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viernes, 1 de mayo de 2020

Pioneros en "Psicología de la Religión": (3) Théodule-Armand Ribot


Théodule Armand Ribot, nacido en 1839, fue quizás el más relevante psicólogo de la historia de la psicología científica francesa. Desde 1885 ejerció como profesor de la Universidad de la Sorbone y posteriormente en 1888 se hizo cargo de la cátedra de psicología experimental del Colegio de Francia. 
Para algunos historiadores franceses, la figura de Ribot centraliza los comienzos de la psicología científica de su país, ya que intentó independizar la psicología tanto de la filosofía metafísica como de la fisiología, además de representar un proyecto institucionalizador a través de su cátedra, su laboratorio y su revista.
La obra de Ribot se desarrolló abordando diversos aspectos relacionados con la patología, en varios textos clave de su corpus. Entre ellos, podríamos mencionar "La herencia psicológica" (1873), "La Psicología de la atención" (1888), "La imaginación creadora" (1900), "Ensayo de las pasiones" (1906) y "La evolución de las ideas generales" (1897). A modo de comparación, y por todo lo comentado, la actividad de Ribot sería el espejo francés de la acción desarrollada por su par Wilhelm Wundt en Alemania.


El psiquiatra galo era un firme adherente a la visión científica de la psicología, lo que expresó de manera clara cuando afirmó que: “Hasta aquí la psicología ha tenido la desgracia de caer en manos de los metafísicos. Se ha formado así una tradición difícil de romper”. Como resulta lógico para la época, la evolución de Ribot, canalizó de este modo las vicisitudes de la nueva psicología, aspirando a un status legal en el mundo científico, particularmente en relación con sus dos incómodas vecinas: la filosofía y la fisiología.
El método desarrollado por Ribot como método científico principal, fue especialmente válido para la explicar la etiología de las enfermedades mentales, siendo usado además por la escuela psicopatológica derivada de él, especialmente por Pierre Janet. Probablemente, gracias al trabajo de ambos, la psicología francesa llegó a consolidarse en el estudio de la por entonces llamada "psicología anormal".

Respecto a la religiosidad, sostenía que la emoción religiosa intensa, la cual puede manifestarse en forma depresiva o melancólica, en individuos obsesivos con sentimientos de culpa o miedo, o bien en forma exaltada, con estados transitorios de sentimiento amoroso potente, debía ser considerada patológica. Según narra Eugen Weber en su obra "Apocalypses: Prophecies, Cults, and Millennial Beliefs Through the Ages", para Ribot las religiones estaban en proceso de evaporación, su destino inexorable era el de ser sustituidas por la racionalidad científica.
Pese a lo limitado que pueden revelarse hoy sus planteos, no podríamos terminar esta breve reseña recordando que como fruto de sus empeños, en 1900, y bajo su dirección y la de su colega Pierre Janet, se desarrolló el IV Congreso Internacional de Psicología  en París. Fue un evento curioso, marcado por la presencia de un gran número de ocultistas, espiritistas y teósofos. Sin embargo, y más allá de esa nota de color, la importancia de aquel evento se nos revela hoy superlativa; según algunos historiadores, en esa jornada nacieron por igual la psicología animal y la psicología de la religión.

Reseña de Juan Manuel Otero Barrigón.

Fuentes consultadas:
* James, William. Las variedades de la experiencia religiosa. Editorial Trotta, Madrid, 2017. 
* Stewart, William. A Biographical Dictionary of Psychologists, Psychiatrists and Psychotherapists. McFarland, California, 2008. 
* Weber, Eugene. Apocalypses: Prophecies, Cults, and Millennial Beliefs Through the Ages. Harvard University Press, Massachusetts, 2000.

