Algunas consideraciones sobre la alquimia desde la psicología profunda.
Una de las cuestiones que siempre admiramos de los escritos de Jung, ha sido la libertad que se tomó al expresar ideas que otros, tal vez, las tuviesen también, pero que nunca se atrevieron a decirlas. Más aún, en su autobiografía aclara que sabe cosas que otros desconocen y que ni siquiera se atreven a considerar. Esta amplitud de miras, le permitió incursionar en la investigación del alma humana tomando para ello todas las ciencias que hacen a su estudio, incluyendo las antiguas, como la alquimia, antecesora de la actual química. Y así como aquellos viejos alquimistas intentaban a través de sus experimentos la transmutación de los metales innobles en nobles, habían logrado llegar a percibir que, si bien la materia no lograba transformarse en la mayor parte de las veces, esa transformación se lograba en su psique, en su interioridad, en su alma. Y este enigma que se les planteaba, lo cuidaron e hicieron reserva de él y solamente muchos siglos después, será la psicología de lo inconsciente o bien expresada por Eugene Bleuler, la psicología profunda, la que podrá dar cuenta de esta fenomenología, siendo Jung, a través de sus escritos uno de los máximos representantes. Pero antes de hacer un breve recorrido de cómo se inició Jung en los estudios de alquimia, entendemos como importante traer a colación algunas reflexiones suyas que, a nuestro humilde criterio, son fundamentales para entender ciertos aspectos de sus enseñanzas.
Una mirada sobre la transferencia y la contratransferencia
Sabrá decirnos que para aquellos que se dedican al estudio del alma humana, será ésta uno de los objetos más oscuros y misteriosos que se ofrecen a la experiencia, por lo que nunca se acaba de aprender en lo que hace a estas cuestiones. No pasa día, sostendrá, que en su práctica diaria no le aparezca, en este dominio, algo nuevo e inesperado. Destacará que, en todo proceso analítico, o sea, en lo que se conoce como la discusión dialéctica entre lo consciente y lo inconsciente, existe un desarrollo hacia un fin o una meta. Estos tratamientos alcanzan un final (enumera nueve posibles, que son los clásicos para estas circunstancias, como ser: abandono del análisis, ha surgido una diferencia entre el terapeuta y el paciente, etcétera.) sin que necesariamente se llegue a una meta. A veces, estos finales son transitorios y otras veces definitivos. Los psicoanalistas dirían para algunos de estos finales que el paciente no entró en “transferencia” o que fue un mal manejo de la misma por parte del terapeuta, o le echarán la culpa al autoerotismo, etc. Y de la “contratransferencia”, sostendrán que es un factor de impedimento, un estorbo generado por el propio analista. Y en este punto hay, como en otros, una división de aguas con el psicoanálisis clásico, dado que para la terapéutica junguiana es un factor de valor cognoscente y de ayuda para el analista. Cabe recordar, que fue a instancias de Jung y debido a su insistencia, que es absolutamente recomendable que previo a iniciar su derrotero como terapeuta, ese profesional debe analizarse con alguien que sea un especialista en dicha técnica (que era el psicoanálisis para esa época). Cuestión que es aceptada por Freud, quien así lo reconoce en su artículo de 1912 Consejos al médico.
Ahora bien, la práctica y los años le van mostrando a Jung que más allá del fin de un análisis, que pudo haber sido por diversos motivos, la “discusión dialéctica” entre la consciencia y lo inconsciente continúa en el interior de ese paciente, es decir, el paciente sigue buscando esa meta; lo que lo lleva a Jung, a propósito de estas cuestiones a señalar lo siguiente: "(…)y me liberaron de la preocupación de que yo mismo fuera la única causa de un proceso psicológico impropio ( y por eso mismo contrario a la naturaleza). Y esa preocupación no dejaba de justificarse en la medida en que ninguno de los argumentos de los nueve mencionados, conseguía que ciertos pacientes terminaran el trabajo analítico. (…) Y si bien es cierto que todas las cosas pueden considerarse con dos caras, una valoración negativa sólo es lícita cuando se ha demostrado que realmente no puede encontrarse nada positivo para la vida..." (1).
