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miércoles, 18 de julio de 2018

Tres clases de espiritualidades

Pintura: Fleece Blanket

Tres clases de espiritualidades, por Ron Rolheiser

Todos nosotros luchamos, y luchamos de tres modos. Primero, a veces luchamos simplemente para mantenernos, para permanecer sanos, estables y normales, para no caer a pedazos, para no tener nuestras vidas desatadas en el caos y en la depresión. Cuesta un verdadero esfuerzo mantener nuestra normal salud, estabilidad y felicidad.

Pero, incluso mientras sigue esto, otra parte de nosotros está siempre tendiendo hacia arriba, luchando por crecer, para llevar a cabo cosas más altas, para no gastar nuestras riquezas y dones, para vivir una vida que sea más admirable, noble y altruista.

Después, a otro nivel, luchamos con una amenazante oscuridad que nos rodea y sujeta. Las complejidades de la vida pueden abrumarnos dejándonos con una sensación de amenazados, pequeños, excluidos e insignificantes. Por esta razón, algunos de nosotros somos conscientes de que pasamos por una época, una crisis, una relación perdida, un empleo acabado, una muerte de un ser querido o una cosa que ni siquiera podemos prever, al margen de una caída en una paralizante depresión, una enfermedad o un oscuro caos que no podemos controlar.

En resumen, luchamos para mantenernos a nosotros mismos, luchamos para crecer, luchamos para tener acorraladas la depresión y la muerte. Porque luchamos a estos tres niveles, necesitamos tres clases de espiritualidades en nuestras vidas.

A un nivel, necesitamos una espiritualidad de mantenimiento, esto es, una espiritualidad que nos ayude a mantener nuestra normal salud, estabilidad y normalidad. Demasiado frecuentemente, las enseñanzas espirituales descuidan este vital aspecto de la espiritualidad. Más bien, nos desafían siempre a crecer, ser mejores personas, ser mejores cristianos, ser simplemente mejores de lo que somos ahora. Eso es bueno, pero da por sentado ingenuamente que ya estamos suficientemente sanos, estables y fuertes para ser desafiados. Y, como sabemos, muchas veces no es ese el caso. Hay ocasiones en nuestras vidas en que lo mejor que podemos hacer es agarrarnos, no caer en pedazos y luchar por recuperar algo de salud, estabilidad y fuerza en nuestras vidas, poner simplemente un pie delante del siguiente. En estos momentos de nuestras vidas, el desafío no es exactamente lo que necesitamos; más bien necesitamos que nos den permiso divino para sentir lo que estamos sintiendo y necesitamos que nos den una cálida mano para ayudar a tirar de la riendas de nuevo hacia la salud y fortaleza. El desafío a crecer viene después.

Y ese desafío viene con una invitación a subir, hacia una espiritualidad del ascenso. Todas las espiritualidades dignas de tal nombre insisten en la necesidad de hacer un cierto ascenso para crecer más allá de nuestras inmadureces, nuestras perezas, nuestras lesiones y el perenne hedonismo y la superficialidad de nuestra cultura. El énfasis aquí es siempre tender hacia arriba, más allá, hacia los cielos y hacia todo lo que es más noble, altruista, compasivo, digno de ser amado, admirable y santo. Mucho de la clásica espiritualidad cristiana es una espiritualidad del ascenso, una invitación a algo más alto, una invitación a ser fiel a lo más profundo de nosotros, esto es, la imagen y semejanza de Dios. Buena parte de la predicación de Jesús nos invita cabalmente a algo más alto. Confucio, uno de los grandes maestros morales de todos los tiempos, tenía una pedagogía similar, invitando a la gente a mirar la belleza y bondad y a tender siempre en esa dirección. En nuestro tiempo, Juan Pablo II usó esto muy eficazmente en su llamada a los jóvenes, desafiándolos siempre a no traicionar sus ideales, sino buscar siempre algo más alto y más noble a lo que entregar sus vidas.

Pero el desafío al crecimiento necesita también una espiritualidad de descenso, una visión y una serie de disciplinas que nos señalen no sólo hacia el sol naciente, sino también hacia el sol poniente. Necesitamos una espiritualidad que no evite ni niegue las complejidades de la vida, la loca conspiración de las fuerzas que están más allá de nosotros, los paralizantes fracasos y depresiones de la vida y la amenazante realidad de la enfermedad, el debilitamiento y la muerte. A veces, sólo podemos crecer descendiendo a ese temeroso infierno, donde, como Jesús, pasamos por una transformación al enfrentarnos al caos, al debilitamiento, a la oscuridad, a las fuerzas satánicas (cualesquiera que éstas puedan ser) y la muerte misma. En algunas culturas antiguas, esto se llamó “sentarse en las cenizas” o “ser un hijo de Saturno” (el arquetípico planeta de la depresión). Como cristianos, nosotros llamamos a esto “pasar por el misterio pascual”. Cualquiera que sea el nombre, todas las espiritualidades auténticas te invitarán, en algún momento de tu vida, a hacer un doloroso descenso al temible infierno del caos, la depresión, el fracaso, la insignificancia, la tiniebla, las fuerzas satánicas y la muerte misma.

La vida misma se revela más allá de nosotros y en el llano campo de la normalidad. Ninguno de éstos puede ser ignorado. De este modo, siempre necesitamos mantenernos y fijarnos, incluso mientras tendemos hacia arriba y a veces nos permitimos descender a la oscuridad.

Y aún hay tiempo de hacer todo esto. Como Rainer Marie Rilke escribió una vez:

Todavía no estás muerto. No es demasiado tarde
para abrir tus profundidades, zambulléndote en ellas;
y bebe en la vida
que allí se revela calladamente
”.

Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf)

lunes, 16 de julio de 2018

Mujeres en el sepulcro: una historia que es nuestra


Mujeres en el sepulcro: una historia que es nuestra, por Dolores Aleixandre

Los relatos evangélicos sobre las mujeres en el sepulcro en la mañana de Pascua se han convertido en estos últimos años en un poderoso foco de atención y en una fuente inspiradora.

