martes, 9 de agosto de 2016

Una aproximación al fenómeno religioso desde la psicología de Carl G. Jung (Dr. Néstor E. Costa, 2da parte)

Nota del autor del blog: segunda parte del escrito del Dr. Néstor Eduardo Costa.


La dualidad de la idea de Dios y su impronta arquetípica.

Si todo arquetipo posee la característica de la polaridad, por ende, el arquetipo de la idea de Dios también debe tener un aspecto positivo y otro negativo, como ha sido en el Antiguo Testamento la figura de Yhave. Sin embargo, en términos religiosos cristianos los aspectos negativos se proyectan en la idea del Diablo, Satán o el Anticristo; en términos filosóficos/metafísicos, se asimilan a la idea del mal y desde el punto de vista psicológico junguiano, lindarían con el arquetipo de la sombra. No podemos dejar de señalar que, desde una fenomenología religiosa que nunca dejó de ser psicológica, Jung se nos presenta reivindicando a la idea de un Dios que contiene ambos opuestos. Con sus aspectos bondadosos, pero también terribles. Bien se sabe que el creyente que sufre por equis motivos, no se ha alejado del interrogante que subyace en forma inconsciente y a veces no tanto, de porqué Dios lo castiga, lo abandona o a veces lo somete a terribles pruebas

Distintos personajes que se encuentran en la historia religiosa, pero que no dejan de tener su impronta en el psiquismo humano, nos ilustran de este aserto. Los vemos en las figuras de Job o Moisés y hasta en la de Cristo en la cruz. Todas en mayor o menor medida delatan con sus sufrimientos la duda, por estar sometidos a tremendas pruebas, pero ninguno de ellos ha de dejar de lado su fe. Así se han conformado las iniciaciones a lo largo de la historia humana; la convocatoria a los valores supremos a través del sometimiento a diversas pruebas. Una muerte simbólica y una resurrección espiritual es el corolario del sacrificio.

Además, en el hombre, existe una prehistoria de prodigiosa extensión y de una trama altamente compleja que anatómicamente se ha expresado a partir de su cuerpo, pero también de una psique que evolutivamente ha ganado en una complejidad creciente. La observación rigurosa de la actividad inconsciente de sus pacientes, le permitió reconocer que esa instancia, al margen de sus aspectos reprimidos, posee un grado de autonomía creadora. Sostendrá que: “cuando Carl G. Carus, Eduard von Hartmann y en parte también Arthur Schopenhauer, equipararon lo inconsciente con el principio creador del mundo, no hicieron sino extraer la síntesis de todas las doctrinas del pasado que, sobre la base de la constante experiencia íntima, percibían lo que obraba misteriosamente como personificado en forma de dioses” (Jung, Psicología y Religión, p. 137).

El supuesto inmemorial de la existencia de dioses constituye una formulación de lo inconsciente psicológicamente adecuada, aún cuando se trate de proyecciones. Para nuestros más remotos antepasados, la vida transcurría sin solución de continuidad entre un “adentro” y un “afuera” y estaba proyectada no sólo en la multiplicidad de dioses que simbolizaban la naturaleza, sino también en otra enorme cantidad que nominaba los afectos. Prueba más que evidente, dado que son los dioses los que pueblan las distintas mitologías universales, pero también nuestros sentimientos y afectos llevan nombres que otrora fueron dioses. Sin embargo, una humanidad más moderna, decretó, metáfora de por medio, la caída de todos los dioses. Se intentó “matar” a Dios, pero no dio resultados. Ante el fracaso, se quiso avanzar sobre la “idea de Dios”, pero tampoco tuvo éxito. Tal vez porque Dios sea inmortal y también su idea. La omnipotencia del hombre no llegó a vislumbrar que no se lo podía matar y menos aún a su idea.

Como sabemos, un acto de voluntad no “detiene” a la actividad inconsciente de sus formaciones originales y de la energía que le es propia. Podrá ser negada o pasar a un estado latente de vida, pero nunca ha de perder la posibilidad de activarse según individualidades o circunstancias. Es lo que siempre nos han dicho los mitos y hasta la propia historia. No por nada los primeros nos suministran simbólicamente todo el acontecer humano. En lo arquetípico, podemos encontrar en sus formas originales, como ya se señalara, las posibles conductas humanas: sus odios, sus temores, sus deseos, sus amores, la guerra, el poder, la angustia, la sexualidad, la muerte, la inmortalidad y también sus creencias.

Ahora bien, como el desarrollo de la consciencia exige la renuncia a todas las proyecciones, hubo de ser necesario tratar de eliminar a la mitología (sobre todo en Occidente) y subsumirla simplemente a un relato fantasioso, a punto tal, que su propio nombre ha llegado a ser sinónimo de mentira; consecuentemente se instaló su existencia no psicológica. Ergo, si se quitan de afuera a los dioses por que se han retirado las proyecciones, estos necesariamente han de volver al adentro, de donde partieron, a ese interior desconocido del hombre, al alma (psique).