Las cuestiones negativas, en estos procesos, no siempre deben ser atribuibles al terapeuta, dado que son fáciles de adjudicárseles y además, despiertan la sospecha de querer disfrazarse de ignorancia o del intento de sustraerse a la discusión incondicional. "En efecto, como tarde o temprano es inevitable que el trabajo analítico llegue a ser una discusión humana entre el yo y el tú y entre el tú y el yo, discusión que se verifica más allá de cualquier pretexto demasiado humano, no sólo que es fácil que ocurra, sino que necesariamente ocurre, que se vea alterada, además de la piel del paciente, la del médico, y hasta es posible que tal modificación alcance más abajo de la piel" (2).Es decir, través de años de experiencia nos relata el maestro suizo, algunas realidades que, más allá de prejuicios, obligaciones, deberes y profesionalismo, otros callan, sea por precaución o por ignorancia o por otro sin fin de razones; como dice el viejo y sabio apotegma: nadie puede trabajar con fuego y pretender no quemarse.
Ars totum requerit hominem, nos dice Jung, lo que significa: “el Arte reclama al hombre total”. Los esfuerzos del terapeuta y del paciente apuntan hacia esa totalidad, sobre todo en los inicios del análisis, dado que aún se halla oculta, no manifestada, toda esa potencialidad. Pero esa suerte de camino que deben recorrer analista y paciente no es una línea recta, está lleno de curvas y rodeos que están, a veces, en manos del destino Ni es simple ni fácil tender a unir los opuestos. Es un camino largo y arduo. O como dice el propio Jung: "es un sendero cuyos recodos laberínticos no están exentos de horrores. Y en ese camino es donde se verifican las experiencias que la gente se complace en llamar “difícilmente accesibles”.(..) exigen aquello que el hombre más teme dar , esto es la totalidad, de la que continuamente se está hablando y sobre lo que se teoriza infinitamente, pero que en la realidad de la vida se evita con grandes rodeos. Infinitamente más estimada es la usual “psicología de los compartimientos estancos”, en la cual una cámara no sabe lo que hay en la otra”. (3).
El contacto con la alquimia
Destaca Jung que, si bien hacía años que venía trabajando sobre lo inconsciente colectivo reconocía que algunos de los resultados alcanzados no lo conformaban del todo, corría el año 1928 cuando el sinólogo y amigo personal, Richard Wilhelm le envía su texto El secreto de la flor de oro. No más leerlo, se dio cuenta que le daba la solución a sus problemas, que había intentado buscar por otras vías, por ejemplo, las enseñanzas gnósticas, pero sin resultados. El libro referido trataba del taoísmo yoga de origen chino, pero también era todo un tratado de alquimia, siendo esto último de fundamental importancia para su trabajo, por lo que podemos decir, sin lugar a equivocarnos, que fue la llave y el inicio de sus estudios alquímicos, los que a partir de ese momento tendrán un espacio destacado y de enorme importancia en todas sus investigaciones posteriores.
Algunos estudiosos se preguntarán cómo determinar que el material con el que trabajaban los alquimistas pudiera tener una “repercusión” interior. Para ello, hay que tener en cuenta que existen las proyecciones y que nada de lo que se proyecte, así sea sobre la materia, no ha sido previamente parte del mundo interior. Es decir, existe un canal comunicacional inconsciente entre la interioridad y la exterioridad humana y esa suerte de separación entre ambas (interioridad/psiquismo- exterioridad/materia) no es tan extraña. Por eso, verdades que para un espíritu antiguo eran ciertas siguen existiendo como tales, es decir, pasados miles de años esa “verdad” se mantiene casi con la misma eficacia y seguramente permanecerá de igual forma por otros miles de años. Dice Jung al respecto: “Los tiempos modernos y el presente considerado desde este punto de vista, se muestran como meros episodios de un drama que comenzó en la pálida aurora de una época originaria, drama que se extiende a través de todos los siglos, a un remoto futuro. Este drama…es el devenir consciente de la humanidad” (4).
El Opus (la Obra)
En el opus alquímico, y lo confirma Jung, se tata no sólo de experimentos químicos, sino también de procesos psíquicos, como hemos sostenido renglones pasados y que se expresan en un lenguaje pseudoquímico. Los antiguos, sabían de ello y que sus prácticas no eran las habituales de la química. Si los alquimistas, como ellos mismos confesaran, empleaban el proceso químico sólo simbólicamente, ¿entonces porqué trabajaban con crisoles y retortas? Y como lo destaca Jung: además, los deformaban mediante simbolismos mitológicos hasta hacerlos irreconocibles. (5). Se conoce que el alquimista ocultaba su obra (la búsqueda del oro a través de la transmutación de otros metales), para que no cayera en manos de gente inapropiada, pero también se sabe que ese “oro”, no era el “oro común” (aurum vulgui) sino el oro filosófico o la maravillosa piedra.