Entre tantas maneras posibles de acceder a su comprensión, he elegido la de una lectura en clave antropológica, intentando que sea la corporalidad de las propias mujeres, tal como aparece en los textos, la que se convierta para nosotros en portadora de sentido.

Lo haremos a partir de un sencillo esquema bíblico que contempla al ser humano a partir de tres pares de órganos: corazón/ojos; boca/oídos; manos/pies como símbolos de su sentir y pensar, su decir y su hacer.

Y lo aplicaremos a estos textos:

Mt 27,57-61;
Mt 28,1-10;
Mc 15,42-47;
Mc 16,1-8;
Lc 24,1-11;
Lc 22-24;
Jn 20,1-2 y 11-18

Otra perspectiva adaptada va a ser la de tener como marco de referencia del AT el Cantar de los Cantares. Normalmente es en el encuentro de María Magdalena con Jesús donde se resaltan las coincidencias, pero creo que en el grupo de mujeres de que nos hablan los sinópticos, se dan también elementos típicos del Cantar: ausencia, búsqueda, encuentros, apresuramiento, llamadas, nombres, imperativos, abrazos, temor, gozo, perfumes...

Lo que importa no es determinar si los evangelistas "se inspiraron" en el Cantar, sino ser capaces nosotros de "aspirar" el aroma común que existe en ambos y captar cómo los atraviesa la misma dinámica de un amor, siempre herido por el deseo del encuentro y siempre desbordado por la experiencia de su gratuidad.

MUJERES QUE RECUERDAN Y MIRAN

El corazón hace referencia a la totalidad de la persona, a su centro original e íntimo, a lo que hay en ella de más interior y más total, a aquella dimensión profunda que orienta el deseo y la búsqueda:

"Yo dormía pero mi corazón estaba en vela (...) Me levanté y recorrí la ciudad por las calles y plazas buscando al amor de mi alma..." (Cant 5,2; 3,3).

Es ese apasionamiento el que se desborda en la gama de emociones que reflejan los textos:

"Buscáis a Jesús Nazareno, el crucificado..."(Mc 16,6)
"...llenas de miedo y gozo"(Mt 28,8)
"...quedaron espantadas (...), temblando y fuera de sí. Y de puro miedo, no dijeron nada a nadie (Mc 16,4.8)
"Estaban desconcertadas (...) y recordaron sus palabras..."(Lc 24,4.8)
"María estaba frente al sepulcro, fuera, llorando (...) Le dice Jesús: -Mujer, ¿por qué lloras?,¿a quién buscas? (...) Le dice Jesús:- ¡María! Ella se vuelve y le dice en hebreo: ¡Rabbuni! "(Jn 20.11.15-169)

Los ojos expresan hacia fuera todo ese mundo interior y lo conectan con la realidad; por eso la mirada de alguien es reveladora de lo que hay en ella de más profundo y auténtico.

"¿Habéis visto al amor de mi alma?"(Cant 3,2) pregunta la muchacha del Cantar, con la naturalidad con que el que ama da por supuesto que todas las miradas serán atraídas por el que se ha adueñado de la suya.

"María Magdalena y María de José observaban dónde lo colocaba" (Mc 15,42-47)
"Las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea fueron detrás para observar el sepulcro y cómo habían colocado el cadáver"(Lc 23,55)
"Alzaron la vista y observaron que estaba corrida la piedra"(Mc 16,4)
"Va María Magdalena al sepulcro y observa que la piedra está retirada del sepulcro"(Jn 20,1)
"...se inclinó hacia el sepulcro y ve dos ángeles vestidos de blanco" (Jn 20,11)
"...se vuelve y ve a Jesus de pie"(Jn 20,14)
"...vieron un joven vestido con un hábito blanco"(Mc 16,5)
"...quedaron espantadas, mirando al suelo" (Lc 24,5)
"Mirad el lugar donde lo habían puesto"(Mc 16,6)
"...irá por delante a Galilea; allí lo veréis" (Mt 28,7)
"...volvieron diciendo que habían tenido una visión de ángeles" (Lc 24,24)
"Llega María anunciando a los discípulos: He visto al Señor"(Jn 20,18)

A través de sus sentimientos y de su mirada descubrimos lo que "habita" la interioridad profunda de estas mujeres: aquello que buscan, recuerdan y miran está absolutamente polarizado en Jesús a quien llevan grabado "como un sello sobre su corazón, como un sello sobre su brazo" (Cant 8,6)

Su imagen, grabada en el cristalino de sus ojos, está para ellas presente en cualquier realidad. Estuvieron "mirando de lejos" al crucificado y han quedado fascinadas por él (cf Gal 3,1)

Su ausencia ha despertado en ellas el deseo y la búsqueda y ha integrado todos sus afectos: temor, desconcierto, gozo, llanto..., no tienen otro centro de atracción más que él. Si no hay en ellas esperanza de resurrección y van a ungir un cadáver, la intensidad de un amor "fuerte como la muerte" (Cant 8,6) va a conducirlas a la fe.

MUJERES QUE ESCUCHAN Y ANUNCIAN

La dimensión expresiva reside, ante todo, en la capacidad de escucha simbolizada por los oídos. "Oigo a mi amado que me llama..." (Cant 5,2)

Su otra vertiente, el decir, hablar, anunciar, contar... se atribuye a la boca, la lengua o los labios y la comunicación humana surge de la necesidad de revelar la propia intimidad, de compartir con otros lo que se piensa, se siente, se experimenta.

Por eso, aunque el Cantar celebra el amor de una pareja, la fuerza expansiva de ese amor introduce a otros muchos (las "muchachas de Jerusalén", los amigos del novio) en su celebración, como si necesitaran contar cada uno lo que admira y descubre del otro.

