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sábado, 19 de diciembre de 2020

Filosofía perenne para estar en el mundo


"Aldous Huxley popularizó en el siglo XX la noción de "filosofía perenne", aunque ya había sido utilizada en siglos anteriores, específicamente por Steuco en el SXVI y por Leibniz, en el SXVII. El estudio de la historia de las religiones, junto con el denominado esoterismo, nos conduce a un resultado de mucha importancia: la antigüedad, la continuidad y la unidad esencial de una doctrina esotérica. Esto supone que los sabios y profetas, aún de tiempos muy diversos, llegaron a conclusiones idénticas en el fondo, aunque diferentes en su forma, sobre las verdades primeras y últimas del ser humano, y esto siempre por la misma vía de la iniciación interior y de la meditación. Hay, entonces, y usando la expresión de Leibniz, una filosofía eterna, perennis quaedam philosophia, que constituye el lazo primordial de la ciencia y de la religión y su unidad final, intuición a la que todos podemos tener acceso. 
¿Hay una sola vía de iniciación? ¿Hay un método fijo, o más bien se deberá encontrar aquel que lo conduzca a cada uno a su interioridad? El debate no es menor, y lo han desarrollado, entre otros, René Guénon, Coomaraswamy o Krishnamurti. ¿Cómo ubicarse en una vía iniciática hoy, cuando somos convocados permanentemente por un afuera que nos reclama constante presencia, y donde se desacralizó lo sagrado, y se tornó todo tiempo y espacio como profanos, en apariencia al menos? Y si encaramos una técnica tradicional, ¿lo hacemos para transformarnos realmente, con todo lo que implique, o lo hacemos como un producto más de consumo "que nos haga sentir bien" (y seguir siendo el mismo, evitando nuestras zonas oscuras...)? Byung Chul Han nos habla actualmente de "la sociedad del cansancio" y del "fin de los rituales". Nos alerta de la desconexión con un espacio y tiempo sagrados que son concebidos en esencia naturalmente por la humanidad desde siempre. Un mundo indiscriminado, que nos hace sentir una nostalgia por los orígenes y por un sentimiento religioso, por lo sublime, y como consecuencia de esto, los síntomas predominantes de esta época: depresión, cansancio, aburrimiento, superfluidad. 
¿Cómo estar en el mundo, sin pertenecer al mundo? Retirarse, en un ascetismo extremo, nos priva de la experiencia humana, mientras que el camino del mundo nos priva de una iniciación interna. Más bien, la delicadeza de un "camino del medio", como nos enseña Buda, que requiere calibrar permanentemente nuestra experiencia, en un sutil equilibrio entre nuestra experiencia externa e interna". 

Virginia Modarelli, Psicóloga (Universidad de Buenos Aires, Facultad de Psicología y Facultad de Filosofía y Letras). Psicoterapeuta con orientación analítica. Docente en la Escuela Taitoku. Amiga de nuestra Red.

viernes, 21 de agosto de 2020

Tradición. Esbozo de algunos conceptos


 Tradición. 
Esbozo de algunos conceptos 

Carlos Herrejón Peredo 
El Colegio de Michoacán 

Elementos de la tradición 

En la tradición hay cinco elementos: 1) el sujeto que transmite o entrega; 2) la acción de transmitir o entregar; 3) el contenido de la transmisión: lo que se transmite o entrega; 4) el sujeto que recibe; 5) la acción de recibir. 

Son los cinco elementos que en realidad se dan en el fenómeno histórico y sociocultural que es la tradición. 

Etimológicamente, tradición, de traditio, significa la acción y el efecto de entregar (tradere), o transmitir. Así pues, la etimología sólo declara directamente dos de los elementos del fenómeno completo (el 2 y el 3). La adición de los otros obedece: el primero, a implicación lógica acción-agente; el cuarto y el quinto, tocantes a la recepción de la tradición, por la correlación del tipo de acción: entregar. Absolutamente puede haber el gesto de entrega, sin la correspondiente recepción. Este será el problema de algunas tradiciones. Mas la tradición que en verdad vive es aquella que tiene correspondencia, de tal manera que pueda darse de nuevo, en infinidad de veces, en una larga serie, la traditio y la receptio recurrentes. Este es el ciclo de la tradición. 

Ciclo de la tradición 

a) El ciclo se inicia con la acción en virtud de la cual algo se transmite, dentro de circunstancias concretas hic et nunc. b) A esa acción sigue en correspondencia la recepción de lo transmitido, lo cual puede tener grados y condicionamientos, c) Junto con la recepción se inicia un proceso de asimilación', la tradición contenido pasa a formar parte del destinatario y al mismo tiempo éste amolda y recrea en sí mismo la tradición. La asimilación de la tradición implica la actualización de la misma tradición; de otra forma no hay tal asimilación, a lo más, una carga yuxtapuesta a la persona o al grupo social. Implica, pues, adaptación, selección, pero más que eso la asimilación implica un proceso por el que la tradición pasa a formar parte viva del destinatario. d) Una vez asimilada, la tradición se fija y entra en una fase de posesión estable, lo cual no significa inmovilidad, la posesión continúa en cierta forma la asimilación, dando lugar a una participación del destinatario, que por una parte tiende a conservar lo recibido como un patrimonio, como un legado, pues de otra forma no habría identidad; mas por otra parte lo enriquece o reduce o modifica, pues de otra manera iría perdiendo su carácter vital, e) Junto con la posesión, fortaleciéndola y proyectándola, vuelve otra vez la transmisión, la acción primera, con lo cual se cierra el ciclo. 

