domingo, 25 de diciembre de 2016

Un sueño de Navidad

"¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción; y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son". Pedro Calderón de la Barca


Allá, a comienzos del siglo xx, un famoso señor tuvo la genial intuición de afirmar que “los sueños son realización de deseos”, y si bien debido al camuflaje tan propio del mundo onírico el asunto no es en principio tan sencillo como parece, a juzgar por lo que ocurre a veces, uno claramente sueña cosas que sencillamente son demasiado deseadas e impensables para que sucedan en la vida real.

Y si no, valga compartir mi breve y terrenal experiencia, que convirtió mi nochebuena postfestejos en el cumplimiento de un nostálgico sueño de adolescencia. Porque mas allá de los encuentros familiares y las sorpresas en el arbolito, no podía imaginar que el regalo estrella de Papa Noel iba a esperarme al cerrar los ojos y sumergirme en el océano del inconsciente.

No sé como ni porque razón, pero me descubrí en el Paseo La Plaza de la avenida Corrientes, o al menos, en un lugar demasiado parecido a aquel. Caminaba por los restoranes y los negocios, tal vez buscando la salida o simplemente vagando errante o predestinado por el lugar. Hasta que yo mismo advertí, o quizás alguna otra persona, que en uno de los bares estaba nada más ni nada menos que ese amor imposible traído directamente desde la adolescencia, ese que alimenta las fantasías de uno y que al modo de Beatriz a los ojos del Dante en la ¨Divina Comedia¨, se nos presenta alguna vez como el “ideal”; en mi caso, la cantante australiana Natalie Imbruglia. Y claro, naturalmente yo no podía creerlo. Bastó que mirara desde fuera del local, para comprobar que dentro y compartiendo un almuerzo junto con otras personas, estaba ella, sí, ella misma. Ahí, a pocos metros, mágicamente desde Australia hasta la av. Corrientes de la ciudad de Buenos Aires. No podía ser verdad. Pero allí estaba. Claro que no era el único que lo había advertido, y ya cuando me dí cuenta (o cuando "alguien" descubrió que estaba allí) había un gran tumulto de personas cuchicheando, comentando, o amagando con entrar y llevarse quizás algún autógrafo. Se me ocurrió pensar en sacarme una foto con ella, pero me dí cuenta que no tenía cámara, y en todo caso, solo podía apelar en esa ocasión única a la penosa camarita de mi celular, jamás usada y de calidad muy dudosa, pero que claro, era lo único que tenía a mano. En ese mismo momento, no sé si advirtiendo el tumulto o simplemente porque el almuerzo había terminado, ella junto con su grupo de amigos se ponía de pie. Era el momento, ahora o nunca. No podía dejarla ir sin más. ¿Como dejar escapar a esa mujer que tanto me inspiraba sin retratar el momento ni decirle nada? Sería imperdonable, pensaba. De manera que, además, le pediría que me escribiera unas palabras. Llevarme su letra impresa iba a reforzar también la veracidad de la ocasión, sería la prueba escrita de que indudablemente ella había estado allí. Hasta que me dí cuenta que ni papel ni birome tenía. Y no había tiempo de correr a buscar. ¿Y si al volver, medio minuto después, había desaparecido entre la gente? No, esa no era una opción. Afortunadamente, un alma caritativa, con cara de viejo compañero de secundario a quien no lo logro reconocer, y quizás dándose cuenta de mi cariño por la muchacha, me ofreció un pedazo de papel y un lápiz. Ahora, solo quedaba acercarme. Y eso hice, venciendo la resistencia del tumulto con una increíble facilidad, llegando a estar…¡frente a ella! Parecía la Natalie de los comienzos, la de los años 90', no con sus actuales jóvenes y hermosos treinta y cinco años de edad, sino la del principio de su carrera, la del pelo corto y look rebelde que me gustaba cuando recién la descubrí. Maravilla de los sueños, no existían las barreras idiomáticas. "¿Te sacás una foto conmigo?", le pregunté. Y ella asintió devolviéndome una sonrisa que hizo que las piernas se me aflojaran. En ese instante, solamente éramos ella y yo. Al menos para mí, claro. Pero el resto de los allí presentes parecían confirmarme en mi sensación, ya que nos rodeaban formando un círculo. Y la mediocre cámara de mi celular, en manos de este mismo muchacho del papel y lapiz y de indudable enorme corazón, retrataba el momento. Mi brazo derecho rodeaba los hombros de Natalie, mi piel junto a su suave piel, era el paraíso. Escuchaba los latidos de mi corazón, cerraba los ojos, y al abrirlos, ella seguía ahí. ¡¡No estaba soñando!! Y si lo estaba, todo era demasiado borgeano, sacado de sus célebres 'Ficciones'. Retratado el momento, me resistía a soltarla. Le pedí un autógrafo, aún con lo que los detesto, pero todo valía si se trataba de estirar la magia del instante. Con esa misma dulzura que yo siempre le atribuía, me lo firmó. Y cuando levantó la cabeza y me miró para despedirse, no pude evitarlo. Mirándola a los ojos, y con sonrisa de feliz cumpleaños, le dije: “Natalie, flaca, sos la mujer de mis sueños”. Ella volvió a sonreir tiernamente, aunque no me respondió. Estaba claro, ni en sueños iba a tener la más mínima chance. Hasta que sonó el despertador. Y aunque me resistí y luché, al final abrí los ojos lentamente. El sol hacía ya un largo rato que había asomado y reinaba en todo su esplendor, y el sábado caluroso de la ciudad me recibió a la realidad con un sabor agridulce. Aunque en esos breves segundos, nada importaba. Estiré el brazo y tomé un pequeño libro de frases junto al velador, y al abrirlo me encontré con estas palabras de George Bernard Shaw:"Ves cosas y dices,"¿Por qué?" Pero yo sueño cosas que nunca fueron y digo, "¿Por qué no?".
Sin duda alguna, al menos, directamente desde mi inconciente, yo ya había tenido mi regalo de navidad.

Juan Manuel Otero Barrigón, escrito lúdico en Diciembre de 2009

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