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sábado, 9 de noviembre de 2024

¿Podrían evitarse las guerras? Por Néstor E. Costa

 
"Descanso de Marte", Diego Velázquez, c. 1640


¿Podrían evitarse las guerras?

Por Néstor E. Costa*



Solía recordar frecuentemente el psicólogo y psiquiatra suizo Carl G. Jung, que no hay idea que no tenga su antecedente histórico y la que promueve este breve escrito es una de ellas. Precisamente, si hay algo que tenga antecedentes desde hace muchos milenios es la guerra. Ese compendio de actitudes de todo tipo, desde las más sublimes hasta las más aberrantes.

Partamos de la premisa que todo fenómeno complejo y la guerra lo es, no se debe a sólo una causa. Por definición es multicausal. Para muestra basta sólo un botón dice el refrán. Así que veamos ese botón: Hace un poco más de cien años comenzaba la Primera Guerra Mundial (1914-1918), de acuerdo a la mayoría de los historiadores, habría no menos de seis teorías distintas que explicarían a que se debió la misma: cuestiones económicas, territoriales, expansivas, políticas, etcétera. Pero ninguno de dichos analistas nos dice que el inicio, el desarrollo y el fin de la misma, como de otras tantísimas a través de los milenios, ha sido el ser humano, es decir, su psique.

Hay una película de origen estadounidense cuyo título en castellano es: “El hombre sin sombra”, como no la vi, simplemente me atrajo aquello del hombre “sin sombra”, así que realmente no sé si se refería a la sombra física o aquel arquetipo al que nos remite Jung y que es una parte tan importante del psiquismo. Tan importante es, que lo señala en más de una oportunidad: “no hay sujeto sin sombra”. Habida cuenta que la “sombra” serían todos aquellos aspectos negativos de la personalidad que habitan
nuestro inconsciente personal y que suelen estar cercanos a nuestra consciencia, incluso hasta podemos dar cuenta de ellos no más una situación de vida nos incomode, nos frustre, nos angustie o nos enoje.

¿Pero que será aquello de la sombra que pueda tornarla tan peligrosa? Primero: sus múltiples maneras de manifestarse, tanto hacia la propia persona como hacia las cosas o hacia otros.

Segundo: relacionado con lo primero, la carga de energía que llevaba la acción que provocó que se manifestara la “sombra”. Fuera ésta expresada con gritos, golpes, gestos o con un arma.

Tercero: el hecho que, si bien la sombra habita en general lo inconsciente personal, sus raíces se hallan en la parte más profunda y arcaica de lo inconsciente colectivo, lo que significa que existe la posibilidad que supere el simple marco de una reacción individual para expresarse en el orden de lo colectivo. Es en este punto donde entraría a evaluarse el porqué de una guerra, para lo cual tendremos que empezar por analizar al “yo”, ese débil sujeto de la consciencia que intenta guiarnos por la vida.

El “yo” para Jung es la máscara que nos vincula con el mundo, asiento de la consciencia, siendo la parte superior de un psiquismo compuesto por un “inconsciente personal”, el lugar de las represiones, de los olvidos, de las supresiones, pero cuya energía a veces no llega a impactar a la consciencia, otras veces sí , dando lugar a las neurosis, pero también de la existencia de un “inconsciente colectivo”, asiento de las formas de ser y de pensar de todos; este “inconsciente colectivo” no es pasible de concientización, pero sí de la forma de actuar que ha tenido la humanidad. Un espacio teórico que podría considerarse también como la forma ancestral que nos iguala a todos. Señalemos que a nivel individual puede
manifestarse en determinadas circunstancias y cuando lo hace, puede generar un trastorno mental grave, dado que el “yo” de ese sujeto ha sido “absorbido”, “anulado”, por lo colectivo. Ahí tenemos una psicosis. Pero cuando ese estrato arcaico se manifiesta colectivamente, por ejemplo, a nivel de una nación o de varias, tendremos una guerra o una guerra civil.

Ese “yo”, por otra parte, disminuirá su potencia equilibrante en la medida en que se encuentre en medio de una “masa” de gente, dado que la masa de gente- cada uno con su propio “inconsciente colectivo”- si bien genera una altísima energía, no pasa lo mismo con el “yo”, que consecuentemente disminuye su posibilidad de elección y de toma de decisiones, ejerciendo ese control que hasta ahora era del “yo”, la masa. Es decir, comienzan entre los sujetos las llamadas “identificaciones” o “participaciones místicas”, al decir de Levy Bruhl, sobre todo, cuando el sujeto, por más capaz o sensible que sea, participa del mismo pensar que la masa. Casos clásicos, en este sentido, son los actos políticos o los
cánticos de una barra en una cancha de fútbol. Ambas masas, pueden generar momentos agradables o altamente destructivos.

