Fiodor Dostoievski sentencia que si Dios ha muerto todo está permitido. Jacques Lacan, en cambio, considera que si Dios ha muerto nada está permitido. En su presentación, Slavoj Zizek señala con acierto que para el psicoanálisis una de las consecuencias de la muerte de Dios es -pese a las apariencias- la prohibición del placer. Ello se explica si tenemos en cuenta que el superyó de la época actual ordena gozar, sus imperativos atentan contra los placeres singulares no regidos por los mandatos que se imponen. El psicoanálisis se inscribe en el horizonte de la "muerte de Dios", podemos ubicar al superyó como instancia que se yergue allí donde -según palabras de Nietzsche- el mar se ha vaciado y la tierra se ha desatado de su sol. Ya Freud establecía una proporción inversa entre el padre y el superyó: cuanto menor la fortaleza del primero, mayor la severidad cruel del segundo. Lacan anticipa el signo de estos tiempos al hablar de un superyó que impone el goce, el sujeto ya no se siente culpable por el deseo inconsciente que ha debido reprimir -pero que conserva vigencia- si no por no gozar lo suficiente; la culpa por gozar -pese a la prohibición- ha trocado su lugar por la culpa por gozar demasiado poco. Sin embargo, no sólo hay renuncia en el primer caso, puesto que el imperativo de goce -afirma Zizek- conlleva la prohibición del placer, atento a que "todo placer determinado es ya una traición del incondicional, por lo tanto debería estar prohibido".
Fragmento de "Placer y bien: Platón, Aristóteles, Freud", de Silvio Maresca, Roberto Magliano y Silvia Ons
Fragmento de "Placer y bien: Platón, Aristóteles, Freud", de Silvio Maresca, Roberto Magliano y Silvia Ons
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