"Neyen Manke". Pintura al óleo de la artista mapuche Paz Treuquil (www.paztreuquil.com)
Como expresa el antropólogo Juan M. Ossio en su texto "Cosmologías", el dualismo es uno de los principios de clasificación esenciales para organizar la experiencia de lo sagrado, en tanto representa el afán por recuperar la original unidad perdida a partir de opuestos concebidos como aspectos complementarios de una única realidad.
En sus conversaciones con Bill Moyers, Joseph Campbell explica que todas las cosas en el campo del tiempo son pares de opuestos. Y si bien existe aquel plano de la conciencia donde podemos identificarnos con aquella singularidad que trasciende toda dualidad, nuestras mitologías están basadas en la idea de la dualidad: bueno/malo, día/noche, cielo/infierno. Eso explica, entre otras cosas, que las religiones, al menos en su dimensión exotérica, tiendan a poner el acento en su aspecto ético.
Este dualismo es característica es estructural de los sistemas religiosos y mitológicos, y por ende se expresa en los relatos y las elaboraciones de los distintos pueblos que configuran el paisaje humano, de norte a sur, de este a oeste.
En América del Sur, uno de los principales grupos indígenas que todavía habitan distintas regiones de la Patagonia es el pueblo mapuche, etimológicamente, la "gente de la Tierra". Su denominación refleja un principio clave: existe una fuerte relación de reciprocidad entre el ser mapuche y la tierra. Este pueblo, originario de Chile y con amplia difusión también en la Patagonia argentina, posee una rica cosmovisión, reflejada en una variopinta región celeste denominada Wenu Mapu ("tierra de arriba") en cuyo centro se encuentra un personaje mítico llamado Ngenemapun, "dueño de la tierra" o también Ngenechen, "dueño de los hombres". Esta suerte de rey llevó al pueblo mapuche al lugar que hoy habita y vela eternamente por su bienestar. Su morada está en un lugar inespecífico de las regiones superiores del cielo. A través de los Ngen, espíritus de la naturaleza, y junto con Antú, el Sol, la tierra entrega constantemente la vida al pueblo mapuche.
Los espíritus de los antepasados de un linaje determinado se personifican, a su vez, en el Pillán, espíritus que viven detrás de las montañas, en el oriente también llamado puel mapu. Se los considera aquel ser sobrenatural más cercano al hombre y a sus necesidades, por lo que su invocación está en el primer peldaño de ascenso hacia el mundo de lo sagrado. La influencia del cristianismo distorsionaría, vía la invasión del hombre blanco, la imagen que los mismos mapuches tenían del Pillán, quien debido a que reside en la región de los volcanes y se hace representar a través de fenómenos naturales tales como los rayos, truenos o erupciones, pasó a adquirir, con el tiempo, cierto carácter demoníaco.
Dentro de este pintoresco y complejo universo mitológico/religioso, uno de los relatos más célebres y bellos quizás sea el de Antú y Kuyén, el Sol y la Luna. Antú, el Sol, es uno de los principales espíritus Pillán. El corazón de la historia, adaptado resumidamente aquí a partir de las narraciones difundidas por el escritor Marcelino Castro García, nos revela que Antú y Kuyén estaban enamorados, y Ngenechén, observando las posibilidades de esta pareja, decidió casarlos. Al mismo tiempo, les encomendó que le ayudaran en su tarea de gobernar la tierra, por lo que Kuyén, de carácter suave, fue puesta al servicio de las necesidades de mujeres y niños, mientras que Antú se ocuparía de los hombres. Con el paso del tiempo, Kuyén comenzó a reclamar a Antú por su falta de atención para con sus cuidados en la tierra, dado que cuando se ponía nervioso, se enojaba calentando con tanta fuerza que los ríos se secaban y morían las plantas, los animales, y hasta los mismos hombres. El enojo entre ambos fue tal, que Kuyén decidió salir a cumplir con su tarea sólo cuando Antú se acostaba a dormir. Pese a ello, ella siguió cuidando de los mapuches con sus tenues rayos para alumbrarlos en la noche oscura. Así, noche tras noche, hasta que la aurora anunciaba la llegada de Antú y ella entonces se escondía. Sin embargo, pese al enojo entre ambos, Kuyén sentía nostalgia por la compañía de su esposo y anhelaba la reconociliación. No obstante, el orgullo de Antú le impedía acercarse a su esposa y pedirle perdón. Así pasaron siglos, alternándose uno y otro en sus tareas día y noche. Un día, cuando los rayos de Antú comenzaron a calentar la tierra haciendo abrirse a las flores, fijó su mirada en una doncella pehuenche de gran hermosura, a quien decidió raptar para convertirla en su compañera. La bautizó Collipal (astro dorado), siendo conocida por el hombre blanco como "Lucero". Desde entonces, pueden verse juntos a Antú y Collipal al amanecer y atardecer de los días despejados. Las lagrimas de Kuyén fruto de la tristeza por la decisión de su esposo, se derramaron sobre la tierra y formaron los lagos y ríos que hoy embellecen parte de la geografía del sur patagónico.
