Una ayuda simbólica importante a la autorregulación psicológica consiste en tener un espacio personal sin contaminación alguna. No importa si se trata de un jardín o de un diminuto rincón de la habitación, se trata de cultivar un espacio donde aquello que entra y sale pueda estar calibrado por uno, sin intromisiones ni interferencias. En dicho espacio pueden tenerse instrumentos musicales, objetos religiosos o cualquier otro tipo de elemento que por sus resonancias desprenda en nosotros una sensación de arraigo y seguridad. Aunque quizás sea difícil evitar la intrusión de sonidos externos, podemos enriquecer este espacio creando nuestro propio ambiente sonoro con aquella música que despierte lo más sutil en nosotros. En ese espacio somos libres de recrear nuestro pequeño shangri la, labrando allí nuestra disponibilidad como práctica de vaciamiento de la mente, al decir de François Jullien. Con su cuidado, un espacio de estas características puede convertirse, por dicha senda, en una usina creativa donde acontezcan las novedades, toda vez que “cualquier novedad debe encontrarnos siempre enteramente disponibles” (André Gide). Crear un espacio de este tipo donde sea que vayamos y poder mantenernos allí en soledad es una contribución excelente a la salud integral.
¿Cómo definir a un personaje tan variopinto y colorido como Terence Mckenna? Escritor, psiconauta, orador, etnobotánico, historiador de arte; Mckenna es, por excelencia, el máximo ícono de la contracultura desde los años 90´.
Famoso, incluso entre aquellos que desconocen gran parte de su vida y obra, por su conocida teoría del "mono dopado"; McKenna formuló una hipótesis según la cual la ingesta del hongo psicodélico psilocybe cubensis fue uno de los principales factores transformadores y un catalítico en la evolución inicial de la conciencia en el Homo sapiens.
Timothy Leary, profeta del hippismo lisérgico en los años 60´ (ver *Timothy Leary en Millbrook, en esta misma serie), lo llamaba, con ese dejo de egolatría cariñosa tan característico en él, "el verdadero Tim Leary". Y es que despúes del psicólogo outsider eyectado de Harvard, ninguna voz cobró tanta notoriedad como la suya en defensa de las propiedades visionarias, religiosas y saludables de las sustancias enteogénicas.
Terence Mckenna junto a su hermano Denis, dos adalides de la cultura enteógenica
En 1967, en un viaje a Jerusalén al poco tiempo de descubrir el universo chamánico, Mckenna conoció a Kathleen Harrison, con quien lo unió una profunda sintonía intelectual, y que diez años más tarde se terminaría convirtiendo en su esposa y madre de sus dos hijos.
Junto a ella, fundó en 1985, Botanical Dimensions, una reserva etnobotánica sin ánimo de lucro ubicada en Hawaii, y dedicada a "recoger, proteger, propagar y comprender plantas con relevancia etno-medicinal y su folclore y a apreciar, estudiar y educar a otros sobre las plantas y los hongos considerados como relevantes para la integridad cultural y el bienestar espiritual". El jardín botánico, de 7,7 hectáreas, es un depósito que contiene miles de plantas utilizadas por pueblos indígenas de las regiones tropicales, e incluye una base de datos con información relativa a las propiedades curativas que se les atribuyen.
Botanical Dimensions
Mckenna en Botanical Dimensions, 1988 (audio en alemán)
McKenna defendía la libre exploración de estados de conciencia alterados por medio de la ingesta de sustancia psicodélicas naturales. No obstante, su entusiasmo por las drogas sintéticas no era similar. Como lo manifestó en una ocasión: "Creo que las drogas deberían proceder del mundo natural y su uso debería estar verificado por culturas de orientación chamanista... no se pueden predecir los efectos a largo plazo de una droga producida en un laboratorio." Así y todo, siempre enfatizó, lo que a su criterio, era el uso responsable de las plantas psicodélicas: "Los que experimenten deberían tener mucho cuidado: hay que estar preparado para la experiencia; se trata de extrañas dimensiones de un extraordinario poder y belleza. No hay reglas fijas para evitar sentirse desbordado, salvo actuar con prudencia, reflexionar mucho, y siempre intentar vincular las experiencias con la historia de la raza y con los logros filosóficos y religiosos de la especie. Todos los compuestos son potencialmente peligrosos, y todos los compuestos, en suficiente dosis o [tomados] repetidamente, conllevan riesgos. El primer lugar al que acudo cuando me planteo tomar un nuevo compuesto es la biblioteca".
Arriba: alrededores de Botanical Dimensions. Abajo: Frutos de palma
Kathleen Harrison, ex esposa de Mckenna y actual presidenta de Botanical Dimensions
Su etapa en Botanical Dimensions fue inspiradora y sumamente productiva, sentando las bases para el desarrollo de muchas ideas y posteriores iniciativas de trabajo. Sin embargo, y como diría la canción "Presente", de Vox Dei: "todo tiene un final, todo termina". McKenna estuvo comprometido allí hasta que en 1992 se retiró del proyecto, tras divorciarse de su mujer ese mismo año. Hoy, Kathleen sigue dirigiendo Botanical Dimensions como presidenta y directora de proyectos. Después de su divorcio, McKenna se mudó definitivamente a Hawai, donde construyó una casa modernista y creó un banco de genes de plantas exóticas cerca de su residencia. Anteriormente había repartido su tiempo entre Hawai y Occidental (California).
