viernes, 5 de agosto de 2016

Una aproximación al fenómeno religioso desde la psicología de Carl G. Jung (Dr. Néstor E. Costa)

Nota del autor del blog: quiero expresar mi enorme agradecimiento al Dr. Néstor E. Costa por  regalarnos este escrito totalmente inédito, preparado especialmente para este blog. Néstor Eduardo Costa es doctor en Psicología, analista jungiano, y presidente de la Asociación de Formación e Investigación en Psicología Analítica (AFIPA), con sede en Buenos Aires, Argentina. Profundo conocedor de la obra del sabio de Zurich, es autor de numerosos artículos y libros de texto, entre ellos una clásica obra de introducción al pensamiento junguiano: "Temas de psicología analítica". Dada la extensión y la riqueza conceptual del escrito que aquí compartimos, y con el fin de facilitar su lectura, decidimos dividirlo en tres entregas. Comenzamos hoy, entonces, con la primera de ellas. Que lo disfruten.
Juan Manuel


Una aproximación al fenómeno religioso desde la psicología de Carl G. Jung
* por el Dr. Néstor Eduardo Costa

En una oportunidad, un periodista inglés le preguntó a Jung si él creía en Dios o no y éste solo contestó: I do not believe, I know (Yo no creo, yo sé). Esta escueta y hasta extraña respuesta, alejada totalmente de todo convencionalismo es una de las llaves para la comprensión de la fenomenología religiosa desde una mirada psicológica y empírica.

Empecemos por alertar que el investigador suizo no era un teólogo, si bien entendemos que el autor poseía una notable formación que en estas cuestiones era sumamente amplia y profunda; por otra parte, su visión acerca de lo religioso tenía una heredad notable: su abuelo materno Samuel Preiswerk (1799-1871) fue arcipreste de la Iglesia de Basilea, además de ser filólogo y escribir una gramática hebrea. Como lo señala Enrique Galán Santamaría: “En su casa se vivía de modo natural el misterioso mundo que el Romanticismo había reivindicado frente a la Ilustración” (Jung, O.C. V.1- XI). Por otra parte, el padre de Jung, Paul Achilles (1842-1896) ejerció como clérigo de la Iglesia Reformada Suiza.

No es por todos conocido las discusiones y dudas que el joven Carl le planteaba a su padre sobre temas religiosos y que hacían a su ministerio, habiendo llegado a la conclusión que en algunos aspectos su progenitor tenía conocimientos sobre estas cuestiones, pero que las mismas no habían sido incorporados simbólicamente. Venían a conformar una serie de ideas acerca de una historia “que ni él mismo pudiera creer por completo” (Jung, Recuerdos, Sueños, Pensamientos, 3ra. Edic. p. 54) Va de suyo que estas inquietudes lo acompañaron el resto de su vida, lo que se patentiza en numerosos artículos y escritos que jalonan la Obra Completa y en donde las cosmovisiones sagradas ocuparán un destacado lugar.

Jung realizó frecuentes durante su larga vida. Los mismos tuvieran como destino, entre otros factores, el de embeberse de las formas religiosas y antropológicas de los pueblos que visitaba. Así sucedió en su estadía con los Indios Pueblo del Sur de los Estados Unidos, en sus dos viajes al África o en su visita a la lejana India. Si hay algo de lo que puede afirmarse con certeza es que Jung no fue un psicólogo de ciudad, por el contrario, su crianza y formación desde muy chico se llevó a cabo a partir de ciertas experiencias vivenciales que solo otorga el contacto con el mundo de la naturaleza y ya de adulto, a partir de sus viajes y lecturas; pero también y en no menor medida, con el material aportado por una numerosísima cantidad de pacientes de variadas procedencias, lo que le permitió tener una visión universalista de la condición humana y de sus distintas creencias.

En su autobiografía (Cf. Opus cit., R.S.P.), en más de una oportunidad refiere a dos términos muy ligados entre sí: el secreto y el misterio. Toda su juventud según propios decires, puede caer bajo el concepto del secreto, atisbo indudable de su personalidad técnicamente introvertida. Ese mundo de ideas que iba a acompañarlo el resto de su vida y del cual pocas veces solía hablar, es el que vamos a encontrar en sus escritos. Por otra parte, el misterio, era parte de esa mirada que buscaba resolver las grandes incógnitas de la vida, pero también su personal acercamiento a la idea de Dios.