¿Qué oyeron las mujeres en aquella mañana del primer día de la semana? ¿Qué voces, qué palabras, qué llamadas, qué imperativos...?

"No temáis.. Acercaos...id corriendo a decir..." (Mt 28,7)
"¡Alegraos! No temáis; id a anunciar ..."(Mt 28,10)
"No os espantéis. Id a decir...(Mc 16,6-7)
"Recordad lo que os dijo..."(Lc,24,6)
"Ve a decir a mis hermanos..." (Jn 20,15)

¿Cuál fue su respuesta?

"...corrieron a anunciar a los discípulos"(Mt 28,8)
"...se volvieron del sepulcro y se lo anunciaron todo a los once y a todos los demás... (Lc 24,10)
"...unas mujeres de las nuestras (...) volvieron diciendo que él está vivo. También algunos de los nuestros fueron al sepulcro y lo encontraron como lo habían contado las mujeres..." (Lc 24,23-24)
"Llega María anunciando a los discípulos: He visto al Señor y me ha dicho ésto. (Jn 20,18)
"Lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos" (1 Jn 1,3)

Ellas anuncian lo que han visto y, sobre todo, lo que han escuchado. Acceden al conocimiento a través del oído, más receptivo y menos posesivo que la vista. María Magdalena "ve" a Jesús pero su mirada resulta insuficiente y sólo al escuchar su voz lo reconoce. Y es la fuerza de esa palabra acogida en la fe la que las empuja a contar, a comunicar, a hacer llegar a otros lo escuchado.

Hay un murmullo en los relatos, un "rumor de ángeles" que nace de las que ahora están encarnando a la "mensajera de buenas noticias" de Is 40,9 .

Como los pastores de Belén, "cuentan" lo que han visto y oído y van tejiendo una red de comunicación que vincula, por primera vez, al Resucitado con los suyos y desembocará también en la fe y en la alabanza. (cf Lc 2,19-20).

No importa que su anuncio cree sobresalto, que nos las crean y escuchen sus palabras "como un delirio" (Lc 24,11).

"Las aguas torrenciales no podrán apagar el amor ni anegarlo los ríos. Es centella de fuego, llamarada divina..."(Cant 8,7)

MUJERES QUE CORREN LLEVANDO PERFUMES

El hacer y el actuar humanos se expresan a través de las manos y también de los pies, que definen comportamientos, costumbres, "caminos".

"Mis manos destilan perfume de mirra"(Cant 5,5), podrían decir lo mismo que la novia del Cantar, las mujeres que se dirigían de madrugada al sepulcro. Pero, cuando en vez de un cadáver encuentran al Viviente, sus manos sueltan los perfumes para abrazar sus pies. (Mt 28,9; Jn 20,17)

"...compraron perfumes para ir a ungirlo." (Mc 16,1)
"...prepararon aromas y ungüentos(...) fueron al sepulcro llevando los perfumes preparados". (Lc 24,1)
"Ellas se acercaron, se abrazaron a sus pies y se postraron ante él
" (Mt 28,9)
"!Llévame contigo, correremos...!" (Cant 1,4)

Como María al encuentro de Isabel, como los pastores corriendo al pesebre, como Zaqueo bajando del árbol, como el padre al encuentro del hijo perdido, como los de Emaús volviendo a Jerusalén: cuando el corazón "está en ascuas", el ritmo vital se contagia de ese fuego y hace los pies ágiles y fácil la carrera:

"...id corriendo a anunciar...Ellas se alejaron deprisa del sepulcro y corrieron..." (Mt 28,7-8)
"Salieron huyendo del sepulcro...
"(Mc 16,8)
"...María Magdalena llega corriendo adonde estaban Simón Pedro y el otro discípulo..." (Jn 20,1-2)

Hasta el marco temporal refleja esa urgencia que nace del apasionamiento: todo sucede de madrugada, en ese momento en que también la luz está anticipándose al día:

"El primer día de la semana, muy temprano, llegan al sepulcro al salir el sol" (Mc 16,1)
"...al despuntar el alba del primer día de la semana"(Mt 28,1)
"El primer día de la semana, de madrugada..."(Lc,24,1)
"...yendo de madrugada al sepulcro"(Lc 24,24)
"El primer día de la semana, muy temprano, todavía a oscuras..." (Jn 20,1)

Estamos en clima de vigilia pascual y no es tiempo de dormir sino de velar en medio de la oscuridad de la noche. Los perfumes son las lámparas encendidas que iluminan su espera (cf Mt 25,7), y por eso hay preparativos, impaciencia, urgencia de adelantarse al amanecer.

Es la primera mañana de la nueva creación y las tinieblas del caos primitivo están a punto de dejar paso al resplandor del lucero de la mañana. (2Pe 1,19)

¡QUEREMOS BUSCARLE CON VOSOTRAS! (Cf Cant 6,1)

¿Cómo buscar nosotros al Resucitado con Magdalena, María, Salomé, las otras...? ¿Cómo hacer de su historia "nuestra historia"?

Vamos a tratar de aprender sabiduría de estas mujeres a las que, con lenguaje del AT, podemos llamar hayil, "mujeres de recursos", lo mismo que Rut (3,11) y que la mujer ensalzada en el libro de los Proverbios (Pr 31,10) y reconocer en ellas su capacidad de afrontar los acontecimientos con sabiduría y audacia.

La realidad que se describe en los relatos como precediendo a la Pascua tiene el nombre dramático de muerte, fracaso, decepción de todas las expectativas. Todos los discípulos, tanto hombres como mujeres, pensaron a lo largo de todo aquel sábado que sólo les quedaba un cadáver en un sepulcro.

Las palabras desalentadas de los de Emáus "Nosotros esperábamos... pero..." reflejan una situación de pérdida de esperanza que quizá es también la nuestra en un tiempo en el que hablamos de ausencia de Dios, de exceso de dolor, de tumbas vacías de esperanza. También nosotros podemos sentirnos como si siguiéramos aún en el anochecer del viernes, volviendo con ánimo abatido de enterrar en el sepulcro proyectos, ilusiones y promesas.

