por Carlos F. Weisse
Medico psiquiatra y psicoanalista
Miembro didacta de la Asociación Psicoanalítica Argentina y de la Asociación Psicoanalítica Internacional.
Master en Psicoanálisis de la Universidad Nacional de la Matanza.
Docente de la maestría en psicoanálisis de la Universidad CAECE.
Docente de Psicoanálisis de APA
Autor de numerosos artículos publicados en revistas y libros de la especialidad.
Poeta y ensayista.
El hacedor es indiscutiblemente el otro nombre de Borges. El hacedor es Borges, Homero, Dios y el Tiempo, es decir un niño que juega. El nombre de ese juego se llama laberinto, espejo, repetición, inmovilidad, infinito, circularidad, destino. La materia del juego es la palabra, el verso (como el tigre de la palabra tigre); y el ámbito, la casa de juegos es -que otra cosa puede ser- la biblioteca.
Así hay un Borges que vive y uno que escribe. Uno que sueña, recuerda, percibe, experimenta el tiempo en su carne, saborea el café y está el otro, el hacedor. El hacedor juega, falsea, inventa y se fuga a otros mundos creados, sin embargo a la hora de cernirlo, se nos escapa, no sabe, no sabemos cuál es.
Así un día amanece Nils Runeberg para develar la verdad del acto de Judas, el hecho de que la traición de Judas no fue un hecho casual sino prefijado, la traición es el verdadero sacrificio, superior al de la crucifixión. Judas cometió el crimen más abominable y así renunció a la bienaventuranza que le estaba destinada. ¿Qué son unas pocas horas de sufrimiento frente al infierno de la eternidad?
Judas es en realidad la culminación del asceta, aquel que envilece y mortifica su carne, pero el traidor mortificó y envileció el espíritu, fue por decirlo así el príncipe de los ascetas. Premeditó su terrible culpa sin neutralizarla con ninguna virtud, se sometió con humildad a la maldad y se sintió (pues la bondad es atributo divino) indigno de ser bueno.
Si Dios se rebajó a ser hombre para la redención del género humano es ese su gran sacrificio, limitar el padecimiento a la agonía de una tarde en la cruz es blasfemo. Qué otra cosa podía hacer Judas que actuar en espejo y en negativo encarnando el peor de los hombres, el traidor, un crimen sin perdón.
Si Dios habita el paraíso, la felicidad y el bien a los hombres solo les está destinado el infierno, pretender otra cosa es una repulsiva soberbia. Por otra parte si Dios fue hombre no puede haber sido incapaz de pecado, pues sería una falacia, una monstruosidad lógica. Y es aquí entonces que adviene La Verdad: si Dios se ha hecho hombre lo ha sido hasta la infamia, es así entonces que Dios es Judas no Cristo.
Runeberg reveló así el terrible secreto de Dios y echó sobre si las antiguas maldiciones por dar a conocimiento el Secreto Nombre de Dios, sabiéndose culpable de ese crimen oscuro rogaba a voces que le fuera otorgada la gracia de compartir con el redentor el infierno.
Runeberg-Borges murió su muerte de ficción en 1912, una de las tantas que acaecieron, introduciendo al mal y al infortunio en el juego divino, es decir el juego de la creación.
Otro día acontece como Juan Dahlman secretario en la biblioteca municipal en la calle Córdoba, quien entre el pasado germánico de su abuelo evangelista paterno y la muerte romántica de su abuelo materno, Francisco Flores, lanceado por los indios de Catriel, eligió identificarse con este último adoptando un criollismo que lo llevó a conservar el casco de una estancia en el Sur, que había sido de los Flores. Estancia con la que soñaba pasa un verano como dueño y señor.
La oportunidad le llegó en la convalecencia de un accidente insignificante que lo llevó al borde de la muerte. Viajó al Sur soñando con despertarse en la estancia y todavía con el recuerdo fresco de su sufrimiento en el sanatorio disfrutaba del placer de ver transformarse, durante el viaje, el paisaje urbano familiar en uno más antiguo y primigenio.
Tuvo, por razones del ferrocarril que bajarse en la estación anterior, se encontraba en el medio del campo, así que decidió caminar hasta un negocio que quedaba a unas diez cuadras como le indicó el guarda y al cabo llegó a un almacén. Atados al palenque había varios caballos y adentro unos muchachones comían y bebían ruidosamente.
En el suelo, apoyado en el mostrador se acurrucaba un viejo. Decidió comer para matar el tiempo mientras le preparaban la jardinera, y, mientras estaba en eso, de la mesa de los parroquianos, que eran tres, le tiraron una bolita de miga. En un principio Dahlman se hizo el distraído e intentó leer; pero otra bolita lo volvió a humillar junto con la risa de los parroquianos.
