viernes, 19 de agosto de 2016

Parapsicología, ciencia y religión: “Si fuera verdad tanta belleza” (por Juan Gimeno)

"Galileo ante la Inquisición", óleo de Robert Fleury

Parapsicología, ciencia y religión: "Si fuera verdad tanta belleza"
* por Juan Gimeno


“Pues habiendo dado Dios a cada hombre alguna luz con qué discernir lo verdadero de lo falso, no hubiera yo creído un solo momento que debía contentarme con las opiniones ajenas”.

Discurso del Método. René Descartes.


A lo largo de la historia, el hombre ha desarrollado diversas estrategias para construir conocimiento y resolver sus problemas. Cuando obedeció al principio de autoridad, confió en los que declaraban ser dioses o estar en contacto con ellos, en los que realizaban prodigios, en los que publicaban sus textos en letra impresa y, últimamente, en los nuevos dioses que trabajan en la televisión; en cambio, cuando el pensamiento crítico dejó de aceptar lo que no se pudiese probar, nació la ciencia con sus métodos, estrella de nuestro actual paradigma materialista.

Es evidente que con los sistemas autoritarios, teniendo a las grandes religiones como abanderadas, se consiguen soluciones más urgentes y completas, aunque la pérdida de la fe o el error en la fuente puede derrumbar todo en un segundo. En cambio, a pesar de que el avance de la ciencia sea alarmantemente lento, cada uno de sus pasos es confiable e inequívoco, al menos para la colección de datos de que dispone, ya que se sabe que una anomalía obligará a que se la incluya tarde o temprano en una ley modificada.

Hacia mediados del siglo XIX coexistían en Occidente la ciencia y la religión, separadas por una brecha que determinaba sus campos de acción. Acordaron voluntariamente, aunque sin que faltaran tironeos por cuestiones limítrofes, que el mundo físico, medible y previsible, fuera descubierto poco a poco por la ciencia, mientras que el mundo espiritual, insondable y siempre huidizo, quedara revelado de un solo golpe genial mediante los libros sagrados.

Esta relación, que para algunos era una unión sincera y para otros sólo un matrimonio por conveniencia, pareció estallar a partir de 1848, cuando la doctrina espiritista se arrogó la resolución de uno de los mayores enigmas de todos los tiempos: aseguraba, tendiendo un extraordinario puente entre ambas, tener pruebas científicas de la existencia de un principio inmaterial, llamado alma, que sobrevivía como espíritu luego de la muerte del cuerpo y se podía comunicar con otros hombres antes de volver a reencarnar en un nuevo cuerpo. Y con la arrogancia de quien se cree dueño de una verdad que cambiará al mundo, llamaba a científicos y religiosos, aunque también a políticos y en general a “todos los hombres de buena voluntad”, a sumarse a las sesiones y comprobar personalmente las evidencias que entregaban los mediums.

Este guante lanzado a la cara del statu quo tuvo diversas repercusiones, desde la indiferencia hasta la conversión, incluyendo la burla o la discusión honesta. Hasta el día de hoy se han escrito incontables páginas por quienes aceptaron observar los extraños fenómenos, y en muchos casos también por los que opinaron por boca de ganso. De todo ese material se eligieron un artículo (Lob Nor, 1915) y un capítulo de libro (Mariño, 1963), que tienen la particularidad de haber sido escritos en forma independiente por autores distintos, aunque describiendo una misma situación.

Hacia 1885 actuaba en Buenos Aires una poderosa médium, la primera nacida en este territorio, llamada Estela Guerineau. Por entonces se realizó una reunión especial organizada por los firmantes de los textos mencionados: Cosme Mariño, fundador del diario La Prensa y presidente de la sociedad espiritista Constancia; y el Capitán de Fragata Federico Washington Fernández, redactor de La Nación y fundador en 1901 de la primera logia teosófica de la Argentina, que se escudaba tras el seudónimo de Lob Nor. Entre los invitados estaba el senador nacional Aristóbulo del Valle; el general de división Francisco Bosch, que ya había sido gobernador del Chaco y luego sería diputado nacional; los terratenientes Roberto Cano y Felipe Senillosa; y los abogados José María Rosa y Abel Pardo, quienes participarían activamente en la creación de la Unión Cívica y en la Revolución del Parque.