También nosotros podemos reaccionar: "llorando y hacer duelo" (Mc 16,10) "cerrando las puertas por miedo..." (Jn 20,19), La piedra es demasiado grande para nuestras fuerzas, el orden internacional demasiado injusto, la violencia demasiado arraigada, la presencia creyente irrelevante, la Iglesia demasiado temerosa...

Por eso la tentación puede ser "prolongar el sábado", refugiarnos en una espiritualidad evadida, permanecer en una parálisis inerte. O tomar caminos de vuelta a Emaús que alejan de los sepulcros y de los crucificados y tratan de escapar no sólo de su dolor sino también de su memoria.

Pero hay en la mañana del "primer día de la semana" un camino alternativo: el de quienes, entonces y ahora, echan a andar "todavía a oscuras" y se acercan a los lugares de muerte para intentar arrebatarle a la muerte algo de su victoria. Como intentaban borrar algo de su rastro aquellas mujeres a fuerza de perfumes.

Saben que no pueden mover la piedra pero eso no les detiene. Son conscientes de la fragilidad y la desproporción de lo que llevan entre las manos, pero esa lucidez no apaga el incendio de su compasión ni hace su amor menos obstinado.

Quizá no viven todo eso desde la plenitud de la fe, ni le ponen el nombre de esperanza a sus pasos vacilantes en la noche. Pero hacen ese camino abiertos al asombro, apoyados en el recuerdo de palabras que prometen vida, dispuestos a dejarse sorprender por una presencia oscuramente presentida.

Los evangelios de Pascua "están de su parte". Se lo dicen, nos lo dicen a todos, esas mujeres que irrumpen de nuevo en nuestros cenáculos anunciando: "¡Hemos visto al Señor!".

De ellas recibimos la buena noticia: el Viviente sale siempre al encuentro de los que le buscan, los inunda con su alegría, los envía a consolar a su pueblo, los invita a una nueva relación de hermanos y de hijos.

El va siempre delante de nosotros, palabra de mujeres.

Dolores Aleixandre RSCJ

sábado, 23 de septiembre de 2017

La piel como escenario


La piel como escenario
, por Juan Manuel Otero Barrigón

La piel está relacionada con todo, siendo una barrera sensible y táctil entre el sí mismo y el otro, entre el exterior y el interior del individuo. Su vitalidad para la existencia es tal, que constituye la geografía donde los seres pueden encontrarse. Amén de ser tan delgada, la piel es profunda y rica. Todo el conjunto de órganos, músculos, estructura ósea, y en definitiva, todas las partes que rodean nuestro cuerpo, están cubiertas por esa fina película que define el límite entre aquello que somos y aquello donde dejamos de ser. La piel está, además, dotada de una especialísima cualidad de contención o permeabilidad simbólica: de allí que suele decirse que una persona muy susceptible tiene la piel fina, mientras que otra resistente, “curtida” por la vida, tiene la piel gruesa. Cuando los avatares de la existencia se inmiscuyen en nuestro humor, “se nos meten bajo la piel”. Por otro lado, en casi todos los idiomas se comprende el carácter esencial o comprometedor que reside en la expresión “salvar el pellejo”.

La piel consta de tres capas y supone el 15% de nuestro peso corporal. Es el mayor órgano del cuerpo y su función es proteger y amortiguar. En tanto envoltura o tegumento exterior, algunos ritos distribuidos por el mundo nos enseñan que no está exenta de su desollamiento. Los pueblos antiguos despellajaban a víctimas humanas y se cubrían con su piel para imitar la muda de las serpientes, donde la vieja piel del año se retira, posibilitando una renovación transformadora.

La piel es también un lienzo a través del cual se expresan diversos detalles simbólicos de la posición social y de la identidad personal. Por ejemplo, en ciertas culturas, el abdomen cortado de una joven representa disponibilidad conyugal, y el torso tatuado de un hombre, su condición iniciática. Por otra parte, a menudo, el maquillaje concilia al mismo tiempo tanto un juego como un arte decorativo que crea una máscara para el drama de la vida. En los cuentos tradicionales y en el folklore, la persona maldita o hechizada tiene muchas veces la piel de un animal. Esto sugiere, por un lado, la necesidad de redimir un complejo psíquico que no le permite ser del todo humano todavía; o, por el otro, la necesidad de vivir dentro de la sustancia animal o el espíritu creativo de la naturaleza que ha descuidado. En el imaginario inuit, uno podría encontrarse con un animal que se quita la piel para revelar un ser humano, o con un humano que se quita la piel para revelar un animal, dando cuenta del carácter mutable y fluido del paisaje psíquico y sus interconexiones.

Dada nuestra estructura deseante, y las limitaciones de la piel para conseguirnos las condiciones necesarias de confort que los seres humanos anhelamos, comúnmente nos valemos de pieles externas para adaptarnos al entorno. Según el artista y arquitecto austríaco Hundertwasser, empleamos, por ejemplo, cinco pieles diferentes. La primera de ellas es la nuestra, la epidermis; la segunda, la vestimenta; la tercera la casa, los edificios; la cuarta piel es la identidad, todo aquello que constituye nuestro entorno más cercano, nuestra familia, nuestro barrio o ciudad, en resumen, lo que nos ayuda a definirnos. Por último, la quinta piel es la Tierra, nuestro planeta, el mismo que con su atmósfera protectora nos permite vivir, generándonos un ambiente que nos aísla del resto, del frío universo exterior.