El cuento termina con Dahlman saliendo a la llanura, empuñando un cuchillo que le había alcanzado el viejo acurrucado y que no sabía manejar, a enfrentarse con el compadrito de cara achinada que lo había desafiado. Tenía la seguridad de que iba a morir y sintió que ésta es la muerte que hubiera elegido o soñado.
Tal vez la clave de este cuento sea la siguiente frase: “A la realidad le gustan las simetrías y los leves anacronismos; Dhalman había llegado al sanatorio en un coche de plaza y ahora un coche de plaza lo llevaba a Constitución”. Pero hay otra simetría y anacronismo que contiene el cuento, es que Dhalman muere igual que su abuelo materno: Flores, lanceado-acuchillado por un indio o descendiente de él, en la misma llanura, de la misma forma épica.
No es posible sustraerse en este cuento al significado que para Borges tenía el culto a la valentía y a un antepasado con antecedentes guerreros. La identificación con Dhalman está mediatizada aquí por la misma estructura de repetición que Borges llamará simetría-anacronismo.
Pero además en ese cuento aparece otro de los temas borgianos, el enfrentamiento del mundo primitivo del gaucho con el civilizado de la ciudad, un enfrentamiento que da como resultado la muerte violenta de la civilización a manos de la agresión “primitiva”. Podríamos pensar en una nueva versión de “Civilización y barbarie” pero justamente en este punto difiere profundamente, en Borges no hay una pizca de positivismo, pues los extremos en vez de excluirse se integran en una relación dialéctica introduciendo una compleja tensión en la unidad del relato.
Otro ejemplo de esto es El evangelio según San Marcos . El protagonista, Baltasar Espinosa, un típico estudiante porteño, se sumerge en el ambiente primitivo de los Gutre, la familia del capataz de la estancia “Los Alamos”, con los que se queda solo a raíz de una inundación del Salado.
Borges instala para “Los Alamos” un escenario bíblico, una inundación que aísla el casco de la estancia y sobre todo una Biblia encontrada en una habitación que en sus páginas finales contaba la historia de los Guthrie, que tal era el verdadero apellido de los caseros, oriundo de Inverness, llegados a principios del XIX y seguramente peones que se habían cruzado con los indios.
De esta Biblia Espinosa comenzó a leerles el evangelio según San Marcos, lo sorprendió que lo escucharan con tanta atención y con el tiempo vio como los caseros profesaban hacia él admiración y respeto.
Una noche la hija de Gutre, se apareció, desnuda en la habitación de Espinosa y se acostó con él sin decir palabra. Y al día siguiente los Gutre pidieron primero su bendición y luego lo llevaron al galpón, donde habían sacado las vigas del techo para hacer una cruz y crucificarlo.
Distinto es en cambio el enfrentamiento de iguales, tanto en El Duelo , como en El otro Duelo , ambos de El informe de Brodie, narra la agresividad entre iguales, pertenecientes a la misma clase y a la misma cultura. A la sutileza del enfrentamiento entre Clara Glencairn de Figueroa y Marta Pizarro, enfrentamiento cuyo territorio era el de la pintura y el del sofisticado y patricio clima cultural, se contrapone el bestial enfrentamiento entre Manuel Cardoso y Carmen Silveira, muertos en la postrer carrera de degollados que había ideado para ellos el bromista del Pardo Nolan.
En todas estas narraciones aparece el tema del otro, tema por demás visitado por Borges.
Desde ese Otro, profundamente extraño, presentado como perteneciente a una cultura distinta, aunque habitando casi el mismo territorio, otro que despierta desconfianza, angustia y termina, en estos cuentos citados, en una sacrificial inmolación. Al otro como doble, como familiar y semejante apresado en la rivalidad fraterna, con el odio como medida de su vida, hasta tal punto que desaparecido este otro odiado, pero también amado en el fondo, la vida carece de sentido.
El Otro como la alteridad radical, lo distinto fundamental, correspondiente a niveles ontológicos distintos, representado por culturas distintas (ciudad-campo), entidades disímiles (Teseo-Minotauro), (Dios-hombre) tiene su punto de encuentro en la circularidad del espacio, esto es: el laberinto (la estancia, el campo, el laberinto de Asterión, la biblioteca, la cárcel). Su radical diferencia de naturaleza se expresa además en distintos lenguajes, en distintos códigos. En La escritura de Dios el mago Tzinacán descifra en el laberinto de la cárcel las manchas del jaguar, se pregunta ¿Qué tipo de sentencia construirá una mente absoluta? Llega a la conclusión que en el lenguaje de un dios toda palabra enunciaría la infinita concatenación de los hechos en forma explícita e inmediata. Un dios sólo debe decir una palabra y en esa palabra la plenitud. De modo que el lenguaje de Dios es sincrónico y es como una rueda hecha de agua y de fuego que está en todas partes y a un tiempo. Es entonces el espacio y el tiempo circular el atributo de este Otro, que equivale a la sincronía y esto es el laberinto, el instante, la repetición.