miércoles, 22 de abril de 2020

Pioneros en "Psicología de la Religión": (2) Pierre Janet


Dentro de la escuela de psicopatología francesa del siglo XIX, en la cual se destacó como mentor y maestro de psiquiatras el célebre Jean Marie Charcot, fue Pierre Janet el que más contribuyó a la psicología de la religión. Vivió entre 1859 y 1947, y según se cuenta, una crisis religiosa en la adolescencia lo llevó a interesarse por la psicología. En aquel tiempo, como es sabido, esta disciplina estaba unida aún a la filosofía. Es probable que también se haya sentido influido por su tío Paul, que era profesor de filosofía en la Sorbona. Janet desarrolló una teoría comprensiva sobre el fenómeno religioso a partir del estudio de estados religiosos extraordinarios, entre ellos el de la paciente "Madeleine", que residió en la clínica Salpetriere entre 1896 y 1904. El psiquiatra francés mantuvo con ella correspondencia constante a lo largo de más de 14 años. Madeleine presentaba una serie de síntomas entre los cuáles se destacaba su forma particular de caminar sobre la punta de los pies, debido a una contractura del músculo de las piernas, algunos arrebatos místicos de unión extática durante los cuales permanecía inmóvil con los brazos en cruz, estados de ausencia de dolor, estigmas ocasionales, y algunas otras expresiones. Fruto de este seguimiento clínico fue su obra "De la angustia al éxtasis", escrito clásico aparecido en dos tomos en 1926 y 1928. Allí, Janet narraba su experiencia atendiendo a Madeleine en La Salpétrière, y luego 'extramuros' a lo largo de 22 años. Janet estudió las correlaciones entre los afectos, las nociones y los trastornos fisiológicos de esta mujer con ayuda de gráficos, análisis clínicos y otros instrumentos provistos por la "razón positiva" de la época, además de recoger testimonios orales y escritos (cartas y diarios privados) y una serie de pinturas religiosas que aportó la misma Madeleine. Las densas páginas de la obra recogen el resultado de su apuesta singular entre la mística y la psiquiatríaJanet llevó a cabo un trabajo sostenido y minucioso de toda la fenomenología expresada por su paciente, estableciendo una comparación con los grandes místicos de la tradición cristiana, en especial Santa Teresa de Ávila. Partiendo de los síntomas mostrados por Madeleine, definía el éxtasis como “una crisis de delirio religioso, optimista e inmóvil" (tomando delirio como un conjunto de creencias acompañadas por una certidumbre completa y opuestas a las apariencias que determinan las creencias del común de los hombres). Sus conclusiones lo llevaron a suponer que bajo una falsa conciencia mística se hallaba un cuadro de psicastenia, también conocida por entonces como "fatiga del alma", y caracterizada por fobias, obsesiones, angustia, abulia, sentimiento de extrañeza ante el mundo o uno mismo e inhibición intelectual y social. En su tesis, además concluía que el problema principal de Madeleine tenía que ver con el amor, pero no con el amor cristiano, sino con su incapacidad para amar y ser amada, transfiriendo a Dios los roles de aquellos amores que en la vida no pudo o no supo buscar o recibir. “Dios desempeña con ella las funciones que un hombre perfectamente habría podido cumplir”, planteaba con convicción. Y aunque no llegara a afirmarlo expresamente, podría suponerse que, según su mirada, los místicos y místicas cristianas habrían tenido el mismo problema.

Fue precisamente Janet quien conceptualizó la psicastenia como condición clínica en su temprano trabajo “Las obsesiones y la psicastenia”, de 1903. Allí aportó ideas clave para comprender la etiología y clínica del padecimiento. Posteriormente, Montserrat Esteve y Llopis, entre otros autores, sostuvieron sus teorías y en algunos casos también las ampliaron. En ese sentido, los franceses clásicos se referían a la psicastenia en términos de cuadros obsesivos psicológicamente graves.

Cabe mencionar que, aunque Janet explicara el caso Madeleine como una psicopatología peculiar y pretendiendo haber presentado una explicación exhaustiva de su situación, se preocupó por aclarar que su estudio estaba desprovisto de prejuicios anti-religiosos.

Por otra parte, también es un hecho que hoy en día ya no se trata, como en los tiempos de Pierre Janet, de demostrar la patología o la conducta enfermiza subyacente a la experiencia compartida por los místicos; ya no se busca desacreditar las vivencias y los aportes de los místicos y místicas basándose en un comportamiento que excede los límites de la norma. Por el contrario, se intenta tener un acercamiento diferente al fenómeno, reconociendo en algunos casos su valor espiritual, e inclusive, estudiando qué componentes de la personalidad del místico –como estrategia para buscar nuevas explicaciones– le permiten continuar anclado a la realidad y tener una vida productiva y satisfactoria, estableciendo así una diferencia no menor con el paciente psicótico.


