miércoles, 18 de julio de 2018

Tres clases de espiritualidades

Pintura: Fleece Blanket

Tres clases de espiritualidades, por Ron Rolheiser

Todos nosotros luchamos, y luchamos de tres modos. Primero, a veces luchamos simplemente para mantenernos, para permanecer sanos, estables y normales, para no caer a pedazos, para no tener nuestras vidas desatadas en el caos y en la depresión. Cuesta un verdadero esfuerzo mantener nuestra normal salud, estabilidad y felicidad.

Pero, incluso mientras sigue esto, otra parte de nosotros está siempre tendiendo hacia arriba, luchando por crecer, para llevar a cabo cosas más altas, para no gastar nuestras riquezas y dones, para vivir una vida que sea más admirable, noble y altruista.

Después, a otro nivel, luchamos con una amenazante oscuridad que nos rodea y sujeta. Las complejidades de la vida pueden abrumarnos dejándonos con una sensación de amenazados, pequeños, excluidos e insignificantes. Por esta razón, algunos de nosotros somos conscientes de que pasamos por una época, una crisis, una relación perdida, un empleo acabado, una muerte de un ser querido o una cosa que ni siquiera podemos prever, al margen de una caída en una paralizante depresión, una enfermedad o un oscuro caos que no podemos controlar.

En resumen, luchamos para mantenernos a nosotros mismos, luchamos para crecer, luchamos para tener acorraladas la depresión y la muerte. Porque luchamos a estos tres niveles, necesitamos tres clases de espiritualidades en nuestras vidas.

A un nivel, necesitamos una espiritualidad de mantenimiento, esto es, una espiritualidad que nos ayude a mantener nuestra normal salud, estabilidad y normalidad. Demasiado frecuentemente, las enseñanzas espirituales descuidan este vital aspecto de la espiritualidad. Más bien, nos desafían siempre a crecer, ser mejores personas, ser mejores cristianos, ser simplemente mejores de lo que somos ahora. Eso es bueno, pero da por sentado ingenuamente que ya estamos suficientemente sanos, estables y fuertes para ser desafiados. Y, como sabemos, muchas veces no es ese el caso. Hay ocasiones en nuestras vidas en que lo mejor que podemos hacer es agarrarnos, no caer en pedazos y luchar por recuperar algo de salud, estabilidad y fuerza en nuestras vidas, poner simplemente un pie delante del siguiente. En estos momentos de nuestras vidas, el desafío no es exactamente lo que necesitamos; más bien necesitamos que nos den permiso divino para sentir lo que estamos sintiendo y necesitamos que nos den una cálida mano para ayudar a tirar de la riendas de nuevo hacia la salud y fortaleza. El desafío a crecer viene después.

Y ese desafío viene con una invitación a subir, hacia una espiritualidad del ascenso. Todas las espiritualidades dignas de tal nombre insisten en la necesidad de hacer un cierto ascenso para crecer más allá de nuestras inmadureces, nuestras perezas, nuestras lesiones y el perenne hedonismo y la superficialidad de nuestra cultura. El énfasis aquí es siempre tender hacia arriba, más allá, hacia los cielos y hacia todo lo que es más noble, altruista, compasivo, digno de ser amado, admirable y santo. Mucho de la clásica espiritualidad cristiana es una espiritualidad del ascenso, una invitación a algo más alto, una invitación a ser fiel a lo más profundo de nosotros, esto es, la imagen y semejanza de Dios. Buena parte de la predicación de Jesús nos invita cabalmente a algo más alto. Confucio, uno de los grandes maestros morales de todos los tiempos, tenía una pedagogía similar, invitando a la gente a mirar la belleza y bondad y a tender siempre en esa dirección. En nuestro tiempo, Juan Pablo II usó esto muy eficazmente en su llamada a los jóvenes, desafiándolos siempre a no traicionar sus ideales, sino buscar siempre algo más alto y más noble a lo que entregar sus vidas.

