Pintura: William Adolphe Bourguereau
"Perseguido por las furias: psicosis y mitología", por Lic. Juan Manuel Otero Barrigón*
El mito es un tipo particular de lenguaje que posibilita el despliegue de Sentido.
Supone una narrativa impersonal, colectiva y milenaria, que se remonta a los Fundamentos, dando cuenta del lugar que el ser humano ocupa en el cosmos, en la naturaleza, y en la sociedad en la que vive.
Los mitos no son la infancia de la humanidad, lo cual supondría que se tratan de aproximaciones primitivas, ingenuas y hasta incluso mágicas, a fin de garantizar una primera, y aproximativa, comprensión del mundo.
Constituyen, ante todo, una vera narratio, narración verídica de lo real; esto último no en un sentido histórico o biográfico, ya que no es esa su razón de ser, sino en sus funciones metafísicas, cosmológicas, sociológicas y psicológicas (Campbell, 2014). Lo que supone, que los relatos míticos, pretenden, por un lado, reconciliar a la consciencia con las demandas de la propia existencia (función metafísica), ofrecer una imagen del cosmos, que nos evoque y consolide la experiencia del misterio (función cosmológica), validar y mantener una cierta cohesión social que garantice la unidad (función sociológica), y por último, acompañar a los individuos, a lo largo del periplo de su vida, esto es, a través de los distintos estadios de nacimiento, juventud, madurez, vejez, y muerte.
En un sentido psicodinámico, el mito, en tanto emergente frente a la inicial desprotección y desvalimiento humanos, se nos presenta como un exitoso intento de significar aquello no simbolizado (Corra, 2002).
Dado que los relatos míticos tienen consecuencias “morales”, eternizan las grandes y perennes categorías de la angustia. Amor, Odio, Vida, Muerte.
C.G.Jung (1977) señalaba la existencia, tanto en el hombre como en las sociedades que este conforma, de una capacidad mitopoyética (creadora de mitos) natural, que al perderse, produce enfermedades psicológicas (etimológicamente, enfermedades del alma), empujando a la elaboración de mitos sociales o individuales patológicos.
Es así, que en esta reflexión, nos centraremos concretamente en la relaciones del mito con las psicosis, tomando como insignia sobre todo a la esquizofrenia.
En “Orestes”, la célebre tragedia de Eurípides, se nos narra un caso arquetípico que muchos exégetas consideran ilustrativo de la expresión mitológica de esta patología. El protagonista, hijo de Agamenón y Clitemnestra, mata a su madre, con el fin de vengar la muerte de su padre, a quien su esposa había hecho asesinar. En el relato homérico, por esta venganza feroz, Orestes se cubre de gloria. El matricidio es considerado como un justo castigo frente a la ofensa inflingida. Bajo el imperio de la ley del Talión, los dioses no persiguen al homicida, ya que ha actuado conforme a la debida justicia. Sin embargo, posteriormente, el poeta trágico de Salamina, introduce su potente variante al relato. Ya que matar a la propia madre pasa a constituir un atávico tabú, Orestes es perseguido por. las Furias, antiguas diosas femeninas, que como voces tremendas de la conciencia, existían para castigar toda clase de crímenes. Así, comienzan a acosar al joven, quien profundamente atormentado, y ya instalado en la psicosis, emprende un largo viaje en procura del olvido, en el mito eterno de la Locura.
A diferencia de la psicodinámica inherente a los cuadros psicóticos, el mito no responde en su esencia a una necesidad individual restitutiva, sino que se nos presenta, desde sus mismos inicios, como un relato compartido. Aspecto este último, que destacará la corriente funcionalista de hermenéutica mítica, al valorar la función social que los relatos mitológicos cumplen en la vida cotidiana de la sociedad que los concibe. Esto significa que, a nivel popular, las narraciones mitológicas proporcionan una narrativa asimilable, aceptada por los miembros del grupo, que les permite imprimir validez a los usos, costumbres y normas de convivencia compartidas por todos.