Su corto paso por esta vida (murió apenas a los 53 años), fue increíblemente rico tanto en su producción teórica como en su práctica. Mckenna fue un outsider a los ojos de la ortodoxia académica, y nunca dejó de expresar lo que el curso de su pensamiento le dictaba, aún cuando sus ideas y planteos fueran, muchas veces, considerados cuasi delirantes por el establishment. Chamán neo-psicodélico, ideólogo de visiones extraplanetarias, Mckenna plantó semillas de búsqueda fértil a las puertas del nuevo milenio, al que apenas llegó a acariciar con su existencia física. Así y todo, su inspiración late con fuerza y sigue respirando transgresión creativa, estimulando a todo aquel que se atreva a desafiar los límites de su época.
Nota final del autor del blog: Con Terence Mckenna en Botanical Dimensions terminamos este breve viaje por los diez Shangri-La de una serie de figuras del arte, la cultura, el pensamiento y el desarrollo consciente, profundamente significativas para quien escribe. Consciente de que toda selección es siempre parcial, inacabada y subjetiva, me sentiré más que conforme si alguno de los nombres elegidos para armar esta lista, hacen eco en quien con espíritu afín, comparta igual admiración. Sin dejar de puntualizar en el hecho de que cada uno de nosotros, sea cual sea la actividad que desarrollemos, podemos (¡y que necesario sería!) descubrir y cultivar nuestro propio Shangri-La personal, ese espacio de plenitud creativa y espiritual que posibilite el mejor desarrollo de nuestra potencialidad consciente, en dirección a convertirnos en aquello que buscamos como meta y destino.
Monje trapense, escritor y poeta religioso. Simpatizante del movimiento pacifista, del movimiento de los derechos civiles y del renacimiento litúrgico, cultivó una actitud abierta y receptiva frente a otras experiencias religiosas. Sus escritos son un valioso testimonio espiritual para estos tiempos, cada día más necesarios. Hablamos de Thomas Merton, un místico de la vida cotidiana en el siglo xx.
En su libro "Diario de un ermitaño", Merton relató el proceso de preparación que lo llevó a abandonar el cargo de Maestro de Novicios que venía desarrollando, para irse a vivir a una ermita que se había construido en terrenos del monasterio, en Kentucky. Allí se sentía en el borde del cielo, aunque no era una vida exenta de dificultades. Disponía de una cama, su vieja mesa de escritorio, un taburete, tres íconos, y un pequeño crucifijo hecho por Ernesto Cardenal. Le había escrito a Juan XXIII contándole de su proyecto de monasterio donde intelectuales de todo el mundo, de diversidad de confesiones religiosas, pudieran acudir para retiros, y logró el permiso para construir una casa de campo en un pequeño terreno a una milla del monasterio, que llamó Ermita de Santa María del Carmelo. Tanscurría el año 1960, pero debido a su intensa actividad en ese momento, sólo podía estar allí un par de horas al día, algo que era vivido por él como "un llegar a casa despúes del vagabundeo y búsqueda por el mundo". Recién en agosto de 1965, empezó a vivir allí todo el día, incluso permaneciendo por las noches para dormir.
Despúes de tanto perseguir la vida ermitaña, al principio, la experiencia, no era fácil. Durante los primeros meses, lejos de estar asentado, experimentaba soledad y aislamiento. Estos sentimientos eran reflejados en su diario: "Empiezo a experimentar el significado de la soledad real; la mayor parte del día no hablo con nadie y estoy empezando a sentir la levedad, la extrañeza, el desamparo de estar realmente solo, sin embargo me siento unido a mis hermanos, y sé que están rezando por mí; en un sentido muy auténtico y solitario, mi venida a la ermita ha sido una vuelta al mundo, no a las ciudades sino al contacto directo y humilde con el mundo de Dios y su creación, el mundo de la gente pobre que trabaja; cada día veo más claramente la fecundidad de esta vida aquí, con sus luchas, sus largas horas de silencio, de sol, de bosques, de presencia de una gracia y una ayuda invisibles; es una vida creativa y humillante, vida de búsqueda y obediencia, sencilla, directa que requiere fortaleza, que yo no tengo pero que me es dada; siento la necesidad de la vida en común, y ayer noche tuve conciencia de la necesidad que los ángeles y los santos me acompañen en mi soledad".
