Cuadrar el círculo: cartografías de la psique en procesos de individuación.
Juan Manuel Otero Barrigón
El viejo enigma alquímico de "cuadrar el círculo" cautivó a filósofos, científicos y místicos a lo largo de la historia. Más allá de esa aparente paradoja geométrica, esta imagen representa un impulso profundo de la psique humana: la búsqueda por reconciliar opuestos, por manifestar lo eterno en lo efímero y por dar forma a lo informe. Dentro del marco de la psicología analítica de C. G. Jung, esta expresión toma una dimensión psicoespiritual muy específica: cuadrar el círculo es la tarea de la psique en su camino hacia la individuación, un proceso que implica transformar los contenidos arquetípicos del inconsciente colectivo (el círculo) en experiencias vividas, asimiladas y encarnadas en la psique individual (el cuadrado).
En este breve artículo me asomo a ese tránsito, a esa labor de mediación entre lo simbólico y lo ordinario, entre lo numinoso y lo tangible, compartiendo claves simbólicas y clínicas para quienes trabajan o acompañan procesos de autoconocimiento.
1. Arquetipo y forma: el círculo y el cuadrado como lenguajes de la psique
Dentro del tesoro de imágenes arquetípicas que nos unen como seres humanos, el círculo personifica la integridad, la armonía y lo ilimitado. Es la forma del mandala, del sol, y del útero primordial. Representa tanto el centro como la periferia, lo que no tiene ni principio ni fin. Como lo expresó Jung, es "la imagen del Self", esa totalidad psíquica que va más allá del yo consciente. En contraste, el cuadrado se asocia con la materia ordenada, el espacio habitable, el templo y el hogar. Despierta firmeza, solidez y el universo palpable.
Cuadrar el círculo supone el acto de hacer habitable lo infinito; de dar forma al espíritu. Implica consentir que aquellas imágenes arquetípicas no permanezcan suspendidas en la abstracción o en la fantasía, sino que se cristalicen en decisiones, vínculos, síntomas y significados. Este proceso de traducción —que es mucho más que una simple interpretación intelectual— demanda una profunda inclinación del alma: no significa solamente "asimilar" los símbolos, sino sentirlos, dejar que moldeen nuestra historia personal.
2. El Self llama: irrupciones del círculo en la vida cotidiana
El proceso de individuación muchas veces se "motoriza" con una ruptura: puede ser una crisis, una enfermedad, un sueño inquietante, o incluso una sensación de vacío y falta de sentido. En un sentido simbólico, podríamos decir que es el instante en que el círculo irrumpe en el cuadrado. Algo intemporal, algo del inconsciente colectivo, se manifiesta en nuestra vida personal de una forma que desconcierta.
Un paciente sueña con una serpiente que lo rodea. Otro empieza a notar un impulso hacia una actividad creativa que nunca había considerado. Un tercero deja de encontrar sentido en su rutina diaria, aunque “todo esté en orden”. Estas experiencias, tantas veces patologizadas, son en realidad muchas veces llamados del Self. Sin embargo, si no se reconocen como tales, pueden vivirse como síntomas o trastornos. Aquí, la tarea del clínico no consiste en sofocar la aparición de lo circular, sino en forjar un entorno para comprenderlo, prestarle atención y posibilitar que se integre de forma relevante en la historia de vida del paciente.
3. Una viñeta clínica: cuando el símbolo se vuelve casa
Una mujer de poco más de 40 años llegó a la consulta después de haber pasado por un episodio agudo de ansiedad durante una reunión laboral. Trabajaba como abogada en un estudio jurídico, pero había algo dentro suyo que parecía haberse quebrado. No era una crisis total, más bien una grieta discreta: En la entrevista inicial me dijo: "No me reconozco. Siento que vivo una vida que no es del todo la mía."
En las primeras sesiones una imagen volvía una y otra vez: un cuarto blanco, vacío, en el que se sentaba sola durante horas. No la sentía como algo temido, sino como una escena inevitable. Exploramos juntos esa habitación. ¿Era un castigo o un refugio? ¿Qué parte de ella necesitaba ese silencio? Con el tiempo, relacionó la habitación con el momento en que era adolescente y escribía poesía en secreto. Lo dejó cuando empezó a estudiar Derecho, pensando que la poesía no era "útil" ni "real".
Un día, llegó a la consulta con una libretita azul. Se animó a leerme un poema que había escrito hace poco, después de años sin escribir. Esa lectura cambió las cosas. No porque "solucionara" nada, sino porque le dio vida a algo del alma —ese cuarto blanco, ese silencio poético—, lo hizo humano. No dejó su trabajo, pero sí empezó a poner límites y a oír su voz interior. Comenzó a vivir su vida con más conciencia.
Así fue como empezó a cuadrar el círculo: no abandonó lo que había logrado, sino que dejó que lo simbólico se volviera real. En su caso, el alma pedía espacio para el lenguaje, para lo que no sirve, para lo que es verdad.