Reseña de Juan Manuel Otero Barrigón.

Fuentes consultadas:
* Ávila, Antonio. Para conocer la psicología de la religión. Editorial Verbo Divino, Navarra, 2003.
* Hollywood, Amy. Sensible Ecstasy: Mysticism, Sexual Difference, and the Demands of History. The University of Chicago Press, Chicago, 2002.
* Janet, Pierre. De la angustia al éxtasis. Fondo de Cultura Económica. México D.F, 1992. 


sábado, 1 de junio de 2019

Brevísima anotación sobre las "Experiencias Cumbre"


por Juan Manuel Otero Barrigón
(Prof. Adjunto Cátedra "Psicología de la Religión" - Universidad del Salvador, Buenos Aires)

En la clínica de la dimensión espiritual y religiosa, solemos advertir que ciertas experiencias cumbre (peak experiences propuestas por Abraham Maslow) tienen, a menudo, dos desenlaces notorios: el renacimiento espiritual, o bien, el terror metafísico. Por experiencia cumbre nos referimos a una variante de emergencia psicoespiritual (en la nomenclatura de Stanislav y Christina Grof), caracterizada por un sentimiento de disolución de las fronteras personales, y de íntima unidad con la naturaleza, con los demás, y con el universo entero. Proceso este, que está dotado de una cualidad muy sagrada, donde se trascienden las categorías de espacio-tiempo, y en el cual priman, fundamentalmente, la alegría y una suave y profundísima serenidad. En aquellos otros casos en los cuales, por distintas razones, dichas instancias no logran ser bien interpretadas o vehiculizadas por el sujeto de la experiencia, la sensación de perder pisada en tierra firme puede ser la antesala a episodios de locura fugaz, o más o menos permanente. 
Y esto debido a que, con frecuencia, el mismo vino que siembra poesía también a veces puede embriagar.

viernes, 14 de septiembre de 2018

Perseguido por las Furias: psicosis y mitología

Pintura: William Adolphe Bourguereau


"Perseguido por las furias: psicosis y mitología", por Lic. Juan Manuel Otero Barrigón*

El mito es un tipo particular de lenguaje que posibilita el despliegue de Sentido.
Supone una narrativa impersonal, colectiva y milenaria, que se remonta a los Fundamentos, dando cuenta del lugar que el ser humano ocupa en el cosmos, en la naturaleza, y en la sociedad en la que vive.

Los mitos no son la infancia de la humanidad, lo cual supondría que se tratan de aproximaciones primitivas, ingenuas y hasta incluso mágicas, a fin de garantizar una primera, y aproximativa, comprensión del mundo.

Constituyen, ante todo, una vera narratio, narración verídica de lo real; esto último no en un sentido histórico o biográfico, ya que no es esa su razón de ser, sino en sus funciones metafísicas, cosmológicas, sociológicas y psicológicas (Campbell, 2014). Lo que supone, que los relatos míticos, pretenden, por un lado, reconciliar a la consciencia con las demandas de la propia existencia (función metafísica), ofrecer una imagen del cosmos, que nos evoque y consolide la experiencia del misterio (función cosmológica), validar y mantener una cierta cohesión social que garantice la unidad (función sociológica), y por último, acompañar a los individuos, a lo largo del periplo de su vida, esto es, a través de los distintos estadios de nacimiento, juventud, madurez, vejez, y muerte.

En un sentido psicodinámico, el mito, en tanto emergente frente a la inicial desprotección y desvalimiento humanos, se nos presenta como un exitoso intento de significar aquello no simbolizado (Corra, 2002).

Dado que los relatos míticos tienen consecuencias “morales”, eternizan las grandes y perennes categorías de la angustia. Amor, Odio, Vida, Muerte.

C.G.Jung (1977) señalaba la existencia, tanto en el hombre como en las sociedades que este conforma, de una capacidad mitopoyética (creadora de mitos) natural, que al perderse, produce enfermedades psicológicas (etimológicamente, enfermedades del alma), empujando a la elaboración de mitos sociales o individuales patológicos.