Merton, el ermitaño
Pero un tiempo despúes, contemplando un día de lluvia en la ermita, escribía: "Déjenme decir esto antes de que la lluvia se vuelva un servicio público que ellos puedan planificar y distribuir por dinero. Con "ellos" me refiero a los incapaces de entender que la lluvia es un festival, gente que no aprecia su gratuidad, pensando que lo que no tiene precio carece de valor y que lo que no puede venderse no es real, de tal modo que para que algo sea verdadero resulta preciso colocarlo en el mercado. Vendrá un tiempo en el cual te venderán hasta tu propia lluvia. Por el momento es gratis todavía, y estoy en ella. Celebro su gratuidad, y su carencia de significado. Esta lluvia en la cual estoy no es como la lluvia de las ciudades. Llena los bosques con un sonido inmenso y perplejo, Cubre el techo plano de la cabaña y su galería con ritmos persistentes y regulados. Y la escucho, porque me recuerda una y otra vez que todo el mundo anda en base a ritmos que aún no han aprendido a reconocer, ritmos que no son los de una maquinaria. Anoche subí aquí desde el monasterio, chapaleando por el maizal, dije Vísperas, y para cenar puse algo de avena en la lámpara Coleman. Hirvió hasta desbordarse mientras yo escuchaba la lluvia y tostaba un pedazo de pan en el fuego de leña. La noche se volvió muy oscura. La lluvia rodeó toda la cabaña con su mito inmensamente virginal, un mundo entero de significado, de secreto, de silencio, de rumor. Piénsenlo: ¡Todo ese discurso chorreante, no vendiendo nada, no juzgando a nadie, empapando la espesa alfombra de hojas muertas, remojando los árboles, llenando de agua las zanjas y quebradas del bosque, lavando esas laderas que el hombre ha desnudado! ¡Qué gran cosa es sentarse absolutamente solo, en el bosque, de noche, mimado por este idioma maravilloso, ininteligible e inocente hasta la perfección, la lengua más alentadora del mundo una charla que la lluvia establece encima de los cerros y la conversación de los arroyos en todas las cañadas! Nadie la inició, nadie va a detenerla. Esta lluvia continuará hablando todo lo que quiera. Mientras lo haga, seguiré escuchándola. Pero también voy a dormir, pues aquí en este descampado he aprendido cómo dormir de nuevo. Aquí no soy un forastero. Conozco los árboles, conozco la noche, conozco la lluvia. Cierro los ojos e instantáneamente me hundo en todo un mundo lluvioso del cual soy parte, y el mundo prosigue conmigo en él, ya que no le resulto extraño. Soy extraño a la barahúnda de las ciudades, de las muchedumbres, a la avaricia de una maquinaria que no duerme, al zumbido del poder que devora la noche. Me resulta imposible dormir donde se menosprecia la lluvia, la luz solar y la tiniebla. No confío en nada que haya sido manufacturado para sustituir el clima del bosque o praderas. No puedo confiar en sitios donde el aire es primero descompuesto y luego depurado, donde primero envenenan el agua y después la purifican con otros venenos. No existe en el mundo de los edificios nada que no sea fabricado, y si por equivocación un árbol se mete en las casas de departamentos, se le enseña a crecer químicamente. Se le da una razón precisa para existir. Le cuelgan un cartel que dice: por la salud, la belleza, la perspectiva. que es por la paz, la prosperidad; que fue plantado por la hija del intendente. Todo esto es mistificación. La mismísima ciudad vive su propio mito. En vez de despertar y existir silenciosamente, la gente de la ciudad prefiere un sueño caprichoso y fabricado; a ellos no les importa ser parte de la noche, o ser meramente del mundo. Han edificado un mundo, contra el mundo, un mundo de ficciones mecánicas que desprecia la naturaleza y sólo busca sacar provecho de ella, impidiendo así que ella y el hombre se renueven(...)"
Merton se levantaba a las 2:30 am para los oficios de la mañana, a lo que seguía una hora de meditación y lectura de la Biblia; hacía un ligero desayuno de té o café, algo de fruta o miel, leía mientras comía y estudiaba hasta la salida del sol; oraba de nuevo y hacía algo de trabajo manual, limpiaba la ermita y cortaba leña; hacia las nueve de la mañana rezaba unos salmos, y despúes escribía cartas hasta la hora de ir al monasterio para decir misa, seguida de la comida caliente; tras ello volvía a la ermita y continuaba leyendo y rezando el oficio hasta la hora de la meditación, despúes escribía aproximadamente una hora y media; alrededor de las cuatro rezaba otro oficio y cenaba un té o una sopa y un bocadillo; hacía otra meditación, y se iba a dormir alrededor de las 19.30hs.
Monjes trapenses y budistas de vista en la ermita de Thomas Merton
Muchos visitantes, budistas, vietnamitas, monjes hindúes, profesores de religión, poetas, filósofos frances, y artistas visitaron la ermita; y el mismo Thomas Merton pudo viajar a Nueva York para encontrarse con el famoso maestro divulgador del budismo zen D.T.Suzuki, cuando este ya tenía noventa y cuatro años. Merton se acercó sincera y profundamente a la espiritualidad zen, escribiendo varios ensayos sobre las virtudes de dicha senda, entre ellos uno de enorme vuelo poético, "El zen y los pájaros del deseo". También entablaría una cálida relación con el Dalai Lama.
