sábado, 18 de julio de 2020

El mejor momento de las religiones


"(...) La que tal vez constituya la aportación más importante de la religión a los debates de la política pública es la capacidad de verlo todo dentro de un proceso que se desarrolla a lo largo de mucho tiempo. Las personas tienen hoy una conciencia más clara que nunca de las amplias dimensiones del tiempo. La ciencia nos ha enseñado que el
mundo se creó hace, aproximadamente, 13,5 miles de millones de años y que los seres humanos han evolucionado durante cientos de millones de años. Incluso hemos descubierto que hace 30.000 años ya cocinábamos el pan en los hornos. Sin embargo, estamos afligidos por políticas a corto plazo que han demostrado ser absurdas, sobre todo frente al cambio climático. Los políticos tienden a pensar solo en las próximas elecciones; la mayor parte de las empresas, en el próximo balance; los periodistas, en la próxima fecha límite. Las religiones deben dar a conocer que nuestra
comunidad incluye a quienes murieron hace miles de años e incluso a quienes aún están por nacer. ¡Para construir una catedral en la Edad Media se necesitaban entre cincuenta y cien años!

Este discurso puede parecer demasiado optimista y fácil, como si las religiones fuesen oasis de reflexión serena, tolerante e inteligente. Se puede objetar que en todo el mundo los conflictos están alimentados por las divisiones religiosas: el terrorismo islamista está muy difundido; el fundamentalismo hinduista está echando más leña al fuego del nacionalismo de la India; y los budistas persiguen a los musulmanes en Myanmar. También los cristianos tenemos una historia de violencia de la que avergonzarnos. «¡Tened los pies en la tierra!», nos dicen.

Todo esto es cierto. Me gustaría sugerir que el fundamentalismo es una característica de la modernidad. Está el fundamentalismo científico, bastante ingenuo, de los ateos del siglo XX, al estilo de Richard Dawkins; está el fundamentalismo de mercado, que sostiene que, si confiamos en la mano invisible del mercado, entonces todo irá bien. Estamos afligidos por diferentes modos de pensar reduccionistas, que ofrecen claves simplistas para comprender la realidad. La complejidad de la conciencia humana se reduce a la activación de las sinapsis. El fundamentalismo religioso es típico de este reduccionismo moderno. Se desarrolló a principios del siglo XX en los Estados Unidos como reacción al fundamentalismo científico y a la teología liberal. No tiene nada de
específicamente religioso.

En su mejor momento, cuando oponen resistencia a la seducción de las verdades simplistas, las religiones nos vuelven a llevar a los grandes interrogantes de la existencia
humana: ¿Qué significa ser humano? ¿Cuál es nuestro destino? ¿Hay algo más que la nada? ¿Tenemos algo de lo que alegrarnos? ¿Podemos tener esperanza? Cada una de las grandes culturas se ha cimentado a partir de estas preguntas. Sin embargo, nuestra presurosa e inquieta cultura, con su escaso poder de concentración y su frenético ajetreo, corre el riesgo de olvidarlas. El padre Adolfo Nicolás, superior general de los jesuitas hasta hace unos meses, sostiene que nuestro mayor peligro es la globalización de la superficialidad. Cuando la religión está en su mejor momento y se olvida de intentar ser relevante, su contribución más grande a nuestra sociedad es devolvernos a estas preguntas fundamentales, aunque nuestras respuestas solamente lleguen a rozar el borde del misterio. Como decía santo Tomás de Aquino, nos unimos a Dios como a algo Desconocido".

Tymothy Radcliffe O.P, 
"El borde del Misterio. Tener fe en tiempos de incertidumbre", 
Ediciones Mensajero, Bilbao, 2016, p 9-10.

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