La acción de transmitir 

Así pues, tradición es entregar, pasar, traspasar (correlativamente recibir, aceptar, asimilar la entrega). Transmitir. Es el proceso de la entrega. Supone un término a quo y un término ad quem. Un punto de partida y uno de llegada. Mejor, un sujeto que entrega y un destinatario que recibe. 

Como acción es algo dinámico. Tiene movimiento, fuerza, impulso. Es una entrega sucesiva. 

La “tradición” no se constituye por la sola entrega de un individuo a otro. Esta sólo es parte de una cadena de entregas. La tradición implica recurrencia de la transmisión, reiteración. El acto de entrega se repite. 

La tradición como acción ocurre en el tiempo. La tradición es sucesión en el tiempo. Las entregas se van dando. La tradición no se da simplemente; se va dando. La tradición es un proceso temporal. 

La tradición ocurre en el tiempo y es registrada en las medidas del tiempo. Pero ella tiene sus propios tiempos. Ella misma es medida del tiempo, mejor, medidora del tiempo. Lo marca. Y ella misma es marcada por el tiempo. Parte el tiempo y es partida por él. 

La acción misma de transmitir, aunque recurrente, también se va haciendo distinta, porque el tiempo, o mejor dicho, otros procesos temporales la van marcando. O todavía mejor, porque la historia —conjunto de procesos temporales— la marca. 

La tradición si permanece en el tiempo, es porque avanza a través de él. Si la tradición es tal, esto es, si se reitera —y no se da esto sino en el tiempo—, es porque camina adelante, progresa. La tradición como recurrencia es identidad de entrega. La tradición como proceso temporal es cambio: todo el cambio necesario para proseguir como tal tradición. Puede ser considerable o mínimo. Podría pensarse que hay falacia en esto, porque no se puede identificar avance temporal con progreso. Mas no entendemos progreso en el sentido que se le ha dado por la ilustración, sino en el de un proceso de cambio necesario para sobrevivir y reproducirse sin perder una identidad fundamental. 

El agente de la tradición 

La acción de entregar, de transmitir, implica un agente. El agente de la tradición es el hombre. El hombre va transmitiendo; el hombre va recibiendo. Es el hombre individuo y el hombre sociedad; el hombre persona y el hombre comunidad. Es el hombre —este hombre— quien especifica la acción de entregar. Es el hombre el que hace que tal transmisión sea tradición, en cuanto acto. No discutimos todavía el contenido de la entrega. 

No cualquier transmisión —así sea recurrente y temporal— es tradición. 

La tradición como acción es un término análogo. Hay transmisión, y en este sentido una traditio, en el mundo meramente físico: se da transmisión de fuerza, energía, etcétera. Hay transmisión de vida en el mundo vegetal y en el mundo animal: Et quasi cursores vitai lampade tradunt "Y a semejanza de los que corren en relevos se van transmitiendo la antorcha de la vida” (Lucrecio). La transmisión de la vida la traditio vital —generación tras generación; generación a generación— nos aproxima al concepto de tradición dentro de las disciplinas sociales y las humanidades. 

Mas la diversidad de la transmisión no consiste únicamente en la diferencia de objetos transmitidos. La acción misma de transmitir es diferente. Y es el hombre, al ser agente de tal acción, quien por lo mismo le otorga la diferencia específica. La tradición es un acto humano. Implica la percepción humana de lo transmitido; pero tal percepción no necesariamente es conceptual. Ocurre con frecuencia que sea aconceptual o supraconceptual. Pero como acto humano implica un cierto grado de conciencia y de volición. Y como el agente de la tradición no es únicamente el hombre como individuo y persona, sino el hombre sociedad y comunidad, también aquí conciencia y volición son términos análogos, esto es, con significados en parte iguales y en parte diversos al caso individual, personal. Se trata, pues, de un grado de conciencia y querer colectivos. Que desde luego es la suma de las conciencias y voliciones individuales respecto a esa acción. Pero es más que eso. Es la interrelación de ellas dentro de sus grupos particulares y del conjunto total. No sólo es la suma, es la integración. 

La tradición-acción es más plena, cuanto más conciencia y volición se dan en ella y esta conciencia y volición existen y florecen en cada individuo que entrega y transmite como integrante de su sociedad o comunidad. Entonces la tradición tiene una consistencia, una fuerza y un valor que no posee cuando la conciencia y la volición son débiles. Pero no hay que olvidar: conciencia no significa percepción capaz de expresarse conceptualmente. Una conciencia lúcida podrá expresarse en otras formas, como la imaginativa, la plástica, la gesticuladora, la vivencial, etcétera. 

Una tradición-acción con escasa conciencia y volición puede darse, y aun por largo tiempo, pero entonces se asemeja más a una mera transmisión. Corre el riesgo de extinguirse. Y si llega a perdurar, se debe ya sea a factores extrínsecos: intereses de dominio, de control sociopolítico, socioeconómico, ya sea a la fuerza de la inercia. Se convierte así, o mejor dicho, se pervierte la tradición; y aunque no desaparezca del todo, se degrada a la categoría de mera costumbre, de hábito impuesto. En estos casos la tradición-acción pierde vitalidad. Tiende a acentuar el carácter de transmisión idéntica y a ir perdiendo el de transmisión progresiva. 

La cadena de la tradición 

No toda recurrencia de transmisión humana es tradición. La tradición también se constituye formalmente por la recurrencia que se da a través del tiempo. La reiteración espacial la fortalece, pero no la constituye. (Porque justamente —como veremos— el sentido de la tradición es el acompañamiento con el tiempo, o mejor, el vencimiento del tiempo). 

La cadena temporal de la tradición puede ser de tres formas: 

1. Coincidente con el continuum de la historia. Así el lenguaje vivo, las tradiciones orales generación por generación; las vivencias como acciones transmisoras, las “costumbres” sin más (no codificadas). En esta primera forma las transmisiones, las acciones de entregar, no se cortan: el último eslabón se une con el primero a través de todos los demás, comenzando por el inmediato anterior y subiendo así encadenadamente hasta el primero. 

