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miércoles, 11 de junio de 2025

Jorge Mario Bergoglio. Apuntes para una biografía arquetipal

 JORGE MARIO BERGOGLIO: APUNTES PARA UNA BIOGRAFÍA ARQUETIPAL

por Juan Manuel Otero Barrigón


A mi viejo;
y a la memoria de Susana Godoy Abreu,
querida amiga y colega.

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Contar la vida de Jorge Mario Bergoglio desde una perspectiva arquetipal es mucho más que relatar simplemente una serie de eventos. Se trata de ver su biografía como un proceso de individuación, un camino hacia la integración y la realización del Sí-Mismo, tal como lo propuso Carl Gustav Jung. 
Aunque nacido de la admiración, este relato no busca crear un mito hagiográfico ni una crónica política, sino más bien explorar las resonancias simbólicas de ciertos momentos clave de su proceso interior
Desde su infancia en Buenos Aires hasta su nombramiento como Papa Francisco, pasando por sus años de silencio en Córdoba y su llamado a la fraternidad universal, hay un hilo simbólico que recorre la historia de Bergoglio: el del hombre que desciende, se quiebra, se encuentra a sí mismo y vuelve a elevarse, no para reinar, sino para servir.


I. El llamado temprano: la abuela Rosa y la raíz espiritual

Jorge Mario Bergoglio nació en 1936 en el barrio porteño de Flores, en una familia humilde de origen italiano. Su infancia estuvo marcada por la austeridad, el esfuerzo, y una profunda religiosidad que formaba parte de su día a día. En ese universo familiar, su abuela Rosa jugó un papel fundamental: fue ella quien le mostró las primeras imágenes vivas de la fe. Le hablaba del cielo como si fuera su hogar, le enseñó a rezar con palabras simples, y le contaba historias de santos y mártires como quien comparte verdades que viven en el alma.
Rosa encarna el arquetipo de la Gran Madre en su versión más positiva: la que protege, nutre, y consuela, pero que también inicia. Como señala Erich Neumann, un discípulo de Jung, la Gran Madre es la fuente que da vida al alma, ofreciendo el primer contacto con lo sagrado a través de gestos primordiales: la voz, el alimento, y la oración compartida. Así, la abuela Rosa no fue solo una influencia familiar, sino un símbolo: representa el principio femenino arquetípico que acoge la psique infantil y la conecta con lo trascendente.
Durante esos años formativos, se establecieron los cimientos de su mundo interior: una religiosidad afectiva, y una conexión femenina que le enseñaron a rezar sin imponer, a confiar sin dogmatizar. Esta etapa puede verse como la base desde la cual se desarrollaría todo su camino posterior.

II. El encuentro fundante: San Mateo y la misericordia

A los 17 años, en el día de San Mateo, Bergoglio entra en la Basílica de San José de Flores. Lo hace casi por impulso, sin pensarlo demasiado, y vive allí una experiencia que más tarde describirá como "fundante": se confiesa, y siente que lo miran con una profunda misericordia. No es una mirada de juicio ni de obligación, sino una que abraza su fragilidad con amor. Más adelante dirá: "Allí me esperaban".
Este episodio puede interpretarse, en términos arquetipales, como un Llamado del Héroe. Al igual que en las historias iniciáticas que describe Joseph Campbell, el joven protagonista recibe una señal que lo saca del mundo cotidiano y lo introduce en una dimensión simbólica distinta. No hay un evento extraordinario en el exterior—nadie lo obliga, nadie le revela un secreto sobrenatural-, pero lo que ocurre dentro de él es fundamental: una ruptura con la normalidad, una apertura al misterio. La iglesia se convierte en un espacio liminal, y el acto de confesarse, en un rito de pasaje. San Mateo, el publicano que se convierte en apóstol, también actúa como reflejo simbólico: alguien considerado indigno que es llamado a una misión más grande.
Ese recaudador de impuestos que dejó todo para seguir a Jesús, representa un arquetipo más amplio: el del pecador llamado a lo alto, o el del ser humano mirado con amor cuando menos lo esperaba. Esta figura acompañará a Bergoglio a lo largo de su vida, tanto que, ya como Papa, encargará un escudo donde se representa su conversión bajo el lema en latín Miserando atque eligendo (“Lo miró con misericordia y lo eligió”).
Este tipo de llamado no se basa en la lógica ni en el mérito. Es algo numinoso, como diría Rudolf Otto: una experiencia que provoca tanto temor como fascinación (tremendum et fascinans). Se presenta como una irrupción de lo Otro —lo divino, lo arquetipal— en nuestra consciencia. Es el primer encuentro de Bergoglio con el Sí-Mismo, en términos junguianos: una imagen central y transformadora que organiza y guía su psiquismo hacia un camino único. Así, la confesión no es solo un acto de reconciliación, sino una iniciación: el símbolo de una muerte y un nuevo nacimiento. A partir de ese momento, la pregunta sobre su vocación comienza a cobrar un papel central. La misericordia se convierte en brújula. La experiencia interna—ese sentirse “mirado con misericordia”— será la clave hermenéutica para su posterior comprensión de Dios y de la Iglesia.
En este punto donde se revela la dimensión numinosa de la experiencia religiosa, el joven Bergoglio no elige su camino por convicción moral o herencia cultural, sino porque ha sido tocado por algo que lo trasciende. Se podría decir que este insante contiene en su esencia todo su futuro magisterio: un cristianismo que no se basa en el mérito, sino en la gracia; que no clasifica, sino que abraza. El adolescente que experimentó esa mirada compasiva se convertirá, décadas más tarde, en el Papa que insiste en que la Iglesia debe ser un "hospital de campaña".
Sin embargo, hay otro aspecto que me gustaría resaltar; esta etapa de su vida estuvo marcada por una experiencia de salud que resultó ser crucial: a los 21 años, Bergoglio tuvo que someterse a una operación de emergencia debido a una infección, lo que llevó a la extirpación de parte de uno de sus pulmones. Me parece interesante considerar esta cercanía temprana con el sufrimiento y la vulnerabilidad física como una primera señal del límite en su biografía, y por lo tanto, como un gesto simbólico: el cuerpo herido como una puerta al misterio, un recordatorio tangible de que la vida humana es frágil y dependiente.
Toda su teología pastoral posterior se puede rastrear hasta esos momentos. El joven que fue tocado sin merecerlo se convertirá, con el tiempo, en un firme defensor de una Iglesia que se define no por el dogma, sino por el gesto: la cercanía, el consuelo, y el perdón. El Papa que dirá que “el nombre de Dios es misericordia” es el mismo chico que, un día de primavera, recibió una mirada que no juzgaba.