Es así, que en esta reflexión, nos centraremos concretamente en la relaciones del mito con las psicosis, tomando como insignia sobre todo a la esquizofrenia.

En “Orestes”, la célebre tragedia de Eurípides, se nos narra un caso arquetípico que muchos exégetas consideran ilustrativo de la expresión mitológica de esta patología. El protagonista, hijo de Agamenón y Clitemnestra, mata a su madre, con el fin de vengar la muerte de su padre, a quien su esposa había hecho asesinar. En el relato homérico, por esta venganza feroz, Orestes se cubre de gloria. El matricidio es considerado como un justo castigo frente a la ofensa inflingida. Bajo el imperio de la ley del Talión, los dioses no persiguen al homicida, ya que ha actuado conforme a la debida justicia. Sin embargo, posteriormente, el poeta trágico de Salamina, introduce su potente variante al relato. Ya que matar a la propia madre pasa a constituir un atávico tabú, Orestes es perseguido por. las Furias, antiguas diosas femeninas, que como voces tremendas de la conciencia, existían para castigar toda clase de crímenes. Así, comienzan a acosar al joven, quien profundamente atormentado, y ya instalado en la psicosis, emprende un largo viaje en procura del olvido, en el mito eterno de la Locura.

A diferencia de la psicodinámica inherente a los cuadros psicóticos, el mito no responde en su esencia a una necesidad individual restitutiva, sino que se nos presenta, desde sus mismos inicios, como un relato compartido. Aspecto este último, que destacará la corriente funcionalista de hermenéutica mítica, al valorar la función social que los relatos mitológicos cumplen en la vida cotidiana de la sociedad que los concibe. Esto significa que, a nivel popular, las narraciones mitológicas proporcionan una narrativa asimilable, aceptada por los miembros del grupo, que les permite imprimir validez a los usos, costumbres y normas de convivencia compartidas por todos.

El psicótico, expresa el maestro. Jorge G. Garzarelli (1982), enuncia un “automito”, encerrado en su propio perímetro existencial. De contenido sombrío, cercenado en su acceso pleno al registro simbólico, desarrolla un relato propio del cual los demás permanecen excluidos. Frente a la pérdida de sentido de la realidad, la alucinación y el delirio se erigen como última frontera ante la amenaza de desintegración. De esta manera, el mito se transmuta para devenir en una producción alienada de sus referentes sociales, aunque en esencia permanezcan las raíces que lo conducen a su fondo impersonal y hundido en las profundidades colectivas de la psique.

En las psicosis, el discurso mítico responde a un intento desesperado de autorregulación, fruto de la disrupción en el intercambio dialógico entre el Yo y el Sí Mismo, como arquetipo central del psiquismo. La psicosis evidencia, en nomenclatura jungiana, un fenómeno de splitting o disociación extrema de los complejos, que en las neurosis, permanecen sólo relativamente autónomos. En la psicosis, dichos complejos se nos presentan totalmente desconectados de la conciencia. C.G.Jung consideraba que muchas psicosis, y entre ellas especialmente la esquizofrénica, revelaban una instancia yoica demasiado débil para resistir el embate de los contenidos inconscientes (Sharp, 1994).

Así, en su obra “La psicogénesis de las enfermedades mentales” (1990), postula conceptos que son relevantes para nuestra reflexión en torno a las relaciones entre psicosis y discurso mítico. De esta manera nos dice: “(En la esquizofrenia), las figuras divididas asumen nombres y caracteres banales, grotescos o altamente exagerados, y a menudo son objetables de muchas otras maneras. Además, no cooperan con la conciencia del paciente. No tienen tacto ni respetan los valores sentimentales. Al contrario, irrumpen y perturban en cualquier momento, atormentan al ego de mil maneras; todas son objetables y chocantes, ya sea por su conducta ruidosa e impertinente o por su grotesca crueldad y obscenidad. Hay un perceptible caos de visiones, voces y caracteres incoherentes, todos de naturaleza abrumadoramente extraña e incomprensible”.

