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sábado, 24 de agosto de 2024

Serie Meditaciones #16. El "Infierno" de Dante en clave analítica: apuntes iniciales. Por Juan Manuel Otero Barrigón

 MEDITACIÓN #16

El "Infierno" de Dante en clave analítica: apuntes iniciales
(anticipo de nuestra próxima Mesa Redonda Mitológica del mes de Septiembre).

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El "Infierno" de Dante Alighieri, con su estructura precisa y sus círculos concéntricos, no es solamente una cartografía clásica del castigo eterno, sino también una metáfora profunda del viaje interior del alma. Un descenso a los reinos de la oscuridad que puede interpretarse como un encuentro inevitable con la Sombra, esa parte de nosotros mismos que contiene todo lo que rechazamos y negamos.

En Dante, como señala acertadamente el analista posjunguiano Wolfgang Giegerich¿Cuáles son los factores que curan?», 2020), el Infierno representa un reino especial en el otro mundo. Pero para la psicología analítica, revela la esencia más profunda de la realidad terrenal, empírica. 

Guiado por Virgilio, su psicopompo, Dante inicia un viaje para comprender y tratar con la Sombra, tanto en sí mismo como en su mundo. Cada círculo del infierno representa una capa del inconsciente donde residen las partes fragmentadas y reprimidas de la psique. Los pecadores que Dante se encuentra no son solamente personajes históricos o alegóricos, sino reflejos de sus propios temores y deseos que necesitan ser reconocidos y confrontados.

Hay que recordar que, en sentido junguiano, la Sombra no es inherentemente maligna; es una parte esencial de nuestra vida interior. Dante, al descender a las profundidades del Infierno, se embarca en un proceso en el cual cada situación y cada desafío le acercan un paso más a la integración de su ser completo. Enfrentar y comprender su sombra le permite emerger del Infierno transformado, listo para ascender a los reinos superiores del purgatorio y el paraíso.

Las emociones que predominan en el Infierno son la desesperanza, la ansiedad, el sufrimiento. Un espacio psíquico caótico, lleno de confusión, un encuentro con fuerzas primitivas. En este descenso, y al igual que sucede con Inanna en la mitología sumeria, Dante baja desnudo, sin "mascara" que lo proteja, para enfrentarse con la Sombra de manera descarnada.

El primer círculo, el Limbo, con sus almas nobles que viven en anhelo perpetuo, puede verse como la parte de la psique que se halla atrapada en el pasado, incapaz de avanzar por la falta de un sentido trascendente. En contraste, los círculos más bajos, donde los castigos se vuelven cada vez más brutales, sugieren la colisión con los aspectos más oscuros y destructivos del ser. Aquí, el alma se ve obligada a lidiar con sus propios demonios, los impulsos y deseos que, si se dejan sin reconocer, pueden llevar a la autodestrucción.

En la narrativa de Dante, la poesía es un medio a través del cual se expresa la lucha interior para llegar al paraíso, es decir, alcanzar la función trascendente, donde se integren los contenidos inconscientes y así poder lograr una nueva síntesis a nivel de la consciencia, corrigiendo su unilateralidad. Las imágenes vívidas y los tormentos del infierno reflejan el sufrimiento psicológico que acompaña a la confrontación con la Sombra. Sin embargo, a través de esta oscuridad y dolor, se refleja la posibilidad de redención y transformación. Así como Dante encuentra la salida del Infierno al confrontar sus miedos, nosotros también podemos encontrar luz en nuestras propias tinieblas.

En el corazón del Infierno, cuando Dante y Virgilio cruzan el río Estigia, se encuentran con Filippo Argenti, un noble florentino cuya furia descontrolada lo condena a una eterna lucha en el barro (V círculo, el de los iracundos). Esta escena, más allá de su literalidad, nos sumerge en el lodazal de nuestras propias emociones reprimidas, esas que, al no ser integradas, se convierten en una corriente caótica que nos arrastra hacia la autodestrucción. Argenti, devorado por su propia ira, es un reflejo de cómo nuestras pasiones más oscuras pueden consumirnos si no las confrontamos. En este pasaje, Dante nos muestra que el verdadero Infierno es el de una psique atrapada en su propio ciclo de negación y violencia, incapaz de encontrar la paz hasta que se enfrente a la luz de la consciencia.

Dante nos carea con la realidad de que el Infierno no es un lugar lejano, sino un estado del ser, una geografía interior donde las culpas no resueltas y las pasiones desmedidas construyen laberintos sin salida. Cada círculo del Infierno es una imagen arquetípica de las fuerzas que nos arrastran hacia abajo, hacia lo primitivo y lo destructivo. En este paisaje devastado, los personajes que Dante encuentra no son sólo almas condenadas, sino fragmentos de su propia psique, aspectos de la humanidad colectiva que perdieron su camino. En la travesía infernal, Dante nos enseña que el verdadero peligro no es el castigo eterno, sino el olvido de nuestro propósito original, y más profundo.