En 1968, estando en Bangkok con motivo de una reunión de abades cistercienses de Asia, la muerte lo sorprendió, por accidente, poniendo punto final a un itinerario existencial que estuvo marcado por una búsqueda incansable de verdad y de plenitud. Su cuerpo fue devuelto a Getsemaní, donde permanece enterrado. Su legado, en cambio, brilla desde entonces inmortal en todas partes. Él, que como místico contemplativo y al mismo tiempo atento a la realidad de su época, encarnó una espiritualidad ecuménica y de profunda hondura social. Merton vio la luz en su retiro ermitaño y la compartió con el mundo, a la espera de que alguien, interpelado por su mensaje, se deje envolver por su suave brillo, y la siga con su misma alegría.
Bibliografía consultada:
- Thomas Merton: el hombre y su vida interior. De Elvira Rodenas Ciller
- Diario de un ermitaño. De Thomas Merton
- La montaña de los siete círculos. De Thomas Merton
Lentamente, nos vamos aproximando al final de nuestro recorrido por los Shangri-La de ciertos personajes profundamente inspiradores para el espíritu de este blog.
Hoy nos vamos a asomar al espacio sagrado de una figura tan compleja y polémica como de alto vuelo, sin adentrarnos demasiado en sus zonas grises, sino centrándonos en aquello que es el eje rector en el cual se viene desenvolviendo esta serie de breves escritos.
Todtnauberg es el nombre tanto de una población cercana a Friburgo de Brisgovia, en Alemania, así como de una elevación próxima (de ahí su nombre) situadas en la Selva Negra del sur de aquel país.
Es conocida porque en dicha población tenía una cabaña el para algunos extraordinario, y para otros algo oscuro, filósofo alemán Martin Heidegger, pope del existencialismo, y autor de uno de los libros clave de la filosofía del siglo XX: "El Ser y Tiempo", que concibió en este mítico lugar.
Heidegger se mudó a esta cabaña construida para él en el verano de 1922. Fue él mismo quien llamó a este edificio, de aproximadamente 6 x 7 m en planta, die Hütte (la cabaña), forjando una relación sumamente intensa con el lugar.
Arriba: alrededores de la cabaña. Abajo: die Hütte, el Shangri-La de Heidegger
Heidegger pensó y escribió en la cabaña a lo largo de cinco décadas, muchas veces solo, reclamando una intimidad emocional e intelectual con el lugar, sus alrededores y con el paso de las estaciones. Para Heidegger, Todtnauberg fue mucho más que un lugar físico. En 1934 hablaba de entender su obra filosófica como parte de las montañas y de que el trabajo le encontraba a él junto con el paisaje. Se concebía a sí mismo como un escritor sensible, defensor de la vida rural, sugiriendo que la filosofía transmutaba el paisaje en palabras a través de él, casi sin intermediarios. El filósofo aseguraba que había un sustento conmovedor en el clima cambiante de la localidad, el sentido de interioridad del edificio, la lejana vista de los Alpes y la primavera. Atribuía una 'ley oculta' a la filosofía de las montañas. Mientras que algunos han encontrado un valor en el provincialismo de Heidegger, otros encuentran penosa su abdicación de la acción y su tendencia al romanticismo, determinante en sus simpatías políticas.
La cabaña cobró cierta repercusión durante la estadía del poeta Paul Celan. Repercusión que estuvo dada, hay que decirlo, por la vinculación de Heidegger con el partido Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (al cual se había afiliado en mayo de 1932) y el hecho de que los padres de Celan hubieran muerto en un campo de concentración nazi. Luego de su visita, Celan escribiría su célebre poema "Todtnauberg" en el que contaría su desilusión por no escuchar una sola palabra de autocrítica por parte de Heidegger respecto a su pasado nazi. Sobre dicho encuentro, la periodista argentina Tamara Kamenszain escribiría: "La génesis de este poema es una anotación en un libro de visitas. «En el libro de la cabaña, los ojos hacia la estrella del pozo con, en el corazón, la esperanza de una palabra que llegaría», había escrito Paul Celan el 25 julio de 1967 cuando visitó a Martin Heidegger en su cabaña de Todtnauberg, en plena Selva Negra. La correspondencia del poeta con su mujer aporta otros datos: ese día hubo un paseo en auto donde Celan hizo alusión al peligro de un rebrote nazi y a la conveniencia de que Heidegger se expidiera públicamente al respecto. Como única respuesta recibió un largo silencio. En ese silencio pantanoso floreció «Todtnauberg» que, como todos los poemas de Celan, está más cerca del mutismo que de las palabras. Entrecortando adrede los encabalgamientos, suspendiéndolos en los intersticios de un relato, el poeta logra que el sentido siempre quede a la espera de ser completado por la palabra de otro. Según el filósofo francés Lacoue-Labarthe, en «Todtnauberg» la palabra esperada es `perdón'. Un perdón que