Pizarra utilizada en las sesiones con Estela Guerineau

Lob Nor relata que en una sala bien iluminada, luego de ser revisada a discreción ante posibles engaños, con la médium vigilada a izquierda y derecha, firmaron una hoja de papel e hicieron con ella una bolilla, para inmediatamente observar que: “Empezó a volar por el espacio como si fuera una mariposa, abandonando el vuelo cuando se le pedía que así lo hiciera. Al caer el papel sobre la mesa, verificábamos que era el mismo que habíamos firmado” (Lob Nor, 1915, p. 11). Ambos textos describen a continuación en forma casi idéntica que, luego de que Guerineau tocara con dos dedos una pesada mesa, sobre la cual se había colocado una maceta con la ayuda de tres de los presentes, ésta se elevó entre tres y cuatro pulgadas del piso. Pero aún quedaban prodigios. Del Valle y Lob Nor sostuvieron una pequeña pizarra de mano con un lápiz encima, similar a la utilizada por entonces por los niños en la escuela; al poco tiempo, “el lápiz se puso de punta sobre la pizarra, como tomado por una mano invisible y escribió un pensamiento cariñoso dirigido al doctor del Valle. El pensamiento estaba firmado por una persona fallecida con quien aquél había tenido relación y la firma era igual a la que usó en vida” (Lob Nor, 1915, p. 11). Mariño completa que el nombre del firmante era Vicente López y Planes, fallecido en 1856, y agrega que Del Valle, siempre exigente, pidió que apareciera escrita en la pizarra una palabra meditada en silencio por él y otra por Bosch, resultando que: “Del Valle había pensado en un nombre muy difícil: Vercingetoris, y el general Bosch en un caballo de carrera, no recuerdo el nombre. Ambos nombres aparecieron en la pizarra” (Mariño, 1963, p. 105).

Esta sesión es una de las más ampulosas que se conocen. Hay otras similares en las que los visitantes eran académicos de una universidad que recién comenzaba a organizarse, aunque las opiniones posteriores fueron similares y grafican las tendencias que siguen en pugna. Mariño relata que ya en plena calle se inició una acalorada discusión sobre lo que habían observado; Rosa era el único que, a pesar de haber realizado los controles necesarios, aseguraba que “debe haber algún truc [sic] que a primera vista no nos ha sido dado descubrir” (Mariño, 1963, p. 106). Por su parte Fernández desafiaba a Del Valle, mientras Mariño asentía en silencio a su lado: “¿Qué piensa usted doctor? Hay fuerzas inteligentes que saben escribir y que firman lo que dicen”. La respuesta del senador no se demoró: “Hasta ahora el mundo no sabe otra cosa que lo que nos enseña la religión, es decir que el alma es inmortal. Es probable que llegue un día en el que podamos penetrar en el mundo de lo desconocido de una manera científica y clara, pero ese día, desgraciadamente, todavía no ha llegado” (Lob Nor, 1915, p. 11).

Es necesario aclarar que en la actualidad es harto difícil contar con un sujeto como Estela Guerineau, aunque sí es posible acceder a fenómenos cualitativamente similares pero de menor intensidad. La actitud de Rosa, de sospechar que se trataba de un fraude aunque todas las evidencias indicaran lo contrario, es lo que propone hoy la ciencia convencional. Insiste con que se trata de fenómenos quiméricos porque ninguna de las leyes físicas conocidas los puede explicar, como si esas leyes fueran inmutables, prefiriendo el carro delante de los caballos, quedando al margen de la polémica. El contrapunto entre Del Valle y los espiritistas es el más promisorio. Mariño y Fernández estaban convencidos de que semejantes maravillas sólo pueden ser causadas por los espíritus de los muertos; sin embargo Del Valle se atreve a avanzar con un pie en cada bote, ya que si bien entiende que los fenómenos son auténticos, le resulta apresurado endilgárselos al más allá y pide tiempo para investigar. En aquella época, su postura era sostenida por científicos alejados de la ortodoxia, que se habían organizado en la llamada investigación psíquica, que luego se la conoció como metapsíquica, para llegar hasta hoy con el nombre de parapsicología. Esta disciplina, utilizando los métodos de la ciencia, ha podido certificar la veracidad de los fenómenos, si bien luego de descartar numerosos fraudes y errores de observación. Ha logrado, bajo condiciones controladas, que un sujeto reciba información no accesible a sus sentidos, o que esté al tanto del pensamiento de otros, igual que en el caso de Del Valle con la pizarra, o mover un objeto sin utilizar fuerzas conocidas, como Guerineau con su mesa y la pesada maceta, o conocer algún acontecimiento del futuro. Pero, poco ha avanzado para resolver el enigma de su origen, prefiriendo mantener abierta la polémica sobre la hipótesis espiritista, ya que los mismos fenómenos que en el siglo XIX se atribuían exclusivamente a los espíritus, durante el siguiente siglo fueron replicados entre personas vivas.