Un texto interesantísimo del estudioso de la obra dantesca Franco Nembrini, cuyo título en tres volúmenes es «Dante, poeta del deseo» (Ediciones Encuentro, 2015), nos propone leer este poema como una confidencia en la que Dante "no tiene una teoría que explicarnos; tiene un camino que proponernos, un drama, el mismo que él ha vivido en primera persona" (...) "El motivo para ponerse en camino es el deseo, el deseo profundo que empuja desde el fondo de su naturaleza. Así lo expone el propio Dante en su obra El Convite: «El sumo deseo de toda cosa, dado en primer lugar por la misma naturaleza, es el retorno a su principio»; y el principio de lo humano es el propio Dios que plasmó su imagen y lo creó a su semejanza".

Y concluímos con otra cita del mismo Nembrini, que es toda una invitación: "Dante narra el más allá porque le permite una comprensión mejor del más acá. Por tanto, relata una vida que es posible, una experiencia. Dante tiene la presunción, en el buen sentido del término, de mirar las cosas como las mira Dios, como las ve Aquel que las hace en cada instante. De allí viene la posibilidad de vivir el drama de la vida según la verdad, según la justicia, tratando las cosas por lo que realmente son".

JMOB.


sábado, 6 de mayo de 2017

Alma, Espíritu, Voluntad, Arquetipo


Alma y Espíritu constituyen lo que Jung -entendiendo ambos términos de manera psicológica- denominaba Arquetipo y Platón -describiéndolos de manera filosófica- denominaba Idea (ἰδέα, εἶδος).

Desde el punto de vista filosófico, debemos decir además que Alma y Espíritu -y por lo tanto también el Arquetipo de Jung y la Idea de Platón- son lo que hace que el ente sea el ente, es decir, son el Ser -término caro a Heidegger-.

ARQUETIPO = ALMA + ESPÍRITU = SER

IDEA = ALMA + ESPÍRITU = SER

Sin embargo, en nuestro mundo moderno la Idea platónica ya no es reconocida como una realidad efectiva, de la misma manera que Alma y Espíritu no son ya reconocidos como el motor del ente, sino que en su lugar

"el ser del ente aparece para la metafísica moderna como voluntad. (...) Nietzsche (...) define el ser originario del ente como voluntad de poder."
(Martin Heidegger, ¿Qué es pensar?)

Por esta razón Alma y Espíritu, en sus definiciones tradicionales, son términos que han desaparecido de nuestro mundo moderno -al menos en la medida en que es moderno-, porque nuestro mundo moderno entiende el ser del ente no ya como Alma y/o Espíritu sino como voluntad, que entendida en su acepción débil y más común es una voluntad anclada en el yo, en la consciencia. En su acepción fuerte, sin embargo, esta voluntad es todavía el equivalente al Alma y el Espíritu, es todavía el ser del ente, y es esta acepción fuerte de la palabra voluntad la que encontramos por ejemplo en Schopenhauer y en la voluntad de poder de Nietzsche (si leemos a fondo su obra), pero no es esta acepción fuerte la que ha prevalecido en nuestro mundo moderno, un mundo en el que la consciencia ha asumido -de forma injustificada y metafísica- el papel de creadora del mundo (junto con el azar). La época moderna es la época del predominio del yo y de la consciencia ¿pero cuándo ha predominado el yo y la consciencia sobre el no-yo y lo inconsciente? El concepto junguiano de arquetipo, no obstante alumbrado en nuestro mundo moderno, nos habla precisamente de la prevalencia de lo inconsciente sobre la consciencia, y es el único lugar posible para encontrar el Alma y el Espíritu dentro de nuestro mundo moderno.


Pero el asunto es más complicado todavía. Si en este plano filosófico-psicológico (junguiano) del Alma y del Espíritu queremos mantener la distinción psicológica ánima-ánimus, entonces nos veremos obligados a decir que Alma (ánima) es imagen, y que Espíritu (ánimus) es pensamiento. Ha de señalarse también que Jung utiliza la palabra "idea" no como idea platónica sino como el sentido de la imagen, "sentido que ha sido separado, abstraído, del concretismo de la imagen" (C. G. Jung, Tipos psicológicos, OC vol. 6), y eso es justamente lo que Giegerich denomina "pensamiento", el Espíritu. Por una parte tenemos la imagen o forma representativa, que pertenece al Alma, y por otra parte tenemos el pensamiento y su lógica, que pertenecen al Espíritu. Así que reconocemos ya las siguientes equivalencias y oposiciones:

ALMA ----- ÁNIMA ----- IMAGEN ----- (REPRESENTACIÓN)

ESPÍRITU ----- ÁNIMUS ----- IDEA JUNGUIANA ----- PENSAMIENTO ----- (LÓGICA)

