Mostrando entradas con la etiqueta Ludwig Wittgenstein. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Ludwig Wittgenstein. Mostrar todas las entradas

sábado, 21 de marzo de 2020

¿Un Dios anti-pandemia?

"The hand of God", de Roy Haddad

De lo que no se puede hablar es mejor callar”, decía el filósofo austríaco L. Wittgenstein, y se refería a “temas” como los que quiero reflexionar breve y apuradamente ahora: Dios, el mundo, la libertad, etc. “De lo que no se puede hablar…” es mejor intentar decir algo, creo yo: con respeto, pero con claridad y firmeza (al menos, con la claridad y firmeza que nos permiten las cosas de la fe). Porque lo que se pone en juego en estas situaciones es -nada más y nada menos- que nuestra imagen de Dios: ¿quién es el dios en el que se basa mi fe y cómo se relaciona con la(s) historia(s)? Humanamente es entendible que, en situaciones de grandes calamidades, el hombre -de ayer y de hoy- acuda a dios o a las divinidades -tengan el nombre que tengan- para que solucionen aquello que ya nosotros -las ciencias- no podemos solucionar porque que escapa de nuestras manos; y esto, sobre todo, cuando se ve amenazado el don más grande que tenemos: la vida.
Concretamente, en estos días en que nos vemos seriamente azotados por una pandemia, desde distintos sectores de la Iglesia -y me refiero específicamente a la Iglesia católica, a la cual pertenezco- se acude a cadenas de oración, pedidos de intercesión a santos, rezos ante imágenes (supuestamente) milagrosas, etc. para que, por su mediación, Dios intervenga y frene el flagelo, o, al menos, consuele a los desconsolados. Esta actitud presupone -generalmente a nivel pre-consciente- que Dios puede hacerlo y que, quizá lo haga, si nosotros insistimos “con mucha fe” (¿?). Inevitablemente, si pensamos un momento esa postura, desembocamos en aporías que no hacen más que infantilizar o debilitar la fe: ¿si Dios puede evitar esta desgracia, porque no lo hizo antes? (damos por sentado que ya hemos superado, al menos, esa imagen de un dios que mandaba desgracias como castigos o como pruebas), ¿es que Dios necesita que nosotros lo convenzamos para que haga algo? En este caso, pareceríamos ser mucho más misericordiosos y atentos al sufrimiento del mundo que Dios mismo. Sobre estos tópicos se ha cansado de escribir el teólogo español A. Torres Queiruga quien “define” a Dios, precisamente, como el “Anti-mal”. Pero que lo sea no implica que deba ser un Gran Mago que, desde “el cielo” y de vez en cuando -muy de vez en cuando, por cierto- intervenga con golpes de varita mágica para interrumpir el curso de las leyes y de las libertades, y así evitar el sufrimiento de los hombres.
El COVID 19 existe porque también los virus forman parte de un mundo finito y en evolución: de la única manera que podría haberlo hecho un Creador. El freno a este flagelo depende del descubrimiento de la vacuna necesaria, y esto es obra y responsabilidad del hombre, no de Dios. Porque la historia está en nuestras manos… y nuestras manos, sostenidas por las de Dios (si se me permite tan antropomórfica metáfora). Dios-hace-haciendo-que los hombres hagamos.
Argüir que no podemos quitarle al creyente su última esperanza en que “Dios puede hacer algo” -si somos muchos los que insistimos- es como ofrecerle un antídoto que sabemos falso, porque no lo curará. No me parece honesto. Otra postura -muy distinta- es la del creyente que se sabe habitado, sostenido y acompañado por el Espíritu y lo tematiza en su oración; que sabe que su vida está inmersa en otro Vida de la que ha nacido y a la que retornará (perdón por las metáforas, ahora, espacio-temporales) y que cree esperanzadamente que ninguna muerte tiene la última palabra. Aunque sí penúltimas… y muy dolorosas.
Sé que estas breves líneas necesitarían más explicaciones (p.ej. para superar el literalismo bíblico), porque es mucho lo que se pone en juego y porque arrastramos años de una catequesis que ha condenado a muchos creyentes al infantilismo; y, a otros tantos, a alejarse de Dios. Necesitamos caminar hacia una fe adulta que permita decir una palabra, desde la fe y que esté a la altura de las circunstancias. Para nosotros y para los demás: “estén siempre dispuestos a dar razón de su esperanza a todo aquel que se los pida, pero háganlo con humildad y respeto” (1 Pe 3,15). Y con claridad.