2. No coincidente con el continuum de la historia. Así las tradiciones que parten de un texto escrito fijado, o aquellas que arrancan de una obra plástica. En esta segunda forma las transmisiones, las acciones de entrega, se pueden cortar —y de hecho se cortan— en un momento dado de la historia. Pero no importa, pues gracias a la existencia del texto escrito fijado o de la obra plástica —en su original o copia— está la posibilidad y el hecho de una directa vinculación temporal. El último eslabón se une con el primero directamente. Así, a pesar de la ruptura de la cadena en uno o varios puntos, ésta se rehace. Hay cadena y sucesión temporal, aun cuando no coincida con el continuum de la historia. 

3. Una tercera forma de la cadena temporal de la tradición es la que conjuga las dos anteriores, cosa que ocurre muy frecuentemente, así como en diverso grado y proporción. 

El sentido de la tradición 

¿Para qué esa cadena de transmisiones? ¿Cuál es el fin de la tradición como acto? La tradición, en general, busca perpetuar la vida. Como transmisión humana el conjunto de tradiciones busca perpetuar la vida humana. Tal o cual tipo de vida humana. La tradición es la respuesta del hombre al reto del tiempo. A primera vista, la tradición parece sólo preocupada por el pasado. Pero en realidad su profundo sentido es ser el puente hacia el futuro. La cadena de los actos a través del tiempo, acompañándolo, venciendo al tiempo nos indica el sentido. Un paso más. El sentido de la tradición está en la dimensión temporal de la cultura. La cultura no existe fuera del tiempo y por eso mismo la cultura no existe sin tradición. Lo que hacen los hombres de sí mismos y su mundo; así como lo que piensan y expresan al respecto, no se da como gesto o grito aislado de la existencia humana, sino como la sucesión temporal encadenada de praxis y teorías. 

No hablo, pues, del aislamiento espacial, sino del temporal. Pueden darse todas las vinculaciones que se quieran en un momento dado, simultáneamente, entre cultura y cultura, entre tales hombres y tales otros que habitan diferentes espacios. Pero esa vinculación, prescindiendo de la dimensión temporal y la tradición, es una abstracción. No existe en realidad. Es el esfuerzo “científico”, fatalmente esencialista (esencialismo antes consciente y ahora inconsciente), por acabar con la pesadilla del tiempo, ignorándolo o reduciéndolo a una línea paralela a la cultura, la cual permanece independiente de él, línea meramente útil como medida extrínseca de los momentos de la cultura. 

De tal manera, las grandes periodizaciones en el desarrollo de las culturas no suelen expresar la dimensión temporal de la cultura. Cada período se esencializa. Es verdad que se aborda entonces el problema de la explicación de los cambios entre período y período. Para ello por lo general sobran teorías, algunas de las cuales apuntan que las cosas “fueron cambiando” a través del tiempo, sin mayor precisión. Pocas se aventuran en la búsqueda. 

La dimensión temporal de la cultura va mucho más allá de una periodización extrínseca. Tiempo y cultura, tradición y cultura se trascienden recíprocamente. La tradición es cosa de todos los días y de cualquier lugar. La cultura se está transmitiendo y recibiendo cada día con su doble carga de conservación y progreso. Hay, sin duda, tiempos y lugares en que tal o cual tradición tiene su recurrencia más relevante, su ritmo constante, creciente o decreciente. Hay, pues, tradiciones de diferente compás temporal. Pero todas concretan la dimensión temporal de la cultura. A estos procesos debemos asomarnos para rastrear la evolución de las acciones de la tradición e indagar en la evolución de sus contenidos. 

La tradición se realiza en los individuos, pero no es un fenómeno individual. Se realiza en ellos pero no en cuanto meros individuos, sino en cuanto miembros de un grupo social, sujetos de una relación social. Aun en el caso extremo de transmisión de tradiciones de un individuo a otro, la tradición implica necesariamente una apertura del individuo respecto a su semejante, ya como entrega, ya como recepción, ya como ambas cosas. Pero eso es lo de menos. Al transmitir la tradición o al recibirla, el individuo está funcionando como representante de un grupo social más amplio y complejo. Pues finalmente el sentido profundo de la tradición no es sólo la perpetuidad de la vida sin más, el mero vencimiento del tiempo, sino la prolongación indefinida de un grupo social a través del tiempo. En otras palabras, la tradición hace posible la existencia de los grupos sociales más allá de la muerte de los individuos que las integran. 

Hablo de la existencia persistente de grupos sociales en cuanto tales, es decir, con éstas y aquellas características, fundamentalmente las mismas. Hablo, pues, de la identidad del grupo a través del tiempo, aunque vayan desapareciendo unos individuos y apareciendo otros. Pero la identidad no se significa únicamente frente al espectro del tiempo. Mejor dicho, si la tradición hace posible la identidad del grupo social a través del tiempo, hay que preguntarnos si no hay otra necesidad y otro sentido de la identidad que transporta la tradición. 

La identidad lo es frente a uno mismo. Frente a los demás la identidad es diversidad. Raza, praxis y teoría de un grupo social, esto es su cultura, van definiendo y perfilando una identidad en cuanto diversas a otras razas, praxis y teorías. La herencia biogenètica, así como cultura material y cultura espiritual, plasman y expresan objetos tangibles, experiencias, testimonios, valores e intereses, elementos todos diversos de los que corresponden a otros grupos. La identidad de un grupo social es inseparable de su misma existencia. Si no ya sería otro grupo. Por lo mismo, la diversidad de ese grupo también es inseparable de su existencia. De manera que la salvaguarda de la identidad, y por tanto de las tradiciones, es la garantía de su misma existencia. Al dejar sus tradiciones, esto es, al despojarse de su identidad —o al ser despojada de ella— el grupo social desaparece como tal grupo, aun cuando sigan viviendo algunos de sus miembros. 