Al intentar investigar la materia, el alquimista proyectaba su inconsciente en la oscuridad de la misma para “iluminarla” y para explicar el misterio que ello le provocaba, pero, además, proyectaba otro misterio, el que consistía en su desconocido inconsciente. Esta cuestión no era lo que podría denominarse un “método”, sino algo que era esencialmente involuntario. Tengamos en cuenta que una proyección nunca se “hace”, simplemente “ocurre”; en la oscuridad de un hecho exterior encontraba, sin reconocerlo como tal, a su propio psiquismo. De esta forma, el alquimista vivía su proyección como una cualidad de la materia, repitiendo de ese modo la historia del conocimiento en general.
El fundamento de la alquimia el opus (la obra) tiene una parte práctica, que es la que se lleva cabo con los elementos químicos más usuales, donde se usan: el mercurio, la sal, el azufre y cuya significación química pertenece a los secretos del arte. Es evidente que la oscuridad en la que se expresan los alquimistas, llega al punto que se niegan a decir que es la prima materia o el lapis. Estas cuestiones, han hecho que estudiosos como Jung consideraran que han sido los procesos psíquicos que le generaban dichos trabajos, la verdadera razón de llevar a efecto los mismos.
Ciertos tratados alquímicos como el Tractatus Aristotelis nos ilustra la psicología del alquimista: la serpiente es más astuta que todos los animales de la tierra (…)y por la ilusión (…) en el agua reúne la serpiente las fuerzas (virtutes) de la tierra…La serpiente nos indica Jung, es Mercurius que como sustancia fundamental se forma en el agua , el león devora al Sol y la materia se forma por ilusión, que necesariamente es la del que trabaja en la obra, podría ser la vera informatio, dado que posee fuerza informadora(5) Por otra parte, vamos a ver que la obra alquímica está ligada a visiones y a sueños, los que se mencionan muchas veces como importantes intermediarios. Así sucede con la visión onírica del alquimista Zósimo, como en ciertos textos y a través de material onírico allí expuesto aparece la buscada aqua permanens. En general, la prima materia, así como la piedra misma (lapis), son reveladas al alquimista por Dios. (6)
En realidad, la pregunta que se impone es y más allá de la ya expresada: ¿qué buscaban en realidad los alquimistas? Ya hemos dado una parte de la respuesta: el “oro no vulgar”, o sea, algo de un orden superior y simbólico; nos referimos a la llamada: “piedra filosofal”, es decir, es la búsqueda de una dimensión psíquica y espiritual que hace que el hombre se ligue a un proceso de autorrealización donde nada debe ser dejado de lado, por considerarse “malo”, con lo cual se incluye al arquetipo de la sombra no sólo en sus clásicos y más conocidos aspectos negativos, sino también en su menor vertiente positiva, como parte necesaria del proceso de individuación, y del sí-mismo donde la aceptación de la existencia de los opuestos es fundamental. Recordemos que para Jung lo inconsciente no es algo malo, también es la fuente del bienestar. No sólo es oscuridad, sino también luz; no sólo bestial y demoníaco, sino también sobre humano, espiritual y en el sentido clásico de la palabra, “divino”.
¿Pero, cuál sería el método por excelencia de la alquimia para alcanzar el proceso de individuación y con él la transformación de la materia y la búsqueda de su espiritualización? Jung, coherente con su pensamiento y con sus investigaciones ha de decirnos que, desde el punto de vista psicológico, es el de la amplificación ilimitada. La amplificatio es siempre necesaria cuando el objeto de estudio es confuso o desconocido, por lo que es necesario los aportes de otros puntos de vista para hacerlo comprensible, características de la amplificación, método que Jung destaca y que emplea en la interpretación de ciertos sueños.
Esta amplificación, nos dice, forma la segunda parte del opus y los alquimistas la entendían como teoría. La teoría es originariamente “filosofía hermética”, la que se amplió por representaciones cristiano-dogmáticas. En la alquimia más antigua de Occidente penetraron fragmentos herméticos, principalmente a través de originales árabes. Un contacto directo con el Corpus Hermeticum recién se logró hacia mediados del siglo XV cuando Marcilo Ficino, autorizado por Lorenzo De Medici, para hacer las traducciones del Corpus del griego al latín. (7).