El otro como doble o semejante es tributario en cambio del círculo de la luz, la luz circular, que vuelve sobre sí misma, esto es: el espejo. En el espejo el otro, la imagen del otro es mi familiar, mi semejante, mi prójimo aquel con el que me une la rivalidad, el amor, el odio.
La sutileza de Borges para captar la estructura del otro se traduce en frases que describen el estado subjetivo del personaje como elemento fenoménico “Marta comprendió que su vida ya carecía de razón” escribe Borges frente a la muerte de la amiga- enemiga de Marta: Clara Glencairn. O “Cardoso en la caída, estiró los brazos. Había ganado y tal vez no lo supo nunca”. Al final de El Otro duelo.
Este otro especular que también envuelve la historia de Judas y Jesús, que hace de Judas alguien inseparable de Jesús, hasta tal punto que su vida no tendría sentido sin aquel, muestra hasta que punto el yo aparece en una oscilación sincrética, en un transitivismo sin solución que da la pauta de que en el fondo de esta polaridad emerge la verdad de un sujeto dividido entre dos máscaras, unidos por el odio y el amor. Así la verdad de uno aparece en el otro odiado, bajo el signo de la pasión.
Del mismo modo en Los teólogos Aureliano, coadjutor de Aquilea, deploraba en los brillantes tratados de Juan de Panonia contra los herejes “anulares” ( los acólitos del tiempo circular), a su íntimo enemigo. “Aureliano no escribió una sola palabra que inconfesablemente no propendiera a superar a Juan. Su duelo fue invisible…” escribe Borges.
Posteriormente luchando contra la herejía de los histriones, Aureliano repite una frase de Juan de Panonia por la que éste es sentenciado a muerte por hereje. Aureliano así condujo con su escrito a la condena de Juan de Panonia. Juan fue quemado en la hoguera.
El relato finaliza así: “…en el paraíso, Aureliano supo que para la insondable divinidad, él y Juan de Panonia (el ortodoxo y el hereje, el aborrecedor y el aborrecido, el acusador y la víctima) formaban una sola persona”.
En cambio el Otro, aquello que implica una alteridad radical, lo que trasciende el horizonte y deviene divinidad ocupa un lugar totalmente distinto, la divinidad no distinguía entre Aureliano y Juan de Panonia, estaba por supuesto absolutamente ausente de la rivalidad entre ambos.
Es lo que expresa claramente en el poema El Otro :
En el primero de sus largos miles
De hexámetros de bronce invoca el griego
A la ardua musa o a un arcano fuego
Para cantar la cólera de Aquiles.
Sabía que otro-un Dios- es el que hiere
De brusca luz nuestra labor oscura;
Siglos después diría la Escritura
Que el espíritu sopla donde quiere.
La cabal herramienta a su elegido
Da el despiadado dios que no se nombra:
A Milton las paredes de la sombra,
El destierro a Cervantes y el olvido.
Suyo es lo que perdura en la memoria
Del tiempo secular. Nuestra la escoria.
Es entonces desde esta estructura Otro-otro y de su relación con la repetición de donde surge el tema de la circularidad del tiempo, del laberinto y el espejo. Estos montajes imaginarios, escenografías cuyas luces y veladuras, rincones y meandros, apariciones y esfumados son manejados con la agilidad del prestidigitador y la ilusoriedad de los espejos.
Así el forastero que llegó del Sur a las ruinas circulares cumple un sueño ritual, un sueño determinado por la voluntad. Era su anhelo, soñar un hombre, soñarlo con integridad e imponerlo a la realidad, su cuerpo así estaba consagrado a la única tarea de dormir y así fue atravesando la vana apariencia de los pálidos fantasmas.
Por fin fue soñando órgano tras órgano hasta que soñó un hombre íntegro que dormía y así en el fuego del hombre que soñaba el soñado se despertó. Se dedicó a su enseñanza para después insuflarle el olvido; para que de esta manera se creyera un hombre, aunque solo Dios (el fuego) sabía que no lo era.
Pero cuando las ruinas del santuario del dios del fuego fueron destruidas por el fuego. Vio cernirse contra los muros el incendio concéntrico y al caminar sobre los jirones de fuego se dio cuenta que éstos no mordieron su carne, estos lo acariciaron y lo inundaron sin calor ni combustión. Comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo.