De manera que el sentido último de la tradición es la prolongación indefinida de un grupo a través del tiempo, en cuanto se preserva su identidad consigo mismo y su diversidad frente a los demás. 

Sin embargo, aun así el sentido de la tradición no es completo. Porque falta hacer explícito su carácter de progreso. La identidad se constituye por la suma e integración de respuestas y logros del grupo ante los retos y las metas que la naturaleza y la historia le han propuesto. La tradición parte de este patrimonio. Pero los retos y las metas de la naturaleza y la historia son constantes y cambiantes. El patrimonio original de la tradición es privilegiado por su carácter fundacional: delinea las características primordiales, sin las cuales ni existiría el grupo ni sería reconocible. Pero más que un patrimonio inmutable, la tradición primordial es una simiente cuyo desarrollo sólo es posible en la permanente respuesta a un sinnúmero de estímulos y obstáculos, en la constante adecuación y lucha con su entorno. La tradición no es asunto de mera subsistencia, sino de un desenvolvimiento de posibilidades, así como de correspondencia o confrontación con elementos extraños. Todo lo cual implica movimiento, avance y cambios. He aquí de nuevo la necesidad de progreso en la tradición. Mejor, es de la esencia de la tradición el progreso. 

Así pues, la preservación de la identidad no es la preservación del inmovilismo. Cuando hablamos de que la existencia persistente de un grupo social implica la permanencia de éstas y aquellas características, fundamentalmente las mismas, lo entendemos en la perspectiva de un desarrollo, de un fenómeno vital, propio de la vida humana, la cultura y la historia. La conservación del ser es la constante superación de etapas. La identidad de un grupo social a través del tiempo se asemeja a la identidad de una persona a lo largo de su vida. La persona se construye por lo que le viene dado al nacer y al criarse, y se construye en procesos temporales por la asimilación de ese patrimonio original y de todas sus experiencias posteriores que implican un sinnúmero de cambios. Hay, empero, una unidad subyacente, ontologica y moralmente. Un mismo sujeto de atribuciones y proyectos. De modo análogo el grupo social se va construyendo a través de la historia a partir de su tradición original, o mejor, del conjunto de sus tradiciones primordiales, conservándolas y desenvolviéndolas a un mismo tiempo, ya como defensa, ya como enriquecimiento o adaptación, o incluso como renuncia paradójica a elementos de esa misma tradición. La salvación de la tradición es no raras veces la salvación del barco del que se arrojan hasta objetos preciosos porque llegan a ser lastre en el riesgo de la zozobra. Es la salvación de la empresa por la que se queman las naves de ella misma. De igual manera, detrás de estas pérdidas o salvaciones, detrás de aquellos enriquecimientos, adaptaciones o defensas de la tradición, hay un mismo sujeto de atribuciones y proyectos, retos y objetivos: la familia, la comunidad, el pueblo, la etnia, etcétera, esto es, el grupo social de que se trate, hecho realidad a través del tiempo, gracias a un encadenamiento de generaciones en virtud de tradiciones transmitidas y recibidas. 

En conclusión, el sentido último de la tradición es la prolongación indefinida de un grupo social a través del tiempo, en cuanto se preserva y desarrolla su identidad-diversidad. 

La tradición como objeto 

La tradición no sólo es el acto de transmitir, sino también aquello que se transmite, lo entregado. Incluso suele prevalecer este signifi­cado sobre el de acto. Es, pues, el contenido de la tradición lo que ahora nos proponemos analizar. 

Cabe aquí también distinguir entre la materia de lo transmitido y lo que formalmente hace que tal contenido sea tradición. La materia en efecto es amplísima. Partimos del supuesto que todo es transmisible en la cultura. Aunque no en el mismo grado, ni en la misma forma ni por los mismos conductos. Como aspecto de la realidad, que es inagotable, la cultura por lo común no se transmite de manera “adecuada”, en el sentido de no expresar cabalmente todo lo que se pretende entregar y recibir. En este sentido hay grados en la tradición objetiva. Contenidos diversos pueden correr a través de los mismos conductos, y otros suelen seguir conductos diversos de tradición, acciones transmisoras diferentes. Conceptos: a través de la palabra, oral o escrita. Vivencias: a través de comunión de vivencias, etcétera. Así pues, por razón de la materia las tradiciones se pueden clasificar de muchas maneras. 

Lo específico de la tradición como contenido, lo que hace que éste o aquel objeto transmitido sea tradición es su carácter perdurable a través de generaciones, a través del tiempo. Corresponde, pues, a lo específico del acto de entregar: la reiteración de entregas. Mas, de la misma manera, esa perdurabilidad no significa la identidad absoluta. Es cierta identidad que avanza con el tiempo. La tradición es la misma pero también va cambiando. Tiene que cambiar si quiere sobrevivir. ¿Hasta qué grado? ¿Cuándo desaparece? ¿Se transforma, más bien? ¿Se incluye en otras tradiciones? ¿Se va diluyendo en ellas? De cualquier manera lo que hace que tal objeto transmitido sea tradición es su “cierta” permanencia. 