Heidegger le debía, ante tanta sospecha de colaboracionismo, al poeta judío. Pero para otro pensador francés, Alain Badiou, el silencio de Heidegger es coherente con su «fetichización filosófica del poema». Esto quiere decir que en la filosofía heideggeriana la poesía aparece como una instancia privilegiada capaz de dar respuesta a todo. De esta manera, y ante la pregunta de un poeta, el filósofo no podría hacer otra cosa que reenviarlo a la soledad del poema, o lo que es lo mismo, condenarlo al solipsismo. Sin embargo, la poesía de Celan se resiste. No es el hombre cuyos padres murieron en un campo de concentración el que pide una palabra esperanzadora que lo repare. Es esa obra monumental que renovó hasta las raíces el maltratado idioma alemán la que exige ser aclarada en el marco de una interlocución. Claridad que no supone una explicación sino una responsabilidad compartida. El peso de ese sujeto poético clausurado que, en espejo, estaba obligado a dar cuenta de todo, queda, en la poesía de Celan, alivianado. Sólo una subjetividad abierta, deshilachada, incompleta, puede encontrarse en un libro de visitas ese tipo de libro que está siempre abierto a la palabra de los demás con la posibilidad del poema. «¿El nombre de quién estaba anotado/ antes del mío?» es una pregunta que incluye a los demás. Esta vez la filosofía no iba a recibir de la poesía una revelación tranquilizadora sino una exigencia: mantenerse «a la escucha». Exigencia que, como hijo del silencio, el poema «Todtnauberg» parece estar demandándonos a todos.
Hermann Heidegger, hijo de Martin, habla sobre la relación de su padre con la cabaña
En un letrero turístico que hoy puede descubrirse cerca del lugar se ha incluido el siguiente texto: '¿Por qué la cabaña no es un museo? Martin Heidegger tiene dos hijos, 14 nietos y, desde el 2002, 21 biznietos. La cabaña sigue siendo una propiedad de la familia Heidegger, que la utiliza a título privado. No se permiten visitas. Respeten, por favor, la privacidad de la familia.'
Con sus luces y sus sombras, Heidegger es un pensador imposible de ignorar si se pretende volver a centrar a la filosofía en la pregunta por el ser. La meta hacia la que dirigió su preguntar fue la de mostrar que el tiempo es el horizonte trascendental de la pregunta por el ser: mostrar que el tiempo pertenece al sentido del ser. En la analítica existencial que creyó necesario realizar para llevar a cabo su propósito, conceptualizó el Dasein (el "ser-ahí"), llevando hasta sus últimas consecuencias el principio fenomenológico de "volver a las cosas mismas". Die Hütte fue una compañera inseparable en el desarrollo de sus cavilaciones. Lugar de meditación y remanso, continente sentimental de sus teorías y de su individual retorno a las esencias, de su viaje personal al corazón del Dasein propio.
Bibliografía consultada:
-La cabaña de Heidegger, de Adam Sharr
-Ser y Tiempo, de Martin Heidegger
- Paul Celan and Martin Heidegger: An Unresolved Conversation, de James Lyon
Laurel Canyon es un barrio singular. Situado sobre unas colinas a las afueras de la ciudad californiana de Los Ángeles, en dicho enclave muchos ubican el origen del movimiento hippie en los años 60. En aquella época, un gran número de artistas y músicos de renombre que navegaban política y artísticamente a contracorriente, se asentaban allí huyendo del bullicio en el que se habían convertido las calles de Hollywood y las controversias asociadas al conflicto de la guerra de Vietnam. Era un lugar ideal para dar rienda suelta a la expresividad creativa. De aquel éxodo surgieron grupos musicales tales como The Doors, Buffalo Springfield, The Mamas and the Papas, o los Byrth así como solistas de la talla de Jackson Brown, Carol King, Graham Nash y Joni Michell. El lugar, por inercia, se convirtió en el epicentro cultural de la época y marcaría la tendencia musical de los años 60 y 70, por el que grupos emblemáticos como The Beatles, Rolling Stones, o el mismísimo Jimi Hendrix, no dudaron en dejarse ver. Era, naturalmente, el lugar elegido por muchas estrellas de cine famosas y en ascenso, entre ellas David Carradine, que había alcanzado la fama por su papel como Kwai Chang Caine en la mítica serie de televisión Kung Fu.
Ingreso a la casa de David Carradine en Laurel Canyon
David Carradine junto a su entonces pareja Barbara Hershey, una fotografía de la revista Rolling Stone
Entre 1969 y 1975, David Carradine, convivió junto a la actriz Barbara Hershey, con quien además tuvo un hijo, en las montañas de Laurel Canyon. El lugar era considerado de culto para legiones de actores que además coqueteaban con la contracultura hippie. Quienes visitaban la casa, decían sentirse inmersos en una cápsula del tiempo. Botellas de tequilla, marihuana, instrumentos musicales, y libros de filosofía oriental adornaban el lugar.
