La cuestión sobre la existencia de Dios ocupó siempre un lugar preferente en la historia del pensamiento. Entre las opciones que van del sí al no, y con todos los matices que ambas permiten, los filósofos elaboraron propuestas que, con frecuencia, fueron esenciales para comprender su obra.
Obsesionado por el orden, Tomás de Aquino construye en la Suma Teológica un sistemático manual de teología. A la pregunta concreta sobre la existencia de Dios, la respuesta de Aquino es un rotundo sí sostenido en cinco argumentos o vías. La primera constata que hay cosas que se mueven y todo lo que se mueve es movido por otro, de manera que debe haber un primer motor no movido por nadie. La segunda dice que la experiencia demuestra que hay causas y también debe haber una causa primera. La tercera, que los seres no tienen el principio de existencia en sí mismos, así que debe existir un ser que sí lo posea. La cuarta constata diversos grados de perfección en la naturaleza, pero lo perfecto no puede ser originado por lo imperfecto, sino por un ser aún más perfecto. La última vía se fija en el comportamiento de los seres y afirma que estos obran por un fin, por lo que debe existir un ser inteligente que los ordene. Y el ser al que llevan las cinco vías, siempre es Dios.
"Para nosotros constituía un deber auspiciar el sumo bien, y por ello no sólo hay un derecho, sino también una necesidad ligada con el deber como exigencia, para presuponer la posibilidad de ese sumo bien, lo cual, al ser solo posible bajo la condición de la existencia de Dios, vincula inseparablemente con el deber tal presuposición, es decir, que resulta moralmente necesario asumir la existencia de Dios". Crítica de la razón práctica
Los racionalistas, con Descartes al frente, siguen haciendo lugar a Dios en sus idearios, por lo que frecuentemente se les ha tildado de contradictorios. Superándolos, Kant es el primero que asume que cuestiones como la existencia de Dios no son demostrables, aprehensibles por los sentidos, sino que están en otro nivel: son postulados de la razón práctica. Frente a la razón teórica, que se ocupa de conocer cómo son las cosas, la razón práctica busca saber cómo estas deben ser. Frente al reino de la naturaleza y del ser, Kant opone el de la moral y el deber ser. En esa dicotomía es donde se cuela la existencia de Dios: una existencia y una realidad que unifica el ser y el deber ser. Así, la contradicción presente en el mundo entre ser y deber torna necesaria la existencia divina, una entidad donde se unen ser y deber ser en armonía y felicidad perfectas.
“Hay tres clases de personas: las que sirven a Dios habiéndole encontrado; otras que trabajan en buscarle sin haberlo encontrado, y otras que viven sin buscarle ni haberle encontrado. Los primeros son sensatos y felices; los últimos locos y desgraciados; los otros, desgraciados y sensatos". Pensamientos
El padre del humanismo ateo propone un trueque: allá donde dice Dios, debemos poner al hombre. Ludwig Feuerbach llega a esta conclusión despúes de haber revisado el idealismo de Hegel, al que opone su materialismo: la naturaleza. En realidad, como escribe Karen Amstrong en su libro "En defensa de Dios": "Feuerbach había llevado el llamamiento de Hegel por un Dios y una religión de este mundo a su conclusión lógica (...) Dios, afirmaba Feuerbach, no era otra cosa que una construcción humana opresiva. La gente había proyectado sus propias cualidades sobre un ser imaginario que no pasaba de ser un mero reflejo de los seres humanos". Como el pensador alemán defendería en La esencia del cristianismo: "La creencia del hombre en Dios no es otra cosa que su creencia en sí mismo".
El campesino de la cita deja al filósofo español Miguel de Unamuno en el mismo lugar donde terminan los lectores de los libros de Hawkings. Y es que, si Dios no es necesario para explicar el origen del Universo, si no garantiza la inmortalidad, ¿para qué es necesario? Unamuno se lo preguntará durante toda su vida. Y hará de la pregunta, y de la búsqueda de la respuesta, su religión. Con los vaivenes que sean necesarios, ya que de la lectura de su obra pueden extraerse conclusiones contradictorias. "Si creo en Dios, o, por lo menos, creo creer en Él, es, ante todo, porque quiero que Dios exista. Es cosa de corazón", sentencia en el ensayo "Mi religión".
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