Vamos a ver algunas reflexiones del propio Jung en este sentido que son realmente lapidarias, pero a nuestro modo de ver, muy ciertas. Si bien no podemos dejar de tomar en cuenta que fueron dichas hacia finales de la década de 1930, con todo lo que ello implicó para la Europa de esa época.

No todo el mundo tiene virtudes, pero todo el mundo tiene bajos instintos animales, la sugestibilidad básica del hombre primitivo de las cavernas, las sospechas y los trazos viciosos del salvaje. El resultado es que una nación con varios millones de personas ni siquiera es humana. Es una lagartija, o un cocodrilo, o un lobo.” “¿No sabe que, si elige a cien personas entre las más inteligentes del mundo, y las agrupa, formarán una multitud estúpida? Diez mil de ellas juntas tendrían la inteligencia de un
reptil. En una muchedumbre, las cualidades comunes que todos poseen se multiplican, se apilan, y se convierten en características dominantes de toda la muchedumbre.” “La masa no alcanza el nivel de las inteligencias superiores que la componen.” “Lo inconsciente colectivo es un hecho real en los asuntos humanos. Todos participamos en él. En un sentido constituye la sabiduría humana acumulada que heredamos inconscientemente; en otro sentido amplía las emociones humanas comunes que todos compartimos” (Hull- McGuire, p.146 y ss.).

Pero veamos qué nos dicen otros autores al respecto.

En 1931, la Comisión Permanente para la Literatura y las Artes de la ya desaparecida Liga de las Naciones, antecedente de lo que años más tarde sería la actual Naciones Unidas, encargó a Albert Einstein que organizara un intercambio epistolar entre reconocidos intelectuales de esa época sobre temas escogidos y que fueran de interés para la mencionada Institución. Uno de los elegidos fue Sigmund Freud a quien le escribe en julio de 1932, aceptando éste de inmediato la invitación a participar.

En uno de los párrafos de la misiva de invitación, Einstein le pregunta al Dr. Freud: ¿Hay algún camino para evitar a la humanidad los estragos de la guerra? Más adelante, el autor se pregunta, refiriéndose a quienes instrumentan el uso de las mismas: “¿Cómo es que estos procedimientos logran despertar en los hombres tan salvaje entusiasmo, hasta llevarlos a sacrificar su vida? Sólo hay una contestación posible: porque el hombre tiene dentro de sí un apetito de odio y destrucción. En épocas normales existe en estado latente, y únicamente emerge en circunstancias inusuales”.

La respuesta de Freud no se hizo esperar. “Lo ha dicho Ud. casi todo en su carta…me limitaré a corroborar todo cuanto usted expresa, procurando exponerlo más ampliamente según mi mejor saber o conjeturar”.

Siguiendo a Freud, éste pensaba que los conflictos de intereses (analizando la historia de la humanidad) entre los hombres se zanjan, en principio, mediante la violencia, al igual que en todo el reino animal del cual el hombre no debiera excluirse. Si nos situamos en una pequeña horda primitiva, señala, era la fuerza muscular la que decidía una disputa. La fuerza muscular se vio pronto superada por la aparición de las armas, quien tiene las mejores armas o sabe usarlas mejor, es quien vencerá e
impondrá su voluntad. El fin último de esa lucha será matar a su rival, lo que, a modo de beneficio secundario, es también una advertencia para otros grupos.

El planteo freudiano en respuesta a las inquietudes de Einstein, lo lleva a aceptar la idea del físico, de que en el ser humano hay una pulsión a odiar y aniquilar y señala lo que se entiende por la idea pulsional en psicoanálisis.

Para el Psicoanálisis, el ser humano tiene lo que se denomina pulsiones, entendiendo con ello una carga energética y un factor de motilidad que tiende hacia un fin y existirían de dos tipos: las llamadas “eróticas” (reúnen y conservan) en el sentido de Platón, tal como lo presenta el filósofo a esta suerte de genio en “El Banquete” o también llamadas “sexuales” y otras pulsiones que quieren destruir y matar y que se reúnen bajo el título de pulsiones de “agresión” o de “destrucción”. Ambas pulsiones son indispensables para la vida, a punto tal que, ninguna puede actuar por separado, siempre se encuentra ligada con un cierto monto de energía con su opuesto. Un ejemplo de lo que nos plantea Freud es que la pulsión de autoconservación, que es para este autor de origen erótico, necesita disponer de la agresión, si quiere lograr su objetivo.