Escalinatas en dirección a la casa de David Carradine
Pese a provenir de una familia de actores y a ser conocido internacionalmente por ese rol, Carradine tenía diversidad de intereses. Practicante y difusor de las artes marciales de Oriente, escritor, poeta y psiconauta; también cultivaba la música, al punto que llegó a participar de distintas bandas improvisadas para la ocasión. No obstante, y para el gran público, nunca logró superar su encasillamiento en el rol del sacerdote chino-norteamericano Kwai Chang Caine. Recién hacia finales de su vida (falleció en el año 2009, en el marco de un probable juego erótico fallido) volvió a recuperar cierta centralidad con su papel de Bill, en el clásico de culto de Quentin Tarantino, Kill Bill.
Casa de David Carradine
Haciendo música, otra de sus pasiones
Laurel Canyon fue un lugar de inspiración creativa, y está indisolublemente ligado a la que para muchos, es la etapa dorada en la obra artística de Carradine, aquella que nos legó un personaje magnífico, y que contribuyó enormemente a popularizar las filosofías y las disciplinas orientales en esta parte del Globo. Un hombre que vivió como quiso, siguiendo su Tao, animándose a explorar territorios intransitados, sin preocuparse en demasía por si lo hacía bien o mal, y en conformidad el gusto estético dictado por el establisment. Personalmente, me declaro un carradiano confeso. Entendió, como pocos, que el arte es, ante todo, la vida misma, y nunca temió hacer aquello que disfrutaba y que le dictaba su corazón, aún si se topaba, en el camino, con el menosprecio de ciertos sectores del ambiente artístico y cultural. Hippie, taoísta y leyenda en la subcultura Barefoot, el espíritu de David Carradine gozará, siempre, de buena salud.
Promediando la década del 60´, Timothy Leary y Richard Alpert, dos jóvenes psicólogos que ya habían sido expulsados de la Universidad de Harvard por sus revolucionarios experimentos con LSD, habían establecido juntos la Fundación Internacional para la Libertad Interna (IFIF), luego de abandonar Zihuatanejo, México, donde llegaron a establecer un centro de formación para los interesados en el sendero psiconáutico. Volvieron a Nueva York y comenzaron a buscar una base alternativa en algún lugar del país. La respuesta a su búsqueda llegó en la forma de una mansión de sesenta y cuatro habitaciones en una finca amurallada de dos mil acres, situada a dos horas de distancia de la ciudad. La alquilaron al joven millonario Billy Hitchcock, por una renta de aproximadamente U$ 500 al mes.
La mansión estaba vacía cuando ellos y su pequeña comunidad llegaron, pero era el lugar ideal para asentarse; aislada y espaciosa, no dejaba de exhibir cierto encanto anticuado. Había sido construida en la década de 1890 con las especificaciones arquitectónicas más extrañas del magnate de la lámpara de gas de origen alemán, Charles F. Dieterich, quien bautizó el lugar como "Daheim". Millbrook era en sí misma una obra de arte.
Leary, profeta de la contracultura, junto a miembros de su comunidad
Millbrook fue construida al estilo de un chalet de Baviera y tenía una pequeña terraza desde la que era accesible la entrada a la azotea. También había una casa casa de campo en la entrada de la finca, en la que el famoso trompetista canadiense Maynard Ferguson, y su bella esposa Flo, vivían con sus hijos.
En Flashbacks, su libro de memorias, Leary describiría a la mansión como un "lugar mágico, rodeado de césped elegantes, establos y un chalet de dos pisos adornado ".
Si bien Leary buscaba publicidad luego de su salida de Harvard, era muy serio en su trabajo. Los experimentos con LSD que se realizaban allí eran un asunto solemne, muy ritualístico, acompañados de acalorados debates entre los participantes y de meditaciones acerca de la vida mística, la espiritualidad oriental, y la experiencia visionaria.
Sin embargo, no todo eran acuerdos entre los espíritus creativos que predicaban los favores provenientes del ácido. Mientras que para Leary y Alpert el LSD era el transportador psíquico de un viaje hacia el espacio interior, y, en consecuencia, debía ser tratado con suma reverencia; para otros, era una droga recreativa, que fomentaba la amistad y el espíritu de comunidad social y que en última instancia, posibilitaba la mejor manera de arruinarse.
Hacia el verano de 1965 la vida en Millbrook fue evolucionando desde ser una comunidad académica tranquila a convertirse en un complejo donde jóvenes deseosos de nuevas experiencias llegaban para alimentar su sed de diversión "espiritual". Cuando comenzaron los rumores de que el ácido y el sexo se estaban disfrutando con la misma despreocupación en la finca de Hitchcock, los padres de aquellos jóvenes emprendieron una campaña para expulsar a Leary de su refugio sagrado.
