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lunes, 5 de junio de 2023

Serie Meditaciones #3: Sobre la frase de Heidegger, "Solo un Dios puede salvarnos". Por Juan Manuel Otero Barrigón

 MEDITACIÓN #3

En una entrevista que Martin Heidegger ofreció el 23 de Septiembre de 1966 al diario alemán Der Spiegel, el filósofo pronunció su famosa frase "Nur noch ein Gott kann uns retten" ("Sólo un dios puede salvarnos"). 

En el contexto de la entrevista, Heidegger señalaba la crisis de la humanidad y la necesidad de un cambio radical en la forma en que entendemos nuestra relación con el mundo. En su opinión, esta crisis ya era por entonces tan profunda que ningún ser humano ni institución eran capaces de ofrecer una solución. En cambio, la única esperanza de salvación parecía radicar en una transformación profunda de la humanidad que solo podría ser realizada por un dios.

La sentencia de Heidegger, sin embargo, al igual que tantos pasajes de su pensamiento, tuvo distintas interpretaciones. Algunos consideraron su frase como una afirmación de que la única forma de escapar del nihilismo y la decadencia de la sociedad moderna sería a través de una "nueva divinidad" o una "divinidad futura", que redima al ser humano. Quienes sostienen esta lectura suelen apuntar que la filosofía de Heidegger buscó una alternativa a la tradición metafísica occidental que llevó a la dominación de la técnica y el olvido del ser.

Otros, en cambio, interpretaron la frase en un sentido más religioso, como una afirmación de que la salvación solo puede provenir de Dios (con mayúscula). La pregunta filosófica por el destino de nuestra cultura sería reconvertida por Heidegger en una cuestión teológica. Según esta hermenéutica, Heidegger estaba reconociendo las limitaciones de la filosofía como vía de solución.

Lo cierto es que al fin de cuentas la frase quizás cobre cada vez más relevancia si se considera la actual hipertecnologización de la vida , acentuada de la mano de los últimos desarrollos en IA, y sus consecuencias posibles (e imprevisibles). 

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<SPIEGEL : Ud. ve con toda claridad, y así lo ha expresado en su obra, un movimiento universal que conduce o ha conducido ya al Estado tecnológico absoluto.

HEIDEGGER : ¡Sí! Pero justamente el Estado técnico corresponde poquísimo al mundo y la sociedad determinados por la esencia de la técnica. Frente al poder de la técnica, el Estado técnico sería su más servil y ciego esbirro.

SPIEGEL : Bien. Pero ahora se plantea la cuestión: ¿puede el individuo influir aún en esa maraña de necesidades inevitables, o puede influir la filosofía, o ambos a la vez, en la medida en que la filosofía lleva a una determinada acción a uno o a muchos individuos?

HEIDEGGER : Con esta pregunta volvemos al comienzo de nuestra conversación. Si se me permite contestar de manera breve y tal vez un poco tosca, pero tras una larga reflexión: la filosofía no podrá operar ningún cambio inmediato en el actual estado de cosas del mundo. Esto vale no sólo para la filosofía, sino especialmente para todos los esfuerzos y afanes meramente humanos. Sólo un dios puede aún salvarnos. La única posibilidad de salvación la veo en que preparemos, con el pensamiento y la poesía, una disposición para la aparición del dios o para su ausencia en el ocaso; dicho toscamente, que no «estiremos la pata», sino que, si desaparecemos, que desaparezcamos ante el rostro del dios ausente.

SPIEGEL : ¿Hay una relación entre su pensamiento y la venida de ese dios? ¿Hay entre ellos, a su juicio, una relación causal? ¿Cree ud. que podemos traer al dios con el pensamiento?

HEIDEGGER : No podemos traerlo con el pensamiento, lo más que podemos es preparar la disposición para esperarlo>.

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Hasta acá las palabras de Heidegger

Para terminar, una pequeña reflexión que el brasileño Leonardo Boff ensayó a partir de esta misma frase, con la que muchos podemos adherir: "Como teólogo cristiano diré con San Pablo: "la esperanza no defrauda" (Rm 5,5), porque "Dios es el soberano amante de la vida" (Sb 11,26). No sé cómo. Sólo espero".