Pero el desafío al crecimiento necesita también una espiritualidad de descenso, una visión y una serie de disciplinas que nos señalen no sólo hacia el sol naciente, sino también hacia el sol poniente. Necesitamos una espiritualidad que no evite ni niegue las complejidades de la vida, la loca conspiración de las fuerzas que están más allá de nosotros, los paralizantes fracasos y depresiones de la vida y la amenazante realidad de la enfermedad, el debilitamiento y la muerte. A veces, sólo podemos crecer descendiendo a ese temeroso infierno, donde, como Jesús, pasamos por una transformación al enfrentarnos al caos, al debilitamiento, a la oscuridad, a las fuerzas satánicas (cualesquiera que éstas puedan ser) y la muerte misma. En algunas culturas antiguas, esto se llamó “sentarse en las cenizas” o “ser un hijo de Saturno” (el arquetípico planeta de la depresión). Como cristianos, nosotros llamamos a esto “pasar por el misterio pascual”. Cualquiera que sea el nombre, todas las espiritualidades auténticas te invitarán, en algún momento de tu vida, a hacer un doloroso descenso al temible infierno del caos, la depresión, el fracaso, la insignificancia, la tiniebla, las fuerzas satánicas y la muerte misma.

La vida misma se revela más allá de nosotros y en el llano campo de la normalidad. Ninguno de éstos puede ser ignorado. De este modo, siempre necesitamos mantenernos y fijarnos, incluso mientras tendemos hacia arriba y a veces nos permitimos descender a la oscuridad.

Y aún hay tiempo de hacer todo esto. Como Rainer Marie Rilke escribió una vez:

Todavía no estás muerto. No es demasiado tarde
para abrir tus profundidades, zambulléndote en ellas;
y bebe en la vida
que allí se revela calladamente
”.

Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf)

lunes, 16 de julio de 2018

Mujeres en el sepulcro: una historia que es nuestra

"Jesucristo se revela a María Magdalena" Pintura: William Brassey Hole



Mujeres en el sepulcro: una historia que es nuestra, por Dolores Aleixandre

Los relatos evangélicos sobre las mujeres en el sepulcro en la mañana de Pascua se han convertido en estos últimos años en un poderoso foco de atención y en una fuente inspiradora.

Entre tantas maneras posibles de acceder a su comprensión, he elegido la de una lectura en clave antropológica, intentando que sea la corporalidad de las propias mujeres, tal como aparece en los textos, la que se convierta para nosotros en portadora de sentido.

Lo haremos a partir de un sencillo esquema bíblico que contempla al ser humano a partir de tres pares de órganos: corazón/ojos; boca/oídos; manos/pies como símbolos de su sentir y pensar, su decir y su hacer.

Y lo aplicaremos a estos textos:

Mt 27,57-61;
Mt 28,1-10;
Mc 15,42-47;
Mc 16,1-8;
Lc 24,1-11;
Lc 22-24;
Jn 20,1-2 y 11-18

Otra perspectiva adaptada va a ser la de tener como marco de referencia del AT el Cantar de los Cantares. Normalmente es en el encuentro de María Magdalena con Jesús donde se resaltan las coincidencias, pero creo que en el grupo de mujeres de que nos hablan los sinópticos, se dan también elementos típicos del Cantar: ausencia, búsqueda, encuentros, apresuramiento, llamadas, nombres, imperativos, abrazos, temor, gozo, perfumes...

Lo que importa no es determinar si los evangelistas "se inspiraron" en el Cantar, sino ser capaces nosotros de "aspirar" el aroma común que existe en ambos y captar cómo los atraviesa la misma dinámica de un amor, siempre herido por el deseo del encuentro y siempre desbordado por la experiencia de su gratuidad.

MUJERES QUE RECUERDAN Y MIRAN

El corazón hace referencia a la totalidad de la persona, a su centro original e íntimo, a lo que hay en ella de más interior y más total, a aquella dimensión profunda que orienta el deseo y la búsqueda:

"Yo dormía pero mi corazón estaba en vela (...) Me levanté y recorrí la ciudad por las calles y plazas buscando al amor de mi alma..." (Cant 5,2; 3,3).