Estas cuestiones fueron para Jung de enorme importancia, por lo que no cejó en su intento de demostrar el carácter psicológico del arquetipo de la divinidad. Por supuesto, la incomprensión de ciertos sectores frente a lo que consideraban “poco científico”, se hizo sentir a partir de críticas sobre sus trabajos. Hoy día, por suerte, se han superado algunos de estos prejuicios y se está reconociendo el ingente esfuerzo de este pensador que supo poner por escrito la necesidad de la existencia de lo trascendente para el psiquismo humano. Otros términos de frecuente uso como espíritu o alma, que se encuentran a lo largo de su obra, no corrieron mejor suerte en algunos círculos académicos de orientación materialista o cientificista. 


En Respuesta a Job, un escrito tardío de Jung, sabrá decirnos que cada vez que alguien se refiere a objetos venerables de la fe religiosa, corre ciertos riesgos de caer en alguno de los bandos en lucha, negándolos o aceptándolos como tales. Y de alguna manera tiene absoluta razón, dado que nos hallamos frente a aquellos que sólo aceptan que algo es “verdadero” siempre y cuando se presente como hecho físico. Así nos habla de que muchos creen como físicamente imposible que Cristo haya nacido de una virgen. Dilema del que no hay solución posible, lo mejor, dirá, es dejar de lado dicha discusión. Por otra parte, “el que algo sea una realidad “física” no es el único criterio de verdad. También existen verdades anímicas (relativas al alma) las cuales no pueden ni explicarse ni probarse, pero tampoco negarse” (Jung, Respuesta a Job, p.7). “Las afirmaciones religiosas no tendrían sentido si se refiriesen a hechos físicos”. (Jung, Ídem, p.7).

Es decir, creemos que nuestro autor es muy claro en estos conceptos en donde se refiere, indudablemente, a los aspectos simbólicos que detentan todas las imágenes, las cuales, cuando remiten a lo sagrado, señalan siempre hacia aquello que se nos presenta como inefable, pero que psicológicamente tiene una enorme importancia. Nuestro psiquismo posee el privilegio de la capacidad de expresar imágenes representacionales de la divinidad, las que en el transcurso de la historia se han transformado innumerables veces. Como es sabido, al tener una base emocional (numinosa) se convierten en inexpugnables a la razón crítica, lo cual no las desmerece en su validez, al contrario, las afirman como parte de una consciencia trascendente.

Si hubo algo constante, y nos parece una cuestión casi irrefutable en el transitar psíquico histórico, ha sido la idea de la divinidad. Negar esta fenomenología ha llevado a que la misma sea tratada con una caracterología ligada a lo mágico/ infantil o como un trastorno obsesivo o como el “opio de los pueblos”. Estas “racionalizaciones”, nos hacen recordar al inveterado problema de los ateos: el tener siempre que hablar de la inexistencia de Dios o el de pretender demostrar casi con desesperación que es una falsa idea, una mentira o un invento. Es ley psicológica que aquello que continuamente se niega es porque inconscientemente se le teme o se le ama.

Nos parece apropiado traer a colación las palabras de Tertuliano en su escrito sobre el testimonio del alma: “Mientras más verdaderos son estos testimonios del alma tanto más simples son; cuanto más simples tanto más vulgares; cuanto más vulgares tanto más comunes; cuanto más comunes tanto más naturales; cuanto más naturales tanto más divinos. Creo que a nadie podrán parecerle frívolos y superficiales si contemplamos la majestad de la naturaleza de la que proviene la autoridad del alma. Lo que se concede a la maestra, ha de reconocerse a la discípula: la naturaleza es la maestra, el alma la discípula. Lo que aquella enseñó o ésta aprendió le fue entregado por Dios, es decir, por el maestro de la maestra misma”.(Tertuliano,De testimonio animae, citado por Jung en nota a pié, O.C.V. 11, p.376/377).

Más aún, desconocemos si algún otro autor en el ámbito de la psicología llegó a las honduras simbólicas del investigador suizo para intentar comprender desde un punto de vista psico/fenomenológico, los objetos, los hechos y las vivencias generadas por la fe. No se cansó de repetir que no intenta demostrar la existencia de Dios, simplemente su psicología al respecto de este tema, es analizar las ideas referidas a Dios y como las mismas han existido desde tiempos remotos. Su planteo, por lo tanto, fue consistente en la búsqueda de un sentido y significado, por lo que sus explicaciones no deben ser vistas como juicios, sino que más bien buscan representar un estado de cosas. Sabrá decir que cuando se observa una idea que refiere a un fenómeno religioso, aunque se nos aparezca como incomprensible a la lógica, desde un punto de vista psicológico no debe interesar si la misma es verdadera o falsa en algún sentido, solo que la misma existe y en tanto tal, es psicológicamente verdadera.

Jung fundamentó sobre el cristianismo (en todas sus vertientes) sus estudios sobre la psicología de la religión Occidental. Sus obras y la lectura de ellas no dejan ninguna duda al respecto. En este sentido, cabe mencionar a: Psicoanálisis y Cura de Almas (1928/29); Psicología y Religión (1938/40); Ensayo de Interpretación Psicológica del Dogma de la Trinidad (1942/48) El símbolo de la Transubstanciación en la Misa (1942/54); Aion (1951); Respuesta a Job (1952) y varios otros.

(próximamente la tercera y última parte)

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