El psicótico, expresa el maestro. Jorge G. Garzarelli (1982), enuncia un “automito”, encerrado en su propio perímetro existencial. De contenido sombrío, cercenado en su acceso pleno al registro simbólico, desarrolla un relato propio del cual los demás permanecen excluidos. Frente a la pérdida de sentido de la realidad, la alucinación y el delirio se erigen como última frontera ante la amenaza de desintegración. De esta manera, el mito se transmuta para devenir en una producción alienada de sus referentes sociales, aunque en esencia permanezcan las raíces que lo conducen a su fondo impersonal y hundido en las profundidades colectivas de la psique.
En las psicosis, el discurso mítico responde a un intento desesperado de autorregulación, fruto de la disrupción en el intercambio dialógico entre el Yo y el Sí Mismo, como arquetipo central del psiquismo. La psicosis evidencia, en nomenclatura jungiana, un fenómeno de splitting o disociación extrema de los complejos, que en las neurosis, permanecen sólo relativamente autónomos. En la psicosis, dichos complejos se nos presentan totalmente desconectados de la conciencia. C.G.Jung consideraba que muchas psicosis, y entre ellas especialmente la esquizofrénica, revelaban una instancia yoica demasiado débil para resistir el embate de los contenidos inconscientes (Sharp, 1994).
Así, en su obra “La psicogénesis de las enfermedades mentales” (1990), postula conceptos que son relevantes para nuestra reflexión en torno a las relaciones entre psicosis y discurso mítico. De esta manera nos dice: “(En la esquizofrenia), las figuras divididas asumen nombres y caracteres banales, grotescos o altamente exagerados, y a menudo son objetables de muchas otras maneras. Además, no cooperan con la conciencia del paciente. No tienen tacto ni respetan los valores sentimentales. Al contrario, irrumpen y perturban en cualquier momento, atormentan al ego de mil maneras; todas son objetables y chocantes, ya sea por su conducta ruidosa e impertinente o por su grotesca crueldad y obscenidad. Hay un perceptible caos de visiones, voces y caracteres incoherentes, todos de naturaleza abrumadoramente extraña e incomprensible”.
Como podemos ver, para C.G.Jung, las producciones del psicótico, y entre ellas las elaboraciones de tipo mitológico, no posibilitan conciliar el caos interior que experimenta el padeciente, sino que por el contrario, se presentan modeladas por ese mismo caos, en un intento infructuoso de restitución.
La palabra delirio, que como sabemos, proviene del latín delirare, nos remite a esa idea metafórica expresada por la imagen de alguien que “se sale del surco al labrar la tierra”. A su vez, la etimología de la palabra Mística nos hace referencia a aquello que permanece “secreto, guardado”. “Misto” era, en la antigüedad, quien había sido iniciado en el conocimiento esotérico de las cosas divinas, comprometiéndose a guardar silencio acerca de ese conocimiento que le había sido revelado. De ahí también los cultos mistéricos del pasado, como los de Eleusis y los de Dioniso, en los cuales confluían, desde sus mismos orígenes, creencias religiosas y antiguas tradiciones míticas.
Un viejo aforismo psicoespiritual señala que la diferencia alegórica entre el derrumbe psicótico y la experiencia mística auténtica, a la cual la percepción mítica de la existencia podía conducir, está en que el psicótico se ahoga en las mismas aguas en las que el místico nada.
Destaquemos, asimismo, otra diferencia fundamental entre la producción mítica y las manifestaciones psicóticas. Esta la encontramos en la ausencia, en las primeras, de la convicción delirante que es propia de estos cuadros clínicos. Como refiere el doctor Gustavo Corra (2002), “en los mitos no hay convicción, hay fe”. Esta última es innecesaria para el psicótico, quien en su certeza ha sustituido la confianza básica en la verdad espiritual de los relatos, por la fortaleza inexpugnable que supone estar en posesión material de un conocimiento directo, sin fisuras.