Pero volviendo a la primera de estas superficies, digamos que nuestra relación con la piel no está exenta de su Sombra. Las pieles de muchos animales exhiben maravillosos dibujos o pelajes destinados a asegurar su supervivencia. Sin embargo, los seres humanos también las codician, como símbolos de status o para adornar su vestimenta de moda. De esta manera, empujamos a la práctica extinción a muchas especies, a las cuales estábamos destinados a proteger. Más aún, el color de la piel, determinado tan solo por su cantidad concentrada de melanina, ha sido desde antaño raíz esencial de distinciones étnicas y de prejuicios racistas. Las proyecciones psíquicas en torno a su claridad u oscuridad, plasmadas en gran variedad de mitos y relatos religiosos en todo el mundo, han condicionado profundamente nuestra percepción de los demás y de nosotros mismos.

En la piel reside el sentido del tacto, que nos posibilita percibir la presión, la temperatura y el dolor. Como fuente poderosísima de estimulación sensorial, el tacto es muy valioso para el desarrollo de las crías de muchas especies, incluida la humana; en épocas tempranas, fomenta en ellas su supervivencia, un mayor bienestar, y una progresiva independencia.

Dado que la piel se desarrolla a partir del mismo tejido fetal que el cerebro y funciona en íntima colaboración con los sistemas hormonal, vascular, inmunológico y nervioso, distintas patologías a dichos niveles se expresan a través de esa superficie protectora. Además, y como la piel es tan rica en tonalidades en lo relativo a sus reacciones a los elementos de la naturaleza, las circunstancias ambientales y los campos psíquicos, sirve como barómetro del bienestar tanto físico como psicológico. En las condiciones de la piel, suelen registrarse distintas huellas de nuestra biografía y de nuestras relaciones con los demás.

La pérdida de cabello suele ser una de esas condiciones que, salvo en aquellos casos motivados por causas estrictamente biológicas o hereditarias, suele ser escenario, muchas veces, de los avatares de nuestro devenir vital. Entre los hombres, sabido es que el paso de los años determina muchos vayamos perdiendo el cabello. Cuando Francisco de Asís y sus seguidores entraron en el clero de la Iglesia medieval, se tonsuraron, y sólo se les dejó una corona de pelo en la cabeza. Imitación tanto de la corona de espinas de Cristo como de su realeza divina. En los hombres, el cabello se puede asociar a la belleza y al vigor sexual, pero en algunas culturas, su carencia también realza la belleza natural de la cabeza y puede denotar a una persona estudiosa, un intelecto superior. En el mundo hebreo, Sansón da cuenta de lo primero, a tal punto de que el mito dota al pelo de eficacia mágica. Tanto en hombres como en mujeres, la pérdida involuntaria del cabello puede alterar de manera permanente la imagen de uno mismo, evocando cierta vulnerabilidad. Pero, por otro lado, la noción del cambio interior es vital para el significado simbólico de la cabeza desnuda. Afeitársela con fines rituales refleja la idea de consagración, iniciación y transformación espiritual, "sacrificio" que se refleja en el ingreso a muchas órdenes religiosas y que evoca la calvicie del momento de cambio quizás más determinante de la vida, la del recién nacido. Representación de una muerte y un renacimiento psíquicos. En ciertos contextos esotéricos, se postula la importancia de la coronilla, donde reside la conexión vertical con lo superior o lo trascendente. Conexión que se simboliza en las representaciones artísticas como un halo de luz brillante que rodea la cabeza. Pero también una cabeza sin pelo puede ser señal de castigo, o un intento de deshumanización: como cuando se rapaba a ciertos delincuentes, o a las mujeres que se acercaban al enemigo en tiempos de guerra. En definitiva, el poder simbólico de la calvicie tal vez descanse en que exterioriza la superficie de la cabeza, lugar del entendimiento, de los pensamientos, y de las imaginaciones más íntimas, que nos impulsan a lo alto.

"Santo Domingo Guzmán", por Fray Angelico

En nuestros tiempos, debe señalarse, además, la disímil valoración que la pérdida de cabello acarrea para hombres y mujeres. Los cánones de belleza imperantes en la mayoría de nuestras sociedades tienden a ser más impiadosos respecto a las consecuencias de la pérdida de pelo cuando se producen en la mujer. A diferencia del varón, a quien despúes de cierta edad, se le concede socialmente la posibilidad de perder cierta cantidad de pelo, la calvicie en la mujer tiende a asociarse con la menopausia y la pérdida de fertilidad, por lo cual la sociedad no suele admitir que una mujer pueda quedarse calva, siendo en esos casos, mayor su impacto psicológico en quienes atraviesan dicho proceso (aislamiento, pérdida de la autoestima, depresión, etc).

Esto nos lleva a considerar la importancia que tiene el diálogo entre los factores médicos y psicodinámicos. Así como la dermatología se ocupa de las enfermedades médicas de la piel, la psicodermatología es la disciplina que se aboca al estudio de la imbricación que dichas enfermedades tienen con nuestra psicología profunda.

Una de estas expresiones más comunes es la alopecia areata, definida como una enfermedad autoinmune de los folículos pilosos, caracterizada por pérdida repentina de cabello que suele comenzar con una o más zonas de calvicie circulares que pueden superponerse. En algunos casos, la pérdida de cabello es completa y se va extendiendo a todo el cuerpo, condición que se denomina alopecia areata universal. Su carácter de enfermedad autoinmune supone que el daño a los folículos pilosos es provocada por las defensas del propio individuo, por razones profundas, de índole psicodinámicas. En raras ocasiones, la curación es espontánea, mientras que en otras, el cuadro se torna permanente, y no vuelve a crecer el pelo.

Para entender la íntima conexión de la psicología con las enfermedades de la piel, recordemos una vez más que tanto esta, como el sistema nervioso, se originan ambos en la misma capa embrionaria. Hay padecimientos que aparecen o que se disparan en momentos psicológicos específicos, como los de stress, y los dermatólogos, en este sentido, suelen coincidir respecto a que ciertas dermatosis tienden a producirse en determinadas personalidades.