Así Las ruinas circulares dialogan con Sueña Alonso Quijano
El hombre se despierta de un incierto
Sueño de alfanjes y de campo llano
Y se toca la barba con la mano
Y se pregunta si está herido o muerto.
¿No lo perseguirán los hechiceros
Que han jurado su mal bajo la luna?
Nada. Apenas el frío. Apenas una
Dolencia de los años postrimeros.
El hidalgo fue un sueño de Cervantes
Y don Quijote un sueño del hidalgo.
El doble sueño los confunde y algo
Está pasando que pasó mucho antes.
Quijano duerme y sueña. Una batalla:
Los mares de Lepanto y la metralla.
Sueño que sueña un soñado, célula esencial del espejo, el laberinto y el tiempo circular, el círculo de la luz, el círculo del camino y el círculo de los acontecimientos se resumen en la materia de los sueños.
En La casa de Asterión el Minotauro es el inocente testigo de un laberinto del que no tiene memoria y que constituye su casa infinita. Es un niño que juega con su amigo imaginario. También juega con los hombres, los nueve que despedaza cada nueve años y cuyos cadáveres le ayudan a distinguir las galerías en las que ha veces se pierde. Este tiempo circular en ese camino circular es interrumpido por la llegada de su redentor (tal como había profetizado una de sus víctimas). Teseo corta el círculo de Asterión y restablece el círculo de la luz. Atenas ha triunfado.
Para definir El tiempo circular Borges acude a tres modos fundamentales. El modo platónico, modo que se estructura en el año perfecto que Platón describe en el “Timeo”. Los siete planetas, equilibradas sus diversas velocidades, regresarán al punto de partida al cabo de doce mil novecientos cincuenta y cuatro años. Entonces si los períodos planetarios son cíclicos, la historia universal también lo será: al cabo de cada año platónico renacerán los mismos individuos y cumplirán el mismo destino, el argumento es Astrológico.
El segundo modo reúne al pensamiento de Nietzsche, Blanqui, Hume, Schopenhauer y Bertrand Russell y el argumento común es más o menos este: si el universo es finito y está compuesto por un número determinado de partículas entonces no es susceptible de un número infinito de transposiciones en una duración eterna. Así todos los órdenes y colocaciones posibles ocurrirán un número infinito de veces. El mundo con todos sus detalles ha sido elaborado y aniquilado, y será elaborado y aniquilado infinitamente. Dicho de otra manera el estado posterior es numéricamente idéntico al anterior, pero no se puede decir que este estado ocurre dos veces sino que vuelve al mismo estado, el punto de partida y el de llegada son el mismo lugar.
El tercer modo se basa en una cita de Marco Aurelio: “Aunque los años de tu vida fuesen tres mil, o diez veces tres mil, recuerda que ninguno pierde otra vida que la que vive ahora, ni vive otra que la que pierde. El término más largo y el más breve son, pues, iguales. El presente es de todos; morir es perder el presente, que es un lapso brevísimo. Nadie pierde el pasado ni el porvenir, pues a nadie pueden quitarle lo que no tiene. Recuerda que todas las cosas giran y vuelven a girar por las mismas órbitas y que para el espectador es igual verlas un siglo o dos o infinitamente” (pag 395).
Marco Aurelio afirma la analogía, no la identidad y afirma que cualquier lapso contiene íntegramente la historia. Aplicada a grandes períodos la conjetura es verosímil, sostiene que el número de percepciones, de emociones, de pensamientos, de vicisitudes es limitado y que antes de la muerte lo agotaremos.
El tema de la circularidad, del eterno retorno, de la repetición aúna entonces lo infinito con lo inmediato, surge así una dimensión del tiempo en que la duración es una simple ilusión de la memoria pues un instante puede contener toda la historia y toda la historia es a su vez el instante. Así entonces el tiempo y el espacio existen de una manera en la que vuelven sobre si mismos, no es reversible sino análogo en su irreversibilidad. Y es así porque el tiempo y el espacio está constituido por la cifra, es del orden del signo y de la ceguera, de una repetición ciega que existe mas allá de toda ilusión. Es así del orden de ese Otro impulsado por la fuerza ciega de la repetición, el destino que implica “anacronismo y simetría” y que alude al movimiento circular.
Sobre esta roca circular del tiempo y el espacio se erige el espejo introduciendo la dimensión del instante, este instante es tributario de la circularidad de la luz, es así la roca iluminada, el territorio del otro y del espejo en el que emerge la escena, el instante de la policromía, de las luces y las sombras. En ese instante la carne siente y se viste, sufre y se alegra, ama y odia.