III. El guerrero del Espíritu: ingreso a la Compañía de Jesús

En 1958, con solo 22 años, Jorge Mario Bergoglio entró al seminario diocesano de Villa Devoto, pero pronto decidió dar un giro y unirse a la Compañía de Jesús. Este cambio no fue algo sencillo: los jesuitas son conocidos por su formación rigurosa, su disciplina intelectual y su voto de obediencia directa al Papa. Esta decisión ya anticipa un rasgo que lo acompañaría a lo largo de su vida: una constante tensión entre lo contemplativo y lo práctico, entre su mundo interior y la necesidad de un compromiso activo. Así comienza un largo camino de formación, estudio y enseñanza, pero también de silencio, obediencia y pruebas.
Simboliza el ingreso del héroe en un “mundo especial”, esa fase de entrenamiento que se encuentra en muchas narrativas arquetípicas. Bergoglio se sumerge en una tradición espiritual estructurada, casi militar, que lo lleva a refinar sus pasiones, ideas y carácter. El joven que fue tocado por la misericordia ahora busca una forma, un camino para encarnar esa experiencia.
Los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, que son el corazón de la espiritualidad jesuita, representan más que una simple práctica devocional: son una verdadera cartografía del alma. Invitan a un descenso a las profundidades del psiquismo, a un discernimiento riguroso de las mociones internas y a una lucha constante contra las trampas del ego. En este contexto, Bergoglio comienza a encarnar el arquetipo del Guerrero del Espíritu: no el soldado armado, sino aquel que libra batallas en su interior, enfrentándose a sus propias sombras, tentaciones y rigideces.
El arquetipo del Guerrero, especialmente en su faceta espiritual o ascética, juega un papel fundamental en cómo estructuramos nuestro yo. Suele activarse en momentos en los que una persona necesita definir su identidad, establecer un camino, controlar pasiones dispersas o canalizar impulsos. En contextos religiosos, se manifiesta a través de la disciplina, la obediencia y la entrega a un ideal. Sin embargo, como ocurre con todos los arquetipos, también tiene su lado oscuro. Cuando el Guerrero se activa sin un equilibrio adecuado, puede transformarse en rigidez, hipercontrol, moralismo, negación de la afectividad o represión del eros. La búsqueda de la perfección puede volverse una compulsión espiritual, y la obediencia puede llevar a una renuncia a la voz interior. Desde una perspectiva clínica, este desequilibrio se manifiesta como una hipertrofia de la conciencia moral, dificultad para conectar con deseos genuinos, alexitimia afectiva o una racionalización excesiva de los conflictos internos. Algo a lo que Jung se refería al hablar de la "inflación del yo a partir de una identificación con la función superior". En la práctica clínica, esto se traduce en personas que están en movimiento constante, activas, pero que no pueden descansar ni sentirse queridas por lo que realmente son.
En el caso de Bergoglio, podríamos pensar que su primera etapa como jesuita —y luego como provincial— estuvo marcada por una visión bastante unilateral del Guerrero: disciplinado, eficaz, pero también algo inflexible, duro consigo mismo y con los demás. Sin embargo, esta configuración cambiaría más adelante, dando paso a una forma diferente de estar en el mundo: menos centrada en el control y más en la ternura.
Este cambio es significativo. Forma parte del proceso de individuación: el héroe no puede quedarse para siempre en su armadura. Para crecer, necesita ser herido, desmantelado, atravesado. Solo así puede reconectar con su llamado original —no el del deber, sino el del amor.
Por otro lado, también está presente la figura del Monje, que representa a aquel que se disciplina para alcanzar una integración más alta. El ascetismo, la obediencia, el voto de castidad: todo esto va moldeando un yo que busca canalizar su energía vital hacia lo sagrado. Sin embargo, esta figura también conlleva riesgos. El ascetismo puede convertirse en rigorismo, y la obediencia, en una negación de los deseos más profundos.
En los años siguientes, Bergoglio será ordenado sacerdote (1969), trabajará como maestro de novicios y profesor, y luego será nombrado provincial de los jesuitas en Argentina (1973). En este nuevo rol, su carácter fuerte, su búsqueda de orden y su sentido práctico lo llevarían a tomar decisiones que más tarde consideraría errores. Exigente y convencido de su visión, el joven provincial se enfrenta a los desafíos de una Argentina convulsionada por tensiones políticas, y a una Iglesia que debía posicionarse entre la represión militar y las voces proféticas.
Estas tensiones también tienen un componente psíquico. El Guerrero que lucha por el bien puede volverse tirano; el Monje que busca la pureza puede rechazar la ambigüedad del mundo. La individuación, desde la perspectiva junguiana, exige que estas figuras no se conviertan en absolutos. El yo necesita aprender a dialogar con lo otro, con la sombra, con lo que no encaja.
Desde este ángulo, el tiempo jesuita no fue solo un proceso de formación, sino también un enfrentamiento con sus propios límites. El fuego que forja también puede quemar. El joven sacerdote, impulsado por la misericordia, se encuentra a veces atrapado por la soberbia y el autoritarismo. La tensión entre la estructura y la compasión empieza a hacerse evidente —una tensión que marcará su vida entera y que solo más adelante encontrará una resolución nueva.

IV. Encrucijadas de la historia: su rol como provincial de los jesuitas en Argentina durante la dictadura 

En 1973, a los 36 años, Bergoglio fue nombrado provincial de los jesuitas en Argentina. Asumió este rol en un período muy complicado: los años que rodearon el golpe militar de 1976. Fue una época marcada por la violencia política, la represión sistemática, la desaparición forzada de personas y un miedo palpable en todos los aspectos de la vida social.
Como provincial, Bergoglio tenía la responsabilidad de cuidar a la comunidad de la Compañía en el país: debía discernir vocaciones, organizar las casas de formación, proteger la vida espiritual y, además, decidir cómo posicionarse frente a un régimen opresor. Este fue, sin duda, uno de los momentos más difíciles y ambiguos de su vida pública.
Hay muchas discusiones, incluso controversias, sobre su actuación en esos años. El episodio más conocido es el de los sacerdotes jesuitas Orlando Yorio y Francisco Jalics, quienes fueron detenidos y torturados por la dictadura en 1976. Algunos argumentan que Bergoglio no hizo lo suficiente para protegerlos; otros creen que hizo todo lo posible para rescatarlos. Él mismo afirmó que actuó en secreto para salvar vidas y que más tarde se reconcilió con Jalics. Este caso sigue siendo un punto ciego, una herida abierta en su biografía. Afortunadamente, en tiempos recientes, el trabajo de investigadores como Aldo Duzdevich ayudó mucho a aclarar la realidad de esos hechos, después de tantos años de mentiras que, de manera injusta e interesada, intentaron oscurecer su figura.
Lo que no se puede negar es que este momento representó para Bergoglio una prueba de poder. En términos junguianos, el contacto con el arquetipo del Padre institucional puede llevar tanto a una actitud protectora y sabia como a una identificación con estructuras represivas o indiferentes. En situaciones extremas como las de una dictadura, la ambigüedad moral se vuelve inevitable: no hay pureza posible, solo zonas grises, decisiones tomadas bajo amenaza y silencios que pueden ser prudentes o cómplices.
El joven provincial, que ya llevaba consigo el sello del Guerrero espiritual, se ve ahora confrontado por la Sombra colectiva: el horror sistemático, la persecución de personas, y el uso del miedo como herramienta de dominación. Esta Sombra no es solo algo externo; se infiltra en las instituciones, en las decisiones del día a día, y en los temores más personales. La pregunta ética se vuelve abrumadora: ¿qué hacer cuando cualquier acción puede poner en riesgo a otro?
En este contexto, Bergoglio se presenta como una figura dividida: por un lado, el hombre de oración, de discernimiento, que cuida de sus hermanos; por otro, el representante de una institución que no siempre ha sabido —o querido— denunciar la barbarie con claridad. Esta ambivalencia es fundamental: revela el costo de liderar en tiempos oscuros y abre la puerta a una posible transformación futura.

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Nota clínica: La Sombra moral y el trauma institucional

Cuando hablamos de violencia política, es innegable que deja huellas profundas tanto en las personas como en las instituciones que la experimentan. Los líderes religiosos, especialmente, pueden sentir un tipo de culpa muy particular: la culpa por no haber actuado, por haber guardado silencio, por haber tenido miedo, o por no haber hecho lo suficiente. Esto puede manifestarse en síntomas como ansiedad moral, rigidez en las decisiones, o incluso en una defensa que se basa en la racionalización.
Este enfrentamiento con la Sombra no resuelta puede dar lugar a un largo proceso de reflexión simbólica. Aquellos que se ven a sí mismos como salvadores deben enfrentarse a la posibilidad de haber sido, en cierta medida, cómplices. Solo aceptando esa ambigüedad —pudiendo mirar a ese yo dividido con compasión— se abre un camino hacia la sanación.
En el caso de Bergoglio, esa confrontación con la Sombra parece haber sido el catalizador para una transformación significativa: de un líder joven y conservador a un pastor más abierto, y más sensible al sufrimiento ajeno. Aunque el drama moral no se resolvió por completo, sí se aceptó como parte de su historia. Eso, quizás, es lo más complicado y, a la vez, lo más humano.
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V. El descenso a Córdoba: retiro y "exilio interior" (la Nigredo)

En 1990, después de haber ocupado roles importantes en la Compañía de Jesús, Bergoglio fue enviado a Córdoba por sus superiores. Allí pasó casi dos años en un estado de introspección, viviendo en la residencia jesuita, sin responsabilidades institucionales, alejado del poder y de la toma de decisiones. Él mismo describió esta etapa como un tiempo de “mucha desolación interior”, un período difícil, aunque más tarde diría que fue uno de los momentos más fructíferos de su vida.
Este descenso tiene un significado simbólico profundo. En la narrativa arquetípica, se asemeja al instante en que el héroe se adentra en el inframundo, enfrenta sus demonios y pierde todo lo que creía poseer. Si antes había encarnado al Guerrero, ahora debe aceptar la humillación y la caída. En Córdoba, Bergoglio no enseña, no manda, ni lidera. Vive en silencio, lee, reza y se confiesa con un hermano más joven que él. Se queda solo con su interioridad, sin escenarios ni misiones visibles. Desde una perspectiva psicológica, podríamos ver esta etapa como un enfrentamiento con el yo idealizado. El hombre que había tenido poder dentro de la Orden, que había formado a otros, ahora se encuentra desnudo. Es el proceso que Jung llamaba “enantiodromía”: cuando una actitud psíquica dominante termina por generar su opuesto.
En la tradición espiritual, este momento recuerda el paso por el desierto, o incluso la “noche oscura del alma” de San Juan de la Cruz. No hay consuelo inmediato ni claridad, pero sí una profunda transformación interior. Años más tarde, Francisco dirá que fue allí donde aprendió a rezar mejor, donde se purificó de cierta dureza y donde recuperó la capacidad de compadecer.
Este tiempo en Córdoba no es un castigo: es una oportunidad de despojamiento. Es el umbral que debe cruzar todo aquel que fue seducido por el control espiritual. La gracia que alguna vez lo tocó —en la Basílica de Flores— necesita ser reencontrada sin intermediarios. Solo quien ha descendido hasta el fondo puede hablar de misericordia sin que suene a consigna.