¿Quién hace los contenidos de la tradición? o mejor, ¿quién va haciendo la tradición? No hay que olvidar que la tradición no se hace en una vez; sino en la sucesión temporal. No basta con responder que el hombre individuo-sociedad-persona-comunidad. No todos hacen por igual los contenidos de tradición. Son precisamente los que tienen “autoridad” no jurídica, sino específica en tal o cual campo. También influyen los líderes de tal o cual grupo, aunque no sean autoridades. Incluso, aunque la tradición venga de tal o cual “autoridad” o especialista, es el líder quien la sanciona, la impone o la permite. cado sobre el de acto. Es, pues, el contenido de la tradición lo que ahora nos proponemos analizar. 

Cabe aquí también distinguir entre la materia de lo transmitido y lo que formalmente hace que tal contenido sea tradición. La materia en efecto es amplísima. Partimos del supuesto que todo es transmisible en la cultura. Aunque no en el mismo grado, ni en la misma forma ni por los mismos conductos. Como aspecto de la realidad, que es inagotable, la cultura por lo común no se transmite de manera “adecuada”, en el sentido de no expresar cabalmente todo lo que se pretende entregar y recibir. En este sentido hay grados en la tradición objetiva. Contenidos diversos pueden correr a través de los mismos conductos, y otros suelen seguir conductos diversos de tradición, acciones transmisoras diferentes. Conceptos: a través de la palabra, oral o escrita. Vivencias: a través de comunión de vivencias, etcétera. Así pues, por razón de la materia las tradiciones se pueden clasificar de muchas maneras. 

Lo específico de la tradición como contenido, lo que hace que éste o aquel objeto transmitido sea tradición es su carácter perdurable a través de generaciones, a través del tiempo. Corresponde, pues, a lo específico del acto de entregar: la reiteración de entregas. Mas, de la misma manera, esa perdurabilidad no significa la identidad absoluta. Es cierta identidad que avanza con el tiempo. La tradición es la misma pero también va cambiando. Tiene que cambiar si quiere sobrevivir. ¿Hasta qué grado? ¿Cuándo desaparece? ¿Se transforma, más bien? ¿Se incluye en otras tradiciones? ¿Se va diluyendo en ellas? De cualquier manera lo que hace que tal objeto transmitido sea tradición es su “cierta” permanencia. 

¿Quién hace los contenidos de la tradición? o mejor, ¿quién va haciendo la tradición? No hay que olvidar que la tradición no se hace en una vez; sino en la sucesión temporal. No basta con responder que el hombre individuo-sociedad-persona-comunidad. No todos hacen por igual los contenidos de tradición. Son precisamente los que tienen “autoridad” no jurídica, sino específica en tal o cual campo. También influyen los líderes de tal o cual grupo, aunque no sean autoridades. Incluso, aunque la tradición venga de tal o cual “autoridad” o especialista, es el líder quien la sanciona, la impone o la permite. 

¿Cuál es el sentido de los contenidos de la tradición? Esto es, ¿en qué consiste el fin, el objeto de las tradiciones? Las tradiciones buscan la identidad, la cohesión y la unidad del grupo. En este sentido la tradición constituye la sociedad, la comunidad y satisface la dimensión social del individuo en su perspectiva temporal. Hace comunidad a través del tiempo. Es una realización y actualización de tal tendencia o potencia. La cohesión y la unidad buscadas a través de las tradiciones conducen a una seguridad, a una estabilidad. Por ello la tradición es codiciada como medio de control. La tradición se adultera cuando se le momifica. Deja de ser tradición en su sentido esencial completo. Entonces se le rechaza, se busca su recuperación ¿Se recurrirá a otra tradición? 

Tradición y costumbre 

Semejanzas 

Ambas implican reiteración de actos o comportamientos. Ambas dicen determinada referencia al hombre. Ambas, referidas al hombre social, tienen un sentido y valor social. Ambas implican una serie de actos humanos. 

Diferencias 

La reiteración en la tradición se refiere primordialmente al acto mismo de transmitir tal o cual contenido de tradición. Las sucesivas entregas-recepciones son lo que constituye la tradición como acto. Al mismo tiempo, pero en un segundo plano, la reiteración en la tradición también significa que el contenido de lo que se entrega y recibe es algo repetitivo. En cambio, la reiteración en la costumbre no se refiere a ese acto de transmisión, sino simplemente al comportamiento, al modo de hacer o actuar que se repite. 

La referencia de la tradición al hombre es necesariamente al hombre social. Y es exclusivamente al hombre. La referencia de la costumbre al hombre no es necesariamente al hombre social. Al menos en español se puede hablar de costumbres meramente individuales; y aunque de manera análoga, la costumbre también se puede predicar de los animales. Quizás en otras lenguas se haya llegado a una diferencia más marcada entre dos términos de costumbre; por ejemplo en latín y en francés existe consuetudo y mores, coutumes y moeurs. Parece incluso que en estas y en otras lenguas prefiere hablarse de hábitos y no de costumbres, cuando se trata de individuos o de animales. 

El sentido y el valor social de la tradición reside en la cohesión y perpetuación del grupo social a través del tiempo; es la salvaguarda de su identidad a través del tiempo. El sentido y el valor social de la costumbre reside en la cohesión que otorga al grupo en cualquier momento dado; también es la salvaguarda de su identidad, pero en su referencia al tiempo sólo se considera su antigüedad y no el proceso de transmisión. 

Por otra parte, el sentido y el valor social de la tradición reside en la calidad de origen: remite a la forma primordial, al proyecto primigenio que dio ser al grupo social. Tiene un valor análogo al de los progenitores: el privilegio de los orígenes, bien que éstos no se reduzcan al solo momento inicial del grupo, sino que puedan referirse a otros muy contados momentos decisivos de su existencia y conformación. La tradición como valor no se reduce simplemente a esta o aquella tradición en particular, sino que abarca el conjunto de todas ellas y no se refiere a sus elementos más secundarios y accidentales, sino a lo principal y sustancial de todas ellas. En este sentido “la tradición” es una especie de supranorma fundamental, puesto que atañe no sólo al funcionamiento del grupo o de sus miembros en tal o cual circunstancia, sino que da el fundamento, aunque sea tácito, a la existencia misma del grupo. Es su acta constitutiva. 