Como podemos ver, para C.G.Jung, las producciones del psicótico, y entre ellas las elaboraciones de tipo mitológico, no posibilitan conciliar el caos interior que experimenta el padeciente, sino que por el contrario, se presentan modeladas por ese mismo caos, en un intento infructuoso de restitución.

La palabra delirio, que como sabemos, proviene del latín delirare, nos remite a esa idea metafórica expresada por la imagen de alguien que “se sale del surco al labrar la tierra”. A su vez, la etimología de la palabra Mística nos hace referencia a aquello que permanece “secreto, guardado”. “Misto” era, en la antigüedad, quien había sido iniciado en el conocimiento esotérico de las cosas divinas, comprometiéndose a guardar silencio acerca de ese conocimiento que le había sido revelado. De ahí también los cultos mistéricos del pasado, como los de Eleusis y los de Dioniso, en los cuales confluían, desde sus mismos orígenes, creencias religiosas y antiguas tradiciones míticas.
Un viejo aforismo psicoespiritual señala que la diferencia alegórica entre el derrumbe psicótico y la experiencia mística auténtica, a la cual la percepción mítica de la existencia podía conducir, está en que el psicótico se ahoga en las mismas aguas en las que el místico nada.

Destaquemos, asimismo, otra diferencia fundamental entre la producción mítica y las manifestaciones psicóticas. Esta la encontramos en la ausencia, en las primeras, de la convicción delirante que es propia de estos cuadros clínicos. Como refiere el doctor Gustavo Corra (2002), “en los mitos no hay convicción, hay fe”. Esta última es innecesaria para el psicótico, quien en su certeza ha sustituido la confianza básica en la verdad espiritual de los relatos, por la fortaleza inexpugnable que supone estar en posesión material de un conocimiento directo, sin fisuras.

Este aspecto recién señalado es importante, por cuanto resulta clave para el adecuado diagnóstico diferencial entre la experiencia religiosa y mítica normal, y el delirio con contenido mitológico. Así, podemos ver, que el aspecto clave de dicha distinción es el modo en cómo se sostiene la creencia y qué evidencia se proporciona para confirmarla (Pérez Urdaniz & Santos & Bermejo Saiz, 2012).

El famoso historiador rumano de las religiones, Mircea Eliade (1952), planteaba que los relatos mitológicos nos remiten a sucesos lejanos, acaecidos en un pasado remoto, y por eso mismo fundantes. Para ilustrar este concepto, apelaba a la conocida locución latina “in illio tempore”. Esta noción supone una clara delimitación temporal, permitiéndonos distinguir, cuando menos, pasado y presente. Planteo, este, fundamental en la fenomenología de la religión, ya que constituye la base remota que separa nuestro mundo profano del mundo concebido como sagrado para los creyentes.

Esta distinción, esencial en el universo mitológico/religioso, se problematiza en las psicosis, dadas las alteraciones que el psicótico experimenta en relación a su vivencia y percepción del tiempo. Estudios como el realizado recientemente en la Universidad Johannes Gutenberg de Mainz (2017), sugieren que hay mucha más variación en la forma en que un intervalo de tiempo es percibido por personas con esquizofrenia, que por aquellas personas que no sufren tal condición. Esto implica que “el reloj interno en pacientes que sufren de esquizofrenia no necesariamente se ejecuta más rápido o más lento que en individuos sanos, sino más bien que no se ejecuta a una velocidad constante”. Y si bien dicho estudio sugiere la posibilidad de que los problemas en percibir secuencias cronológicas también podrían estar relacionados con déficits cognitivos fundamentales (y no con la forma general de percibir el tiempo), la suposición apunta a indicar que la esquizofrenia interrumpe las operaciones de procesamiento, de modo que la transferencia de información a nivel biológico queda desfasada, fuera de ritmo. Esto podría servirnos para entender la irrelevancia que el tiempo cronológico, es decir, profano, tiene para muchos psicóticos esquizofrénicos, y como contracara, la preponderancia que la atemporalidad propia del inconsciente, y del mismo espíritu de los relatos mitológicos, adquiere para estas personas, en las cuales la percepción del infinito parece hacerse mayor, y sobrecogedora.