Es ese apasionamiento el que se desborda en la gama de emociones que reflejan los textos:

"Buscáis a Jesús Nazareno, el crucificado..."(Mc 16,6)
"...llenas de miedo y gozo"(Mt 28,8)
"...quedaron espantadas (...), temblando y fuera de sí. Y de puro miedo, no dijeron nada a nadie (Mc 16,4.8)
"Estaban desconcertadas (...) y recordaron sus palabras..."(Lc 24,4.8)
"María estaba frente al sepulcro, fuera, llorando (...) Le dice Jesús: -Mujer, ¿por qué lloras?,¿a quién buscas? (...) Le dice Jesús:- ¡María! Ella se vuelve y le dice en hebreo: ¡Rabbuni! "(Jn 20.11.15-169)

Los ojos expresan hacia fuera todo ese mundo interior y lo conectan con la realidad; por eso la mirada de alguien es reveladora de lo que hay en ella de más profundo y auténtico.

"¿Habéis visto al amor de mi alma?"(Cant 3,2) pregunta la muchacha del Cantar, con la naturalidad con que el que ama da por supuesto que todas las miradas serán atraídas por el que se ha adueñado de la suya.

"María Magdalena y María de José observaban dónde lo colocaba" (Mc 15,42-47)
"Las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea fueron detrás para observar el sepulcro y cómo habían colocado el cadáver"(Lc 23,55)
"Alzaron la vista y observaron que estaba corrida la piedra"(Mc 16,4)
"Va María Magdalena al sepulcro y observa que la piedra está retirada del sepulcro"(Jn 20,1)
"...se inclinó hacia el sepulcro y ve dos ángeles vestidos de blanco" (Jn 20,11)
"...se vuelve y ve a Jesus de pie"(Jn 20,14)
"...vieron un joven vestido con un hábito blanco"(Mc 16,5)
"...quedaron espantadas, mirando al suelo" (Lc 24,5)
"Mirad el lugar donde lo habían puesto"(Mc 16,6)
"...irá por delante a Galilea; allí lo veréis" (Mt 28,7)
"...volvieron diciendo que habían tenido una visión de ángeles" (Lc 24,24)
"Llega María anunciando a los discípulos: He visto al Señor"(Jn 20,18)

A través de sus sentimientos y de su mirada descubrimos lo que "habita" la interioridad profunda de estas mujeres: aquello que buscan, recuerdan y miran está absolutamente polarizado en Jesús a quien llevan grabado "como un sello sobre su corazón, como un sello sobre su brazo" (Cant 8,6)

Su imagen, grabada en el cristalino de sus ojos, está para ellas presente en cualquier realidad. Estuvieron "mirando de lejos" al crucificado y han quedado fascinadas por él (cf Gal 3,1)

Su ausencia ha despertado en ellas el deseo y la búsqueda y ha integrado todos sus afectos: temor, desconcierto, gozo, llanto..., no tienen otro centro de atracción más que él. Si no hay en ellas esperanza de resurrección y van a ungir un cadáver, la intensidad de un amor "fuerte como la muerte" (Cant 8,6) va a conducirlas a la fe.

MUJERES QUE ESCUCHAN Y ANUNCIAN

La dimensión expresiva reside, ante todo, en la capacidad de escucha simbolizada por los oídos. "Oigo a mi amado que me llama..." (Cant 5,2)

Su otra vertiente, el decir, hablar, anunciar, contar... se atribuye a la boca, la lengua o los labios y la comunicación humana surge de la necesidad de revelar la propia intimidad, de compartir con otros lo que se piensa, se siente, se experimenta.

Por eso, aunque el Cantar celebra el amor de una pareja, la fuerza expansiva de ese amor introduce a otros muchos (las "muchachas de Jerusalén", los amigos del novio) en su celebración, como si necesitaran contar cada uno lo que admira y descubre del otro.

¿Qué oyeron las mujeres en aquella mañana del primer día de la semana? ¿Qué voces, qué palabras, qué llamadas, qué imperativos...?