El sentido y el valor social de la costumbre reside en su fuerza de conducta general, de comportamiento generalizado que permea lo cotidiano y lo especialmente memorable; conducta general que se impone como norma y regula el funcionamiento del grupo en las diversas circunstancias: obrar conforme a la costumbre goza de legitimidad en ese grupo social; obrar contra ella es ilegítimo; obrar fuera de ella es sospechoso de ilegitimidad o al menos inquietante. Para que la costumbre valga no sólo debe reiterarse en el espacio, sino que debe gozar de una notable antigüedad, esto es, su reiteración ha de darse durante un tiempo largo. Sin embargo, la costumbre no remite necesariamente a los orígenes, como la tradición. En tanto que ésta no declara directamente, como la costumbre, el sentido de norma particular y obligatoriedad en este o aquel caso. 

Hay que distinguir tres tipos de grupo social para referirnos a la conciencia y volición en la tradición. Hay unos grupos donde se da un escaso grado de conciencia respecto a la tradición frente a un mayor grado de volición respecto a la misma. Es decir, se ignora o conoce poco el sentido particular de esta o aquella tradición; no se comprende y, consiguientemente, no se aprecia ni se distingue lo sustancial de ella respecto a lo secundario y accidental. No obstante, se tiene la voluntad de mantenerla, simplemente por su generalización en el grupo, por venir así desde el principio y por su repetición a través de generaciones. Da cierta seguridad. Su volición, aun aferrada, es más por inercia, por intereses creados o aun por manipulación. La volición se reduce a eso, puesto que no hay deliberación que sopese otros elementos y valores de la tradición; por consiguiente no hay voluntad de actualizarla. En este sentido tampoco se da una verdadera responsabilidad frente a ella. Por lo mismo ahí la tradición se va erosionando, se anquilosa, se hace mera costumbre y tiende a identificarse con un rígido conservadurismo. 

Se encuentran en cambio otros grupos donde ni hay conciencia ni volición respecto a la tradición. Sin embargo, tienen tradiciones. Lo que pasa es que en ellos reina la persuasión que valora como negativo todo lo pasado, que identifica tradición con conservadurismo y que correlativamente valora como positivo todo lo actual e iguala modernidad y aun moda con progreso. Sienten casi como agravio el que se les identifique con sociedades tradicionales, supuestamente en cierto grado de atraso por aferrarse al pasado. Sólo en una confrontación crítica frente a otros grupos, sólo en el cuestionamiento que impone un extraño o una crisis, despierta la conciencia sobre las propias tradiciones que van mucho más allá del folklore, como que permean toda la cultura; tradiciones que tal vez se han distorsionado o se han ido perdiendo para dar lugar a otras recibidas no como tales, sino como innovación progresista, sin mayor deliberación. Pero al despertar la conciencia sobre las propias tradiciones, también se abre la posibilidad de su deliberación y por consiguiente de su aceptación voluntaria. 

Existen, finalmente, otros grupos en los cuales hay conciencia y volición sobre la tradición. En ellos se da una responsabilidad expresa frente a la tradición, una apertura explícita de conocimiento y voluntad de fidelidad a un origen, así como de necesidad de actualizarla para preservarla. Por ello se da una particular conciencia y volición sobre el acto mismo de la transmisión. 

En cuanto a los actos en la costumbre, son actos humanos con menor grado de conciencia y volición. Se realizan más por la fuerza de la inercia general, por imitación generalizada, por la facilidad que dan los hábitos extendidos, que no por una deliberación ponderada que penetre en otras razones de ese comportamiento más allá de la razón de que así obran todos, así se ha obrado desde hace mucho tiempo, es la norma del grupo y, en consecuencia, hay cierta seguridad. Como se ve, la costumbre coincide en esto con el primer tipo de grupos analizados en su relación a la tradición, los del conservadurismo rígido. Sin embargo, hay diferencias: una que aquellos grupos, aun cuando carecen de mayor conciencia respecto a la tradición, todavía la conservan no sólo por su generalización y antigüedad, sino porque así viene desde un principio a través de generaciones; y sobre todo, el grado de volición suele ser mayor que en la mera costumbre. 

Relación entre tradición y costumbre. Dejando a un lado el sentido de tradición como acto de transmisión y reteniendo únicamente tradición como contenido, es decir, lo transmitido, estas o aquellas tradiciones, se echa de ver de inmediato mayor semejanza con la costumbre, inclusive, podemos decir que materialmente considerados, muchas acciones, muchos fenómenos que son tradiciones también son costumbres y viceversa: la misma técnica de cultivo puede ser costumbre y tradición, la misma forma de celebrar la Navidad puede ser costumbre y tradición. Valga lo mismo de modos de comportarse, gobernar, educar o comerciar. La diferencia está en la función de ese fenómeno en tal situación concreta, en el sentido que tenga y el valor que represente dentro del grupo social. El mismo fenómeno en unos grupos será tradición y en otros costumbre. La relación puede ser dinámica: algo que era mera costumbre llega a ser tradición, cuando se cobra conciencia de su valor primordial y su dimensión generacional, en caso que los tenga. Por otra parte, como ya se mencionó, una tradición puede acabar en mera costumbre, en la medida que se va perdiendo conciencia, deliberación, volición y responsabilidad sobre ella. De modo, pues, que el de las tradiciones y el conjunto de las costumbres no son conjuntos por completo separados ni adecuadamente coincidentes, tampoco ninguno de los dos engloba al otro. La realidad está en que se interseccionan, mas ésto no suele darse de manera fija y de una vez por todas, sino en un movimiento constante: su relación es dinámica.