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Nota clínica: La soledad como umbral transformador

Desde un enfoque clínico, los momentos de retiro forzado, silencio o pérdida de función pueden vivirse como estados depresivos o como duelos narcisistas. La persona, especialmente si estuvo muy identificada con un rol fuerte o con una función de liderazgo, se enfrenta a un vacío de sentido, preguntándose: “¿quién soy cuando no soy útil para nadie?”. En algunos casos, estos episodios pueden abrir la puerta a una profunda resignificación de la vida. Si la persona puede sostener ese vacío sin apresurarse a llenarlo —si puede, como diría Winnicott, “existir en presencia de otro sin necesidad de hacer”—, entonces algo nuevo puede surgir. El yo se vuelve más flexible, se humaniza y da paso al Sí-Mismo. En el lenguaje de Jung, este paso por la sombra permite el encuentro con aspectos rechazados de la personalidad. En términos espirituales, esto se traduce en una kénosis: un vaciamiento del yo para que un nuevo centro pueda emerger. En Córdoba, Bergoglio parece haber vivido este proceso, no sin dolor, pero con una nueva apertura a la gracia.
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VI. Transición (1992–1998): El retorno desde el silencio

Después de su tiempo en Córdoba, donde vivió casi como un monje urbano, Bergoglio fue poco a poco reintegrándose en sus funciones dentro de la Iglesia. En 1992, fue nombrado obispo auxiliar de Buenos Aires, lo que marcó el comienzo de su regreso a la vida institucional, aunque todavía en un papel secundario. Esta etapa representó una reintegración gradual, en la que su figura fue recuperando visibilidad, pero sin repetir los viejos patrones de poder.
Este regreso no fue inmediato ni triunfal. El Bergoglio que retoma funciones jerárquicas es un hombre más callado, introspectivo, y con una actitud más cautelosa. Desde la perspectiva del viaje arquetípico, esta fase se asemeja a la del héroe que, tras descender al inframundo y atravesar una crisis de identidad, comienza a ascender de nuevo, aunque sin buscar el centro del escenario. Lo hace porque es llamado, no porque se postule.
En un sentido más clínico, esta etapa pudiera haber involucrado un proceso de asimilación de lo vivido, donde, en lugar de encerrarse en la herida o quedar atrapado en el resentimiento, ahora es posible reconocer errores y aceptar ciertos límites. Esto le permitió volver a ocupar un lugar de autoridad desde una perspectiva distinta: no como quien lidera desde la certeza, sino como quien acompaña desde la experiencia.
La sombra que enfrentó en Córdoba le permite ahora un nuevo modo de estar en el mundo: más atento al sufrimiento, menos reactivo al poder, y más dispuesto a escuchar que a imponer. Este es el Bergoglio que, en 1997, será nombrado arzobispo coadjutor y, al año siguiente, sucederá a Antonio Quarracino como arzobispo de Buenos Aires. Del “provincial brillante” que había sido, se ha convertido en un hombre herido que aprendió a mirar desde abajo.
Este período de la vida de Bergoglio se puede ver como un alba interior: aún sin la luz completa, pero con una dirección clara. La noche pasó, pero el día no llegó del todo. Es un umbral simbólico —una transición entre el silencio y la voz, entre el retiro y la misión— que será fundamental para comprender cómo se formó su figura, primero como arzobispo y luego como Papa.

VII. Su nombramiento como arzobispo de Buenos Aires (1998) y luego cardenal (2001) – El retorno con sabiduría

Cuando en 1998 Bergoglio fue nombrado arzobispo de Buenos Aires, volvió a ser una figura central en la escena eclesiástica argentina. Pero no regresó como el joven ambicioso que había sido, sino como un hombre más maduro, con un estilo pastoral renovado. Años más tarde, él mismo describiría ese regreso como un período de aprendizaje, donde la autoridad se entendía menos como un poder a ejercer y más como una responsabilidad a compartir.
Como arzobispo, Bergoglio se destacó por su estilo austero, su cercanía con los más necesitados y su crítica filosa al clericalismo. Usaba el transporte público, se reunía con cartoneros, rechazaba los privilegios y optaba por una vida sencilla. Su elección de estar con los más vulnerables, en los barrios populares y con los descartados de la sociedad, fue más que una estrategia pastoral: era el resultado de haber experimentado su propio exilio interior. Había comprendido que no se puede hablar de Dios sin antes haber pasado por el sufrimiento humano.
En 2001, Juan Pablo II lo nombró cardenal, un gesto que marcó un antes y un después: ya no era sólo el pastor de Buenos Aires, sino un referente de la Iglesia universal. Sin embargo, él parecía llevar ese reconocimiento con cierta ambivalencia. Prefería hablar poco, moverse con discreción y mantener una actitud sobria. En su anillo cardenalicio, optó por no incluir piedras preciosas, sino una imagen de San José. Este detalle también transmite un mensaje: la paternidad silenciosa, una autoridad que protege sin hacerse notar, un poder que no impone, sino que cuida. Durante este tiempo, se lo vio fortaleciendo una Iglesia “de cercanía”, donde la prioridad era el acompañamiento, no la condena. Es en este contexto que empezaron a circular algunas de sus frases más conocidas: “Primerear el bien”, “pastores con olor a oveja”, “la realidad es más importante que la idea”, etc. Todo esto anticipa lo que será su pontificado.

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Resonancias simbólicas

Es interesante observar la transición del Guerrero al Sabio. Aquél que antes luchaba por tener razón ahora se esfuerza por comprender. El que antes se aferraba a su rol, ahora da paso a la escucha. En términos junguianos, podríamos decir que ha comenzado a vivir más desde el Sí-Mismo en lugar de seguir los dictados del Yo. La imagen del cardenal que toma el transporte público no es solo un gesto ascético: es también una pedagogía del descenso, una forma de enseñanza que nos muestra que lo más alto del espíritu se manifiesta en lo más sencillo de la vida cotidiana.

Nota clínica: La madurez pastoral como integración

Desde una perspectiva clínica, el estilo pastoral que Bergoglio adoptaría en esta etapa puede verse como el resultado de una integración de diferentes aspectos de su personalidad. La rigidez inicial, la necesidad de control y el temor a cometer errores parecen haber dado paso a una mayor apertura, tolerancia y una ética del cuidado más profunda. No se trata de un cambio repentino, sino de un proceso de maduración gradual: su yo se ha resignado a no ser perfecto, lo que le permite aceptar la imperfección en los demás. Esto tendría reverberaciones más adelante, como cuando, al aceptar su nombramiento como Papa, respondió a sus hermanos cardenales diciendo: "Aunque soy un gran pecador, confío en la misericordia y paciencia de Dios, acepto".
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VIII. La elección como Papa en 2013 – El arquetipo del Hierofante renovado

El 13 de marzo de 2013, el mundo presenció un momento cargado de simbolismo: la elección de Jorge Mario Bergoglio como Papa Francisco, el primer pontífice jesuita y latinoamericano de la historia. Este evento no solo representa un hito en su biografía, sino que también simboliza un cambio profundo: la renovación del Hierofante, el sacerdote-guía que comparte la sabiduría sagrada, pero desde una perspectiva fresca para la Iglesia actual.
El Hierofante, en el lenguaje simbólico, actúa como un puente entre lo divino y lo humano, guardián de la tradición y mediador del rito. Sin embargo, Bergoglio llegó a este rol desafiando los usos tradicionales: no como un líder distante o monárquico, sino como un pastor accesible, humilde y lleno de compasión. Su elección se presenta, entonces, como la manifestación de un Hierofante que fusiona la tradición con la necesidad de renovación.
Desde su primera aparición en el balcón de San Pedro, su nombre y su gesto – el Papa Francisco, en honor a San Francisco de Asís, el santo de la pobreza y la fraternidad – marcaron un cambio simbólico y programático. Optó por un nombre que no solo evoca una humildad radical y un amor por los pobres, sino que también simboliza la invitación a una Iglesia en salida, que se dirige hacia las periferias sociales y existenciales.
Esta figura del Hierofante renovado reúne varios elementos arquetípicos a la vez: es el maestro que enseña con su ejemplo, el guía que camina al lado de su Pueblo, y también el sanador que abraza las heridas colectivas. Desde su enfoque pastoral, Francisco propuso una espiritualidad encarnada, donde la fe implica un compromiso ético y práctico con la justicia, la paz y el cuidado del planeta. Al mismo tiempo, se presentó como un líder capaz de reconocer la sombra de la Iglesia – sus escándalos, sus exclusiones, su rigidez – y enfrentarla con acciones concretas, así como con un llamado a la conversión y la misericordia.

