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domingo, 30 de octubre de 2016

Entre Fernando Carrera y “Hurricane” Carter: el arte como denuncia

 Fernando Carrera

Entre Fernando Carrera y “Hurricane” Carter: el arte como denuncia,
por Juan Manuel Otero Barrigón

Fernando Carrera tenía 27 años, trabajaba como gomero, estaba casado y tenía tres hijos. Un tipo común, que en Enero de 2005 se vió sumergido en un infierno, al ser protagonista involuntario de la llamada “Masacre de Pompeya”, hecho a partir del cual fue condenado a treinta años de prisión por un robo que no cometió, y en el cual dos mujeres y un niño fallecieron al ser atropelladas por su auto luego de que la policía le disparara más de 25 veces en una persecución, confundiéndolo con un ladrón que escapaba.

Fernando llegó a pasar siete años y cuatro meses preso, de manera deliberada, gracias a la manipulación corrupta de la causa judicial que encontró en su humanidad el chivo expiatorio para tapar sus errores.

Su caso se popularizó a través del cineasta Enrique Piñeyro, quien filmó el documental El Rati Horror Show, donde contó las arbitrariedades de la investigación que lo llevaron a estar preso, y que con el tiempo demostró ser clave para permitir que hace apenas algunos días atrás, Fernando fuera finalmente absuelto por la “Justicia” argentina.

Y es que la obra de Piñeyro tenía un objetivo ético irreprochable: lograr que Fernando recuperara su libertad. Al no estar concebida simplemente en su dimensión artística, la película sólo iba a estar realmente terminada cuando lograra su cometido. 

Trailer de "El Rati Horror Show"

Décadas atrás, un caso de similar injusticia en los Estados Unidos, había tenido como protagonista al boxeador en ascenso Rubin “Hurricane” Carter. En 1966 Carter había sido arrestado junto con un amigo y acusado del asesinato de tres personas en un bar de Nueva Jersey. Tras un juicio exprés, dominado por los prejuicios raciales, Carter había sido condenado a tres cadenas perpetuas por un jurado formado exclusivamente por blancos. Tanto Carter como su amigo, John Artis, habían negado en todo momento su participación en los asesinatos, habían superado sin problemas un detector de mentiras, y los testigos no los habían reconocido como los autores. Pero su destino ya estaba sellado. Pasó casi veinte años en prisión por tres asesinatos que no cometió, hasta que en 1985 un juez federal dictaminó que la Fiscalía había actuado de mala fe durante los dos juicios anteriores. Carter finalmente recuperó su libertad, y se mudó a Toronto para vivir con una comuna de canadienses que habían luchado para lograr su liberación. 

"Hurricane" Carter

Mientras estaba preso, “Hurricane” Carter se dedicó a estudiar a pensadores como Platón, Gurdjieff, Jiddu Krishnamurti, y Víktor Frankl, buscando su liberación interior, la única a la que durante mucho tiempo soñó que podía aspirar. En 1974, había publicado desde la cárcel su autobiografía The Sixteenth Round (“El decimosexto round”), que atrajo la atención de figuras como Bob Dylan y Muhammad Alí. Dylan se reunió con Carter en prisión, y convencido de que el boxeador era inocente, organizó varios conciertos benéficos para exponer su caso. En 1975 le dedicó la canción "Hurricane" que con el tiempo se convirtió en una bandera de lucha, ayudando a que su historia trascendiera las fronteras de su país y se hiciera conocida en todo el mundo.


"Hurricane", de Bob Dylan

Al igual que con la película de Piñeyro, la obra de Dylan trascendía la mera función estética y las pretensiones de éxito comercial. Ambas obras implicaban la apuesta radical de un artista por la inocencia de un hombre al cual no conocían previamente. Apuesta tan sólo impulsada por una profunda empatía y sentido de la humanidad, al punto de tomar la decisión de poner en riesgo su reputación personal y profesional por una causa que consideraban justa.

Tanto "El Rati Horror Show" como “Hurricane” desenmascararon la podredumbre de un sistema para el cual la verdad duerme en la misma cama que el poder. Cumplieron así, una función ética intachable, al desnudar el real funcionamiento de gran parte de la Justicia y de los medios de comunicación, que tanto en uno como en otro caso contribuyeron a consolidar la etiqueta de culpabilidad sobre personas inocentes. Ambas obras lo hicieron desechando toda ambigüedad posible, en aras de la objetividad de los hechos.