Fuente original del escrito: https://www.colmich.edu.mx/relaciones25/files/revistas/059/CarlosHerrejonPeredo.pdf

jueves, 20 de agosto de 2020

Hermann Graf Keyserling: progreso y Sentido

"El postulado de un progreso que ha de ser llevado a cabo se refiere, en primer lugar, al destino particular de una vida. Pero, despúes, a la realización del sentido más profundo que el ser de quien se trate pueda alcanzar. Pues así como con las mismas letras se han escrito la Divina Comedia y millones de páginas plagadas de necedades, los mismos hechos y gestos y las mismas vivencias pueden servir para expresar cualquier sentido. De aquí, en todos los grandes fundadores de religiones, aquella tendencia a expresar verdades eternas por medio de escenas de la vida cotidiana; sentían que precisamente la tensión entre el sentido propio de los sucesos ordinarios y el sentido que el mismo les servía para manifestar confería a este último un carácter más impresionante y más conmovedor.

Esta realización del sentido propio, lo más profundo posible, pero siempre personal, es la sola meta de toda vida intelectual. A esta realización es a lo que en el fondo se refiere toda esperanza de progreso, todo ideal de perfección deseable. Desde el momento en que toda la atención se fija en la cuestión del sentido, la vida cambia de aspecto y de carácter. Entonces, toda existencia, incluso la más humilde e incluso la menos feliz en apariencia, adquiere un valor intrínseco. Entonces, el éxito y el bienestar no parecen ya indispensables, por deseables que sean siempre. Y esto que aquí postulamos ha sido efectivamente puesto en práctica en todos los tiempos por todos los humanos profundos; sobre todo por todas las mujeres que se han abierto y entregado a su destino integral. Si así no fuese, ¿otros que no fueran aquellos escasos individuos que están excepcionalmente dotados y alcanzan grandes éxitos podrían acaso ver en la vida un bien? Si así no fuera, ¿no reinaría en la tierra la envidia con una fuerza millones de millones de veces más grande de la que hoy muestra? Es que, por instinto, todo ser normal comprende lo que es la vida y lo que le confiere su valor. Sólo las épocas superficiales, como lo es la nuestra - en las que la Humanidad ha perdido la conciencia de la realidad profunda y pone toda su esperanza en la realización de los ideales edificados por un espíritu falso -; sólo estás épocas afirman que la vida carece de valor fuera de la conquista de ciertos fines materiales definidos".

"La vida íntima (ensayos proximistas)", Espasa Calpe, Madrid, 1934, p.153-154

viernes, 22 de mayo de 2020

Creencias y Arquetipos (por Alejandro "Aon" Nepote)


Las creencias tienen cierta relación con los arquetipos.
Los arquetipos no son simples pensamientos o razonamientos, antes bien, son “patrones universales” fundamentales, según la visión del Dr. Carl Jung. Por otro lado, de acuerdo al enfoque de Wang-Pi (Fusi), se trata del poder de un diseño básico matemático que se encuentra detrás de esos símbolos ancestrales que dan forma a los pensamientos o dictámenes, y es de aquí desde donde surge el “yi” -易- (cambio), como si fuera la matemática sagrada de la conciencia desde la cual se ramifican todas las perspectivas de las mentalidades existentes. Perfectamente podría adaptarse el mundo de las ideas de Platón al mundo de las creencias como causa primaria de los pensamientos.
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Podría decirse que los arquetipos influencian al inconsciente colectivo mediante la configuración existencial de los registros akáshicos desde donde baja la información, y, al mismo tiempo, se puede decir que los arquetipos se nutren del inconsciente colectivo en cuanto a la psique humana o aspecto psicológico; es decir, de alguna manera, los arquetipos y el inconsciente colectivo se retroalimentan recíprocamente en una especie de simbiosis interdependiente.
Del mismo modo, las creencias son patrones que deben ser muy bien comprendidos, y, en este caso en particular, directamente vinculado con el aspecto psicológico al que se refirió Jung y en el cual centró su mayor atención.
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El Dr. Alfred Adler atribuía los patrones a “los ideales” de las personas. Decía que la forma de vida de cada individuo se va ajustando a partir de una colección de creencias, las que van declinando a partir de un ideal de perfección y poder que, en definitiva, nunca se alcanza, distanciando cada vez más a las personas de ese objetivo ilusorio que se imponen como meta. Cuando esos ideales se diluyen con el correr de la vida al reconocer que son inalcanzables, las creencias van decayendo o siendo reemplazadas por otras más esperanzadoras.
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O bien, por ejemplo, del modo que interpreta el Dr. Joseph Campbell, cuya concepción de los mitos y creencias es algo que prácticamente se encuentra registrado en el ADN de los seres humanos, incidiendo sobre la mente y afectando a los pensamientos, al organismo y a la fisiología de manera inexorable.
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Hay personas que, lamentablemente, son víctimas de sus propias creencias. Creen que el mundo está en contra de ellas. Creen que están siendo siempre observadas para ser criticadas y juzgadas. Hay personas que creen no tener suerte ya sea para encontrar una pareja adecuada o conseguir un buen trabajo o para planificar un proyecto exitoso, otros creen que no tienen suerte para los negocios, que no tienen suerte con las amistades. Hay personas que no creen que dentro de ellas atesoran capacidades extraordinarias ni que guardan en sí dotes y habilidades asombrosas.
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Hay personas que creen que hay gente por ahí que constantemente le están haciendo daño de algún modo o creen que la vida es sufrimiento o, tal vez, creen que no hay nada después de la muerte y que todo se termina ahí; así, hay una cantidad inconmensurable de creencias que son causa de numerosos malestares emocionales, desequilibrios psíquicos, desarmonías bioenergéticas y enfermedades de todos los tipos, breves, crónicas y agudas, incluso, terminales.
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Por eso es tan importante revisar las creencias. Y no son sólo éstas que estoy mencionando, porque las creencias nocivas son incontables y de todos los tenores; están las aparentemente inofensivas, están las altamente letales, están las ponzoñosas que terminan contaminando todo a su alrededor, lesionando a otras personas y alterando el entorno.
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Debido a las creencias se establecen desacuerdos, hasta el punto de que, por meras creencias, se desatan guerras.
Por eso, realmente, la cuestión de analizar esto de las creencias no es algo banal como algunas personas suponen.
De hecho, en este nivel en el que estamos, es sumamente importante percatarse de las creencias nocivas y reemplazarlas por creencias saludables. En este nivel es fundamental modificar las propias creencias.
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Sin lugar a duda, en este nivel que estamos no sugiero atreverse a trascender las creencias e ir más allá de ellas, porque lo primero es aprender a transformarlas; por el contrario, si directamente se intenta liberarse de ellas sin haber aprendido a transformarlas, es muy probable que quien esté determinando que es posible trascenderlas sea otra creencia insidiosa escondida en lo más profundo.
Al menos sugiero meditar esta posibilidad.