"No temáis.. Acercaos...id corriendo a decir..." (Mt 28,7)
"¡Alegraos! No temáis; id a anunciar ..."(Mt 28,10)
"No os espantéis. Id a decir...(Mc 16,6-7)
"Recordad lo que os dijo..."(Lc,24,6)
"Ve a decir a mis hermanos..." (Jn 20,15)

¿Cuál fue su respuesta?

"...corrieron a anunciar a los discípulos"(Mt 28,8)
"...se volvieron del sepulcro y se lo anunciaron todo a los once y a todos los demás... (Lc 24,10)
"...unas mujeres de las nuestras (...) volvieron diciendo que él está vivo. También algunos de los nuestros fueron al sepulcro y lo encontraron como lo habían contado las mujeres..." (Lc 24,23-24)
"Llega María anunciando a los discípulos: He visto al Señor y me ha dicho ésto. (Jn 20,18)
"Lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos" (1 Jn 1,3)

Ellas anuncian lo que han visto y, sobre todo, lo que han escuchado. Acceden al conocimiento a través del oído, más receptivo y menos posesivo que la vista. María Magdalena "ve" a Jesús pero su mirada resulta insuficiente y sólo al escuchar su voz lo reconoce. Y es la fuerza de esa palabra acogida en la fe la que las empuja a contar, a comunicar, a hacer llegar a otros lo escuchado.

Hay un murmullo en los relatos, un "rumor de ángeles" que nace de las que ahora están encarnando a la "mensajera de buenas noticias" de Is 40,9 .

Como los pastores de Belén, "cuentan" lo que han visto y oído y van tejiendo una red de comunicación que vincula, por primera vez, al Resucitado con los suyos y desembocará también en la fe y en la alabanza. (cf Lc 2,19-20).

No importa que su anuncio cree sobresalto, que nos las crean y escuchen sus palabras "como un delirio" (Lc 24,11).

"Las aguas torrenciales no podrán apagar el amor ni anegarlo los ríos. Es centella de fuego, llamarada divina..."(Cant 8,7)

MUJERES QUE CORREN LLEVANDO PERFUMES

El hacer y el actuar humanos se expresan a través de las manos y también de los pies, que definen comportamientos, costumbres, "caminos".

"Mis manos destilan perfume de mirra"(Cant 5,5), podrían decir lo mismo que la novia del Cantar, las mujeres que se dirigían de madrugada al sepulcro. Pero, cuando en vez de un cadáver encuentran al Viviente, sus manos sueltan los perfumes para abrazar sus pies. (Mt 28,9; Jn 20,17)

"...compraron perfumes para ir a ungirlo." (Mc 16,1)
"...prepararon aromas y ungüentos(...) fueron al sepulcro llevando los perfumes preparados". (Lc 24,1)
"Ellas se acercaron, se abrazaron a sus pies y se postraron ante él
" (Mt 28,9)
"!Llévame contigo, correremos...!" (Cant 1,4)

Como María al encuentro de Isabel, como los pastores corriendo al pesebre, como Zaqueo bajando del árbol, como el padre al encuentro del hijo perdido, como los de Emaús volviendo a Jerusalén: cuando el corazón "está en ascuas", el ritmo vital se contagia de ese fuego y hace los pies ágiles y fácil la carrera:

"...id corriendo a anunciar...Ellas se alejaron deprisa del sepulcro y corrieron..." (Mt 28,7-8)
"Salieron huyendo del sepulcro...
"(Mc 16,8)
"...María Magdalena llega corriendo adonde estaban Simón Pedro y el otro discípulo..." (Jn 20,1-2)

Hasta el marco temporal refleja esa urgencia que nace del apasionamiento: todo sucede de madrugada, en ese momento en que también la luz está anticipándose al día:

"El primer día de la semana, muy temprano, llegan al sepulcro al salir el sol" (Mc 16,1)
"...al despuntar el alba del primer día de la semana"(Mt 28,1)
"El primer día de la semana, de madrugada..."(Lc,24,1)
"...yendo de madrugada al sepulcro"(Lc 24,24)
"El primer día de la semana, muy temprano, todavía a oscuras..." (Jn 20,1)

Estamos en clima de vigilia pascual y no es tiempo de dormir sino de velar en medio de la oscuridad de la noche. Los perfumes son las lámparas encendidas que iluminan su espera (cf Mt 25,7), y por eso hay preparativos, impaciencia, urgencia de adelantarse al amanecer.