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Nota clínica: la función arquetipal y el proceso de individuación colectivo

Solo una idea para desarrollar a futuro: la llegada de un Hierofante renovado en una institución tan antigua como la Iglesia podría verse a través del prisma del proceso de individuación social y cultural. Bergoglio asumió el papel de mediador simbólico, ayudando a integrar la sombra institucional y convocando a un profundo autoexamen y conversión.
Este camino estuvo lleno de conflictos inevitables: resistencia interna, reacción de sectores ultramontanos y desafíos externos. Sin embargo, también abrió la puerta a la esperanza, actuando como un “paciente espejo” que refleja tanto las heridas como las oportunidades de sanación.
Por otro lado, aunque se alejó de los personalismos autoritarios de épocas pasadas, su relación con el poder siguió marcada por una cierta ambiguedad. El impulso del Guerrero reformador no se apaga fácilmente, y a veces su ardor puede ser más intenso de lo necesario. Incluso en Roma, donde encarnó la figura del Papa humilde, su estilo generó resistencias debido a decisiones inesperadas o silencios prolongados. La sombra del poder espiritual acecha a quien quiera encarnar el Reino, y no siempre se sale ileso.
En la figura del Papa Francisco, la integración del Sí-Mismo parece haber transitado por una aceptación radical de su propia vulnerabilidad y limitación, al mismo tiempo que por la capacidad de asumir, con humildad y firmeza, la responsabilidad ética del poder. Este delicado equilibrio, tan difícil de sostener, es precisamente lo que convirtió su pontificado en un fenómeno simbólico poderoso y resonante a nivel mundial.
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IX. El magisterio: Laudato Si, Fratelli Tutti, la sinodalidad – el intento de reconciliar opuestos

Durante su pontificado, Francisco se destacó por su compromiso en pos de sanar las tensiones de un mundo fracturado. Su voz resonó como un llamado poderoso a la integración, desde una perspectiva arquetipal que buscaba cerrar divisiones y abrir horizontes nuevos. Sus encíclicas "Laudato Si" (2015) y "Fratelli Tutti" (2020) son hitos emblemáticos de esta etapa. En "Laudato Si", Francisco evocó el arquetipo de la Gran Madre, instando a la humanidad a cuidar nuestra Casa Común, la Tierra que nos acoge, en un llamado ecológico que iba más allá de la mera conservación ambiental, para ser una ética espiritual y social. Esta obra planteaba la urgencia de reconocer la interconexión de toda forma de vida y nuestra responsabilidad colectiva ante la crisis climática y la degradación del medioambiente. Era un llamado a reconciliarnos con la naturaleza, pero también con nosotros mismos y con los demás.
Por otro lado, "Fratelli Tutti" representó un esfuerzo por renovar el arquetipo del Hermano Mayor o Frater, una invitación radical a la fraternidad universal, sin importar fronteras, creencias o ideologías. En este texto, Francisco presentó una visión de sinodalidad que proponía caminar juntos, dialogar y enfrentar las heridas de la sociedad moderna: la exclusión, la desigualdad, la violencia. Este magisterio enfatizaba la importancia de la unidad en la diversidad, reconociendo la tensión creativa entre opuestos como motor de crecimiento.
El magisterio de Francisco buscó enseñar que la reconciliación no significa suprimir las diferencias, sino tener la capacidad de sostenerlas y transformarlas (recordemos la imagen del poliedro). La sinodalidad, entendida como un proceso abierto y participativo, encarnó esta pedagogía: un camino en el que la Iglesia se ofrecía como un espacio de escucha mutua y discernimiento comunitario.
En sus palabras y acciones, se manifestaba un deseo de unir lo tradicional con lo moderno, la autoridad con la humildad, el juicio con la misericordia. Era un esfuerzo constante por encontrar un equilibrio entre la tradición y la innovación, el poder y el servicio, la fe y la razón, siempre basado en el diálogo y la apertura. 
Sin embargo, en este continuo intento de reconciliar opuestos, Francisco enfrentó resistencias dentro de la misma institución. Curiosamente, mientras buscaba abrir las puertas a la inclusión y al diálogo, algunos sectores ultraconservadores lo acusaron de dividir a la Iglesia, de ponerla en peligro de fractura o incluso cisma. Esta acusación no es solo política o institucional, sino que también tiene un profundo trasfondo arquetipal: refleja el miedo a lo desconocido, a la pérdida del orden establecido, y al quiebre de la imagen tradicional de la Iglesia. 
Esta contradicción ilustra un fenómeno clásico en el proceso de individuación, tanto a nivel personal como colectivo. Para avanzar hacia una mayor integridad, el sistema (en este caso, la Iglesia) debe enfrentar su sombra —esas partes reprimidas o negadas que, al salir a la luz, generan conflicto y rechazo. Francisco se convirtió en un mediador que desafía el status quo y encarna la tensión entre tradición e innovación. 
No fue un camino sin dolores de cabeza. La resistencia eclesial puede verse como una manifestación del miedo a perder el equilibrio conocido, así como de la expresión de complejos colectivos que rechazan una transformación profunda. En este sentido, Francisco se convirtió en un espejo para la Iglesia misma, revelando la necesidad de confrontar y reconciliar sus propias divisiones internas.

X. Su vejez y preparación para el final – el retorno al origen

Jorge Mario Bergoglio falleció el 21 de abril de 2025, en la octava de Pascua, el día siguiente al Domingo de Resurrección. Como en los relatos donde la vida se ordena en torno a un ritmo simbólico más profundo que el calendario, su muerte no se puede ver solamente como el final biológico de un ciclo vital. En el lenguaje del alma, morir en la octava de Pascua es más que una coincidencia: es una firma arquetipal. La octava, en la liturgia cristiana, es el tiempo donde la luz del Resucitado brilla, donde la muerte fue vencida, pero todavía se camina entre las llagas. Es, en sí misma, una figura de lo ya y lo todavía no. Francisco murió en ese umbral: ni el Viernes Santo del abandono, ni el Domingo glorioso, sino en el tiempo intermedio, cuando todo se ha visto y se sigue creyendo.
Durante sus últimos años, su salud se había deteriorado progresivamente. Las internaciones se hicieron más frecuentes, los gestos más frágiles, la marcha más lenta. Sin embargo, lejos de ocultar su fragilidad, la expuso con una transparencia desarmante. En marzo de 2025, despúes de una internación larga por complicaciones respiratorias, se lo vio andar por el Vaticano en silla de ruedas, vestido apenas con un poncho, sin anillos, sin ornamentos, sin títulos. No era un Papa, era un anciano. No era un jefe de Estado, sino un cuerpo cansado, como el de cualquier otro. Fue, quizás, uno de sus gestos más profundamente evangélicos.
En esa renuncia a toda escenografía de poder, Francisco encarnó el arquetipo del Anciano Sabio que no necesita demostrar nada porque ya atravesó todo. Mostró que la verdadera autoridad no está en imponerse, sino en retirarse con humildad. Que el poder más alto es el de dejar ir. En esa desnudez final, volvió a ser simplemente Jorge: el nieto de Rosa, el chico de Flores, el seminarista tímido que había sentido aquella mirada de misericordia en la basílica de San José. Era el retorno al origen como cumplimiento pleno de lo que siempre había sido.
La imagen de Francisco anciano, limitado, hospitalizado, pero aún presente, aún bendiciendo, nos habla de una vejez como etapa iniciática, no terminal. En los relatos simbólicos, el anciano es quien ha recorrido todo el camino del alma: ha enfrentado su sombra, cruzado desiertos, experimentado el poder y la renuncia, y ahora incluso puede mirar a sus adversarios con ternura. En sus últimos mensajes, no hubo reproches ni advertencias, solo palabras de aliento, llamados a mantener viva la esperanza.
Su última aparición pública, el 20 de abril de 2025, fue durante la bendición de Pascua desde el balcón de la basílica de San Pedro. Su voz, aunque débil, era clara. Saludó, bendijo y agradeció. Y luego, en su última publicación en redes sociales, escribió: "¡Cristo ha resucitado! En este anuncio se encuentra todo el sentido de nuestra existencia, que no está destinada a la muerte, sino a la vida.". 
Esa frase, tan simple y brillante, podría resumir su legado espiritual. No se trata de un discurso doctrinal, sino de una verdad expresada desde el umbral. En ella se resume toda su teología, su psicología, su humanidad. Porque Francisco no predicó la fe como certeza, sino como confianza; no vio la vida como éxito, sino como misterio; y no consideró la muerte como derrota, sino como pasaje.
En los últimos años de su vida, exploró a fondo la paradoja del anciano que renace, de aquel que se va pero deja encendida una llama. Como dijo Jung sobre quienes vivieron conscientemente el proceso de individuación: "Ya no proyectan sombra sobre el mundo; han hecho las paces con ella".
La muerte de Francisco no cerró un capítulo, sino que consagró un viaje: el de un alma que, con luces y tropiezos, buscó abrir caminos de sentido en medio de la oscuridad del mundo. Y que, al final, regresó a sus raíces para entregarse, no como un triunfador, sino como alguien que fue capaz de amar.