Pero hay algo más que interesante en su planteo, por ejemplo, en lo relativo al placer, que no sólo puede observarse en actos que estén de acuerdo con lo que se entiende vulgarmente por dicho término, sino que está también ligado al agredir, al destruir o en las innumerables crueldades que a través de la historia de la humanidad se han podido constatar y se siguen observando en la vida cotidiana, lo que confirma su existencia e intensidad, y por las cuales el ser humano también obtiene placer y disfruta. Casos como las parejas sado/masoquista son un claro ejemplo.

Es indudable que la pulsión de destrucción de acuerdo a Freud, trabaja “dentro” de todo ser vivo con lo que se produce una tendencia inconsciente en el sujeto de conducir la vida al estado de la materia
inanimada. Este planteo de Freud lo llevó a cambiar de nombre a dicha pulsión, sin abandonarlo del todo y denominarla “pulsión de muerte”. Por lo que, así como las “pulsiones eróticas” o “sexuales” representan la vida y sus afanes, así la “pulsión de muerte” deviene en “pulsión de destrucción
cuando es dirigida hacia afuera. “El ser vivo preserva su propia vida destruyendo la ajena“.

Conclusiones:

Tanto Freud como Jung y otros autores, proponen distintas formas para evitar la guerra, cualquier tipo de ella. Pero coinciden en que debe ser aumentando todo lo que tenga que ver con el amor y aceptar, para poder dominar, todo lo relacionado con la “sombra” o con la llamada “pulsión de
muerte”. Nadie puede dominar a sus pasiones si antes no las enfrentó, decía Jung con suma claridad. Pero lo dicho será con el tiempo, nada fácil por cierto, habida cuenta que el ser humano ha guerreado desde tiempos inmemoriales y que en pleno siglo XXI se desarrollan unas 30 tipos de guerras de baja intensidad, sin que la inmensa mayoría de los habitantes del planeta sepan algo sobre ellas. Todavía está muy vigente el viejo proverbio romano: Si vis pacem para bellum.


Bibliografía:

William McGuire y R.F.C. Hull. Encuentros con Jung. Editorial Trotta, Barcelona, 2000.



Néstor E. Costa es Analista Junguiano y Presidente de la Asociación de Formación e Investigación en Psicología Analítica -AFIPA- Grupo de Desarrollo reconocido por la IAAP (International Association for Analytical Psychology), con sede en Buenos Aires, Argentina. Doctor en Psicología. Ex Vice Decano del Departamento de Psicología de la Universidad John F. Kennedy, fue uno de los fundadores de AFIPA en los primeros meses de 1996. 


sábado, 8 de abril de 2017

Por qué socialismo (Albert Einstein)



"La anarquía económica de la sociedad capitalista tal como existe hoy es, en mi opinión, la verdadera fuente de todos los males. (...)

El capital privado tiende a concentrarse en unas pocas manos. (...) El resultado es una oligarquía del capital privado, cuyo enorme poder no puede ser eficazmente controlado ni siquiera por una sociedad política organizada según los principios democráticos. Esto es así porque los miembros de los cuerpos legislativos son seleccionados por los partidos políticos, que reciben fuertes influencias y amplia financiación de los capitales privados que, en la práctica, separan al electorado de la legislatura.

La consecuencia es que los representantes del pueblo no protegen con la debida eficacia y en la medida suficiente los intereses de los sectores menos privilegiados de la población. (...)

En una economía basada en la propiedad privada del capital (...) el objetivo de la producción es el beneficio, no su consumo. No se prevé que todos aquellos que sean capaces de trabajar y quieran hacerlo tengan siempre la posibilidad de conseguir un empleo; casi siempre existe, en cambio, un `ejército de parados´. (...)

El interés por el lucro, conjugado con la competencia entre los capitalistas, es responsable de la inestabilidad del ritmo de acumulación y utilización del capital, que conduce a severas y crecientes depresiones. (...)

Estoy convencido de que existe un único camino para eliminar estos graves males, que pasa por el establecimiento de una economía socialista, acompañada por un sistema educativo que esté orientado hacia objetivos sociales. Dentro de ese sistema económico, los medios de producción serán propiedad del grupo social y se utilizarán según un plan.