De manera involuntaria, “Hurricane” Carter y Fernando Carrera se convirtieron en símbolos de la injusticia y los abusos que la maquinaria del Estado es capaz de propinarles a los eslabones más débiles de la sociedad si se trata de protegerse a sí mismo. Pero también en símbolos de esa dignidad y fortaleza espiritual del inocente que nunca baja los brazos, aún cuando enfrente se erija un verdadero Leviatán dispuesto a fagocitarlos.

La alegría por la reciente liberación de Fernando Carrera es la alegría de todos, ya que cualquiera de nosotros podría ser “Fernando” si tuviese la mala suerte de estar en el lugar equivocado y en el momento equivocado.

Para el anarquista ruso Kropotkin, en una época como la nuestra, en que está planteada una lucha sin igual entre explotados y explotadores, entre oprimidos y opresores, el arte sólo puede aspirar a ser auténtico mediante el compromiso con la causa del pueblo.

La creación artística, cuando está al servicio de la denuncia social, muchas veces es un buen recordatorio de que la Justicia, al igual que las serpientes, sólo muerde a quienes van descalzos.

Bob Dylan visita en prisión a "Hurricane" Carter
Fernando Carrera, libre al fin, junto a Enrique Piñeyro





martes, 27 de septiembre de 2016

Anarquismo espiritual


Anarquismo espiritual, por Juan Manuel Otero Barrigón

Resultaría paradójico para algunos hablar de espiritualidad y anarquismo, toda vez que el anarquismo, especialmente en su versión moderna, desarrolló una teoría súper crítica hacia las religiones institucionalizadas y hacia la misma idea de Dios, garante último de toda noción de jerarquía y dominio de unos seres humanos sobre otros. Sin embargo, si nos animamos a explorar más allá de lo evidente, inevitablemente nos sale al encuentro la profunda imbricación entre la vida anarquista y la vida espiritual, con aquella noble aspiración de autenticidad y solidaridad que caracteriza tanto a una como a la otra.

Quizás el secuestro de la dimensión espiritual por la religión institucionalizada, nos haya hecho perder de vista que, en el fondo, hablar de espiritualidad es hablar de la vida cotidiana, algo previo al surgimiento de las distintas religiones históricas, y en el mejor de los casos, el motor que las anima.

Entendemos, por ello, a la espiritualidad, como aquel camino a través del cual se cumple la realización de una vida realmente integrada, plena y profunda, capaz de arrancarnos de nuestras servidumbres sistémicas, para posibilitarnos la apertura a una dimensión más creativa y acorde con aquello que realmente somos.

Al hablar de anarquismo, solemos remitirlo comúnmente a aquella tradición de pensadores europeos que como Proudhon, Kropotkin o Mikhail Bakunin, teorizaron acerca de la necesidad de abolir el Estado, y por extensión, toda autoridad o jerarquía, que impuesta al individuo, lo aleje del establecimiento de vínculos solidarios con sus semejantes. Algo para lo cual, la idea de libertad se reveló como vital en la cartografía de estos pensadores. De hecho, para Bakunin: “La libertad de cada uno necesariamente asume la libertad de todos, y la libertad de todos no llegará a ser posible sin la libertad de cada uno... No hay libertad real sin igualdad, no sólo de derechos sino en la realidad. Libertad en igualdad, ahí está la justicia.”

Los anarquistas aspiraron siempre a una sociedad no dividida entre gobernantes y gobernados, sin autoridad fija ni predeterminada. No negaron el poder, sino más bien, y al decir de Ángel Cappelletti, “ese coágulo de poder que se denomina Estado”. La meta es que el gobierno, como poder político trascendente, se torne inmanente, disolviéndose en la sociedad.

Si la sociedad es para el anarquista una realidad natural, y no fruto de un pacto o de un contrato como postulaba por ejemplo Thomas Hobbes, el Estado, contrariamente, representaría una degradación de esa realidad natural y originaria, estableciendo aquellas divisiones que implican el nacimiento de la propiedad privada, y todas las formas de explotación del hombre por el hombre.

Quizás sea de perogrullo resaltar que no todos los anarquistas fueron y son iguales. Que distintas lecturas se propusieron para entender la naturaleza del Estado, y las vías por las cuales lograr su disolución. De la misma forma, distintas son las posiciones que teóricos y militantes anarquistas adoptan y adoptaron en relación a una realidad sobrenatural y trascendente, espiritual, o religiosa. Algunos anarquistas fueron ateos, profundamente virulentos en su rechazo hacia todas las iglesias existentes y hacia la misma idea Dios, considerada por ellos profundamente alienante; otros han sido creyentes de una "religión universal", abstracta y espiritualizada, y algunos incluso se declararon partidarios de distintas religiones históricas, aunque siempre críticos de sus institucionalidades.