La vida de Jorge Mario Bergoglio no se puede reducir a los hechos visibles de su biografía, ni siquiera a su nombramiento como Papa o a sus gestos reformistas. En este primer esbozo de lectura arquetipal, he querido desplegar tan sólo ciertas aristas de un itinerario humano: el de una persona que atravesó pruebas, tensiones, rupturas y reconciliaciones en busca de una verdad encarnada. Francisco fue, en su esencia, un peregrino de la misericordia, un hombre herido que no escondió sus heridas, y que desde ellas intentó construir puentes allí donde otros sólo veían muros.
No se trata de cerrar su historia con una fórmula, sino de dejar abierta la imagen del peregrino: el que no dejó de descender para servir, el que no dejó de escuchar. Su figura persistirá como signo de contradicción: una invitación a no temer la noche, y a buscar, aún en su profundidad, la luz que no cesa.


Junio, 2025

A.M.D.G.


Bibliografía:

Ivereigh, A. (2014). El gran reformador: Francisco, retrato de un papa radical (1.ª ed.). Buenos Aires: Ediciones B Argentina.
Jung, C. G. (1993). Arquetipos e inconsciente colectivo (9.ª ed., Obras completas, Vol. 9/1). Madrid: Trotta.
Neumann, E. (1955). The Great Mother: An analysis of the archetype. Princeton, NJ: Princeton University Press.
Piqué, E. (2013). Francisco: Vida y revolución (1.ª ed.). Buenos Aires: Editorial El Ateneo.
Rubin, S., & Ambrogetti, F. (2010). El jesuita: Conversaciones con el cardenal Jorge Bergoglio (1.ª ed.). Buenos Aires: Vergara (Grupo Zeta).

martes, 7 de julio de 2020

Notas sobre Activismo Espiritual (d)


"Mammon" de Frederick Watts. 1884

Fundamentos de la pseudoreligiosidad tecnocrático consumista:

Dominada por el modelo de “Mammón” (Mt 6, 24)

1) Producir sin parar
2) Tener cada vez más
3) Poder gastar sin limitaciones
4) Aparentar (Acentuación de la “Persona” -C.G.Jung-, olvido del Self)
5) Éxito en la vida y hacer carrera como metas supremas
6) Entretenerse
7) Eliminar la lucha y el sacrificio
8) Pensar sólo en uno mismo
9) Dominar a los demás
10)Violentar a la naturaleza para satisfacer necesidades propias

Principales fuentes de adoctrinamiento: Dispositivos de la cultura desacralizada > Medios de comunicación dominantes, Propaganda, abuso de nuevas tecnologías, Teorías filosóficas subjetivistas, Políticas alienantes, Positivismos, etc.

Templos/Catedrales de culto: bancos, hipermercados, shoppings, bolsa de valores.

Consecuencias bio-psico-sociales-espirituales: exclusión, miseria, daño ecológico, relaciones abusivas, egoísmo, narcicismo, pseudoespiritualidad, vida líquida (Z. Bauman), exceso de positividad (Byung Chul Han), “cultura del descarte” (Papa Francisco).

Frente al escenario vigente establecido, es responsabilidad de toda persona consciente expandir la convocatoria a construir una sociedad alternativa, sobre las bases de la orientación hacia la trascendencia, la humanidad, la integración, la justicia, la solidaridad, y la vuelta al Ser.


Cuarta Serie - Juan Manuel Otero Barrigón

jueves, 10 de mayo de 2018

Francisco y la Iglesia Universal



CON EL PAPA FRANCISCO TERMINA LA IGLESIA OCCIDENTAL Y COMIENZA LA IGLESIA UNIVERSAL
Por Leonardo Boff*

Han pasado ya cinco años del papado de Francisco, obispo de Roma y Papa de la Iglesia universal. Muchos han hecho balances minuciosos y brillantes sobre esta nueva primavera que ha irrumpido en la Iglesia. Por mi parte enfatizo solo algunos puntos que interesan a nuestra realidad.

El primero es la revolución hecha en la figura del papado, vivida en persona por él mismo. Ya no es el Papa imperial con todos los símbolos heredados de los emperadores romanos. Francisco se presenta como simple persona, como quien viene del pueblo. Sus primeras palabras de saludo fueron decir a los fieles “buona sera”: buenas noches. A continuación, se presentó como obispo de Roma, llamado a dirigir en el amor a la Iglesia que está en el mundo entero. Antes de dar él la bendición oficial, pidió al pueblo que lo bendijese. Se fue a vivir no a un palacio –lo que habría hecho llorar a Francisco de Asís– sino a una casa de huéspedes. Y come allí con ellos.

El segundo punto importante es anunciar el evangelio como alegría, como superabundancia de sentido de vivir y menos como doctrina de los catecismos. No se trata de llevar a Cristo al mundo secularizado, sino de descubrir su presencia en él por la sed de espiritualidad que se nota en todas partes.

El tercer punto es colocar en el centro de su actividad tres polos: el encuentro con Cristo vivo, el amor apasionado por los pobres y el cuidado de la Madre Tierra. El centro es Cristo, no el Papa. El encuentro vivo con Cristo tiene primacía sobre la doctrina.

En vez de la ley anuncia incansablemente la misericordia y la revolución de la ternura, como lo dijo a los obispos brasileros en el viaje a nuestro país.

El amor a los pobres lo expresó en su primera intervención oficial: “cómo me gustaría que la Iglesia fuese la Iglesia de los pobres”. Fue al encuentro de los refugiados que llegan a la isla de Lampedusa en el sur de Italia. Allí dijo palabras duras contra cierto tipo de civilización moderna que ha perdido el sentido de la solidaridad y ya no sabe llorar por el sufrimiento de sus semejantes.

Suscitó la alarma ecológica con su encíclica Laudato Si: sobre el cuidado de la Casa Común (2015), dirigida a toda la humanidad. Muestra clara conciencia de los peligros que corren el sistema-vida y el sistema-Tierra. Por eso expande el discurso ecológico más allá del ambientalismo. Dice enfáticamente que debemos hacer una revolución ecológica global (n.5). La ecología es integral y no solo verde, pues involucra a la sociedad, la política, la cultura, la educación, la vida cotidiana y la espiritualidad. Une el grito de los pobres con el grito de la Tierra (n. 49). Nos invita a sentir como nuestro el dolor de la naturaleza, pues todos estamos interligados y envueltos en un tejido de relaciones. Nos pide «alimentar una pasión por el cuidado del mundo… una mística que nos anime, unos móviles interiores que impulsen, motiven, alienten y den sentido a la acción personal y comunitaria» (nº 216).

El cuarto punto significativo ha sido presentar a la Iglesia no como un castillo cerrado y cercado de enemigos, sino como un hospital de campaña que acoge a todos sin reparar en su extracción de clase, de color o de religión. Una Iglesia en permanente salida hacia los otros, especialmente hacia las periferias existenciales que abundan en todo el mundo. Ella debe servir de aliento, infundir esperanza y mostrar a un Cristo que vino a enseñarnos a vivir como hermanos y hermanas, en el amor, la igualdad, la justicia, abiertos al Padre que tiene características de Madre de misericordia y de bondad.

Por último, muestra clara conciencia de que el evangelio se opone a las potencias de este mundo que acumulan absurdamente, dejando en la miseria a gran parte de la humanidad. Vivimos bajo un sistema que coloca el dinero en el centro, que es asesino de los pobres y depredador de los bienes y servicios de la naturaleza. Contra ellos tiene las palabras más duras. Dialoga con todas las tradiciones religiosas y espirituales. En el lavatorio de los pies del Jueves Santo estaba una niña musulmana.

Quiere a las Iglesias, con sus diferencias, unidas en el servicio al mundo, especialmente a los más desamparados. Es el verdadero ecumenismo de misión.