La voluntad, tanto en su aspecto fuerte como en su aspecto débil, caen del lado del Espíritu, en la medida en que su definición implica la carencia de imagen. Si nos referimos a la voluntad en su acepción fuerte, por ejemplo como la define Schopenhauer, entonces reconoceremos que "aquello que Kant denomina en su filosofía la cosa en sí (...) no es sino la Voluntad. (...) Los grados determinados de objetivación de esa voluntad, que es la esencia en sí del mundo, son idénticos a lo que Platón llamaba Ideas eternas o formas invariables." (Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación). Sin embargo, en su acepción débil, aunque también es la voluntad la que crea a la Idea, esta Idea no es más que un producto de la imaginación (de la imaginatio non vera), un producto de la consciencia, lo que indica una clara inflación de la consciencia, y la cosa en sí ni siquiera es contemplada.

En su seminario Sobre el Zaratustra de Nietzsche, Jung nos da una clave más: la esencia del Espíritu es Dios, es decir, el Sí-Mismo, si queremos seguir hablando en términos psicológicos. Recordemos ahora que el sí-mismo es el arquetipo del sentido y completemos el esquema:

1. YO [ ----- CUERPO ----- CONSCIENCIA ----- VOLUNTAD DÉBIL ----- ESPÍRITU ( = INTELECTO)

2. ALMA [ ----- ÁNIMA ----- IMAGEN ----- (REPRESENTACIÓN)

3. ESPÍRITU [ ----- ÁNIMUS ----- IDEA JUNGUIANA ----- PENSAMIENTO ----- (LÓGICA) ----- VOLUNTAD FUERTE

4. DIOS [ ----- SÍ-MISMO ------ SENTIDO

El yo es la pertenencia al ámbito de la consciencia, y todo lo que se percibe desde el mundo de la consciencia -desde el cuerpo- es el ente.

Alma, Espíritu y Dios forman parte del ámbito inconsciente al ser humano y son el ser del ente, su causa.

La idea de Dios en nuestro esquema se refiere al nivel más esenciante del ser, el nivel más causal en el lenguaje de Ken Wilber, la fuente. Pero ha de advertirse que también puede emplearse la palabra Dios o dioses para las múltiples imágenes y/o pensamiento especulativo de los planos 2 y 3.

El significado no es otra cosa que la correspondencia sincronística que existe entre los cuatro planos.

Ahora, teniendo en cuenta todo esto y distinguiendo debidamente Espíritu de Alma, leamos el siguiente texto:

"a) El Dharma Kaya = el mundo de la verdad absoluta.
b) El Sambhoga Kaya = el mundo de los cuerpos sutiles.
c) El Nirmana Kaya = el mundo de las cosas creadas.

También se les podría llamara los tres: Sí-mismo, ánima y cuerpo."


(C. G. Jung, ETH Lectures, 2 Dec 1938)

Wolfgang Giegerich

El mundo del Espíritu -del Logos- es el equivalente al mundo de Dios (el Dharma Kaya) cuando nos referimos al Espíritu en el plano 4 de nuestro esquema. Cuando reducimos el Espiritu al intelecto, lo que es propio del plano 1, entonces estamos hablando del mundo del Espíritu como equivalente al mundo del yo, de la consciencia (el Nirmana Kaya, que en realidad es un nivel superior al meramente corporal y egoico). Si hablamos del Espíritu como el sentido de la imagen arquetípica, como su contraparte -la idea junguiana o el pensamiento de Giegerich-, entonces nos estamos refiriendo al mundo del Alma (el Sambhoga Kaya), en este plano se mueve Giegerich cuando habla del pensamiento y la lógica al referirse al alma, a pesar de que, como vemos, sería menos confuso si hablara de Espíritu en lugar de alma, con lo que entonces se situaría en el plano 3, que también corresponde al Sambhoga Kaya. Giegerich no reconoce absolutamente nada del plano 4, ni a Dios, ni al Sí-Mismo, ni al sentido, su pensamiento está preso de la filosofía hegeliana que tan poco útil es para comprender los planos superiores, es esta misma filosofía hegeliana la que ata a Giegerich al mundo de la modernidad, al mundo de la "razón" (la razón del sentido común de nuestra época en Occidente), un mundo hacia el cual Giegerich quiere retrotraer a toda la psicología junguiana, a pesar de que ésta no se ajusta a los esquemas convencionales del mundo moderno y de hecho permite ir mucho más allá.

Al igual que ocurre con el Espíritu, el Alma, en principio, también puede ser encontrada en los cuatro planos: como Alma equivalente a la consciencia (plano 1), Alma como Anima mundi (plano 2), Alma identificada con el Espíritu (plano 3) y Alma identificada con Dios (plano 4).

José Medina, "Arquetipo e idea"