sábado, 13 de mayo de 2017

La Piel del Lobo (por Ana Silvia Karacic)

"Wotan's Wolf", por ksheridan


La Piel del Lobo



Y aunque cazan en grupo, teme
al que caza solo...” (ASK)


Avanzamos lentamente a causa de la escabrosidad del terreno y el viento helado que nos llega de frente. ¡Llevamos tanto tiempo vagando por estas montañas, sobre el lomo de nuestros caballos tras el paso que nos lleve a tierras más cálidas!.

Estoy en medio de mis guerreros, intentando sostenerlos y alentándolos a seguir sin que se derrumben, a pesar de que el cansancio se refleja en sus rostros curtidos y marcados por la fuerza de las armas.

Lo vi a lo lejos. Solo. Mis hombres lo señalaron con alegría, e imagino que habrán pensado que era uno más para compartir este camino doloroso. Era el primer ser humano que veíamos en muchas lunas. Por la forma en que se irguió y tomó la espada, supe que era un guerrero. Le vi entornar los ojos a la manera del felino que elige a su presa y una sensación de rigidez interna, un frío extraño me recorrió la espina.

Era un eslavo. Zarek..., según dijo, era su nombre. Incorporar un eslavo a un grupo de germanos y dacios no era nada extraño en estos días. Pero... no era como nosotros... un algo ajeno a lo que conocíamos se movía en él.

Aunque me mantuve en medio del grupo en ese momento, nos miró a todos sin detenerse en ninguno, y al llegar a mí, me clavó su mirada gris. Me había identificado como el jefe.

En situaciones como la nuestra lo necesitábamos, éramos pocos, pero el destino en el que creemos los germanos me dijo que ese hombre se llevaría mi vida en poco tiempo. Lo vi en sus ojos... lo sentí en las profundidades de mi ser guerrero; y por los cientos de cicatrices que llevo en mi cuerpo y en mi alma, juro que era distinto a los demás. Me pregunto que me impidió matarlo en ese mismo instante, pero no tengo respuestas. Una fuerza ciega me guiaba.

Le pregunté si quería unírsenos y asintió con un gesto seco, pero no envainó la espada... sólo se acomodó las pieles de lobo que usaba a manera de capa. Y otra vez... el mismo sentimiento.

Aunque mis guerreros no lo pensaron, me pregunté qué clase de hombre podía sobrevivir solo en el invierno atroz de los Balcanes. El aullido hambriento de los lobos no cesaba, pero no parecía alterarlo como a nosotros. Por sus movimientos, y lo que presagiaba su silencio, casi diría que era uno de ellos.

Y así seguimos, a paso lento y comiendo lo poco que podíamos cazar. Hasta los animales se escondían a causa del frío. De vez en cuando vigilaba a Zarek, tratando de descubrir algo que me diera el motivo que necesitaba para alejarlo del grupo. Y ¿por qué no? Para exorcizar mi propio temor de un modo sencillo.

La memoria tiene sus recovecos, y en uno de ellos se escondía la imagen de Wotan acompañado de sus lobos. El eslavo me lo recordó, me llevó a mi propio universo de creencias. Y vi por un instante lo que fui en un pasado que no quería encontrar nuevamente. ¿Por esa razón me internaba en tierras inhóspitas? ¿Para escapar de lo que hice, de lo que no quiero volver a ser?

Levanté la vista y lo miré, me estaba observando con una sonrisa en los labios, como si supiera lo que estaba pensando. Todo va y vuelve, dijo. Me congelé. Hasta entonces no lo había mirado cuidadosamente pero esa frase tenía un sentido para mí, y él lo sabía. ¿De dónde me conocía?.

-¿Nunca has sentido que un hombre es todos los hombres?, fue la pregunta que siguió al comentario anterior. Volví a mirarlo, y mientras sonreía me pareció ver la mutación de sus facciones en miles de rostros, vistos alguna vez quién sabe cuándo y dónde. Aunque de algo estaba seguro, los conocí en un tiempo.

-¿Qué buscas? ¿Cuál es el fin de tu camino?, y con temor pregunté: ¿Quién eres Zarek?.

-¿Un germano que no sabe de consecuencias?. Pregúntale a tu Wyrd, a tu destino si no te has dado cuenta de quién soy, todavía. - Fue entonces cuando pasaron por mis ojos todas las matanzas, en luchas por derecho o sin él. Me vi envuelto en mi piel de lobo entre miles de rostros, miradas espantadas, ruegos, gritos desesperados que no quise escuchar. Vi mi espada ensangrentada sobre cuerpos sin edad.

Comprendí de una sola vez que todo deja su huella en nosotros, cada palabra, cada mirada, y sobre todas las cosas, cada dolor y muerte provocada. Cada abandono...

Zarek era mi destino, por eso no me resistí a aceptarlo en el grupo, a pesar de todo. Miré a mis hombres, sorprendido porque sus formas se hicieron borrosas y fueron desapareciendo ante mis ojos, una a una; y en un borbotón de horror entendí que estaban muertos, que había viajado con los fantasmas de los seres que yo mismo había asesinado, germanos, dacios...y eslavos.

Cuando Zarek se acercó a mí, con la espada en alto, bajé la cabeza y le ofrecí el cuello, antes levanté la mirada para ver por última vez sus ojos grises.

Pero en lugar del suyo, vi mi propio rostro... que se desvanecía.

ASK, Septiembre 2007


Ana Silvia Karacic es orientalista, pintora y escritora. Especialista en mitología y religiones, ejerce como profesora titular, entre otras, de la Cátedra de Religiones Comparadas en la Universidad del Salvador. Ha publicado los libros: "El pueblo de la Bruma. El ciclo mitológico irlandés" y "Las religiones de Japón", ambos textos de tenor académico

2 comentarios: