jueves, 9 de junio de 2016

Arte, deseo, vida y muerte



Ya es de perogrullo señalar la importancia que tiene el arte para la salud mental, tanto en términos de su promoción como en su papel de recurso en relación al tratamiento y la cura en distintos contextos psicoterapéuticos.

Para el célebre historiador del arte René Huyghe, el arte es la “salvaguarda del alma”. “Alma”, que como sabemos, en griego es Psyché.

Psyché, la mortal más bella de la mitología, dotada de una belleza tal capaz de provocar los celos de la misma diosa Afrodita.

Belleza que busca realizarse en todo acto creativo, fruto de la particular estructura psíquica de aquel que se pone manos a la obra.

Ponerse manos a la obra consecuencia de una necesidad, nacida del impulso por llegar a ser algo más que nosotros mismos.

Ser artista, crear arte, supone producir un algo, que antes no era, en el orden del ser. Si la muerte es nuestra certidumbre más verdadera y la angustia nace de “la disposición fundamental que nos coloca frente a la nada”, frente al fondo “desfondado” (Heidegger), el arte funciona entonces como defensa, como medio de autopreservación, que nos prolonga en su tentativa, por medio de nuestras creaciones.

El proceso que da nacimiento a una obra artística, sea esta una pintura, un poema, una escultura o una canción, supone siempre un estar Presente. Estar Presente que significa estar en sí, aquí, en el mundo. Toda obra artística se lanza a la intensidad de la presencia, surgida en el corazón de ese acto creativo, que es siempre, para los demás, un proceso único e inaccesible en su origen.

En el Crepúsculo de los ídolos, afirmaba Nietszche que “sin música, la vida sería un error”. Declaración profunda demostrativa de su amor a la música, luego reiterada en su correspondencia personal con amigos y artistas. Para él, la música expresa, más que cualquier otro arte, la realidad de la voluntad de poder, siendo estimulante embriagador de la vida. Su genuina expresión sería luego recuperada por la sabiduría popular, y extendida al arte en general: “sin arte la vida sería un error”; afirmación la cual, según sus biógrafos, el propio Niestszche no había llegado a formular como tal. Afirmación que no obstante, apunta a lo esencial de nuestra reflexión aquí compartida.

A través de las imágenes, impresiones, sonidos y palabras que tocan nuestra sensibilidad y se cristalizan en una obra, se manifiesta el deseo propio, encontrando por esta vía senderos para su exteriorización, e impidiéndonos el acceso, al decir de Lacan, a un “Horror fundamental”.

El arte sirve, en este recorrido, como ritual conjurador de la muerte. Una pintura del artista simbolista finlandés Hugo Simberg, “El Jardín de la muerte” (The Garden of Death), refleja esto muy bien. Datada del año 1896, en ella, Simberg plasma uno de sus principales motivos e intereses, del tipo de los que según él, son “capaces de conmover al alma”: la finitud del hombre. En esta obra se observan en primer plano una serie de figuras esqueléticas, que lejos de las clásicas representaciones atemorizantes de la Muerte, se nos muestran en una actitud muy peculiar: las contemplamos cuidando su jardín con atención y esmero, en la actitud propia de un jardinero. El contraste puede resultar extraño para quien observa la obra, pero más allá de la yuxtaposición de motivos, la pintura no deja de transmitir serenidad y confianza, unida a cierta nostalgia por la existencia finita que habremos de abandonar. Para Simberg, el jardín es aquel destino inevitable al cual se dirigen las almas en su travesía hacia el cielo. Las plantas son almas humanas, en espera de tiempo variable hacia su último destino. El sentido del humor que expresa este artista aspira, con cierto éxito, a exorcizar un temor ancestral.

                                                   "El jardín de la muerte", Hugo Simberg

El Arte, al permitir la plasmación de una fantasía interna, se pone al servicio de la vida.

El Arte como Obra del deseo. El arte como deseo.

Psicología y Arte confluyendo imbricadas, en una misma ruta, la de la búsqueda de la belleza que mora en la Verdad de cada ser.

Texto: Juan Manuel Otero Barrigón

(Algunas de las ideas de este artículo son fruto de intercambios, lecturas y reflexiones junto al Dr. Jorge Garzarelli)


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