Las distinciones antes planteadas no debieran llevarnos a perder de vista que, la conexión entre mitos y delirios psicóticos es importante, en tanto mucho del contenido delirante es, precisamente, de carácter mitológico. Los pacientes psicóticos, y especialmente los delirantes, suelen demostrar, tal como se ocupó en señalar Juan José López Ibor (2012), grandes preocupaciones por el sentido de la vida y la razón de ser de la naturaleza, al igual que los mitos. La esquizofrenia es, en ese sentido, la patología “religiosa” por antonomasia. El paciente delirante elabora mundos fantásticos, otorgando nuevos significados que se convierten en visiones reveladoras tanto sobre los orígenes, como sobre las cosas últimas de la vida.

Ahora bien, se nos impone la necesidad de cerrar este breve esbozo sobre las relaciones entre psicosis y mitología no sin antes señalar el imprescindible aporte del psiquiatra español Ramón Sarró, quien consagró buena parte de su obra a la exploración global del proceso psicótico, y en especial, del esquizofrénico. Partiendo de un abordaje mítico fenomenológico, realizó profundos estudios de los temas recurrentes de la esquizofrenia, a los cuales, y tomando prestado el concepto inaugurado por el mitólogo Karl Kerenyi en 1949, denominó mitologemas o deliremas. Sarró propuso que la temática predominante de los delirios esquizofrénicos es de naturaleza mítico religiosa, pese a que la religiosidad del paciente , como señalaramos arriba, es pseudomística.

Sarró (1972) enriqueció enormemente el acercamiento fenomenológico a los delirios, proponiendo la presencia de una veintena de temas delirantes en la psicosis, entre los cuales, encontramos la mesianicidad (es decir, “Yo soy el Elegido”), la metamorfosis de la corporeidad (recordemos las continuas transformaciones del dios Zeus), la expansión y retracción del espacio-tiempo, la hostilidad universal, la cosmología (creación de nuevos y originales mundos), y el denominado Intelectus Archetypus, esto es, la presencia de percepciones y facultades nuevas, paranormales.

Basado en las intuiciones y elaboraciones de Jung, Sarró planteó que inicialmente, el fracaso del yo esquizofrénico conlleva una desintegración del psiquismo que permite el auge del arquetipo de la Sombra, es decir, de la dimensión oscura de la personalidad. Al principio, la Sombra es proyectada al exterior, atribuyendo la responsabilidad del fracaso a los demás; pero, en un segundo momento, la Sombra ya no es sólo proyectada, sino también vivenciada, lo cual significa que es tramitada internamente como percepción de la desintegración física y psicológica. En un tercer momento, y frente a la disolución del “yo”, emerge el arquetipo del Renacimiento. Siendo este, entendido no como un renacer a la integración de la personalidad en sentido de su individuación (un “ser quien realmente se es”), sino como la convicción de haber muerto y vuelto a renacer repetidas veces, dentro de un ciclo de creación y destrucción a escala sobrehumana que acontece en el delirio del psicótico, y que involucra al universo todo.

Para concluir, es importante volver a destacar que la distinción entre experiencias religiosas o míticas saludables, de aquellas otras que se imbrican con cuadros de tipo psicótico, es fundamental, para cuya diferenciación resultará necesario un profundo conocimiento de ambas, eludiendo los acercamientos reduccionistas.

Por otra parte, y si como sugería Jung, “lo que el hombre es desde el punto de vista de lo eterno solo se puede expresar mediante un mito” (2016), la comprensión de los fundamentos del tesoro mitológico de la humanidad adquiere una especial relevancia, cuyo fin apunta directamente al corazón de ese misterio que nos constituye como seres humanos.

Comprensión la cual, no podrá reducirse a lo meramente intelectual, ya que lo mítico, ante todo, debe ser transitado en el terreno de la “Vivencia”, como un profundo ítem y formación del inconsciente, tanto individual como colectivo.

Noción de totalidad, que para alcanzarse, debe comprometer la participación activa de la consciencia y la voluntad, que estando dentro de la órbita del Yo, son la sede tanto de la creencia como de la posibilidad de su plasmación en formas socialmente valoradas.