Finalmente, ante la “buena nueva” del espiritismo, la religión reaccionó como tocada por un competidor desleal. El Vaticano, por ejemplo, a través de diversos decretos del Santo Oficio, dogmatizó apresuradamente que se trataba de “espíritus malignos”, prohibiendo la asistencia a las sesiones bajo pena de pecado mortal. Sin embargo algunos creyentes, aprovechando la excepción hecha para la investigación (siempre y cuando no se pusiera en riesgo la salud de los concurrentes), intentaron llevar agua para su molino. El razonamiento era simple: El convencimiento de que no existe en el hombre un órgano responsable de enviar o recibir información para los casos de clarividencia o de telepatía, el problema irresoluble de la inversión de la flecha del tiempo para la premonición o la imposibilidad de la física y la fisiología para explicar la psicokinesis, exigen ampliar los estrechos límites del materialismo, obligando a aceptar un nivel “no-físico” de realidad, también llamado psi, en el cual tendrían lugar los fenómenos estudiados. Y aunque si bien la parapsicología, siempre prudente como Del Valle, llega sólo hasta reconocer la existencia de una mente distinta del cerebro, que opera con leyes que no respetan los postulados clásicos del tiempo y de la materia, sin atreverse a nuevas extrapolaciones, algunos creyentes han visto aquí más que una amenaza, una oportunidad. Porque, razonan con impaciencia espiritista: ¿qué otra cosa sería esa mente sino la misma alma inmortal de la que habla la Iglesia, probada ahora científicamente? Y, todavía más, redoblando la apuesta, en las palabras del sacerdote jesuita y parapsicólogo Enrique Novillo Pauli: “Si la parapsicología muestra la realidad de otra dimensión en el ser humano, el espíritu, no parece extraño o imposible que pueda existir otro Espíritu Superior, llámesele Superpsi, Origen, Dios” (Novillo Pauli, 1984, p. 251).






Espiritismo en Buenos Aires hacia 1929

Al final del capítulo, Mariño reconoce que Del Valle era el más interesado en el espiritismo, aunque siempre buscara sus flancos más débiles para atacarlo, “pues hasta ese momento no veía que la doctrina filosófica tal como la comprendía él, razonable, sublime y lógica, estuviera basada en hechos positivos estrictamente observados por los métodos científicos”, sintetizando su situación con la frase: “Si fuera verdad tanta belleza” (Mariño, 1963, p. 106), esa belleza que la religión nos regala entera y de una sola vez con la condición de que creamos sinceramente en ella, o al menos nos conformemos con esa otra frase horripilante que dice: “En algo hay que creer”. Mientras tanto la ciencia ortodoxa, celosa de sus conquistas, siempre perezosa para adaptar sus paradigmas a las anomalías, prefiere extinguir la cuestión asegurando que “es imposible tanta belleza”. Después de más de 150 años del primer grito espiritista, la controversia persiste, como en las telenovelas exitosas, sin resolverse y sin aburrir.

Referencias

Lob Nor. (1915). Una sesión de fenómenos psíquicos con el doctor Aristóbulo del Valle. El Diario. 14 de octubre de 1915.
Disponible en http://www.parapsicologiadeinvestigacion.com/espiritismo/lobnor/index.html.

Mariño, Cosme. (1963). El espiritismo en la Argentina. Buenos Aires: Constancia.

Novillo Pauli, Enrique. (1984). Los fenómenos parapsicológicos. Buenos Aires: Kapeluz.

Juan Gimeno es investigador de la parapsicología y el espiritismo argentinos. Es coautor de los libros "Cuando hablan los espíritus" (junto a Juan Manuel Corbetta y Fabiana Savall), y de "Naum, Kreiman, la parapsicología y la ciencia" (junto a Dora Ivnisky). En el año 2014 publicó "El buscador de maravillas. Tras los pasos de clarividentes, psíquicos, curanderos (y farsantes) de la Argentina reciente". Dirige el portal http://www.parapsicologiadeinvestigacion.com/ Su e-mail es: jgimeno54@yahoo.com.ar

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