Ken Kesey (el cuarto desde la izquierda) de visita en Millbrook
En los primeros años de actividad profética en la vida de Leary, la importancia que jugaba Millbrook era fundamental. Lugar de encuentro para artistas psicodélicos, espacio para la meditación, refugio de exploradores psiconáuticos, centro de estudios psicológicos y escenario para decenas de happenings. Millbrook fue también la sede de la Fundación Castalia, llamada así en honor a la colonia de intelectuales del libro Das Glasperlenspiel (El juego de los abalorios), la última y para muchos la mejor novela del escritor alemán Hermann Hesse (a quien Leary admiraba), y cuya historia se desarrolla en la provincia alpina de Kastalien alrededor del año 2400. En este futuro utópico emocionalmente frío, aislado de la masa de la población, la élite monástica Castalia exhibía su vuelo intelectual a través del juego ritual que abarcaba la totalidad del conocimiento humano.
Timothy Leary junto al psicólogo y explorar psicodélico Ralp Metzner en la entrada a Millbrook
El Profeta psicodélico junto a su caballo blanco
Libro que narra la historia de la Comunidad y los inicios de la era psicodélica contemporánea
"La Comuna Millbrook" - Fragmento de un documental en torno a la historia del LSD
En septiembre de 1966, Timothy Leary fundó La Liga para el Descubrimiento Espiritual, una religión que declaraba al LSD como su santo sacramento, un esfuerzo por obtener el status legal para el uso de LSD y otros psicodélicos como elementos constitutivos de la religión. Sin embargo, apenas un mes despúes, el LSD sería declarado ilegal y todos los programas científicos de investigación quedaron en suspenso.
En enero de 1967, Leary pronunció un discurso ante la Human Be-In, un grupo de 30.000 hippies en Golden Gate Park,San Francisco, donde pronunciaría su mítica frase “Turn on, tune in, drop out”. Esta frase se le ocurrió a Leary mientras se duchaba, un día después de que Marshall McLuhan le sugiriera “algo breve y rápido” para promover los beneficios del LSD.
No obstante, y pese a la actividad frenética que Leary desarrollaba, Millbrook tenía los días contados. Comenzadas las redadas del FBI, desatadas las persecuciones, el proyecto comunal finalmente terminó naufragando. Era el año 1967.
La historia y los periplos del polémico, aunque brillante profeta psicodélico, apenas comenzaban. Mientras que Millbrook, en tanto símbolo del sueño doradode la expansión consciente, quedaría inmortalizada para siempre, retazos de una época en la cual la búsqueda era la del encuentro cara a cara con la Divinidad.
Periódico de la época reportando los acosos policiales a la Comunidad deMillbrook
En 1970, y motivado por la idea de llevar una vida más privada y no sufrir el acoso desencadenado por la beatlemanía, George Harrison, el beatle místico, compró Friar Park, acompañado de su por entonces esposa Pattie Boyd. La mansión neogótica está situada en Paradise Road, en las afueras de Henley-On-Thames, ciudad de Oxfordshire bañada por el río Támesis. Una de las cosas que más lo atraían inicialmente a George era la arquitectura del lugar: "Mi abuelo paterno, a quien nunca llegué a conocer, era albañil. Construyó muchas de las casas de estilo eduardiano de Princes Road, en Liverpool. Allí todo eran médicos y otros profesionales. En aquellos días sí que sabían cómo construir...excelente albañilería, ladrillos y buena madera. Quizás mi interés por la arquitectura venga de mi abuelo. Me gusta ver edificios bonitos, ya sea una casa de campo con el tejado de paja, ya sea la estación de St. Pancras".
La historia de este gigante señorial se remonta, por lo menos, hasta 1899. En aquella fecha, Sir Frank Crisp, juez de paz, había comprado la mansión a un reverendo, con el fin de demolerla casi por completo y levantarla nuevamente en forma de una monumental mansión gótica. Su "locura victoriana" incluía túneles subterráneos, pasajes ocultos, grutas e inclusive un arroyo fluyendo bajo sus cimientos.
Sir Frank Crisp, juez y jardinero
Arriba: mapa antiguo de Friar Park. Abajo: detalle de los bosques del mapa
A la muerte de Crisp, en 1919, la mansión pasó a las manos de unas monjas de la Pía Sociedad de San Francisco de Sales, donde albergaron un colegio local, The Sacred Heart School. Sin embargo, a finales de la década del 60´ cuando George comenzó a considerar la opción de mudarse allí, el lugar estaba muy deteriorado y a punto de ser demolido.
Vistazo al interior de la mansión
La influencia que tanto la casa como su antiguo dueño ejercieron en la vida de George fue enorme. "Me ayudó en mi estado de conciencia. No sé muy bien qué es lo que me hacía sentir, pero me sentía más fuerte. Encontré más vías de expresión al mudarme a esta casa, y es que todo tendía hacia arriba o estaba elevado", admitiría en "I, me, mine", su autobiografía. No sólo eso. También afirmó: "Me ayudó a activamente a ver las relaciones con mis amigos de un modo más tranquilo. Me hizo alcanzar el estado de consciencia para no obsesionarme con el lado negativo de las cosas, para tener más capacidad de perdonar".