La intrusión de esos extraños contenidos que surgen de las profundidades del inconsciente, y mediante los cuales el psicótico “busca suavizar la dura realidad”, son, como hemos visto, formas de defenderse frente a la amenaza de destrucción, pero proveen, al mismo tiempo, una considerable riqueza de símbolos colectivos, los cuales se nos revelan constituyentes de la estructura básica de la personalidad.

Personalidad la cual, en su progresivo viaje hacia la individuación, tiene como fin poder vivir conscientemente, desde su centro, a partir de un drama que se desarrolla en el inconsciente, como parte del proceso natural de la psique (Godoy, 2016).

Un viaje que, para el psicótico, se desenvuelve en el interior de un valle de sombras sin salida aparente, pero en cuyo transitar, él cree abrazar la luz.

*Este escrito fue presentado originalmente en el XII Congreso de Salud Mental de la Asociación Argentina de Salud Mental (AASM, Agosto 2018) y está incluido en el libro "Locura y alienación", editado por la misma Asociación. 




Bibliografía:

- Campbell, Joseph. En busca de la felicidad. Editorial Kairós, Barcelona, 2014.

- Corra, Gustavo. Mito y psicoanálisis. Ponencia en el XXIV Congreso Latinoamericano de Psicoanálisis, Montevideo, Uruguay, 2002. Recuperado de: http://fepal.org/images/congreso2002/m-corra.pdf

- Costa, Néstor. Jung, un mundo de imágenes y símbolos. Editorial Centro Editor Argentino, Buenos Aires, 2000.

- Eliade, Mircea. El mito del eterno retorno. Emecé Editores, Buenos Aires, 1952.

- Eurípides. Orestes. Editorial Losada, Barcelona, 2008.

- Garzarelli, Jorge G. El mito: acerca de su producción en el inconciente. Tesis Doctoral (USAL). Recuperado de: http://racimo.usal.edu.ar/29/

- Godoy, Susana. El camino del héroe. Editorial Dunken, Buenos Aires, 2016.

- Jung CG. Modern man in search of a soul. Nueva York: Harvest, 1977.

- Jung CG. El contenido de las psicosis: psicogénesis de las enfermedades mentales. Editorial Paidós Ibérica, Barcelona, 1990.

- Jung, Carl Gustav. Obras Completas. Editorial Trotta, Madrid, 2016.

- López Ibor, J.J & López Ibor, M. Experiencia religiosa y psicopatología. Actas españolas de Psiquiatría, 2012;40(Supl. 2):104-10.

- Pérez Urdániz, A & Santos, J.M & Bermejo Saiz, B. Mitos y delirios: una reivindicación de Sarró. Actas españolas de Psiquiatría, 2012; 40(Supl. 2):119-25.

- Sarró R, Alberni J, Fábregas JL, Torres J y Trujillo A. Análisis mitologemático de los delirios esquizoparafrénicos (I y II). Revista de Psiquiatría y Psicología Médica de Europa y América Latina. 1972;10(6):298-390.

- Sarró R, Alberni J, Fàbregas JL, Torres J y Trujillo A. Análisis mitologemático en los delirios esquizoparafrénicos (II parte). Revista de Psiquiatría y Psicología Médica de Europa y América Latina. 1972;10(7):363-90.

- Sharp, Daryl. Léxicon Jungiano. Editorial Cuatro Vientos, Santiago de Chile, 1994.

- S. Thoenes & D. Oberfeld, Meta-analysis of time perception and temporal processing in schizophrenia: Differential effects on precision and accuracy, Clinical Psychology Review 54, 44-64, 29 March 2017,
 


sábado, 1 de abril de 2017

Breves apuntes sobre la religión según William James

"San Pablo ermitaño", de José de Ribera (1640)

"Breves apuntes sobre la religión según William James", por Juan Manuel Otero Barrigón