Con este Papa que “viene del fin del mundo” termina una Iglesia occidental y comienza una Iglesia universal, adecuada a la fase planetaria de la humanidad, llamada a encarnarse en las distintas culturas y construir ahí un nuevo rostro a partir de la riqueza inagotable del evangelio.

Fuente original del texto: Servicios Koinonia

* Genésio Darci Boff, más conocido como Leonardo Boff, es un teólogo, ex-sacerdote franciscano, filósofo, escritor, profesor y ecologista brasileño

viernes, 6 de abril de 2018

Las religiones del futuro (Vicente Hao Chin)

"In the name of God", por Johan Anderrson


Las religiones del futuro, por Vicente Hao Ching, JR

Presidente del Golden Link College, una institución teosófica en Filipinas.
(Conferencia pública ofrecida en la Convención Internacional, en Adyar el 1 de enero de 2017)

En los miles de años que han pasado, las religiones han sido factores muy significativos en el trazo del curso de casi todas las civilizaciones de la tierra. En apariencia se supone que deberían mejorar a la humanidad, hacer que los seres humanos tengan más moral o ayudar a las personas a obtener la felicidad eterna. En muchos sentidos lo han hecho, pero en otros muchos las religiones se han convertido en fuentes de conflictos entre las personas y han generado violencia, guerras y crueldad. La humanidad se ha dividido tanto por las religiones que incluso los límites políticos y las alianzas militares se han delineado según las religiones. Según Samuel Huntington en su libro El Choque de las Civilizaciones publicado en 1996, las guerras del futuro se librarán no por los límites políticos sino por las divisiones étnicas y religiosas.

Pero no tenemos que esperar al futuro para apreciar este fenómeno. Ha estado sucediendo desde tiempos inmemoriales: cuando Josué masacró a los Canaanitas y a ciudades enteras de Tierra Santa, cuando Mahoma conquistó y convirtió a los países de Medio Oriente al Islam, cuando los países cristianos emprendieron las Cruzadas que se extendieron durante doscientos años, cuando los países católicos lucharon contra las naciones protestantes de Europa, cuando los países árabes libraron una guerra orquestada contra la recién formada nación de Israel, y cuando India y Pakistán libraron varias batallas después de su división por causa de diferencias religiosas.

Las culturas religiosas han nutrido grandes obras artísticas, música sublime, arquitectura grandiosa y han producido grandes maestros espirituales, pero también han engendrado algunas de las peores formas de crueldad en la historia, como la Inquisición en Europa y el actual terrorismo religioso, que no discrimina si sus víctimas son hombres, mujeres o niños, si es amigo o enemigo. Estos actos de terrorismo son alentados incluso con promesas de recompensas celestiales. Esta forma de terrorismo nunca se había visto en la historia. Antes, el terrorismo se debía a razones políticas o militares y estaba dirigido a objetivos políticos o militares. Pero el terrorismo religioso ha sido indiscriminadamente violento con sus víctimas.

Las religiones también han patrocinado grandes centros educativos, pero al mismo tiempo han retrasado el progreso de la ciencia y de la educación en los siglos pasados prohibiendo el estudio, la publicación o la enseñanza de descubrimientos científicos que eran contrarios a sus dogmas. Galileo fue apresado de por vida y se le prohibió escribir, luego de ser condenado por hereje, por enseñar que la tierra se movía alrededor del sol.

El lobby religioso anti-científico puede ser tan fuerte incluso en tiempos más actuales, como en 1925, cuando el estado de Tennessee en los Estados Unidos promulgó una ley que prohibía la enseñanza de la evolución en las escuelas públicas, y ésta fue abolida recién en 1967, en un momento tan moderno como en el que Rusia y los EEUU ya habían enviado astronautas al espacio exterior. Tan reciente como en 1999, Kansas prohibió la enseñanza de la evolución, una decisión que fue revocada unos dos años después.

Miles de libros se han escrito sobre este aspecto perjudicial de la religión que causó tanta división y sufrimiento entre las personas. En el 2006, una estación televisiva británica transmitió una serie de documentales titulados “¿La raíz de todos los males?” presentado por Richard Dawkins sobre el daño que las religiones le han causado a la humanidad. Hallamos condenas similares en la Cartas de los Maestros a finales del siglo IXX, donde el Mahatma Koot Hoomi declaró que dos tercios de los males que encontramos en el mundo pueden haberse originado en las religiones.

¿Por qué tantas religiones, que se suponen que deben ayudar, mejorar y salvar a la humanidad, producen estos efectos perjudiciales a la civilización humana? ¿Por qué estos conflictos y divisiones? ¿Por qué se carece de amor y unidad?

Permítanme compartir con ustedes lo que creo que son los ingredientes principales de las religiones, de los que surgen estos efectos. Déjenme decirles en este momento que muchos de estos elementos se encuentran principalmente en las religiones Abrahámicas, el Judaísmo, Cristianismo y el Islam, y mucho menos en las religiones Orientales.

Fuentes de división y conflicto

1. Escrituras infalibles. La primera fuente de conflicto y división de las religiones es la pretendida infalibilidad de las escrituras. Entre las religiones Abrahámicas, las escrituras son tomadas como palabra de Dios y por ende sin errores. En estas escrituras, sin embargo, existen muchas afirmaciones que van en contra de nuestro sentido común, de nuestra moral, de nuestro conocimiento científico e histórico y de nuestro sentido de la justicia. Por estas afirmaciones, las religiones han sido intolerantes, han condenado a otras religiones y han conducido a personas aparentemente sinceras a volverse crueles e injustas.

Aquí menciono unos ejemplos de preceptos de Dios que se pueden encontrar en estas escrituras:

“Matadles (a los no creyentes) doquiera los encontréis.” (Coran, 2:191)

“Destruye completamente todo lo que les pertenece. No les tengas compasión; mata a hombres y mujeres, niños y bebés, vacas y ovejas, camellos y asnos.” (1 Samuel 15:3)

Dudo que una persona común pueda tomar estos preceptos como razonables, y seguirlos.

Hoy, la mayoría de los eruditos bíblicos consideran que estas escrituras fueron escritas y compiladas por personas, y mientras que muchas de las enseñanzas son de hecho inspiradoras, muchos de los relatos estuvieron basados en las creencias y tradiciones prevalecientes del momento. Es increíble que Dios dijera muchas de las cosas a él atribuidas que son evidentemente impías.

En la actualidad, por ejemplo, la Iglesia Católica ya no cree que el mundo fue creado en seis días. Reconoce la validez de los descubrimientos arqueológicos y de sus implicaciones en el proceso evolutivo de la Naturaleza, contrario a lo que literalmente dice la escritura. Pero aún existe mucho fundamentalismo en miles de sectas y religiones, grandes y pequeñas. Quizás tome cientos de años para que la humanidad trascienda colectivamente tal limitado literalismo y fundamentalismo y sea capaz de aceptar el hecho de que la liberación espiritual también puede hallarse por medio de senderos alternativos diferentes a la de la propia religión.

2. Autoridad institucional como fuente del dogma. La segunda fuente de la estrechez religiosa es la dependencia de la autoridad jerárquica o institucional como fuente de la verdad o del dogma. Crecí como católico, estudié en colegio católico. En la Iglesia Católica, el Papa está considerado como infalible, y el magisterio, el cuerpo colectivo de oficiales de la iglesia que incluye a los obispos, es reconocido como fuente de verdades auténticas. Esta autoridad puede ser oficial, o puede ser tradicional, o estar basada en impresiones populares y a menudo traer consigo el poder para juzgar, excomulgar, para condenar e incluso castigar. Cuando está acompañado por el poder militar y político, puede arrestar, apedrear o ejecutar.

No solo se ha abusado de este poder en el pasado, sino que es la fuente de la perpetuidad de prácticas y doctrinas nocivas. Giordano Bruno y Juana de Arco fueron dos de las decenas de miles de personas que fueron quemadas o ejecutadas por herejía o por alegatos de brujería. Mansur Al-Hallaj fue encarcelado y ejecutado por manifestar sus experiencias espirituales.

3. Pretensiones exclusivas de salvación. La tercera fuente de división y nocividad religiosa es la pretensión de la salvación exclusiva de una religión, es decir, que sólo aquellos que pertenecen a determinada iglesia o religión serán salvados o irán al cielo. Esta es una de las más perniciosas porque hace que las autoridades religiosas sientan justificación al perseguir e incluso masacrar a los no creyentes. El genocidio de los indígenas americanos por los conquistadores españoles es un ejemplo.