Uno de los ejemplos más notables de este último caso fue el escritor ruso Lev Tolstói, autor de obras cumbre como “Anna Karenina” y “Guerra y Paz”, aunque también de otros escritos menos conocidos pero profundamente inspiradores como “El Reino de Dios está en vosotros”, cuyas ideas sobre la no violencia activa inspiraron enormemente a figuras de la talla del Mahatma Gandhi y Martin Luther King. En esta bella obra, Tolstói desarrolló sus ideas en torno a una sociedad ideal siguiendo las enseñanzas de Jesús, pero separándolo del cristianismo ortodoxo ruso, lo que para él equivalía a separarlo del Estado.


Quizás una de las cuestiones que ensanchó las diferencias al respecto de la relación entre anarquismo y religión fue la teoría de la violencia, como medio para el cumplimiento de la utopía ácrata. Respecto al mismo, no hay acuerdo histórico dentro del anarquismo, ya que ha habido posturas y prácticas muy diversas. Desde la "propaganda activa" entendida como "terrorismo" y asesinato de opresores, hasta la no-violencia activa radical del tipo pacifista. Lecturas más contemporáneas aceptarían que, en todo caso, es libre decisión de los propios oprimidos, determinar la estrategia o la posición a tomar, prefiriendo muchos de ellos tal vez una no-violencia activa, ya que en última instancia, huelga decirlo, la violencia siempre es autoritaria, anti-dialogante y una forma de poder impositivo como aquel que en la teoría se pretende combatir. Para Tolstói, la no violencia se encontraba en el corazón del mensaje original de Jesús, por lo que consideraba que la Iglesia oficial pervirtió sus enseñanzas originales, al justificarla como medio de validar sus acciones.

Tolstói inspiró en su Rusia natal el surgimiento del movimiento dujobori, “los luchadores espirituales”, quienes creían que el Espíritu divino se encuentra como una chispa en cada persona o ser viviente, creencia que los llevó a adoptar el vegetarianismo y la no violencia. Además, rechazaban a los sacerdotes, los iconos y los rituales, símbolos de la iglesia organizada y jerárquica.

También en el mundo iberoamericano brotaron expresiones anarquistas que bebían del manantial inaugurado por la figura del “nazareno subversivo”. En la España de la Guerra Civil, florecieron diversas variedades del pensamiento anarquista, entre las cuales el cristianismo se coló para conformar su ideario. Tal fue el caso, por ejemplo, del libertario y fundador de la Iglesia Pobre en Mallorca, Cayetano Martí Valls. Bajo el lema “La iglesia verdadera en cada casa obrera y Cristo en el corazón”, el pensador chueta que integró la Confederación Nacional del Trabajo, clamó por un retorno al espíritu originario del mensaje cristiano, conciliándolo con la realidad de sus hermanos trabajadores. En sus propias palabras: “Jesús era un rabí, o sea, un maestro para el pueblo, que ya empezaba a ver en Jesús un profeta, y poco a poco gentes de otros pueblos acudían a Jesús, y algunos amigos suyos, gente pobre, pescadores, pastores, etc., le seguían cuando Jesús visitaba otros pueblos para predicar; pero empezó a llamar la atención de los poderosos sacerdotes que dominaban y dirigían las mentes y espíritu de todo el pueblo de Israel. Al principio vieron en Jesús un fiel seguidor de la Ley de Dios, traída por Moisés; Jesús era pues un buen judío. Pero los sacerdotes empezaron a ver que Jesús de Nazareth defendía siempre a los de su clase, los pobres, y esto no convenía a los sacerdotes, ni tampoco a los romanos que habían invadido Israel. Jesús predicaba la paz, la justicia, el amor al prójimo practicado y no solamente predicado; Jesús repetía siempre que los dos principales mandamientos de Dios, son estos, "ama a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo". Y claro está, que el que ama al prójimo como a sí mismo, no puede hacerse rico a costa de su trabajo (…) Nuestros padres y abuelos siempre nos decían: "procurad siempre estar con Dios y mandad a paseo a los sacerdotes de todas las religiones, pero no odiéis a nadie; buscad siempre la paz, la concordia, vale más comer pan con aceite en armonía en la casa, que buenas comidas en discordia y odio; estemos siempre todos en armonía con nuestro "Buen Jesús", y no olvidemos nunca que el egoísmo es la mala bestia, y el negocio es negativo, es malo, porque consiste en comprar barato y vender más caro, y no solamente los productos, lo que es peor el salario de los obreros, nadie se hace rico trabajando honradamente, pero sí a costa del trabajo de los demás, burlándose de Dios y del prójimo, ya que Dios Dice "Ama a tu prójimo como a ti mismo"; si un empresario, comerciante, etc., reparte los beneficios que produce el trabajo de sus obreros, entre todos, o crea nuevos puestos de trabajo, éste está bastante cerca de la verdad de Dios, es ya un cristiano de verdad"

