: La desesperanza o lo que dejó de existir

Los porqué de nuestra existencia y los para qué de la misma, conforman una partícula elemental e insidiosa de toda pregunta humana.

Las respuestas siempre son efímeras, inconsistentes y aunque por momentos pensamos que son las definitivas, una oculta prepotencia feroz las destruye y los paradigmas “verdaderos” pasan a una suerte de historia vieja. Un cuerpo oxidado posible de ser vendido al mejor postor.

Un derrumbe de la certeza, la que conforma el núcleo psicótico de nuestras sociedades.

Me parece que esto es por la velocidad, la que aparece como transparente, en el momento actual que atraviesa nuestra actividad como ser humano. Velocidad que es parte substancial de los conocimientos que hemos adquirido a partir de la omnipresencia de ondas y signos que cada vez más, nos sumergen en interrogantes que no cesan de sacudirnos con la angustia de la ausencia de alguna respuesta tranquilizante.

La causa y el efecto se autoconforman en una unidad indeleble, autodestructible, y asimismo inaprensible. Ni siquiera como la levedad de un “oxímoron”.

El conocimiento en cuanto tal, pasa a ser distanciamiento del objeto y los mismos objetos se desvanecen en cuanto aparecen.

Las mismas redes sociales que aparentan escenas románticas son las enemigas del otro, “conectándome” con superficies tentadoras que son meros espejismos técnicos.

Aquí emergen las palabras carentes de significado como si habláramos un lenguaje sin vocales.

El vacío Discurso que se publicita a un yo invadido de ilusiones sin futuro y fortaleciendo la inmediatez, las planicies del “ya” como un vestigio de lo que “ya” fue y no tiene consecuencias.

Un Discurso que fortalece como soberana a la híbrida indiferencia.

Un infortunio desesperado que anuncia que, en cuanto tengo el algo, ese algo no existió y solo fue una de las tantas ilusiones disruptivas que se generan en el devenir del sujeto.

Continuas son las heridas al narcicismo del “yo sé”, cuando el yo se vacía de lo que le es propio

Los “yoes” sin sustancia de las filosofías actuales muestran y asimismo esconden en forma constante lo escurridizo de alguna realidad posible.

El infierno de lo vacío emerge sin angustia, ya que el afecto fundamental permanece entre las rejas políticas de la gran igualdad.

Hoy en día, al estar igualados, no hay distancia que permita la alteridad propia del Renacimiento o del Clasicismo. La exigencia de lo global, de la aldea globalizada nos sumerge en la ausencia del otro semejante, sin distancias, sin proyectos, sin despliegue. Un supuesto ilimitado de poder que se anula en el instante cuántico de su emergencia. La nube atrapa todo lo que necesita para ser “cloud”.

Todo al estilo particular de un caracol enemigo de sí mismo.

No es que estemos cercanos al otro, estamos invisibilizados por un poder que deviene del panóptico que nos prepara para una unidad que se auto-destroza en el casi mismo momento en que nace.

De aquí que el amor a la ciencia, no existe como amor para que el otro despliegue, sino como enajenación narcicista en el campo de la ilusión de que, desde la ciencia misma todo va a tener una solución definitiva.

Esa es la Gran Mentira, a la que estamos “condenados” a creer como si fuera la Gran Verdad.

Hoy los mismos objetos que nos ofrecen la felicidad, son lo que la destruyen.

La religión del marketing tiene sobre cada uno de nosotros su marca, su impronta, su imprescindibilidad.

No soy sino tengo” Es una ciega reflexión sobre lo que miramos sin ver.

He aquí el rol agónico de consumir con deleite la oferta de un mundo mejor. No pensar, no sentir no actuar es el subterráneo publicitario de nuestra sociedad deserotizada.

La muerte de la mente propia emerge como un destino inevitable. Destino del que se han apropiado los grandes centros del poder económico, el que tal como vivimos en la actualidad también tiende a autodestruirse. La misma “polis” se quebranta, y se destruye por los relatos de los mismos políticos.

El dinero enuncia en su esencia que sin el, moriremos sin haber vivido.

El engaño de la ciencia económica es necesario para la deshumanización de los vínculos personales. Hoy todos estamos juntos en una unidad negativa.

Solo tenemos que consumir aquello que se nos ofrece como el objeto deseado, mientras que el deseo humano esta politizado como la razón social o el Bien Común.

De aquí a la ilusión psicótica del bienestar general hay menos que un paso de hormiga.

En un lema atrayente por ser tan dorado como la superstición ideológica de ser más poderosos se nos indicaba que “pertenecer tiene sus privilegios”.

Inmediatamente nos preguntamos, ¿pertenecer a que o a quien? A la totalidad del uno. ¿Al uno que nos iguala?

Aquí es cuando se intercambia el afecto inherente a la condición humana por el “amor” por el objeto inútil, el que desaparece en cuanto lo consumimos.