Por siglos, la Iglesia Católica declaró que “fuera de la Iglesia no hay salvación” (aunque ya no lo dice). Muchas de las iglesias fundamentalistas actuales alegan lo mismo. Esta tendencia es aún muy fuerte. Aquí otra afirmación de otra religión: “Quien se oponga al mensajero… y siga otro camino que el de los creyentes, lo arrojaremos al infierno.” (Corán, 4:115)

Pero soplan vientos de cambio. Una declaración reciente del Papa Católico Francisco ha socavado esta visión desde los mismos cimientos. En una homilía de la Radio del Vaticano y en una carta a un periódico italiano, el Papa manifestó que incluso los ateístas pueden ir al cielo con tal de que sean buenas personas y sigan su conciencia. Esto es absolutamente revolucionario. Significa que las creencias son secundarias a la ética. Si uno cree o no en Dios o en Jesús Cristo, ya no es importante. Lo importante es la vida ética.

4. Creencia en un Dios antropomórfico. La cuarta fuente es la creencia en un Dios antropomórfico – un dios que puede enfadarse, envidiar, vengarse, castigar, ser inseguro o dual; un Dios que evoca el miedo en vez de inspirar espiritualidad. Este miedo impone la lealtad a un Dios en especial. Como resultado, la autoridad religiosa humana es igual: colérica, envidiosa, vengativa, castigadora y temible. Así, en vez de tener una religión de amor, se engendra una religión de miedo y de odio.

Estas cuatro fuentes de dogmatismo y división religiosa probablemente no desaparecerán en los próximos mil años o más, basados en la experiencia de la civilización humana en los pasados dos mil años. La cultura humana dejará a las siguientes generaciones estos mismos factores que han causado divisiones religiosas.

Es de notar que estas cualidades siniestras se aprecian menos en las religiones Orientales, como el Budismo, Hinduismo, Taoísmo, Jainismo y el Sintoísmo. El Budismo, por ejemplo, se ha amalgamado fácilmente con otras religiones que ha encontrado en otras culturas, sin crear hostilidad, violencia o animosidad. En las Filipinas, por ejemplo, los dos grandes centros para la meditación del Budismo Zen fueron fundados por monjas Católicas. En India, China y en Japón, el Budismo se mezcla fácilmente con el Hinduismo, el Taoísmo, el Confucianismo y el Sintoísmo.

Las religiones del futuro

Si miramos lejos hacia el futuro, ¿cuáles podrían ser las cualidades de las religiones más iluminadas que promuevan armonía y unidad? Creo que tales religiones poseerán las siguientes características:

1. Escrituras sin consideraciones de infalibilidad. Las religiones del futuro ya no creerán que sus escrituras son infalibles. Ellas verán que sin importar cuán inspiradas sean algunas partes de sus escrituras, son el producto de manos humanas y por lo tanto están sujetas a las limitaciones de la mente humana. Las personas repudiarán aquellas partes que no sean evidentemente científicas, que no posean ética o que vayan en contra de la razón, el sentido común y la intuición.

Pero ciertas preguntas surgen en las mentes de muchos creyentes: “¿Cómo podemos, los meros mortales como nosotros, decidir lo que es cierto o falso, válido o inválido, si no confiamos en las escrituras?” Desafortunadamente, no existe otra manera sino que nosotros mismos debemos tomar la decisión de si algo es cierto o falso, válido o inválido. Si yo, por ejemplo, acepto cierta escritura como verdadera, entonces lo que he hecho es emitir un juicio. Tomé una decisión, nadie la tomó por mí. Significa que también he juzgado que otras escrituras son falsas. Mañana, si cambio de parecer, entonces puedo tomar una decisión contraria. Todo esto lo hace uno mismo y no ningún poder o autoridad externa. Si Dios (Él o Ella) se mostrara a sí mismo en este mismo instante en este salón, cada uno de nosotros tendría que juzgar si esto es una ilusión o si es verdad. Por lo tanto para encontrar la verdad, no existe otro camino sino desarrollar nuestras propias facultades de juicio y discernimiento por medio de la razón, el sentido común y la intuición.

Esto nos conduce a un principio importante en la búsqueda del hombre por la verdad. La responsabilidad final de decidir lo que es cierto o no, no puede asignarse o ser delegada a un poder exterior, bien sea Dios, el hombre o las escrituras. Si un libro dice que existe la Antártida, recae en el individuo decidir si el libro es confiable. Incluso si un individuo intenta llegar a la verdad por la autoridad de otro, aún así, es el individuo quien decide a quién darle esa autoridad.

Y así podemos observar que la meta final de todos los esfuerzos educativos, sociales y religiosos para mejorar a la humanidad deben centrarse en la tarea de desarrollar la madurez individual por el despertar de nuestras propias facultades superiores para percibir la realidad.

2. Sin dogmas y abiertas. La segunda cualidad de las religiones del futuro es consecuencia de la primera. La religión del futuro ya no será dogmática y no forzará la creencia en sus seguidores por la expulsión, excomunión o sanciones.

A la palabra “dogma” actualmente se la define como principio o enseñanza “establecida por una autoridad como incuestionablemente cierta.” pero el significado original de la palabra griega “dogma” es “opinión”, y así es como debería ser entendida, sólo como una opinión.

Por ejemplo: en el siglo tercero, los cristianos estaban confundidos si Jesús era o no Dios. Un prominente teólogo cristiano llamado Ario dijo que no era Dios. Otro joven líder llamado Atanasio dijo que Jesús sí era Dios. Esta controversia permaneció por más de quinientos años. Algunas veces la visión de Arius era popularmente más aceptada y en otras ocasiones era la de Atanasio. Su obispo supervisor, Alexander, no intervino. Pero el Emperador Constantino no quería una división en la religión por los problemas potenciales que podría causar en su Imperio. Así que ordenó a los obispos convocar un concilio para votar al respecto y Atanasio ganó. Una opinión se convirtió en un dogma establecido, que prevalece hasta hoy. Si la votación se hubiera hecho en el momento en que Ario era más popular, al mundo cristiano de hoy se le enseñaría un Cristo humano.

Hacer un dogma de algo no es garantía de que sea cierto. Lo mejor que una religión moralmente íntegra puede hacer es convencer a sus simpatizantes de la verdad de sus enseñanzas sin amenazas de castigos organizativos. Una religión realmente interesada en la verdad no temerá a la herejía, porque si la herejía está equivocada entonces se sabrá luego, si está en lo cierto, entonces será adoptada sin vacilar.

Para algunas personas esta libertad de creencias en la religión puede sonar extraña, pero es el principio básico de ambas, del Buddhismo y del Hinduismo. Se dice que Buddha dijo: “No aceptes algo porque lo dicen los relatos, las leyendas, la tradición, las escrituras… ” (Kalama Sutra), es decir no aceptes algo como verdadero sólo porque una escritura o un profeta lo ha dicho.

La segunda razón del porqué las religiones del futuro no serán dogmáticas es porque las realizaciones más importantes de la Realidad son transcendentales e inefables. Las verdades trascendentales simplemente no pueden ser dogmatizadas, porque los dogmas son intentos de limitar o cristalizar en palabras lo inefable. Esas verdades pueden ser simbolizadas o representadas pero no definidas en palabras.

3. La ética como principio. El enfoque central de las religiones del futuro estará en la nobleza moral, en vez de escrituras o posiciones teológicas. Estos juicios éticos finalmente provendrán de nuestra intuición moral y no de declaraciones dogmáticas dadas por las escrituras o las instituciones. Las doctrinas que violen tales intuiciones se desvanecerán en importancia. Por ejemplo, un verso de una escritura dice que a menos que uno odie a su padre, madre, hermano o hermana, uno no puede ser discípulo de Cristo. Muy profundo en nuestro interior, no podemos aceptar esto. Quizás seamos desapegados, pero no podemos odiar a nuestros padres. No tienen ningún sentido.

Le he preguntado a muchas personas: ¿quién se salvará? ¿una persona que cree en la doctrina pero que es mala, o una persona que no cree en una doctrina pero que es buena? La mayoría rápidamente responde que la persona buena se salvará, pero otros dudan al responder porque se hallan confundidos.

En nuestro interior habita un sentido moral profundo que puede distinguir entre el bien y el mal, la justicia y la injusticia. Las religiones deben coadyuvar al despertar de esta facultad interna para ayudar a las personas a ser más maduras y morales.

4. Experiencias místicas como centro de la experiencia religiosa. Las religiones reconocerán los elementos místicos de su propia fe como el centro de la experiencia religiosa. Como tal, también reconocerán la validez de las percepciones y experiencias místicas de las personas de otras religiones. Lo que es bien sabido entre los místicos de varias religiones, prontamente se convertirá en conocimiento general entre las religiones del futuro. Hoy, personas como D. T. Suzuki, Hazrat Inayat Khan, Thomas Merton, Abraham Maslow, y Frithjof Schuon todos reconocen la generalidad de la experiencia mística entre las diversas religiones.