Estudios como el realizado en el año 2009 en el Departamento de Psicología de la Universidad de Westminster (Londres), donde se consultó a 214 personas que padecían alopecia sobre la incidencia que esta tenía en su estado emocional como en su vida diaria, sirve como buena referencia para considerar la importancia que tiene la asistencia psicológica paralela al tratamiento médico de esta condición. Los pacientes evaluados en este estudio manifestaron sentimientos de enojo, disgusto, preocupación y estrés, siendo la pérdida de la autoconfianza, de la autoestima y la timidez las respuestas más comunes, especialmente en las mujeres.

Por su parte, y según investigaciones de José María López Sánchez, se encuentra en los pacientes que padecen este tipo de alopecia un perfil alexitímico y una inhibición de la agresión. Sus conclusiones, obtenidas mediante estudios psicobiográficos y psicodiagnósticos, permiten dar cuenta de ciertas características destacables a nivel caracterológico, como la presencia de comportamientos de sumisión y pasividad, mientras que a nivel discursivo, la asunción existencial de un rol de víctima y predominio de sentimientos de impotencia, tanto como de miedo a la agresión y al castigo.

En forma paralela, en otro estudio realizado por el médico psicoanalista Jorge Ulnik junto a la doctora Margarita Chopitea de Fontan Balestra, se había aludido a dicha pasividad, postulando que algunos pacientes han desempeñado el rol de “muñecos”, cumpliendo la función de un objeto transicional tardío para sus madres. La ilusión de que el pelo vuelva a crecer vehiculiza, así, una fantasía de evitar las consecuencias de la castración, dado que lo que se corta o ha caído puede volver a aparecer tal como era antes.

Según postula la psicoanalista Marta Bekei, la derivación dermatológica de un paciente a la consulta psicológica puede deberse a raíz de una vivencia traumática que desestabiliza al sujeto, sobre todo si se trata de niños y adolescentes. Sabido es que la alopecia areata aparece vinculada a una predisposición genética, la cual está determinada por encontrarse comúnmente antecedentes familiares. Sin embargo, los dermatólogos reconocen que en la producción del fenómeno debe intervenir una vivencia emocional intensa, angustiante, que actuaría mediada por una reacción inmunológica. Esto es plenamente comprobable en la clínica de adolescentes que padecen esta condición. En mi experiencia, he podido verlo reflejado como consecuencia de situaciones de duelo muy complejas, que llegaron a traducirse incluso en verdaderas depresiones reactivas. La vivencia íntima que tiene que ver con la pérdida, por muerte o separación, de un objeto libidinal importante, o bien, con el miedo a perder su amor, puede desencadenar estos procesos, lo que demanda, para su buen abordaje, un estudio profundo de la personalidad del padeciente, y las características del medio social y familiar en el que este está inserto.

Por otro lado, habrá que determinar si este cuadro corresponde a una estructura psicosomática deficitaria, o quizás a otra estructura similar, ya que la dinámica del padecimiento sugiere, por lo general, su naturaleza psicosomática. En este sentido, la estructura de personalidad de personas que sufren trastornos psicosomáticos se distingue, fundamentalmente, por una debilidad yoica percibida a través de las fallas funcionales. Por otro lado, son observables también limitaciones en la capacidad fantasmática y en la simbolización, las cuales se reflejan en lo que desde la escuela psicoanalítica de París, Pierre Marty denomina pensamiento operatorio.

Las relaciones objetales que se establecen por medio de este Yo deficitario de naturaleza simbiótica, dado que no se ha logrado una clara discriminación yo/no yo. Los individuos con esta estructura psíquica suelen ser sobreadaptados a su medio, incansables, puesto que fueron entrenados para centrar su atención en los estímulos externos e ignorar sus señales corporales internas. Por esta deficitaria discriminación yo/no yo, la pérdida objetal se vive como la pérdida de una parte de sí mismo, y el dolor que provoca se cristaliza directamente en el cuerpo, sin ser mentalizado.

La mayoría de los estudiosos en psicosomática coincide, a este nivel, respecto a la importancia que la temprana relación madre-hijo tiene a propósito del desenvolvimiento de las capacidades simbolizadoras; de modo que, al fallar la madre en su función estabilizadora de la estructuración yoica, se crean las condiciones para la configuración psicosomática.

El cabello, al constituir un apéndice externo de nuestro organismo, puede ser desprendido fácilmente, sin provocar heridas ni dolor. No obstante, atacar parte del propio cuerpo es desvitalizarlo, y su expulsión, constituye un grado de autoagresión, siendo esta una característica esencial de los trastornos psicosomáticos. En este sentido, la alopecia no daña una parte vital del organismo, aunque sí una muy visible, produciendo un síntoma que expone directamente a la mirada de los demás. Mirada esta, que en algunos casos, se acompaña de burla y rechazo. Y es que provocar la agresión del otro es una autoagresión indirecta, y la somatización, como proceso, es siempre autoagresiva.

El poder autoagresivo y la continuidad del cuadro psicosomático dependen en gran medida de la estructura yoica del sujeto que lo padece. El abordaje clínico supone la necesariedad de volver la mirada hacia atrás y sumergirse en acontecimientos de un momento previo donde lo biológico y lo psicológico no están todavía discriminados.

Promover la puesta en palabras de aquellas vivencias relacionadas con pérdidas todavía no elaboradas.

Posibilitar nuevas ligaduras psíquico energéticas, que permitan sortear su descarga somática.

Reforzar las defensas yoicas, para que frente a la eventualidad de sucesos traumáticos por venir, el sujeto cuente con la posibilidad de ligar dichos excesos de energía, sin verse inevitablemente remitido a un estado de indefensión.

viernes, 8 de septiembre de 2017

Derroteros de nuestra llamada "evolución"


Impacta observar esta reconstrucción forense de dos neandertales que se expone en el Museo de Gibraltar (España). Esa niña aferrándose a su madre. Dicen que tenían un sentido profundo de la compasión, y que se preocupaban por el bien común. Así y todo, no pudieron evitar desaparecer de la faz de la tierra hace alrededor de 40.000 años, aunque habitaron el Viejo Continente durante, al menos, 200.000. En comparación, y con el puntapié de la agricultura , nuestra civilización tiene apenas 10.000 años. Nada. Las pinturas de Altamira, unos 15.000. La pirámide de Keops, 4.500. Jesús de Nazareth, 2000 años. Mahoma, 1.400. La revolución de Mayo, 200 años. Los celulares, 40. ¿Hasta donde llegará la cuenta con personas como Donald Trump y Kim Jon-un afinando los violines de su danza macabra ?

sábado, 15 de julio de 2017

Aunque Cristo no hubiera existido...


