A partir de la película “El coleccionista” (William Wyler, 1965), una de las obras clásicas del cine de psicopátas, el estudioso español de historia del arte, Luis Platypus, sugiere esta interesante reflexión: "una escena, de las más impresionantes que conozco, contiene el que considero el diálogo definitivo sobre el abismo que se abre entre el arte y la vida. En la película, Terence Stamp interpreta a un tipo desequilibrado cuya mayor afición es el coleccionismo de mariposas, y que secuestra a una guapetona estudiante de arte (Samantha Eggar). Durante su cautiverio, ella le pide que lea “El guardián entre el centeno” porque es su novela favorita y adora a su protagonista, así que confía en que Stamp se sienta identificado con él. Sin embargo, cuando éste lo lee reacciona como se aprecia en las imágenes. Sabe que a ella sólo le fascina Holden Caulfield porque es un personaje de ficción al que ha envuelto en un aura de romanticismo, pero que en realidad le espantaría toparse con un Caulfield de carne y hueso.
Es decir, ocurre que el propio Stamp es el paradigma del marginado que ella aprecia en los libros, pero se muestra incapaz de comprenderlo un ápice cuando lo tiene delante. En esa misma secuencia también hablan de Picasso; él lo desprecia porque ‘no pintaba a la gente como es realmente’, mientras que ella le explica que su virtud era ver las cosas de otro ángulo, razón por la que dislocaba la fisonomía de sus modelos. De nuevo, quien realmente tiene una percepción radicalmente distinta de las cosas es el personaje interpretado por Stamp –un verdadero obseso y un 'outsider'-, lo bastante listo como para saber que los puntos de vista alternativos sobre la realidad sólo le gustan a Eggars a distancia, como arte o literatura que le permiten la ilusión de sentirse osada y empática durante un rato sin arriesgar nada".
(Agradecemos a Luis Platypus permitirnos compartir su reflexión en este blog)
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