La pornografía intenta vencer al valor del Erotismo. (Crs.La Agonia del Eros – Byung-Chul Han)

El “humanojeto” transita entre obscuridades y crepúsculos artificiales “como si” eso fuera la “alegría de vivir”. Un breve tránsito de la imposibilidad del Encuentro real.

La vida se nos ofrece como un escaparate que vende objetos discontinuos sin calidad alguna.

El gato de Chesire en “Alicia en el país de las maravillas”, tenía razón. Hay que dejar de ser uno para convertirse en miles de millones igualados, desvanecidos, desapegados de la costumbre de ser hombre y entonces nuestra omnipotencia narcicística tiene ya una realidad consistente.

Un narcicismo mortal. Darse muerte sí, pero gozando amablemente. Lo importante es que estemos en “afanisis”, que concretemos nuestra desaparición, nuestros fantasmas para no aparecer, romper y o quebrar el cerrado sistema que le teme al individuo y sus singulares y particulares proyecciones en la condición de lo humano.

Mi responsabilidad de ser libre solo es una ilusión de un yo agotado hasta en su penúltima instancia. La última será simplemente la muerte del sujeto, la que también pasa a ser unos espejitos de colores en donde el “más allá” ya lo tengo ganado porque he pagado con creces el mismísimo hecho de no haber sido persona. Solo un resplandor muy leve de lo que es ser un ser humano (pero necesario para ser administrado por el Gran Poder)

Los robots (Cfr.El Golem - J.L.Borges) pasan a ser amos de su propia esclavitud.

El “homus economicus” es victorioso, solo sobre los despojos que dejan el hambre, la injusticia, la guerra, la destrucción de principios y valores, la corrupción, el quebrantamiento del orden preciso de la naturaleza de nuestro planeta. La lista es numerosa e insistente.

El sistema actual no deja da pasar revisión al cercano y al lejano para ir con rapidez a allanar cualquier lucha que contenga la nobleza de la verdad y de la libertad.

¿Cuáles son los valores que se sustentan en la actualidad? Los busco y encuentro deformidades, desarticulaciones, inconsistencias, arbitrariedades en los que la substancia es efímera como una onda sin rumbo.

Líneas paralelas que se juntan en el punto 0 y además sin infinito.

Aquello de que el aleteo de una mariposa tiene sus consecuencias en algún otro lugar ignoto parece ser una estupidez metafórica. El descrédito y el deshonor luchan por sobrevivir en medio de miles de millones de corpúsculos sin consistencia que conforman el no-ser.

La última pregunta es aquella que no se puede preguntar porque nunca tendrá una respuesta cuando “ya” haya desaparecido el que la hizo.

Jorge G.Garzarelli – ph.D
Profesor Emérito - Universidad del Salvador
2020
Email: psiquis42@gmail.com


sábado, 27 de junio de 2020

Sobre la desaparición de los rituales (II)


"(...) La desaparición de los símbolos remite a la progresiva atomización de la sociedad. Al mismo tiempo la sociedad se vuelve narcicista. El proceso narcicista de interiorización desarrolla una animadversión hacia la forma. Las formas objetivas se rechazan a favor de los estados subjetivos. Los rituales son inasequibles a la interioridad narcicista. La libido del yo no puede acoplarse con ellos. Quien se entrega a los rituales tiene que olvidarse de sí mismo. Los rituales generan una distancia hacia sí mismo, hacen que uno se trascienda a sí mismo. Vacían de psicología y de interioridad a sus actores.

Hoy la percepción simbólica desaparece cada vez más a favor de la percepción serial, que no es capaz de experimentar la duración. La percepción serial como captación sucesiva de lo nuevo no se demora en ello. Más bien se apresura de una información a la siguiente, de una vivencia a la siguiente, de una sensación a la siguiente, sin finalizar jamás nada. Las series gustan tanto hoy porque responden al hábito de la percepción serial. En el nivel de consumo mediático la percepción visual conduce al <binge watching>, el atracón de televisión o el visionado bulímico. La percepción serial es extensiva, mientras que la percepción simbólica es intensiva. A causa de su carácter extensivo la percepción serial presta una atención plana. Hoy la intensidad deja paso en todas partes a la extensión. La comunicación digital es una comunicación extensiva. En lugar de crear relaciones se limita a establecer conexiones.

El régimen neoliberal fuerza a percibir de forma serial e intensifica el hábito serial. Elimina intencionadamente la duración para obligar a consumir más. El constante update o actualización, que entre tanto abarca todos los ámbitos vitales, no permite ninguna duración ni ninguna finalización. La permanente presión para producir conduce a una <pérdida del hogar>. A causa de ello la vida se vuelve más contingente, más fugaz y más inconstante. Pero morar necesita duración".

"La desaparición de los rituales", Editorial Herder, Barcelona, 2020, p. 9-10.