En su libro "Cuentan los mapuches", Cesar Fernández rescata otro relato mítico arcaico recopilado originalmente por Ricardo Lehmann-Nitsche en el año 1919. En este caso, la historia nos cuenta que en tiempos primordiales la tierra estaba cubierta por agua y que tanto los indios como los animales característicos del lugar (guanacos, avestruces, etc) se refugiaban en las montañas para no morir de hambre, ya que llovía de manera constante. Con el fin de poder pasar de un cerro a otro para buscar leña y no morir ahogados en las lagunas que habían formado las lluvias, los indios pidieron al Sol que les alumbrara el camino durante la noche. Este, a su vez, delegó la tarea en su mujer la Luna, para que desde los cielos iluminara a los indios de la Tierra. La Luna se puso en camino durante la lluvia llevando el fuego en sus manos , el cual, al enfriarse en el camino, explica porque la Luna alumbra con luz fría que no tiene calor. Finalmente, cuando las aguas bajaron, los indios pudieron ir a vivir a los campos donde hay pastizales, junto con el resto de los animales.
Como podemos observar, en estos dos mitos se destaca cierta cualidad dualística en el vínculo entre el Sol y la Luna, característico de la cosmovisión mapuche. Por un lado, el conflicto, la enemistad y la separación entre ambos personajes cósmicos; por el otro, la cooperación, la distribución de responsabilidades y la cercanía entre los dos. Esta cualidad dual también se expresa en la relación que estas dos figuras mantienen con los hombres y con los seres que habitan la tierra, ya que en tanto el Sol luce comúnmente indiferente y ciertamente despreocupado de las necesidades de los hombres, la Luna, claramente benefactora, los protege contra todos los desastres, además de alejar también a los malos espíritus, siendo este otro de sus dones. Esta última, además, al tener una base terrestre, sirve de intermediario conciliatorio para la realización de la eterna individualidad representada por el Sol. Es capaz de crear mediante el sentimiento un puente entre lo terrestre y lo celeste.
Esta dualidad que hemos reflejado en dos versiones del mito de Antú y Kuyén es esencial en la cosmovisión mapuche, para la cual todo se nos presenta de a pares, y es a partir de esta condición dual como los mapuches construyen su vida en armonía e integridad con la Tierra que habitan y de la cual forman parte. En la visión mapuche, el hombre no está sobre la tierra, el hombre es parte de ella y la Che, “gente”, la concibe como un elemento que compone su ser.
Las divinidades indígenas sudamericanas, tanto andinas como amazónicas, se distinguen por presentar una ambivalencia con relación a los mortales. Pueden ejercer tanto el bien como el mal, ser salvadoras como castigadoras de los hombres, fuente de dicha o fuente de desgracia. Esta ambivalencia forma parte del orden natural cósmico universal. Este concepto dista mucho de la idea cristiana, que concibe a la divinidad como infinitamente bondadosa, incapaz de realizar algún mal. Por el contrario, para cosmovisiones como la mapuche, la vida se objetiva siempre en bipolaridades, inevitables y naturales: salud-enfermedad; alegría-tristeza; debilidad-fuerza, etc.
La perfección y la armonía cósmicas se basan en la complementariedad de dos polos opuestos. Uno de los significados básicos de los mitos primordiales es el surgimiento inicial de la pluralidad y la diferenciación, que reemplazando a la indiferenciación y la unidad originarias, configuran un universo donde la síntesis de los contrarios no implica fusión, sino yuxtaposición dinámica. De esta manera, el encuentro de dos fuerzas opuestas es una condición necesaria para lograr un equilibrio cósmico dualista. Es la diferenciación necesaria que crea las posibilidades de retorno posterior a la integridad, tanto a través de los ritos como en sentido psicológico (Jung). La rica mitología mapuche es un bello ejemplo de esto.
Una hermosa canción de la artista mapuche argentina Carina Carriqueo, titulada "Canción de amor entre el Sol y la Luna", y cantada en idioma originario mapudungun, puede disfrutarse aquí:
* escrito originalmente para la sección MythBlast de la Joseph Campbell Foundation
Bibliografía:
- “Diccionario Indígena Argentino”, Jorge Fernández Chiti, 1997
- “El poder del mito”, Conversaciones entre Joseph Campbell y Bill Moyers
- “Cosmologías”, Juan M. Ossio, 1998
- “Cuco.com.ar" Diccionario de mitos y leyendas
- “Historias y leyendas patagónicas”, Marcelino Castro García
- “Antología de cuentos mapuches”, editado por Cesar Fernández
Que maravilloso , genial tu trabajo...
ResponderEliminarGracias por tus palabras, Matías. Te invito a darle clic al blog en el ícono "Seguidores", para que se difunda. Un abrazo.
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