"Dios no existe", "Las personas religiosas sufren de trastornos emocionales, son delirantes", "Lo único válido es lo que nos dice la ciencia; si el método científico no logró demostrar la existencia de Dios es porque no hay Dios que descubrir", "Dios es fruto de un mecanismo de proyección". Esta era, a grosso modo, la manera en la que concebían la religión la mayoría de los teóricos sociales de principios de siglo XX. En ese contexto, en 1902, el psicólogo norteamericano William James publicó su célebre trabajo "Las variedades de la experiencia religiosa: un estudio de la naturaleza humana". Fue uno de los pioneros en el estudio psicológico de la religión, incluso antes que Freud , contemporáneo suyo, se ocupara del tema. A James lo apasionaba dar respuestas a preguntas como: ¿Es posible conciliar visiones tan antagónicas como las de la religión y la ciencia? ¿Qué ocurre psicológicamente en aquellos que dicen haber experimentado una visión o que aseguran conversar con Dios? ¿Alucinan las personas religiosas? James parte en su análisis reconociendo que existen dos tipos de religión a saber: por un lado, la institucional, aquella dimensión que engloba a las prácticas y normas que son propias de una sociedad determinada; por el otro, la personal, esa dimensión vincular sumamente íntima que se da en el encuentro entre el hombre y su Dios de referencia. James consideraba que es la dimensión personal la primera que debe ser atendida y estudiada, dado que la otra dimensión, la institucional, es secundaria y producto de un proceso de socialización.

En su magnífica obra, de referencia ineludible para quienes se sumerjan en el estudio de la psicología de las religiones, el padre del pragmatismo plantea que las personas pueden vivir experiencias místico religiosas independientemente de la cultura, dado que se trata de un fenómeno universal. Distinguía entre una religiosidad sana y religiosidad patológica. Las personas con una predisposición "saludable" tienden a ignorar la maldad en el mundo y se concentran en sus aspectos positivos y en el bien en general. Contrariamente, aquellas personas predispuestas hacia una religiosidad patológica no pueden dejar de lado la percepción del mal y del sufrimiento y necesitan una experiencia unificadora, religiosa o de otro tipo, que les permita reconciliar el bien y el mal en su psiquismo. Para James, los líderes religiosos fueron sujetos de experiencias psíquicas anómalas. Presos de una sensibilidad emocional exaltada; comúnmente tuvieron además una vida interior incompatible con las exigencias del mundo, y sufrieron de melancolía durante parte de su ministerio. Fueron estas características, agrega el psicólogo norteamericano, las que contribuyeron a atribuirles autoridad e influencia religiosa sobre los pueblos a los cuales se dirigieron. Sólo estas peculiaridades de su personalidad, clasificadas comúnmente como patológicas, pudieron dar lugar a experiencias religiosas de tan alto vuelo. Ya que la mística es un camino que trasciende la razón y evoca al radicalmente Otro.

William James

Es necesario, nos dirá nuestro autor, ponderar la eficacia de la religión: si una determinada persona, motivada por la fe, lleva a cabo actividades religiosas y si esas acciones redundan en efectos positivos, tales prácticas son entonces la vía adecuada para sí. Si por el contrario su accionar no es eficaz, la persistencia de la práctica religiosa aparece desprovista de racionalidad. Al final, pareciera que como bien refirió Einstein, el hombre encuentra a Dios detrás de cada puerta que la ciencia logra abrir. O como poéticamente escribiera Borges: "La firme trama es de incesante hierro,/pero en algún recodo de tu encierro/puede haber una luz, una hendidura./El camino es fatal como la flecha./Pero en las grietas está Dios que acecha".

martes, 16 de agosto de 2016

Experiencia mística y psicopatología (Dra Raquel Bianchi)


Delirio, de de-lirare, "salir del surco al labrar la tierra".
Místico, de mystikós (y a su vez del verbo myo), "cerrado, secreto". 
"Misto" era, en la antiguedad griega, quien había sido iniciado en el conocimiento esotérico de las cosas divinas, comprometiéndose a guardar silencio acerca de ese conocimiento sagrado. De ahí también los cultos mistéricos de la época, como los de Eleusis y los de Dioniso.
Un viejo dicho psicoespiritual dice que la diferencia alegórica entre el derrumbe psicológico y la experiencia mística auténtica, está en que el padeciente se ahoga en las mismas aguas en las que el místico nada.
En el video, la Dra Raquel Bianchi y una interesantísima exposición en la Fundación Columbia de Conciencia y Energía, a propósito de las diferencias entre la experiencia mística auténtica y las psicopatologías.