Tempranamente ya se planteaban sus dudas sobre estos temas, donde era clara su disconformidad con las ortodoxias que surgían de las enseñanzas. Por ejemplo: frente a las injusticias o al propio mal del mundo que se erigían amenazantes y eran parte de la vida diaria y desde muy joven, solía decirse a sí mismo que seguramente Dios quería que él y los hombres hicieran incluso “lo injusto” o “lo prohibido”, aunque ello fuera mal visto. Tal vez fuera necesario aceptar esa “voluntad” que quería imponerse, esa suerte de destino y, con ello, poder participar de esa forma del mundo sagrado.

No le fue gratuita a Jung esta lucha entre sus propias ideas y las que le intentaba enseñar su padre y hasta la propia comunidad en la que vivía, cuestión que se trasladará, como ya se señalara, desde su infancia y juventud hasta el final de sus días. Que se pudiera comprender que la vida es en sí un misterio insondable, al igual que la muerte, le generó con el tiempo conflictos teóricos con las ortodoxias religiosas y en no menor medida con el racionalismo que se había enseñoreado del mundo académico, sobre todo, a partir de la Ilustración.

El mismo término “religión”, sobre el que Jung insistió para que pudiera ser entendido en su más amplio sentido de “cuidadosa observancia” y ser aplicado a cualquier tipo de religión, incluyendo las más arcaicas y primitivas y por extensión, a cualquier tipo de tarea donde hubiera un profundo compromiso interno, como supo enseñarlo muy bien William James. Lo dicho, no fue aceptado sin reparos por el mundo científico y hasta por algunos círculos filosóficos y psicológicos. No ha sido casual que a través de la historia el vocablo “religión” y su etimología latina (religio) fuera acotado por esos mismos sectores al tema del dogma, quitándole ese halo de tradición y de amplitud del término, con lo cual se lo desprestigiaba y se lo veía con el sesgo de lo inamovible y con el sello del fanatismo, lo que era más acorde para ser atacado desde las ciudadelas del ateísmo o hasta del propio agnosticismo, todo en aras de un supuesto punto de vista científico.

Con sus escritos y sus planteos sobre estas cuestiones, como ya lo dijéramos, poco aceptados por el mundo académico, había puesto el acento en lo que acaece a nivel simbólico en los estratos más arcaicos de la psique. También se abría la posibilidad de rescatar nuevamente la dimensión espiritual y anímica que cada ser humano posee y muchas veces incluso desconoce y, que un mundo ligado al pensamiento positivista, se empeñaba en descalificar. No podemos decir que no lo afectaron algunas de las duras críticas que recibió, pero no lo amilanaron. Así podemos leer:“Llegué muy pronto a la convicción de que si no se da una respuesta y solución desde lo interno a las relaciones de la vida, su significado es muy pobre. Las circunstancias externas no pueden sustituir a las internas” (Jung,Opus cit. p. 18).

Por eso, podría compendiarse la obra del investigador suizo y hasta su propia vida, bajo la constante de la influencia del mundo inmutable sobre el mutable; del mundo interno sobre el externo al que consideraba, por experiencia, como algo accidental; de ahí el privilegio a todo lo que tuviera que ver con las producciones inconscientes, las que fueron la piedra basal de su obra.

A ese mundo será al que ha de dedicarle su trabajo científico: los sueños, las fantasías, los mitos, los arquetipos, el hermetismo, la alquimia, la idea de Dios. Para un hombre que consideraba que podía medirse con los pensamientos de los siglos, como si su vida fuera una prolongación de la historia de la humanidad, nada de ello le podía ser ajeno; seguramente estas reflexiones de Jung, harán que reverbere en el lector el sub specie aeternitatis de Spinoza.