"Afirma usted que sin el ejemplo y la palabra de Cristo, a cualquier ética laica le faltaría una justificación de fondo que tuviera una fuerza de convicción ineludible. ¿Por qué sustraer al laico el derecho de servirse del ejemplo de Cristo que perdona? Intente, Carlo María Martini, por el bien de la discusión y del parangón en el que cree, aceptar aunque no sea más que por un instante, la hipótesis de que Dios no existe, de que el hombre aparece sobre la Tierra por un error de torpe casualidad, no solo entregado a su condición de mortal, sino condenado a ser consciente de ello, y hacer, por lo tanto, imperfectísimo entre todos los animales. Este hombre, para hallar el coraje de aguardar la muerte se convertiría necesariamente en un animal religioso y aspiraría a elaborar narraciones capaces de proporcionarle una explicación y un modelo, una imagen ejemplar. Y entre las muchas que es capaz de imaginar, algunas fulgurantes, algunas terribles, otras patéticamente consolatorias, al llegar a la plenitud de los tiempos tiene en determinado momento, la fuerza religiosa, moral y poética, de concebir el modelo de Cristo, del amor universal, del perdón de los enemigos, de la vida ofrecida en holocausto para la salvación de los demás. Si yo fuera un viajero proveniente de lejanas galaxias y me topara con una especie que ha sido capaz de proponerse tal modelo, admiraría subyugado tamaña energía teogónica y consideraría a esta especie miserable e infame, que tantos horrores ha cometido, redimida solo por el hecho de haber sido capaz de desear y creer que todo eso fuera la Verdad.
Abandone ahora si lo desea la hipótesis y déjela a otros. Pero admita que aunque Cristo no fuera más que el sujeto de una gran leyenda, el hecho de que esta leyenda haya podido ser imaginada y querida por estos bípedos sin plumas que solo saben que nada saben, sería tan milagroso (milagrosamente misterioso) como el hecho de que el Hijo de un Dios real fuera verdaderamente encarnado."


Umberto Eco, en ¿En qué creen los que no creen?, Umberto Eco y Carlo María Martini (cardenal y arzobispo de Milan), Ed. Diario Público, Barcelona, pp. 81-82, 2009.

viernes, 7 de julio de 2017

Simbolismo del héroe


Profesor Jung: El propio héroe tiene cualidades de serpiente. El dragón, por ejemplo, se supone que tiene una piel invulnerable, y en la saga de Sigfrido el héroe tiene que bañarse en la sangre del dragón con el fin de adquirir la misma piel.

Y una saga nórdica dice que se puede reconocer a los héroes por el hecho de que tienen ojos de serpiente, esa peculiar rigidez, una expresión mágica en los ojos. Pero se trata de un verdadero símbolo de interpenetración. […]

En El libro de los muertos encontramos la eterna lucha del dios sol Ra con la gran serpiente Apofis. Se trata de la repetición día tras día del mito del héroe. [...] El sol se eleva en el momento en que el héroe sale del vientre del monstruo. […] Aquí tenemos un claro símbolo de la interpenetración.

Srta Hannah: ¿No es Cristo como una serpiente?

Prof. Jung: Él es el héroe una vez más. La serpiente siempre significa resurrección debido a la muda de su piel. […] Se ha asociado siempre a la serpiente con la muerte, pero la muerte de la que nace una nueva vida. Pero ¿qué símbolo bien determinado es éste? [...]

Srta von Franz: El ouroboros

Prof. Jung: Exactamente. El que se devora la cola, o los dos animales que se devoran el uno al otro. En la alquimia se representa en la forma del dragón alado y el dragón sin alas que se devoran el uno al otro. […]

También se ha expresado la misma idea a través de dos animales, el perro y el lobo, devorándose el uno al otro, o el león con alas y el león sin alas, o el león macho y el león hembra. […] Ambos destruyen y ambos son destruidos. Y esto expresa la idea de que una vez el héroe se come a la serpiente y otra vez la serpiente se come al héroe. […]

Como la operación del Ying y el Yang chinos, la transformación de uno en otro, concebidos y nacidos cada uno del otro, el uno comiéndose al otro, y muriendo cada uno convertido en la semilla de sí mismo dentro de su propio opuesto.

Este símbolo del Taijitu expresa la idea de la esencia de la vida, porque muestra la operación de los pares de opuestos.

En el corazón de la oscuridad, el Yin, yace la semilla de la luz, el Yang; y en la luz, el día, el Yang, yace asimismo la oscura semilla del Yin.

Este símbolo a menudo se representa en el Este en la forma de dos peces en esa posición, con el significado de los dos lados o los dos aspectos del ser humano, la consciencia y el inconsciente.”