4. El símbolo como puente: metáforas vivas entre mundos
El símbolo, desde la perspectiva junguiana, es algo muy diferente al signo cerrado; es un puente que conecta lo conocido con lo desconocido. Se trata de una imagen que abarca simultáneamente ambas dimensiones: evoca algo arquetípico y, al mismo tiempo, resuena con aspectos concretos de la experiencia personal. Por eso, en el trabajo clínico con sueños, dibujos, recuerdos de la infancia o fantasías, el terapeuta acompaña al paciente en la tarea de "traducir sin traicionar". ¿Qué significa esta imagen para el paciente? ¿Qué parte de su vida está pidiendo ser transformada por ella?
Por ejemplo, una paciente que está en duelo por la muerte de su madre durante la pandemia sueña con un pájaro atrapado en una casa. Al asociar, conecta esa imagen con una parte de sí misma que quedó atrapada en las expectativas de su madre. El ave —símbolo del alma— anhela ser liberada. El círculo —imagen del alma— encuentra su forma en el cuadrado: una comprensión encarnada que guía su proceso de individuación.
5. El cuerpo como mandala: encarnar el símbolo
Muchas veces nos olvidamos que la psique no es solo una idea abstracta: está viva en nuestro cuerpo. Por eso, cuadrar el círculo también significa encarnar ese símbolo, sentirlo, respirarlo y darle movimiento. Las prácticas contemplativas, el arte, la danza, el trabajo con la voz y la respiración consciente permiten que el lenguaje simbólico se arraigue en nuestra carne. Jung valoraba mucho estas mediaciones: sus propios mandalas, más que obras artísticas, eran ejercicios de integración.
Cuando el círculo se queda en el ámbito mental, puede provocar confusión, inflaciones, y desorientación. Pero al encarnarlo, se convierte en una brújula. En el cuerpo, el Self encuentra su anclaje.
6. El cuadrado no es cárcel: límites que permiten el juego
Una idea muy común en los procesos de individuación es que los límites son solamente obstáculos. La persona quiere "ser libre", "vivir desde adentro", sin ataduras. Sin embargo, el cuadrado no es una cárcel: es un espacio donde se puede habitar. La individuación implica encarnar el símbolo a través de relaciones, decisiones éticas y límites saludables.
El cuadrado también representa una estructura interna: una función del yo fortalecida, la capacidad de discernir y de comprometernos con la realidad. Cuadrar el círculo no significa quedar atrapado en lo material, sino permitir que lo espiritual se manifieste en formas concretas: en una vocación, en una manera de estar en el mundo.
7. Entre el arte y la clínica: imágenes que nos sueñan
Muchos artistas soñaron con imágenes antes de poder llegar a comprenderlas. Van Gogh pintaba soles y campos de trigo sin darse cuenta de que estaba expresando sus propias pulsiones de muerte y redención. Hilma af Klint creaba formas geométricas que le llegaban en visiones. El arte, al igual que el sueño, es una forma de traducción simbólica.
En la clínica junguiana, acompañamos a los pacientes para que produzcan su propia obra: no necesariamente una pintura, sino una narrativa, una secuencia de imágenes, una forma de vida que refleje algo del Self. No se trata de ajustarse a una norma externa, sino de permitir que su mundo interior pueda revelarse a través de su propia experiencia vital.
Conclusión: cuadrar el círculo como acto de amor
Cuadrar el círculo es un acto de amor hacia la psique. Significa escucharse a uno mismo con profundidad, dejarse tocar por los símbolos que surgen, y mantener la tensión entre lo que creemos ser y lo que desde dentro pulsa por salir. No es un camino recto ni lineal; es más bien espiralado, como un mandala, reflejando el mismo proceso del tiempo profundo.
Aquellos que acompañamos procesos de individuación —ya sea como terapeutas, analistas, docentes, o simplemente como seres humanos en búsqueda— entendemos que no existen fórmulas mágicas. Pero sí hay herramientas que nos guían. El símbolo es una de ellas. Y cuadrar el círculo es una tarea interminable que da sentido a nuestras preguntas más fundamentales.
Por eso, en cada pequeño gesto de escucha interna, en cada sueño que se anota con devoción, en cada imagen que se respeta y se vive, el alma se va haciendo mundo. Y el mundo, alma.
Julio, 2025
A.M.D.G
Bibliografía:
Archive for Research in Archetypal Symbolism. (2011). El libro de los símbolos: Reflexiones sobre las imágenes arquetípicas (1.ª ed.). Taschen.
Martin, S. (2015). Alchemy & alchemists. Pocket Essentials.
Rubino, V. (2025). Individuación: El proceso de ser quienes somos en la psicología profunda de C. G. Jung. Sirena de los Vientos.
Stein, M. (2004). El mapa del alma según Jung. Luciérnaga.
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