En relación a la consciencia, esa pequeña isla - como supo definirla - en el medio del mar de lo inconsciente, también le dio un espacio en su cosmovisión y no tan menor como pareciera. Dirá de la misma: “cuando se medita en lo que es en realidad la consciencia, se queda uno profundamente impresionado por el hecho altamente asombroso de que un acontecimiento que sucede en el cosmos, al mismo tiempo se engendra internanamente en una imagen (…) esto significa exactamente que se hace consciente”(Jung, Seminario en Basilea, 1934, inédito).


El arquetipo de la idea de Dios

La especulación sobre la existencia de un inconsciente colectivo u objetivo, como también a veces denominaba a esta instancia y sus contenidos, los arquetipos, suele ser el punto distintivo de las propuestas junguianas. Cabe aclarar, que no ha sido Jung quien acuñara el término arquetipo, palabra de origen griego y que en el encuadre que pretendemos darle a este escrito debe ser escuetamente concebida como “modelo”. Son las formas que nos hablan simbólicamente de las múltiples conductas humanas y que precisamente por ello, representan motivos universales. Las manifestaciones de los arquetipos se realizan a través de las imágenes arquetípicas-.(Cf. Costa, N. E. Jung – Un Mundo de Imágenes y Símbolos). El arquetipo en sí, es esencialmente una necesaria hipótesis, pero imposible de conscientización.

Muchos siglos antes que Jung le imprimiera el carácter psicológico que distingue a los arquetipos, ya había sido utilizado este vocablo por Platón y por pensadores como Irineo, Filón de Alejandría, Cicerón y San Agustín, si bien en este último autor no en forma explícita. Más modernamente y también con referencias psicológicas menores, en autores como Adolf Bastian, F. Nietzsche y en los franceses Hubert y Mauss. Jung, recién va a incorporar este concepto en el año 1919 en su artículo Instinto e Inconsciente.

No hace al propósito de este trabajo extendernos demasiado en la innumerable cantidad de arquetipos que se manifiestan en el psiquismo, pero sí señalar algunas cuestiones que son inherentes a los mismos. Si convenimos en aceptar que los arquetipos son “modelos”, entonces su posibilidad de representación simbólica será, como ya lo señaláramos, las denominadas imágenes arquetípicas. Las mismas, pueden surgir en forma individual en sueños, fantasías, delirios, visiones o alucinaciones, pero también colectivamente, que son las que se hallan en los mitos, los cuentos populares, el folklore de los pueblos y en la literatura universal. Al margen que dichas imágenes sean productos individuales o colectivos, su comprensión debe hacerse teniendo en cuenta que las mismas son imágenes/símbolos.

Los símbolos sabemos que velan y develan conjuntos de sentidos y significados, por lo que todo intento reduccionista de interpretación de esta unidad psíquica (imagen/símbolo) a una cuestión comúnmente conocida, destruye a la imagen en su verdadero valor y paraliza la multiplicidad simbólica. Como se sabe, el símbolo es la mejor representación posible de una cosa relativamente desconocida. El impulso que Jung le diera a lo largo de su obra al estudio de los arquetipos y a las imágenes que lo aluden, hizo que la actividad simbólica en el orden de lo psicológico recobrara su verdadera importancia, logrando apartar con ello a las imágenes de una lectura sólo semiótica. Consecuencia de lo dicho, es que el símbolo no sólo permite acceder al “misterio” de la imagen, sino que también es un transformador de la energía psíquica. Otra característica de los arquetipos ha de ser su polaridad, condición necesaria e inevitable, dado que su actividad transcurre siempre por un eje dual. Así, por sólo dar un ejemplo, el arquetipo del anciano sabio, figura de aparición frecuente en sueños o en cuentos populares, puede tener tanto características positivas como negativas. De no menor importancia, es el poder comprender la necesaria interpenetración que tienen los arquetipos entre sí.

Resumiendo: el arquetipo debe entenderse no sólo a partir de los aspectos ya señalados, el de contener en sí a todos los opuestos concebibles (polaridad), sino también como forma y energía. Lo dicho, nos ha parecido muy necesario para poder comprender las ideas de Jung en lo que hace al fenómeno religioso y en particular al arquetipo de la idea de Dios o arquetipo de la divinidad.