Así el otro soy yo y viceversa, y es también la escena y el instante posible, la dimensión del relato y la carne de la cifra que el hacedor: Borges, moldea.
Medico psiquiatra y psicoanalista
Miembro didacta de la Asociación Psicoanalítica Argentina y de la Asociación Psicoanalítica Internacional.
Master en Psicoanálisis de la Universidad Nacional de la Matanza.
Docente de la maestría en psicoanálisis de la Universidad CAECE.
Docente de Psicoanálisis de APA
Autor de numerosos artículos publicados en revistas y libros de la especialidad.
Poeta y ensayista.
El hacedor es indiscutiblemente el otro nombre de Borges. El hacedor es Borges, Homero, Dios y el Tiempo, es decir un niño que juega. El nombre de ese juego se llama laberinto, espejo, repetición, inmovilidad, infinito, circularidad, destino. La materia del juego es la palabra, el verso (como el tigre de la palabra tigre); y el ámbito, la casa de juegos es -que otra cosa puede ser- la biblioteca.
Así hay un Borges que vive y uno que escribe. Uno que sueña, recuerda, percibe, experimenta el tiempo en su carne, saborea el café y está el otro, el hacedor. El hacedor juega, falsea, inventa y se fuga a otros mundos creados, sin embargo a la hora de cernirlo, se nos escapa, no sabe, no sabemos cuál es.
Así un día amanece Nils Runeberg para develar la verdad del acto de Judas, el hecho de que la traición de Judas no fue un hecho casual sino prefijado, la traición es el verdadero sacrificio, superior al de la crucifixión. Judas cometió el crimen más abominable y así renunció a la bienaventuranza que le estaba destinada. ¿Qué son unas pocas horas de sufrimiento frente al infierno de la eternidad?
Judas es en realidad la culminación del asceta, aquel que envilece y mortifica su carne, pero el traidor mortificó y envileció el espíritu, fue por decirlo así el príncipe de los ascetas. Premeditó su terrible culpa sin neutralizarla con ninguna virtud, se sometió con humildad a la maldad y se sintió (pues la bondad es atributo divino) indigno de ser bueno.
Si Dios se rebajó a ser hombre para la redención del género humano es ese su gran sacrificio, limitar el padecimiento a la agonía de una tarde en la cruz es blasfemo. Qué otra cosa podía hacer Judas que actuar en espejo y en negativo encarnando el peor de los hombres, el traidor, un crimen sin perdón.
Si Dios habita el paraíso, la felicidad y el bien a los hombres solo les está destinado el infierno, pretender otra cosa es una repulsiva soberbia. Por otra parte si Dios fue hombre no puede haber sido incapaz de pecado, pues sería una falacia, una monstruosidad lógica. Y es aquí entonces que adviene La Verdad: si Dios se ha hecho hombre lo ha sido hasta la infamia, es así entonces que Dios es Judas no Cristo.
Runeberg reveló así el terrible secreto de Dios y echó sobre si las antiguas maldiciones por dar a conocimiento el Secreto Nombre de Dios, sabiéndose culpable de ese crimen oscuro rogaba a voces que le fuera otorgada la gracia de compartir con el redentor el infierno.
Runeberg-Borges murió su muerte de ficción en 1912, una de las tantas que acaecieron, introduciendo al mal y al infortunio en el juego divino, es decir el juego de la creación.
Otro día acontece como Juan Dahlman secretario en la biblioteca municipal en la calle Córdoba, quien entre el pasado germánico de su abuelo evangelista paterno y la muerte romántica de su abuelo materno, Francisco Flores, lanceado por los indios de Catriel, eligió identificarse con este último adoptando un criollismo que lo llevó a conservar el casco de una estancia en el Sur, que había sido de los Flores. Estancia con la que soñaba pasa un verano como dueño y señor.
La oportunidad le llegó en la convalecencia de un accidente insignificante que lo llevó al borde de la muerte. Viajó al Sur soñando con despertarse en la estancia y todavía con el recuerdo fresco de su sufrimiento en el sanatorio disfrutaba del placer de ver transformarse, durante el viaje, el paisaje urbano familiar en uno más antiguo y primigenio.
Tuvo, por razones del ferrocarril que bajarse en la estación anterior, se encontraba en el medio del campo, así que decidió caminar hasta un negocio que quedaba a unas diez cuadras como le indicó el guarda y al cabo llegó a un almacén. Atados al palenque había varios caballos y adentro unos muchachones comían y bebían ruidosamente.