Es la primera mañana de la nueva creación y las tinieblas del caos primitivo están a punto de dejar paso al resplandor del lucero de la mañana. (2Pe 1,19)

¡QUEREMOS BUSCARLE CON VOSOTRAS! (Cf Cant 6,1)

¿Cómo buscar nosotros al Resucitado con Magdalena, María, Salomé, las otras...? ¿Cómo hacer de su historia "nuestra historia"?

Vamos a tratar de aprender sabiduría de estas mujeres a las que, con lenguaje del AT, podemos llamar hayil, "mujeres de recursos", lo mismo que Rut (3,11) y que la mujer ensalzada en el libro de los Proverbios (Pr 31,10) y reconocer en ellas su capacidad de afrontar los acontecimientos con sabiduría y audacia.

La realidad que se describe en los relatos como precediendo a la Pascua tiene el nombre dramático de muerte, fracaso, decepción de todas las expectativas. Todos los discípulos, tanto hombres como mujeres, pensaron a lo largo de todo aquel sábado que sólo les quedaba un cadáver en un sepulcro.

Las palabras desalentadas de los de Emáus "Nosotros esperábamos... pero..." reflejan una situación de pérdida de esperanza que quizá es también la nuestra en un tiempo en el que hablamos de ausencia de Dios, de exceso de dolor, de tumbas vacías de esperanza. También nosotros podemos sentirnos como si siguiéramos aún en el anochecer del viernes, volviendo con ánimo abatido de enterrar en el sepulcro proyectos, ilusiones y promesas.

También nosotros podemos reaccionar: "llorando y hacer duelo" (Mc 16,10) "cerrando las puertas por miedo..." (Jn 20,19), La piedra es demasiado grande para nuestras fuerzas, el orden internacional demasiado injusto, la violencia demasiado arraigada, la presencia creyente irrelevante, la Iglesia demasiado temerosa...

Por eso la tentación puede ser "prolongar el sábado", refugiarnos en una espiritualidad evadida, permanecer en una parálisis inerte. O tomar caminos de vuelta a Emaús que alejan de los sepulcros y de los crucificados y tratan de escapar no sólo de su dolor sino también de su memoria.

Pero hay en la mañana del "primer día de la semana" un camino alternativo: el de quienes, entonces y ahora, echan a andar "todavía a oscuras" y se acercan a los lugares de muerte para intentar arrebatarle a la muerte algo de su victoria. Como intentaban borrar algo de su rastro aquellas mujeres a fuerza de perfumes.

Saben que no pueden mover la piedra pero eso no les detiene. Son conscientes de la fragilidad y la desproporción de lo que llevan entre las manos, pero esa lucidez no apaga el incendio de su compasión ni hace su amor menos obstinado.

Quizá no viven todo eso desde la plenitud de la fe, ni le ponen el nombre de esperanza a sus pasos vacilantes en la noche. Pero hacen ese camino abiertos al asombro, apoyados en el recuerdo de palabras que prometen vida, dispuestos a dejarse sorprender por una presencia oscuramente presentida.

Los evangelios de Pascua "están de su parte". Se lo dicen, nos lo dicen a todos, esas mujeres que irrumpen de nuevo en nuestros cenáculos anunciando: "¡Hemos visto al Señor!".

De ellas recibimos la buena noticia: el Viviente sale siempre al encuentro de los que le buscan, los inunda con su alegría, los envía a consolar a su pueblo, los invita a una nueva relación de hermanos y de hijos.

El va siempre delante de nosotros, palabra de mujeres.

Dolores Aleixandre RSCJ