Este aspecto recién señalado es importante, por cuanto resulta clave para el adecuado diagnóstico diferencial entre la experiencia religiosa y mítica normal, y el delirio con contenido mitológico. Así, podemos ver, que el aspecto clave de dicha distinción es el modo en cómo se sostiene la creencia y qué evidencia se proporciona para confirmarla (Pérez Urdaniz & Santos & Bermejo Saiz, 2012).
El famoso historiador rumano de las religiones, Mircea Eliade (1952), planteaba que los relatos mitológicos nos remiten a sucesos lejanos, acaecidos en un pasado remoto, y por eso mismo fundantes. Para ilustrar este concepto, apelaba a la conocida locución latina “in illio tempore”. Esta noción supone una clara delimitación temporal, permitiéndonos distinguir, cuando menos, pasado y presente. Planteo, este, fundamental en la fenomenología de la religión, ya que constituye la base remota que separa nuestro mundo profano del mundo concebido como sagrado para los creyentes.
Esta distinción, esencial en el universo mitológico/religioso, se problematiza en las psicosis, dadas las alteraciones que el psicótico experimenta en relación a su vivencia y percepción del tiempo. Estudios como el realizado recientemente en la Universidad Johannes Gutenberg de Mainz (2017), sugieren que hay mucha más variación en la forma en que un intervalo de tiempo es percibido por personas con esquizofrenia, que por aquellas personas que no sufren tal condición. Esto implica que “el reloj interno en pacientes que sufren de esquizofrenia no necesariamente se ejecuta más rápido o más lento que en individuos sanos, sino más bien que no se ejecuta a una velocidad constante”. Y si bien dicho estudio sugiere la posibilidad de que los problemas en percibir secuencias cronológicas también podrían estar relacionados con déficits cognitivos fundamentales (y no con la forma general de percibir el tiempo), la suposición apunta a indicar que la esquizofrenia interrumpe las operaciones de procesamiento, de modo que la transferencia de información a nivel biológico queda desfasada, fuera de ritmo. Esto podría servirnos para entender la irrelevancia que el tiempo cronológico, es decir, profano, tiene para muchos psicóticos esquizofrénicos, y como contracara, la preponderancia que la atemporalidad propia del inconsciente, y del mismo espíritu de los relatos mitológicos, adquiere para estas personas, en las cuales la percepción del infinito parece hacerse mayor, y sobrecogedora.
Las distinciones antes planteadas no debieran llevarnos a perder de vista que, la conexión entre mitos y delirios psicóticos es importante, en tanto mucho del contenido delirante es, precisamente, de carácter mitológico. Los pacientes psicóticos, y especialmente los delirantes, suelen demostrar, tal como se ocupó en señalar Juan José López Ibor (2012), grandes preocupaciones por el sentido de la vida y la razón de ser de la naturaleza, al igual que los mitos. La esquizofrenia es, en ese sentido, la patología “religiosa” por antonomasia. El paciente delirante elabora mundos fantásticos, otorgando nuevos significados que se convierten en visiones reveladoras tanto sobre los orígenes, como sobre las cosas últimas de la vida.
Ahora bien, se nos impone la necesidad de cerrar este breve esbozo sobre las relaciones entre psicosis y mitología no sin antes señalar el imprescindible aporte del psiquiatra español Ramón Sarró, quien consagró buena parte de su obra a la exploración global del proceso psicótico, y en especial, del esquizofrénico. Partiendo de un abordaje mítico fenomenológico, realizó profundos estudios de los temas recurrentes de la esquizofrenia, a los cuales, y tomando prestado el concepto inaugurado por el mitólogo Karl Kerenyi en 1949, denominó mitologemas o deliremas. Sarró propuso que la temática predominante de los delirios esquizofrénicos es de naturaleza mítico religiosa, pese a que la religiosidad del paciente , como señalaramos arriba, es pseudomística.