En el suelo, apoyado en el mostrador se acurrucaba un viejo. Decidió comer para matar el tiempo mientras le preparaban la jardinera, y, mientras estaba en eso, de la mesa de los parroquianos, que eran tres, le tiraron una bolita de miga. En un principio Dahlman se hizo el distraído e intentó leer; pero otra bolita lo volvió a humillar junto con la risa de los parroquianos.
El cuento termina con Dahlman saliendo a la llanura, empuñando un cuchillo que le había alcanzado el viejo acurrucado y que no sabía manejar, a enfrentarse con el compadrito de cara achinada que lo había desafiado. Tenía la seguridad de que iba a morir y sintió que ésta es la muerte que hubiera elegido o soñado.
Tal vez la clave de este cuento sea la siguiente frase: “A la realidad le gustan las simetrías y los leves anacronismos; Dhalman había llegado al sanatorio en un coche de plaza y ahora un coche de plaza lo llevaba a Constitución”. Pero hay otra simetría y anacronismo que contiene el cuento, es que Dhalman muere igual que su abuelo materno: Flores, lanceado-acuchillado por un indio o descendiente de él, en la misma llanura, de la misma forma épica.
No es posible sustraerse en este cuento al significado que para Borges tenía el culto a la valentía y a un antepasado con antecedentes guerreros. La identificación con Dhalman está mediatizada aquí por la misma estructura de repetición que Borges llamará simetría-anacronismo.
Pero además en ese cuento aparece otro de los temas borgianos, el enfrentamiento del mundo primitivo del gaucho con el civilizado de la ciudad, un enfrentamiento que da como resultado la muerte violenta de la civilización a manos de la agresión “primitiva”. Podríamos pensar en una nueva versión de “Civilización y barbarie” pero justamente en este punto difiere profundamente, en Borges no hay una pizca de positivismo, pues los extremos en vez de excluirse se integran en una relación dialéctica introduciendo una compleja tensión en la unidad del relato.
Otro ejemplo de esto es El evangelio según San Marcos . El protagonista, Baltasar Espinosa, un típico estudiante porteño, se sumerge en el ambiente primitivo de los Gutre, la familia del capataz de la estancia “Los Alamos”, con los que se queda solo a raíz de una inundación del Salado.
Borges instala para “Los Alamos” un escenario bíblico, una inundación que aísla el casco de la estancia y sobre todo una Biblia encontrada en una habitación que en sus páginas finales contaba la historia de los Guthrie, que tal era el verdadero apellido de los caseros, oriundo de Inverness, llegados a principios del XIX y seguramente peones que se habían cruzado con los indios.
De esta Biblia Espinosa comenzó a leerles el evangelio según San Marcos, lo sorprendió que lo escucharan con tanta atención y con el tiempo vio como los caseros profesaban hacia él admiración y respeto.
Una noche la hija de Gutre, se apareció, desnuda en la habitación de Espinosa y se acostó con él sin decir palabra. Y al día siguiente los Gutre pidieron primero su bendición y luego lo llevaron al galpón, donde habían sacado las vigas del techo para hacer una cruz y crucificarlo.
Distinto es en cambio el enfrentamiento de iguales, tanto en El Duelo , como en El otro Duelo , ambos de El informe de Brodie, narra la agresividad entre iguales, pertenecientes a la misma clase y a la misma cultura. A la sutileza del enfrentamiento entre Clara Glencairn de Figueroa y Marta Pizarro, enfrentamiento cuyo territorio era el de la pintura y el del sofisticado y patricio clima cultural, se contrapone el bestial enfrentamiento entre Manuel Cardoso y Carmen Silveira, muertos en la postrer carrera de degollados que había ideado para ellos el bromista del Pardo Nolan.
En todas estas narraciones aparece el tema del otro, tema por demás visitado por Borges.
Desde ese Otro, profundamente extraño, presentado como perteneciente a una cultura distinta, aunque habitando casi el mismo territorio, otro que despierta desconfianza, angustia y termina, en estos cuentos citados, en una sacrificial inmolación. Al otro como doble, como familiar y semejante apresado en la rivalidad fraterna, con el odio como medida de su vida, hasta tal punto que desaparecido este otro odiado, pero también amado en el fondo, la vida carece de sentido.
El Otro como la alteridad radical, lo distinto fundamental, correspondiente a niveles ontológicos distintos, representado por culturas distintas (ciudad-campo), entidades disímiles (Teseo-Minotauro), (Dios-hombre) tiene su punto de encuentro en la circularidad del espacio, esto es: el laberinto (la estancia, el campo, el laberinto de Asterión, la biblioteca, la cárcel). Su radical diferencia de naturaleza se expresa además en distintos lenguajes, en distintos códigos. En La escritura de Dios el mago Tzinacán descifra en el laberinto de la cárcel las manchas del jaguar, se pregunta ¿Qué tipo de sentencia construirá una mente absoluta? Llega a la conclusión que en el lenguaje de un dios toda palabra enunciaría la infinita concatenación de los hechos en forma explícita e inmediata. Un dios sólo debe decir una palabra y en esa palabra la plenitud. De modo que el lenguaje de Dios es sincrónico y es como una rueda hecha de agua y de fuego que está en todas partes y a un tiempo. Es entonces el espacio y el tiempo circular el atributo de este Otro, que equivale a la sincronía y esto es el laberinto, el instante, la repetición.