Una economía planificada que regule la producción de acuerdo con las necesidades de la comunidad, distribuirá el trabajo que deba realizarse entre todos aquellos capaces de ejecutarlo y garantizará la subsistencia a toda persona, ya sea hombre, mujer o niño.

La educacíon de los individuos, además de promover sus propias habilidades innatas, tratará de desarrollar en ellos un sentido de responsabilidad ante sus congéneres, en lugar de preconizar la glorificación del poder y del éxito, como ocurre en nuestra actual sociedad. (...)

Creo que el peor daño que ocasiona el capitalismo es el deterioro de los individuos."

Albert Einstein: "Mis ideas y opiniones"

sábado, 1 de abril de 2017

Breves apuntes sobre la religión según William James

"San Pablo ermitaño", de José de Ribera (1640)

"Breves apuntes sobre la religión según William James", por Juan Manuel Otero Barrigón

"Dios no existe", "Las personas religiosas sufren de trastornos emocionales, son delirantes", "Lo único válido es lo que nos dice la ciencia; si el método científico no logró demostrar la existencia de Dios es porque no hay Dios que descubrir", "Dios es fruto de un mecanismo de proyección". Esta era, a grosso modo, la manera en la que concebían la religión la mayoría de los teóricos sociales de principios de siglo XX. En ese contexto, en 1902, el psicólogo norteamericano William James publicó su célebre trabajo "Las variedades de la experiencia religiosa: un estudio de la naturaleza humana". Fue uno de los pioneros en el estudio psicológico de la religión, incluso antes que Freud , contemporáneo suyo, se ocupara del tema. A James lo apasionaba dar respuestas a preguntas como: ¿Es posible conciliar visiones tan antagónicas como las de la religión y la ciencia? ¿Qué ocurre psicológicamente en aquellos que dicen haber experimentado una visión o que aseguran conversar con Dios? ¿Alucinan las personas religiosas? James parte en su análisis reconociendo que existen dos tipos de religión a saber: por un lado, la institucional, aquella dimensión que engloba a las prácticas y normas que son propias de una sociedad determinada; por el otro, la personal, esa dimensión vincular sumamente íntima que se da en el encuentro entre el hombre y su Dios de referencia. James consideraba que es la dimensión personal la primera que debe ser atendida y estudiada, dado que la otra dimensión, la institucional, es secundaria y producto de un proceso de socialización.

En su magnífica obra, de referencia ineludible para quienes se sumerjan en el estudio de la psicología de las religiones, el padre del pragmatismo plantea que las personas pueden vivir experiencias místico religiosas independientemente de la cultura, dado que se trata de un fenómeno universal. Distinguía entre una religiosidad sana y religiosidad patológica. Las personas con una predisposición "saludable" tienden a ignorar la maldad en el mundo y se concentran en sus aspectos positivos y en el bien en general. Contrariamente, aquellas personas predispuestas hacia una religiosidad patológica no pueden dejar de lado la percepción del mal y del sufrimiento y necesitan una experiencia unificadora, religiosa o de otro tipo, que les permita reconciliar el bien y el mal en su psiquismo. Para James, los líderes religiosos fueron sujetos de experiencias psíquicas anómalas. Presos de una sensibilidad emocional exaltada; comúnmente tuvieron además una vida interior incompatible con las exigencias del mundo, y sufrieron de melancolía durante parte de su ministerio. Fueron estas características, agrega el psicólogo norteamericano, las que contribuyeron a atribuirles autoridad e influencia religiosa sobre los pueblos a los cuales se dirigieron. Sólo estas peculiaridades de su personalidad, clasificadas comúnmente como patológicas, pudieron dar lugar a experiencias religiosas de tan alto vuelo. Ya que la mística es un camino que trasciende la razón y evoca al radicalmente Otro.

William James

Es necesario, nos dirá nuestro autor, ponderar la eficacia de la religión: si una determinada persona, motivada por la fe, lleva a cabo actividades religiosas y si esas acciones redundan en efectos positivos, tales prácticas son entonces la vía adecuada para sí. Si por el contrario su accionar no es eficaz, la persistencia de la práctica religiosa aparece desprovista de racionalidad. Al final, pareciera que como bien refirió Einstein, el hombre encuentra a Dios detrás de cada puerta que la ciencia logra abrir. O como poéticamente escribiera Borges: "La firme trama es de incesante hierro,/pero en algún recodo de tu encierro/puede haber una luz, una hendidura./El camino es fatal como la flecha./Pero en las grietas está Dios que acecha".