Como podemos ver, distintos movimientos y comunidades de similar inspiración fueron configurando, así, el cristianismo anarquista. Para los anarcocristianos, el cristianismo fue originalmente un movimiento anarquista pacífico, para los cuales la única fuente de autoridad es la autoridad de Dios encarnada en las enseñanzas de Jesús. Sin embargo, esta tendencia no estuvo exenta de recibir críticas. Al partir del supuesto de que el anarquismo es una filosofía política sobre una forma de organización de libertad individual sin Estado, muchos consideraron incompatible mezclarlo con temas de índole personal como la fe, e incluso la idea de Dios como autoridad resulta en apariencia contradictoria a los fundamentos más básicos del anarquismo.

Distinta suerte corrieron otras corrientes espirituales y filosóficas en su conjunción con el ideario anarquista. El taoísmo filosófico de la antigua China (y no la religión taoísta surgida a posteriori durante la dinastía Han), es considerado uno de los basamentos teóricos del anarquismo actual. Su fundador, el sabio chino Lao Tsé, era contrario al Estado y a toda autoridad religiosa o de otro tipo. De hecho, y para pensadores como Salvador Pániker, el anarquismo vino en Occidente a suplir al taoísmo, ante la carencia en esta parte del Globo de una tradición taoísta original. Taoísmo y anarquismo, ambos enemigos de la abstracción, rebelados contra los símbolos interpuestos. En un artículo publicado en el diario El País, en Julio de 1982, el filósofo catalán escribía: “El refinamiento coactivo, abstracto, de las sociedades con Estado, con capitalismo, con división de trabajo, con sistema monetario, nos aleja del intercambio concreto, real, entre hombres, personas y cosas. Cuando el anarquismo tiende a la supresión de la moneda (ese símbolo abstracto que precedió incluso a la aparición de los primeros alfabetos sofisticados y ya no ideográficos) tiende al origen. La oculta intuición del anarquismo es ésta: la sofisticación simbólica, la división del trabajo, la edificación del Estado, el centralismo, sólo tienen sentido si -al ser superados- nos devuelven críticamente a un origen donde vuelva a reinar la diversidad, la estructura no jerárquica, la espontaneidad no programada(…)”. Es decir, el Tao, como meta y sendero.

También el budismo exhibe en sus raíces ciertas semillas del más puro anarquismo. Según la tradición, las últimas palabras del Buddha Gautama a sus discípulos habrían sido: “La decadencia es inherente a todo lo condicionado. ¡Con atención consciente, trabajen con diligencia en su propia salvación!” De su enseñanza, totalmente heterodoxa respecto al seno hinduista en el que nació, se pueden desprender nítidas señales de anti-autoritarismo, anti-jerarquía y promoción de la autogestión.

Para el anarquismo, la libertad es la presunción básica de toda relación humana legítima. De allí que históricamente, el anarquismo haya sido siempre muy crítico no sólo de los regímenes capitalistas que segregan a vastas mayorías de la población a la mera supervivencia, sino también del "socialismo de Estado", en cuanto que en la práctica se reveló tantas veces autoritario, tantas veces verticalista, reduciendo la participación popular a la mera ejecución de órdenes tomadas desde arriba, no discutidas en las bases, aunque en su presunto beneficio.