La sutileza de Borges para captar la estructura del otro se traduce en frases que describen el estado subjetivo del personaje como elemento fenoménico “Marta comprendió que su vida ya carecía de razón” escribe Borges frente a la muerte de la amiga- enemiga de Marta: Clara Glencairn. O “Cardoso en la caída, estiró los brazos. Había ganado y tal vez no lo supo nunca”. Al final de El Otro duelo.
Este otro especular que también envuelve la historia de Judas y Jesús, que hace de Judas alguien inseparable de Jesús, hasta tal punto que su vida no tendría sentido sin aquel, muestra hasta que punto el yo aparece en una oscilación sincrética, en un transitivismo sin solución que da la pauta de que en el fondo de esta polaridad emerge la verdad de un sujeto dividido entre dos máscaras, unidos por el odio y el amor. Así la verdad de uno aparece en el otro odiado, bajo el signo de la pasión.
Del mismo modo en Los teólogos Aureliano, coadjutor de Aquilea, deploraba en los brillantes tratados de Juan de Panonia contra los herejes “anulares” ( los acólitos del tiempo circular), a su íntimo enemigo. “Aureliano no escribió una sola palabra que inconfesablemente no propendiera a superar a Juan. Su duelo fue invisible…” escribe Borges.
Posteriormente luchando contra la herejía de los histriones, Aureliano repite una frase de Juan de Panonia por la que éste es sentenciado a muerte por hereje. Aureliano así condujo con su escrito a la condena de Juan de Panonia. Juan fue quemado en la hoguera.
El relato finaliza así: “…en el paraíso, Aureliano supo que para la insondable divinidad, él y Juan de Panonia (el ortodoxo y el hereje, el aborrecedor y el aborrecido, el acusador y la víctima) formaban una sola persona”.
En cambio el Otro, aquello que implica una alteridad radical, lo que trasciende el horizonte y deviene divinidad ocupa un lugar totalmente distinto, la divinidad no distinguía entre Aureliano y Juan de Panonia, estaba por supuesto absolutamente ausente de la rivalidad entre ambos.
Es lo que expresa claramente en el poema El Otro :
En el primero de sus largos miles
De hexámetros de bronce invoca el griego
A la ardua musa o a un arcano fuego
Para cantar la cólera de Aquiles.
Sabía que otro-un Dios- es el que hiere
De brusca luz nuestra labor oscura;
Siglos después diría la Escritura
Que el espíritu sopla donde quiere.
La cabal herramienta a su elegido
Da el despiadado dios que no se nombra:
A Milton las paredes de la sombra,
El destierro a Cervantes y el olvido.
Suyo es lo que perdura en la memoria
Del tiempo secular. Nuestra la escoria.
Es entonces desde esta estructura Otro-otro y de su relación con la repetición de donde surge el tema de la circularidad del tiempo, del laberinto y el espejo. Estos montajes imaginarios, escenografías cuyas luces y veladuras, rincones y meandros, apariciones y esfumados son manejados con la agilidad del prestidigitador y la ilusoriedad de los espejos.
Así el forastero que llegó del Sur a las ruinas circulares cumple un sueño ritual, un sueño determinado por la voluntad. Era su anhelo, soñar un hombre, soñarlo con integridad e imponerlo a la realidad, su cuerpo así estaba consagrado a la única tarea de dormir y así fue atravesando la vana apariencia de los pálidos fantasmas.
Por fin fue soñando órgano tras órgano hasta que soñó un hombre íntegro que dormía y así en el fuego del hombre que soñaba el soñado se despertó. Se dedicó a su enseñanza para después insuflarle el olvido; para que de esta manera se creyera un hombre, aunque solo Dios (el fuego) sabía que no lo era.
Pero cuando las ruinas del santuario del dios del fuego fueron destruidas por el fuego. Vio cernirse contra los muros el incendio concéntrico y al caminar sobre los jirones de fuego se dio cuenta que éstos no mordieron su carne, estos lo acariciaron y lo inundaron sin calor ni combustión. Comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo.