(Orden de los Frailes Menores, desde la provincia argentina de Salta)


sábado, 10 de junio de 2017

Tres grandes formas de irreligiosidad filosófica


Por Juan Manuel Otero Barrigón // Una brevísima reflexión. A lo largo de gran parte del siglo XX, la negación de toda legitimidad a la búsqueda intelectual religiosa se basó en tres puntos de vista: negar que existan problemas religiosos; afirmar que los denominados "problemas religiosos" tienen soluciones no religiosas; y defender que los problemas religiosos no tienen solución posible. La más radical de estas negaciones es la sostenida por el Neopositivismo lógico. Se fundamenta en las famosas proposiciones de Ludwig Wittgenstein: "La pregunta de una respuesta que no puede expresarse, tampoco puede expresarse". El interrogante desaparece, ya que si una pregunta se puede plantear, entonces también se puede responder. Así, la solución del problema anida en la desaparición del problema. Sobre dicho punto de vista es que se construyó la llamada "Teoría semántica", según la cual, las proposiciones metafísicas, éticas y religiosas son carentes de sentido intelectual. Los problemas son simplemente consecuencia de un empleo no científico, inadecuado, del lenguaje. La angustia no es una enfermedad del hombre, sino una enfermedad del idioma, contenida en él. El segundo punto de vista que ha negado la validez intelectual de la investigación religiosa es el materialismo dialéctico marxista. Para la filosofía marxista, la religión es un fenómeno secundario, no primario. Se trata de una superestructura de los problemas humanos básicos: la alienación económica y social del hombre. La religión, según Marx, es el resultado de dos tendencias sociales: la resignación de las clases oprimidas y la justificación trascendente de las clases opresoras. Frente a la miseria y la situación de mera supervivencia en la que se hallan sumergidos los desposeídos, estos buscan consuelo en una existencia feliz más allá de esta vida. Las clases opresoras, a su vez, ven en la religión la garantía del orden establecido, una droga tranquilizante del proletariado. No obstante, cuando la revolución altere finalmente el orden de cosas imperante, la religión morirá de muerte natural, sin ninguna razón de ser que la mantenga con vida. Finalmente, el tercer punto de vista que ha negado toda legitimidad a la búsqueda intelectual religiosa es el existencialismo en su versión más dura, la de Jean Paul Sartre. Para el filósofo francés, los "problemas religiosos" no solamente son problemas reales, sino que son también religiosos en el sentido más estricto del término, puesto que  define al hombre como el "ser que proyecta ser Dios". Sin embargo, como dicho proyecto es un absurdo dada la contradicción misma inherente a la idea de Dios, toda búsqueda religiosa carece de sentido, debiendo resignarnos a aceptar la definición que cierra la primera de sus grandes obras filosóficas: el hombre es una pasión inútil

martes, 7 de febrero de 2017

¿Religión sin Dios? (por Esteban Ierardo)

"Dios Padre", por Pompeo Girolamo Batoni

¿Una religión sin Dios?  El Dios de las religiones monoteístas, el Dios absoluto, creador, una creencia legítima. Pero no la única manera de entenderse con algo divino. Wittgenstein buscaba "lo religioso" en las acciones éticas, fuera de las palabras pontificantes; Spinoza en el amor por lo universal y la naturaleza plena de espíritu; Nietzsche, en la apertura al cuerpo y la tierra rebosantes de vida creadora y abundante, y en la eternidad que estalla en cada instante; el zen, en la iluminación que deshace las cadenas del pensamiento intelectual, luego de vaciar la mente de los prejuicios de la lógica y lo dogmático (tarea acaso imposible). Otras formas de entrever algo divino ( más allá del hombre y sus límites) sin un Dios que crea y protege, pero que, a la vez, ordena y demanda una veneración exclusiva. ¿Y lo religioso no podría ser también la percepción de lo misterioso del acto de ser que convive con la violencia inaudita en la historia? ¿Religiosa no sería la sospecha de que el universo podría seguir su respiración infinita, sin las luchas humanas por poseer toda la verdad y todas las justificaciones? 

Esteban Ierardo (filósofo y escritor)

- Esta reflexión fue originalmente compartida en la página de Facebook del autor -