Abraham Maslow expresó:

Debido a que todas las experiencias místicas o experiencias pico son las mismas en su esencia y siempre han sido las mismas, todas las religiones son las mismas en su esencia y siempre han sido las mismas. Ellos (los practicantes religiosos) deberían en consecuencia, acordar primeramente en enseñar lo que es común a todas ellas, es decir, cualquiera que sea lo que esas experiencia pico enseñan en común (lo que sea diferente sobre esas iluminaciones pueden ciertamente ser tomadas como localismos en ambos, espacio y tiempo, y son periféricos, prescindibles, no esenciales). Este algo en común, este algo que permanece después de sacar todos los localismos… lo podemos llamar la “experiencia religiosa central” o la “experiencia trascendental”.
(Religiones, Valores, y Experiencias Pico).

El maestro Sufi Hazrat Inayat Khan afirmó:

¿Qué es la religión para el místico? La religión del místico es un continuo progreso hacia la unidad…
Nadie puede ser un místico y llamarse a sí mismo un místico cristiano, un místico judío o un místico musulmán. ¿Porque, qué es el misticismo? El misticismo es algo que borra de nuestra mente toda idea de separatividad.
(La Vida Interna)

El bien conocido autor y sacerdote jesuita, William Johnston, escribió:

Toda religión autentica se origina con una experiencia mística, bien sea la experiencia de Jesús, de Buda, de Mahoma, de los videntes y profetas de los Upanishads.
(El Ojo Interno del Amor)

5. Humanistas y espirituales. Las religiones del futuro serán humanistas y espirituales, en vez de teocéntricas y doctrinales. No tratarán sobre los celos o el odio de un dios, sino sobre el crecimiento y el desarrollo de los seres humanos. Tratarán menos sobre la adoración de cualquier dios, y más sobre la experiencia de la santidad en el corazón. No tratarán sobre el castigo de un dios colérico, sino en cambio sobre la cosecha de las consecuencias por nuestros pensamientos y acciones.

En paralelo, el concepto de un ser divino o de una realidad divina ya no será del tipo humano, sino trascendente e impersonal, al igual que el Ain Sof de la Cábala, el Parabrahman del Hinduismo y la Deidad de los místicos cristianos. Pero las religiones del futuro reconocerán la existencia de seres divinos, los Budas, los Cristos, seres humanos perfeccionados, los seres divinos que están más allá de la humanidad pero que no pueden ser considerados como el Ser Supremo.

Cuando llegue el momento en el que las religiones del futuro tengan estas cualidades, habrá mucha más paz y armonía entres las creencias. Las diferencias religiosas serán debido a las culturas locales, tradiciones históricas o preferencias entre fundadores y líderes religiosos. Las religiones ya no serán opresivas o tiránicas.

¿Qué podemos hacer?

¿Qué podemos hacer para ayudar a acelerar el surgimiento de tales religiones?

1. Promover y difundir la importancia de la vida ética como base principal de la vida religiosa, una vida que no daña o comete injusticias a otros, de altruismo y desinterés, de compasión y amor. Esto es mucho más importante que si Dios es una unidad o una trinidad, si Jesús es Dios o no, o que si uno cree en un Dios o no.

2. Popularizar el misticismo y las percepciones místicas, es decir, darle más atención a la experiencia espiritual. Este es el segundo principio más elevado de la vida religiosa. Esta es la verdadera base de la unidad religiosa. La vida espiritual o mística debe enfatizarse, en vez de los dogmas o de las creencias doctrinales. El rol central de la espiritualidad es tal que Meister Eckhart, uno de los grandes místicos cristianos de la historia valientemente afirmó: “Cuando una persona tiene una verdadera experiencia espiritual puede osadamente abandonar las disciplinas externas, incluso aquellas a las que está ligada por votos” (Sermones)

3. Oponerse a la agresividad o al abuso de poderes sectarios. El poder opresivo se incrementa cuando las personas tienden a ser sumisas y a guardar silencio. Cuando quienes ostentan ese poder sienten que hay una creciente oposición colectiva, comienzan a ser más cuidadosos. Es el deber del ciudadano más culto expresar sus preocupaciones u oposición, especialmente en esta era en donde las redes sociales o forums permiten a cualquiera expresar su punto de vista.

4. Promover la educación no sectaria. Una escuela o religión sectaria promueve principalmente una sola religión. Algunas escuelas sectarias pueden ser liberales y otras intolerantes. El efecto general de la educación religiosa es que nutre las mentes jóvenes en un molde en particular con un prejuicio inconsciente en contra de otras religiones. Esto perpetúa la división religiosa por otra generación.

En algunos países, las escuelas gubernamentales que se suponen ser no sectarias aún pueden serlo de un modo informal. Depende de cuán dominante es una religión particular en la comunidad. Cuando es dominante, los maestros y estudiantes pueden tender a orar o hacer rituales como si su religión fuera la religión de facto de la escuela, aunque existan muchos otros en la escuela que pertenezcan a otras religiones. Estas minorías tienden a ser calladas o sumisas por miedo a ser tratadas como marginadas por los otros.

Sería muy bueno si padres, maestros o estudiantes propusieran que las escuelas gubernamentales o privadas no sectarias, fueran verdaderamente no sectarias. Si tuvieran una oración común, entonces la oración debería ser algo con la que todos los miembros de la comunidad pudieran sentirse en afinidad. O pueden tener dos o tres tipos de plegarias provenientes de diferentes religiones. De este modo, la comunidad de la escuela sentiría que la escuela respeta la religión pero no favorece una denominación religiosa en particular. Si ellas quieren enseñar religión, entonces que enseñen religiones comparadas para que los estudiantes puedan familiarizarse con las diversas perspectivas religiosas del mundo y aprender a respetarlas.

5. Enseñar a los jóvenes a ser de mente abierta y a distinguir entre la fe ciega y el uso de la razón, la ciencia y el sentido común. La clave para la transformación de la religión yace en los niños y jóvenes de cada generación. Cuando el joven no es adoctrinado excesivamente por los mayores con puntos de vista que tienden a menospreciar otras religiones, crecen con una mente más abierta, son tolerantes a puntos de vista alternativos, y no tienden a discriminar la fe ajena.

Yo enseño Filosofía y Religiones Comparadas en el Golden Link College. Usualmente los estudiantes provienen de religiones tradicionales, y un buen número proviene de denominaciones fundamentalistas. A través de los años, he visto que cuando los jóvenes son expuestos a preguntas básicas que amplían su punto de vista sobre las cosas, ellos no retroceden a los puntos de vista limitados basados en las creencias tradicionales. Este no es un intento de socavar las creencias religiosas. Es para enseñarles a los jóvenes a aprender a cómo enfocar la búsqueda de la verdad, con apertura, con razón y con intuición.

A las mentes a las que se les permite abrirse mientras son jóvenes, es casi imposible que se cierren cuando entran en la adultez. Por otro lado, a las mentes jóvenes a quienes se les ha enseñado a ser cerrados es bien difícil abrirlas luego en la vida.

Creo que el mejor modo de enseñar a los jóvenes es haciéndoles preguntas básicas y permitiéndoles explorar, razonar y debatir. Una vez que puedan ver por sí mismos lo que es sensible y razonable, ya nunca más podrán ser ciegos. Luego, los métodos de las religiones antiguas cerradas ya no encadenarán o aprisionarán sus mentes. Serán libres y más capaces de encontrar qué es la verdad.

La religión en su aspecto místico y más elevado es una bendición para la vida humana, porque resalta lo más profundo de la naturaleza humana; pero la religión que es un vehículo para el control, el miedo y el dominio, ha sido una maldición para la humanidad, porque ha engendrado superstición, opresión, crueldad, violencia y guerras.

Nuestra labor es ayudar a hacer del mundo un lugar donde la religión sea una bendición en vez de una maldición, donde sea una fuente de amor en vez de odio, que sea un ashram de espiritualidad en vez de una escuela del dogma. Para aquellos de nosotros que ven esto como una agenda urgente en el desarrollo humano y social, debemos tomar acción, individual y colectivamente. Entonces de nuestra pequeña manera ayudamos al advenimiento de las religiones más esclarecidas del futuro.

Necesitamos valernos de la educación para crear una comprensión de la ética y para crear modos de trabajar sin emociones para llevar una vida feliz. Nuestro actual sistema educativo mejoraría si incluyera capacitación para lidiar con la mente y las emociones. Y esto se logrará de un modo secular. Esto es lo que quería compartir con ustedes.


Su Santidad el Dalai Lama


Fuente original del texto: El Teósofo - Órgano Oficial del Presidente Internacional de la Sociedad Teosófica
Vol. 138 - Número 05 - Febrero 2017 (en Castellano)