Sabemos del riquísimo simbolismo de la alquimia y de sus dificultades para su entendimiento, pero hay que tener en cuenta que en ella se expresa una parte importante del alma, sólo que es desconocida, es lo que se conoce como lo inconsciente. Aunque, en un sentido materialista, señala Jung, no existe algo así como una prima materia, raíz de todo lo existente, nada podría reconocerse sin la existencia de una consciencia, la ciencia sabe que toda consciencia reposa sobre presupuestos inconscientes, es decir, sobre una suerte de prima materia desconocida. Por lo que no es cierto aquello que algunos sostienen que la consciencia nace de sí misma. (8)
Hemos señalado que los mismos alquimistas complejizaron sus trabajos hasta hacerlos, muchas veces, de difícil comprensión. A modo de ejemplo y siguiendo en parte a Jung, analizaremos brevemente una imagen de un texto del siglo XVII y cuya tapa aparece ilustrada en el libro del investigador suizo: Psicología y Alquimia, (Edit. Trotta, V.12 -figura 144); en ella, se puede observar mirándola de frente que la misma está dividida como en dos partes, confirmando la dualidad alquímica a la que ya nos hemos referido. En la parte izquierda de la ilustración, se ve a tres hombres hablando, los cuales y de acuerdo a Jung, serían un abad, un monje y un laico; a la derecha de la imagen hay otro hombre en cuclillas tratando de alimentar el fuego que se halla en el horno, donde se ven el trípode y la retorta, elementos que se hallan en el centro entre ambas imágenes. En el interior de la retorta se puede observar el dragón alado.
Si bien el dragón como tal es un monstruo, simbólicamente, está formado por la mezcla del principio ctónico de la serpiente y del principio aéreo del ave (al igual que la “Serpiente Emplumada” azteca Quetzalcoatl) con lo que se cumple la amplificación necesaria para dar cuenta del método, a la vez que simboliza la vivencia, la visión de una representación del Mercurio latino que no es otro que "es el Hermes griego alado, que se manifiesta en la materia, el dios de la revelación, señor del pensamiento y psicopompo por excelencia” (9). En este sentido, recomendamos ver la figura 146 del mismo texto, donde aparece Mercurius (Hermes) como símbolo unificador.
Como sabemos, uno de los principales trabajos alquímicos consistía en espiritualizar la materia. Por lo cual no debe confundirse el proceso “exterior” con el proceso “interior” que llevaba a cabo el alquimista. Cuando habla de Mercurio, por ejemplo, tanto puede referirse a un proceso como al otro, en el caso exterior se refiere al metal, cuando lo hace en el afán de su búsqueda interior, lo hace en el sentido del espíritu oculto en la materia o que es prisionero de ésta. El dragón, nos dice Jung, posiblemente sea el símbolo figurado más antiguo de la alquimia del que haya constancia documentada. Aparece como el devorador de la cola (Ouroboros) en el Codex Marcianus, perteneciente al siglo X u XI con la leyenda: “el todo uno” (10). Los alquimistas repiten incesantemente que el opus surge de una cosa y vuelve nuevamente a lo uno, que es, pues, en cierto modo, un ciclo, como un dragón que muerde su propia cola. Por eso el opus se llama a menudo circulare = circular o rota = rueda.
Mercurius está al principio y al fin de la obra. Es la prima materia, la nigredo y que, como figura de dragón se devora a sí mismo y como dragón muere para volver a surgir luego como lapis (piedra). Es el hermafrodita del ser inicial que se divide en la clásica pareja de hermano y hermana y que vuelve a unirse en la coniunctio, para manifestarse por último en la resplandeciente figura del lumen novum, del lapis. Es metal, y sin embargo es líquido; es materia y sin embargo es espíritu; es frío y si embargo es ígneo; es veneno y sin embargo, bebida curativa, es decir, un simbolismo unificador de los opuestos en su perpetuo accionar. Por lo general, estos símbolos unificadores tienen un carácter numinoso (11).
Es notable como lo demuestra el investigador el juego siempre activo, aunque más no sea virtual, de los opuestos. Dejando de lado el aspecto histórico, el lado místico de la alquimia, es, esencialmente, un problema psicológico. De acuerdo a Jung, se trataría en su concreción del simbolismo y proyección del proceso de individuación, proceso que hasta hoy en día produce símbolos que se encuentran muy ligados a la alquimia.(12)
Consideraciones finales
(3)- Jung, C. G. – Ídem, p. 8
(4)- Jung, C.G. - Ídem, p. 294
(5)- Jung, C.G. - ídem, p.163
(6) -Jung, C. G.- Ídem. p. 170
(7) - Jung. C. G. - Ídem, p. 194
(8) - Jung, C.G. - Ídem p. 270
(9) -Jung, C. G. – Ídem p.195
(10)- Jung, C.G. - Ídem, p. 195
(11) -Jung, C. G. – Ídem, p. 294
(12)- Jung, C. G. – Estudios Sobre Representaciones Alquímicas, p.93
(13) -Jung, C. G.- Psicología y Alquimia, p. 293

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