Alejandro "Aon" Nepote
(texto extraído de su Facebook personal, perteneciente al curso "Vivir la Existencia")


viernes, 5 de abril de 2019

Apuntes sobre "espiritualidad transreligiosa"


por Juan Manuel Otero Barrigón
(Prof. Adjunto Cátedra "Psicología de la Religión" - Universidad del Salvador, Buenos Aires)


Se habla mucho en estos tiempos de espiritualidad transreligiosa. Es decir, de una espiritualidad que no se identifica de manera exclusiva con una religión, y que aspira a recrear la vivencia y el sentir religiosos de manera libre, sin identificaciones confesionales rígidas. En tal sentido, el prefijo “trans” comúnmente se traduce como “a través de”, o a “más allá de”. Es decir, lo “transreligioso” como forma de trascender el estrecho marco impuesto, a menudo, por los dogmas y las instituciones. De este modo, es propio de la transreligiosidad la búsqueda del corazón mismo de la experiencia religiosa, rescatando lo sentido como más genuinamente auténtico, y prescindiendo de un envoltorio muchas veces considerado superficial y limitante. 

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No obstante, la idea de una espiritualidad transreligiosa no debiera llevarnos a concluir rápidamente la caducidad de las tradiciones religiosas históricas, toda vez que estas, en tanto sistemas simbólicos orientados a tramitar la experiencia de lo Sagrado, son el resultado de larguísimos procesos socioculturales y espirituales de búsqueda, cuyos frutos reflejan la misma evolución de la Persona y de los grupos humanos, con todos sus avatares y claroscuros. Por otro lado, la misma noción implícita en la palabra religión, a la cual se pretende trascender, torna para algunos, algo conflictiva la idea de la transreligiosidad. Y esto por que religioso es, por definición, aquello que religa, que revincula al ser humano con el fundamento último de su propio origen. Es decir, la esencial y decisiva frontera de encuentro. No hay en este sentido , un “más allá” de lo religioso. Lo religioso es la dimensión misma del más allá, en el más acá. En realidad, al hablar de transreligiosidad, sus exponentes suelen apuntar a lo que la religión se entiende en su dimensión más exotérica e institucionalmente conocida. Lo cual es sólo una parte en la idea misma de religión. 

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Toda tradición religiosa presenta dos grandes dimensiones, de las cuales una es muy perceptible, y comúnmente asociada, con nuestra idea habitual de “religión”; mientras la otra circula subterráneamente, exigiendo para su conocimiento, cierto ejercicio de buceo profundizador. Esta última dimensión, a la que llamaremos esotérica (como contracara de la dimensión exotérica por todos conocida) contiene realmente la savia que anima la existencia de las distintas tradiciones. Por esotérico, no entendemos aquí nada mágico ni oculto, sino aquello que “permanece preservado frente al riesgo de su vulgarización”. Es decir, un tesoro sumamente valioso, para cuyo acceso es necesario cierto esfuerzo de comprensión por parte del buscador, así como una disposición particular y especial en su actitud. Podemos aproximarnos a esta dimensión esotérica por distintos caminos, uno de los cuales, está representado en la llamada philosophia perennis de la cual supo hablarnos Gottfried Leibniz en el siglo XVI; y también más cercano en nuestro tiempo, el visionario filósofo Aldous Huxley, en una de sus óbras más ricas. Filosofía perenne que los hindúes ya conocían como Sanatana Dharma, y que estudiosos de las religiones comparadas contemporáneos, como Huston Smith, refirieron en términos de “Verdad Olvidada”. La tesis es que existe un cúmulo de principios, verdades y conocimientos comunes compartidos por todas las culturas, cristalizados en los distintos sistemas religiosos y espirituales que concibió la humanidad, y que condensan el factor inherente a todos los credos, más allá del tiempo y la geografía. Frente a este aspecto esotérico, la dimensión exotérica de la religión es una vestimenta histórico-cultural, capaz de exaltar las singularidades y diferencias entre las distintas tradiciones. Lo transreligioso es así, el punto de comunión donde lo exotérico pierde relevancia, y lo esotérico brilla como fuego vivificador. Un fuego que enciende nuevas búsquedas, e impulsa caminos donde los límites institucionales finalmente ceden. Un fuego donde la verdad sale al encuentro creando puentes, bajo la forma de un enorme abrazo.