JMOB.

jueves, 2 de febrero de 2017

Ser místico hoy (por Javier Melloni)

"El místico" por Radha Flora Cloud


Ser místico hoy, por Javier Melloni (sacerdote jesuita)

"Hoy, como en todos los tiempos, un místico es alguien tan necesario como inútil para su generación. Es inútil porque no produce nada y lo que ofrece no se puede comprar ni vender. No tiene precio en el mercado. Se escapa a quien lo quiere prender y confunde a quien lo quiere comprender. Por ello hay que apartarlo, porque se interpone entre la inmediatez de lo que hay que lograr y producir. El místico dice: lo que verdaderamente es, ya existe. Sólo hay que aprender a percibirlo. Molesta también a la institución, porque la relativiza y le recuerda que el cielo que ha pintado en el interior de sus bóvedas no es el cielo abierto auténtico.
Pero, a la vez, su presencia es indispensable porque señala un modo de existencia que anhelan todos los seres y las mismas instituciones. Ha nacido para alentar la llama sagrada que arde en todos y en todo. El fuego del místico es diferente al del profeta. Éste señala y grita lo que falta, mientras que el místico indica lo que ya es. El profeta habla del todavía no, mientras que el místico habla del ya sí. Ambas cosas son necesarias.
Parafraseando a Raimon Panikkar, “el místico no es el que tiene esperanza del futuro sino de lo Invisible”.
El místico no es ingenuo, sino inocente. La ingenuidad es una inmadurez que hace ciegas y torpes a las personas, porque les impide confrontarse con los elementos oscuros de la realidad y de sí mismos, mientras que el inocente lo ve todo, lo percibe todo y, sin echarse atrás, se entrega.
Otra de las cosas propias del místico es su capacidad de conjugar paradojas. Por un lado, es alguien exquisitamente cercano a las personas y a sus situaciones, pero también resulta inalcanzable, retirado en una extraña lejanía. Estando plenamente presente, está también ausente. Se halla en otro Lugar, y cuando está en otro lugar, se percibe su presencia. Su hablar es silente y con su callar, habla. Las palabras son sagradas para él -o ella-; por eso no las malgasta. Y por ello también sabe escuchar, y entiende lo que los demás no entendemos. Habla, mira, comprende desde un lugar diferente; a veces, tan diferente, que parece locura. Pero su locura no es más que el choque que produce en nosotros su anticipación de Realidad.
Ama cada objeto, cada planta, cada pétalo, y queda fascinado por ellos, pero, a la vez, puede prescindir de ello. Todo él es ternura, pero también vigor, como dice Leonardo Boff sobre Francisco de Asís. Es frágil y fuerte a la vez. No puede soportar el dolor de los pequeños. Ve desde ellos y para ellos, y su oración es siempre por ellos.
Es concreto, arraigado en su tiempo y en su lugar, capaz de un hablar sencillo y de poner ejemplos que los más pequeños comprenden, y a la vez, es universal, porque percibe lo que atañe a la condición común de los humanos. Ve la parte en el todo y el todo en la parte. Podríamos decir que tiene un instinto fractal, que es tal como hoy los científicos comprenden que está constituido el entramado de la realidad.
Es de una libertad soberana pero, a la vez, está al servicio de todos, porque percibe la irrepetibilidad de cada persona y de cada cosa, y ello le hace caminar por tierra sagrada. Acoge a cada ser como una epifanía y, estremecido, se somete libremente porque sabe que su yo no le pertenece, sino que es sólo receptáculo y testigo de las existencias ajenas.
Ama su tradición, aquella que le ha nutrido y le ha guiado, pero no hace un absoluto de ella. Sabe que “ser original es retornar a los orígenes” (Gaudí), no para repetirlos sino para recrearlos. Y el origen de cada tradición está más allá de ella misma, antes de que surgiera. Conoce el camino de la Fuente, “aunque es de noche”. Su fe es transconfesional, porque sabe que la existencia está atravesada de Presencia y ello es lo que celebran todas las tradiciones. Se alegra con ellas, por su diversidad y su riqueza.
Como un compás, con un pie está arraigado en su propio centro, y con el otro recorre los círculos de la alteridad. Este centro no es sólo el de la tradición a la que pertenece, sino que es un Centro más hondo que, descentrándole, le recentra.
Todo él está vacío. Su existencia es un pasaje por el que otros transitan para descubrirse a sí mismos. Como un icono, su sola presencia ayuda a los que le rodean a descubrir la hondura que les habita. Él sólo calla y ve. Y su alegría, tanto como su nostalgia, son inmensas."