Así Las ruinas circulares dialogan con Sueña Alonso Quijano
El hombre se despierta de un incierto
Sueño de alfanjes y de campo llano
Y se toca la barba con la mano
Y se pregunta si está herido o muerto.
¿No lo perseguirán los hechiceros
Que han jurado su mal bajo la luna?
Nada. Apenas el frío. Apenas una
Dolencia de los años postrimeros.
El hidalgo fue un sueño de Cervantes
Y don Quijote un sueño del hidalgo.
El doble sueño los confunde y algo
Está pasando que pasó mucho antes.
Quijano duerme y sueña. Una batalla:
Los mares de Lepanto y la metralla.
Sueño que sueña un soñado, célula esencial del espejo, el laberinto y el tiempo circular, el círculo de la luz, el círculo del camino y el círculo de los acontecimientos se resumen en la materia de los sueños.
En La casa de Asterión el Minotauro es el inocente testigo de un laberinto del que no tiene memoria y que constituye su casa infinita. Es un niño que juega con su amigo imaginario. También juega con los hombres, los nueve que despedaza cada nueve años y cuyos cadáveres le ayudan a distinguir las galerías en las que ha veces se pierde. Este tiempo circular en ese camino circular es interrumpido por la llegada de su redentor (tal como había profetizado una de sus víctimas). Teseo corta el círculo de Asterión y restablece el círculo de la luz. Atenas ha triunfado.
Para definir El tiempo circular Borges acude a tres modos fundamentales. El modo platónico, modo que se estructura en el año perfecto que Platón describe en el “Timeo”. Los siete planetas, equilibradas sus diversas velocidades, regresarán al punto de partida al cabo de doce mil novecientos cincuenta y cuatro años. Entonces si los períodos planetarios son cíclicos, la historia universal también lo será: al cabo de cada año platónico renacerán los mismos individuos y cumplirán el mismo destino, el argumento es Astrológico.
El segundo modo reúne al pensamiento de Nietzsche, Blanqui, Hume, Schopenhauer y Bertrand Russell y el argumento común es más o menos este: si el universo es finito y está compuesto por un número determinado de partículas entonces no es susceptible de un número infinito de transposiciones en una duración eterna. Así todos los órdenes y colocaciones posibles ocurrirán un número infinito de veces. El mundo con todos sus detalles ha sido elaborado y aniquilado, y será elaborado y aniquilado infinitamente. Dicho de otra manera el estado posterior es numéricamente idéntico al anterior, pero no se puede decir que este estado ocurre dos veces sino que vuelve al mismo estado, el punto de partida y el de llegada son el mismo lugar.
El tercer modo se basa en una cita de Marco Aurelio: “Aunque los años de tu vida fuesen tres mil, o diez veces tres mil, recuerda que ninguno pierde otra vida que la que vive ahora, ni vive otra que la que pierde. El término más largo y el más breve son, pues, iguales. El presente es de todos; morir es perder el presente, que es un lapso brevísimo. Nadie pierde el pasado ni el porvenir, pues a nadie pueden quitarle lo que no tiene. Recuerda que todas las cosas giran y vuelven a girar por las mismas órbitas y que para el espectador es igual verlas un siglo o dos o infinitamente” (pag 395).
Marco Aurelio afirma la analogía, no la identidad y afirma que cualquier lapso contiene íntegramente la historia. Aplicada a grandes períodos la conjetura es verosímil, sostiene que el número de percepciones, de emociones, de pensamientos, de vicisitudes es limitado y que antes de la muerte lo agotaremos.
El tema de la circularidad, del eterno retorno, de la repetición aúna entonces lo infinito con lo inmediato, surge así una dimensión del tiempo en que la duración es una simple ilusión de la memoria pues un instante puede contener toda la historia y toda la historia es a su vez el instante. Así entonces el tiempo y el espacio existen de una manera en la que vuelven sobre si mismos, no es reversible sino análogo en su irreversibilidad. Y es así porque el tiempo y el espacio está constituido por la cifra, es del orden del signo y de la ceguera, de una repetición ciega que existe mas allá de toda ilusión. Es así del orden de ese Otro impulsado por la fuerza ciega de la repetición, el destino que implica “anacronismo y simetría” y que alude al movimiento circular.
Sobre esta roca circular del tiempo y el espacio se erige el espejo introduciendo la dimensión del instante, este instante es tributario de la circularidad de la luz, es así la roca iluminada, el territorio del otro y del espejo en el que emerge la escena, el instante de la policromía, de las luces y las sombras. En ese instante la carne siente y se viste, sufre y se alegra, ama y odia.
Así el otro soy yo y viceversa, y es también la escena y el instante posible, la dimensión del relato y la carne de la cifra que el hacedor: Borges, moldea.
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