Nuestro autor, como todo autor prolífero, ha solido usar para un mismo concepto diversos términos, a veces aproximativos entre ellos, pero en otras no tanto. Es hasta muy lógico, dado la dinámica de su pensamiento al que supo compararlo con un geiser. Hacemos esta acotación, dado que un Jung ya avanzado en sus propuestas, nos va a hablar del arquetipo del sí-mismo o también llamado de la totalidad, acerca del cual va a decir que se lo puede representar por figuras como el círculo, cuadrado, niño, cruz, estrella, sol. En Aion, texto del año 1951, analizará la importancia del mismo, viendo su equivalente histórico en la figura de Cristo. Y así como el yo será el centro de la consciencia, el arquetipo del sí-mismo comprende tanto el ámbito de la consciencia como el de lo inconsciente; por otra parte, debe considerársele como la meta de la vida, pues es la expresión más completa de la combinación de destino de lo que podemos llamar individuo.

En el frontispicio de la casa del investigador suizo había una sentencia en latín: Vocatus atque non vocatus, Deus aderit, lo que en buen romance significa: “Llamado a no llamado Dios está presente”. Y realmente no importa el nombre que lleve. La tradición cristiana lo ha llamado Dios. Simplemente será la divinidad en toda su omnipotencia y poder. Jung no tenía ninguna duda que la imago Dei (imagen de Dios) estaba acuñada en el alma del hombre y que muchas veces se expresaba en forma enigmática, emergiendo a través de distintas manifestaciones psíquicas.

Puede verse entonces que aquellas ideas que solían caer bajo la esfera de estudios teológicos o filosóficos, ahora también pasaban a ser consideradas bajo el prisma de la psicología: la idea de Dios como un símil del arquetipo de la divinidad. Giro copernicano por su enorme importancia y su indudable influencia en el ámbito psíquico. Parafraseando al propio Jung, digamos que ya no hacía falta buscar esa figura antropomórfica sentada en un trono en un algún espacio estelar desconocido, la que al no ser hallada por los racionalistas entonces evidentemente no debía existir. Ahora, ya tenía su propio thopos: el psiquismo.

Su existencia relativamente frecuente a lo largo de la historia human – dirá el propio Jung – parece constituir un hecho digno de consideración. En sus formulaciones debemos aclarar que sólo intentó demostrar la existencia de un arquetipo relacionado con la divinidad, “esto era cuanto podía afirmar psicológicamente acerca de Dios”. Su aparición en la fenomenología psíquica (sueños, fantasías, creaciones, etc.) suele ir acompañada por fuertes matices afectivos, que se relacionan con la emocionalidad profunda, signo distintivo de la emergencia de lo arquetípico.

La carga energética que detentan la o las imágenes, será la expresión de un concepto que se denomina “numinoso”, neologismo latino acuñado por Rudolf Otto en 1917 en su libro: LO SANTO: Lo Racional y lo Irracional en la idea de Dios y que Jung incorporará en su terminología científica. Esa emocionalidad que envuelve a la imagen, ese numinoso, cursará desde lo beatífico a lo terrorífico. En su más amplio sentido, lo numinoso, debe entenderse como una propiedad sólo experimentable en el “encuentro” con lo divino.

Entendemos como muy interesante y digno de tenerse en cuenta lo que señala en su autobiografía: “Que la divinidad actúa sobre nosotros, sólo podemos comprobarlo por medio de la psique, en lo que, sin embargo, no nos es dado distinguir si estas influencias proceden de Dios o de lo inconsciente, es decir, no puede decirse si la divinidad y lo inconsciente son dos dimensiones distintas. Ambas cosas son nociones límites de contenidos trascendentales” (Cf. Opus cit. R.S.P., pág. 413).De acuerdo a nuestro entender, la imago Dei no comprendería a todo lo relacionado con lo inconsciente, pero sí coincidiría con una parte del arquetipo del sí-mismo, que al contener a todos los arquetipos existentes, va de suyo que también al de la divinidad .

(Próximamente la 2da parte)

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