En su clásico “Rebelión en la granja”, George Orwell, el celébre visionario y anarquista inglés nacido en India, escribía: "Todos somos iguales, pero algunos son más iguales que otros…". Y en efecto, es en dirección a este planteo que el anarquismo siempre denunció a los sistemas autoritarios, cualquiera sea su signo. Por ello, siempre fue censurado tanto por los sectores conservadores/liberales, acusándolo de ser agente del caos y del desorden (¡de allí que la palabra anarquía sea para muchos, mala palabra) y por los sectores de izquierda autoritaria, tildándolo de "radicalismo pequeño-burgués" y “contrarrevolucionario”. Contra unos y contra otros, el anarquismo nunca bajó sus banderas, y las pocas ocasiones en las que pudo plasmarse en la realidad concreta, no demostró sino estar a la altura de sus altos ideales. No por casualidad, fue siempre sofocado a tiempo por el sistema imperante, las más de las veces en forma violenta, ya que de lo que se trata es de vivir pensando y sintiendo que no hay alternativa posible al régimen cultural, político y económico en el que estamos inmersos.

El anarquismo es profundamente espiritual, si apelamos al sentido más genuino de la palabra espiritualidad.

Si la espiritualidad supone la afirmación total de la vida, la aprobación sostenida de la existencia, quizás pocos sean los movimientos capaces de insuflar tanto spiritus de cara a la existencia como lo hace el anarquismo. En “Política del rebelde”, Michael Onfray dice: “La libertad libertaria inquieta, atemoriza, genera soledad, extrañeza a los demás, produce angustia y miedo al fracaso. Pero la ganancia es incontable: es la libertad de elegir la propia existencia”.

La espiritualidad, en tanto representa una actitud radical ante la vida, deja a un lado lo superficial y lo meramente técnico; implica el desarrollo de la conciencia, tanto hacia el exterior como hacia el interior de uno mismo, logrando cierta comunión con la naturaleza, por lo que supone tener en cuenta tanto al conjunto de la humanidad como al resto de las especies. La fe del anarquista, aún de aquel anarquista no religioso (y por cierto, la mayoría) no queda ausente en este planteo. El anarquista italiano Errico Malatesta consideraba un sentido de la fe, no como una creencia ciega enfocada en realidades trascedentes, sino como una potente síntesis de voluntad y esperanza en un mundo mejor.

De esto se desprende algo que es importante señalar: la espiritualidad del anarquista no es la del contemplativo que se aleja del mundo buscando su salvación individual. La espiritualidad del anarquista es una espiritualidad activista, asentada en el aquí y ahora, y operando consciente y creativamente sobre la realidad, para transformarla


El sacerdote y filósofo portugués Rui Manuel Grácio das Neves postula la necesidad de sentar las bases de lo que él llama una Espiritualidad Fundamental, cuyos postulados son muy compatibles con el espíritu anarquista. El argumento es que hablar de ‘Espiritualidad Fundamental’ es hablar de una ‘Espiritualidad Macroecuménica’, una espiritualidad fundante de todas las diferentes religiones empíricas existentes y también del “espíritu religioso” no expresado en la institucionalidad “religiosa” histórica. Entre las características que distinguirían a esta forma de espiritualidad, se destaca la necesidad de ponerle fin al ego, como punto de partida para todo trabajo interior genuino. Esto no es menor, enfrentarse al ego y disciplinarlo, supone hacernos conscientes de aquella esclavitud fundamental que anida dentro nuestro, aquella jerarquía interior que si no advertimos, termina direccionando nuestra vida acorde a sus caprichos.

Tal vez allí resida el desafío más importante que primero deba enfrentar todo espíritu anarquista, mucho antes de lanzarse a cultivar cualquier aspiración de cambio social. Hablamos de aquel desafío que orienta a la persona hacia su interioridad.

No es posible abocarse a ninguna transformación social, desterrando jerarquías y autoritarismos varios, si antes bien, no somos capaces de rebelarnos sobre todo aquello que en lo subjetivo y personal nos oprime bajo el peso de su bota, ejerciendo su poder sobre nosotros. Parafraseando a Lao Tsé, “El que domina a los demás es fuerte; pero el que se domina a sí mismo es poderoso”.

Toda vida anarquista, si aspira a ser auténtica, debe comenzar por la más radical de las revoluciones, aquella que paradójicamente detenta cierto egoísmo en su actitud. Es la revolución que pone al ser humano cara a cara consigo mismo, y sin cuya victoria, vanos serán los sueños, y vanas las esperanzas.

Juan Manuel Otero Barrigón es psicólogo. Ejerce como terapeuta en la práctica privada. Profesor adjunto en la cátedra "Psicología de la Religión", en la Universidad del Salvador (Buenos Aires, Argentina). Coordina la Red de Estudios Religare, y es creador del blog Psymballéin