Carl Gustav Jung, "Sobre el Zaratustra de Nietzsche", 1938.

sábado, 1 de julio de 2017

Homosexualidad y Cristianismo


"Homosexualidad y Cristianismo", dos miradas alternativas


"¿Qué dice la Biblia sobre la homosexualidad? Realmente, muy poco. Jesús no dijo nada, que es lo más significativo.
Nos llama la atención las pocas veces que la Biblia toca esta problemática, en comparación a otros temas como los juicios, el orgullo, y la hipocresía, sobre lo cual si hablan mucho las Escrituras, a este se le dedica una atención mucho menor y menos apasionada. A todo esto debemos preguntarnos el por qué, para poder obtener un juicio equilibrado. En ninguna parte de la Biblia está la idea de condenar a las personas que son homosexuales. Estas declaraciones, sin excepción, se dirigen a ciertos actos homosexuales. Los escritores bíblicos no tenían ninguna comprensión de la homosexualidad como orientación psico-sexual. Esta verdad es un descubrimiento relativamente reciente. Los autores bíblicos se referían a los actos homosexuales realizados por personas heterosexuales que asumían esta postura con relación al sexo. La actitud de Jesús hacia las lesbianas y los gay no fue hostil... en la historia donde Jesús cura al criado del Centurión, la palabra usada para el criado es "pais", la cual en la cultura griega se refiere a un amante más joven de un hombre mayor o más educado.
La historia demuestra claramente un amor inusualmente intenso, y la respuesta de Jesús fue totalmente positiva" (Mt 8, 5).

Michael Piazza, pastor evangélico


"Es triste que en muchos países de nuestro mundo las personas sean perseguidas por su orientación sexual, en ocasiones castigadas por la ley, y en otras por la sombra –más sutil, pero igualmente demoledora- de la ignorancia, la burla, el rechazo y la incomprensión.
Con frecuencia he escuchado a gente buena que, sin embargo, no tiene reparo a la hora de hacer comentarios que van desde lo condescendiente hasta lo insultante hacia las personas homosexuales. Gente que en cuanto oye la palabra gay le añade lo del Lobby, como si la homosexualidad fuese ante todo una militancia, una ideología o un grupo de interés; en lugar de ser la condición de muchos millones de personas en todo el mundo, en todas las sociedades, en todas las épocas y en todas las situaciones sociales.
Como iglesia también tenemos que avanzar para forjar una sociedad y una comunidad libre de discriminación y prejuicio. Se ha recorrido camino. Han cambiado algunas cosas, y cada vez son más las voces que hablan con respeto, con ternura, y con valentía, frente a discursos que parecen anclados en otra sociedad y otra época. Pero hay que avanzar más. Tenemos que contribuir al reconocimiento de la radical dignidad de todas las personas en la sociedad en general, y en la iglesia en particular. Hay muchas personas homosexuales, lesbianas, y transexuales que creen en Dios y que se saben parte de la Iglesia. Pero que en ocasiones se sienten, como me decía un buen amigo, “obligados a ver el partido desde el banquillo”, porque se les dice que eso es lo que hay. 
No es lo que hay. No puede ser. Si de verdad creemos en el Dios que a cada uno nos ha creado únicos y diferentes. Si de verdad creemos en la radical dignidad de todas las personas. Y si no caemos en moralizar lo que no es moral, sino la condición humana, en su complejidad y su diversidad".

José María Rodríguez Olaizola, sacerdote jesuita

sábado, 29 de abril de 2017

El Cristianismo según Nietzsche (fragmentos)

"Nietzsche", por  Enrique Carceller Alcón

El reino de los cielos es un estado del corazón ( -de los niños se dice “pues de ellos es el reino de los cielos”); no es nada que esté “sobre la tierra”.

El reino de Dios no “viene” de un modo cronológico-histórico, ni según el calendario, como una cosa que un día estuviere presente, pero la víspera no: es, por el contrario, una “modificación del sentido en el individuo, una cosa que adviene en todo tiempo y que en todo tiempo no está presente todavía…

Moraleja: el fundador del cristianismo ha tenido que expiar el haberse dirigido al estrato más bajo de la sociedad y de la inteligencia judías…

-éste lo entendió según el espíritu que comprendía…

-es una verdadera vergüenza haberse fabricado una historia de salvación, un dios personal, un redentor personal, una inmortalidad personal, y haber conservado toda la mezquindad de la “persona” y de la “historia” como residuos de una doctrina que discute la realidad de todo lo personal y de todo lo histórico…

La leyenda de la salvación en lugar del simbólico ahora y siempre, aquí y en todas partes, el milagro en lugar del simbolismo psicológico.


(F. Nietzsche, Fragmentos póstumos IV)

“La historia del cristianismo –a partir de la muerte en la cruz – es la historia del mal entendimiento, cada vez más grosero, de un símbolo originario”.

(F. Nietzsche, El Anticristo)

“Si entiendo algo de este gran simbolista, es que únicamente vio y reconoció realidades interiores: que entendió el resto (todo lo natural, lo histórico, lo político) únicamente como signo y ocasión de parábolas –no como realidad, no como “mundo verdadero”…

Igualmente el hijo del hombre no es una persona concreta de la historia sino un “hecho [Faktum] eterno”, un símbolo psicológico no encerrado en el tiempo…

Lo mismo vuelve a valer finalmente en el grado más elevado del Dios de este simbolista típico… del reino de Dios, del “reino de los cielos”…

el “padre” y el “hijo”: este último expresa el ingreso en ese estado de transfiguración global de todas las cosas, el primero es precisamente éste…

-y esta representación se ha malentendido.”


“La historia del cristianismo es la historia del tener que malentender progresivamente en forma cada vez más grosera un simbolismo sublime…”

(F. Nietzsche, Fragmentos póstumos IV)

sábado, 15 de abril de 2017

Pascuas


¿O no es fantástico?.. Que hace mas de 2000 años un wey de pelo largo haya caminado por aquí, hablando de conceptos nuevos, vanguardista, que probablemente había escuchado de otros locos en su vida de rockstar. Del amor y otras nuevas tendencias, que eramos carnales tú y yo, y que cualquiera podría ser el artista de su vida, que había que ser rebelde y nunca callarse. Era como tú y como yo loco, solo que tenía el pelo largo y hablaba como poeta, un artista modernista con mirada de verdad, como Beethoven y su romanticismo como Monet y su impresionismo, como Pink Floyd y sus sintetizadores, venidos del futuro o de galaxias de prodigios, con sus sabidurías adelantadas a esta torpe y lenta sociedad.


"Rocker Divino", Xavier Matuk