Sir Frank Crisp no sólo era juez, también había cultivado la jardinería y la micología, algo que influyó mucho en George, que también asumió como propia la condición de jardinero. Canciones como la hermosa "Ballad of Sir Frankie Crisp (Let It Roll)", "Ding Dong, Ding Dong" o "The Answer´s At the End" fueron inspiradas y compuestas a partir de frases que el personaje victoriano había colgado en las paredes como, por ejemplo, "Pisa la hierba" o "Somos sombras, y como sombras nos marchamos".
Ballad of Sir Frankie Crisp (Let it Roll)
Partitura de la balada en honor a Sir Frank Crisp
La compra de Friar Park se concretó, entonces, en marzo de 1970, por un monto de 336.000 dólares. La casa tenía ciento veinte habitaciones, varias bodegas, más de 16 hectáreas de jardines y tres lagos. Además, George le agregó una piscina, un helipuerto, una pista de tenis, un escenario de teatro en un claro del bosque, una fuente dedicada a Lord Shiva y un estudio de grabación. Para las obras, se contrataron diez jardineros y un botánico.
Arriba: Exteriores de Friar Park. Abajo: Jardines de la mansión
Con la guitarra, desde la nave central
Haciendo énfasis en su deseo de una vida lo más tranquila y alejada de los flashes posible, un aviso en diez idiomas colocado a la entrada, pretendía disuadir a los curiosos que llegasen hasta la puerta: "Privado: Prohibido Entrar". En Friar Park, George recibía a los Hare Krishna, a cuya religión ya se había convertido. Las plantas las compraba él mismo en un vivero cercano, propiedad de Konrad Engberts, El buen hombre recordaba la primera vez que el Beatle entró a su negocio: "¿Cómo marchan las cosas?", preguntó George. "Va todo muy lento", fue la respuesta del dueño del lugar. A lo que George añadió: "Te voy a dar un empujoncito". Casi cada planta y árbol que Konrad tenía a la venta en aquel momento fue comprado por un George decidido a construir su paraíso terrenal, su Shangri-La.
Caminata en los jardines
Una postal invernal
George en las grutas de la finca, un espacio para la oración (1970)
George y Ringo Starr de recorrido por las grutas hacia 1980
En el estudio de grabación que George montó en Friar Park, grabó sus trabajos desde Living in the Material World (1973) en adelante, incluyendo los discos Dark Horse(1974), Thirty Three & 1/3 (1976), George Harrison (1979), Cloud Nine (1987) y Brainwashed (2002), además de sobregrabaciones de los dos discos de Traveling Wilburys y parte de la filmación y grabación del proyecto The Beatles Anthology (1995).
El primer año que George comenzó a vivir en la mansión con su por entonces mujer, Pattie , fue fotografiado en el jardín principal rodeado de cuatro gnomos de jardín para la portada de All Things Must Pass (1970). Una fotografía parecida, en la que aparece con su padre Harry seis años más tarde, se incluyó en el interior del disco Thirty Three & 1/3 (1976).
Arriba: una de las fotografías para la portada de All Things Must Pass (1970). Abajo: fotografía junto a su padre Harry, incluida en el interior de Thirty Three & 1/3
Con el paso de los años, y junto a Olivia Trinidad Arias, su segunda esposa, George restauró y cuidó los jardines, a los que atendió cuidadosamente hasta su muerte en noviembre de 2001, Dhani, su único hijo, destacó lo siguiente en el documental de Martin Scorsese (Living in the Material World): « Papá solía ir al jardín hacia medianoche. Estaba ahí entrecerrando los ojos porque podía mirar, a medianoche, el claro de luna y las sombras, y ese era su modo de no ver las malas hierbas y las imperfecciones que le aquejaban durante el día».
George junto a Olivia, el gran amor de su vida
Sobre la tranquilidad y la paz que sentía en Friar Park, George comentó hacia el final de su vida: «A veces siento que estoy en el planeta equivocado, y es genial cuando estoy en mi jardín. Pero cuando salgo por la puerta pienso: "¿Qué diablos estoy haciendo aquí?"».
Su maestro y amigo, el extraordinario sitarista hindú Pandit Ravi Shankar, compuso una vez una bella canción en honor a Friar Park. Un regalo inspirado en la vida y en el espacio sagrado de un hombre, que con su música y filosofía de vida, fue una chispa de luz en un mundo demasiadas veces oscuro.
Libro publicado por The Cardinals, y dedicado a la historia de Friar Park
Bibliografía consultada:
- George Harrison, de Beatle a jardinero. De Javier Tarazona&Ricardo Gil, Ed. Milenio, 2010
- I, Me, Mine. Autobiografía de George Harrison. W.H.Allen, Londres, 1982
- While My Guitar Gently Weeps: The Music of George Harrison. De Simon Leng, 2006