Sarró (1972) enriqueció enormemente el acercamiento fenomenológico a los delirios, proponiendo la presencia de una veintena de temas delirantes en la psicosis, entre los cuales, encontramos la mesianicidad (es decir, “Yo soy el Elegido”), la metamorfosis de la corporeidad (recordemos las continuas transformaciones del dios Zeus), la expansión y retracción del espacio-tiempo, la hostilidad universal, la cosmología (creación de nuevos y originales mundos), y el denominado Intelectus Archetypus, esto es, la presencia de percepciones y facultades nuevas, paranormales.
Basado en las intuiciones y elaboraciones de Jung, Sarró planteó que inicialmente, el fracaso del yo esquizofrénico conlleva una desintegración del psiquismo que permite el auge del arquetipo de la Sombra, es decir, de la dimensión oscura de la personalidad. Al principio, la Sombra es proyectada al exterior, atribuyendo la responsabilidad del fracaso a los demás; pero, en un segundo momento, la Sombra ya no es sólo proyectada, sino también vivenciada, lo cual significa que es tramitada internamente como percepción de la desintegración física y psicológica. En un tercer momento, y frente a la disolución del “yo”, emerge el arquetipo del Renacimiento. Siendo este, entendido no como un renacer a la integración de la personalidad en sentido de su individuación (un “ser quien realmente se es”), sino como la convicción de haber muerto y vuelto a renacer repetidas veces, dentro de un ciclo de creación y destrucción a escala sobrehumana que acontece en el delirio del psicótico, y que involucra al universo todo.
Para concluir, es importante volver a destacar que la distinción entre experiencias religiosas o míticas saludables, de aquellas otras que se imbrican con cuadros de tipo psicótico, es fundamental, para cuya diferenciación resultará necesario un profundo conocimiento de ambas, eludiendo los acercamientos reduccionistas.
Por otra parte, y si como sugería Jung, “lo que el hombre es desde el punto de vista de lo eterno solo se puede expresar mediante un mito” (2016), la comprensión de los fundamentos del tesoro mitológico de la humanidad adquiere una especial relevancia, cuyo fin apunta directamente al corazón de ese misterio que nos constituye como seres humanos.
Comprensión la cual, no podrá reducirse a lo meramente intelectual, ya que lo mítico, ante todo, debe ser transitado en el terreno de la “Vivencia”, como un profundo ítem y formación del inconsciente, tanto individual como colectivo.
Noción de totalidad, que para alcanzarse, debe comprometer la participación activa de la consciencia y la voluntad, que estando dentro de la órbita del Yo, son la sede tanto de la creencia como de la posibilidad de su plasmación en formas socialmente valoradas.
La intrusión de esos extraños contenidos que surgen de las profundidades del inconsciente, y mediante los cuales el psicótico “busca suavizar la dura realidad”, son, como hemos visto, formas de defenderse frente a la amenaza de destrucción, pero proveen, al mismo tiempo, una considerable riqueza de símbolos colectivos, los cuales se nos revelan constituyentes de la estructura básica de la personalidad.
Personalidad la cual, en su progresivo viaje hacia la individuación, tiene como fin poder vivir conscientemente, desde su centro, a partir de un drama que se desarrolla en el inconsciente, como parte del proceso natural de la psique (Godoy, 2016).
Un viaje que, para el psicótico, se desenvuelve en el interior de un valle de sombras sin salida aparente, pero en cuyo transitar, él cree abrazar la luz.
*Este escrito fue presentado originalmente en el XII Congreso de Salud Mental de la Asociación Argentina de Salud Mental (AASM, Agosto 2018) y está incluido en el libro "Locura y alienación", editado por la misma Asociación.
Bibliografía:
- Campbell, Joseph. En busca de la felicidad. Editorial Kairós, Barcelona, 2014.
- Corra, Gustavo. Mito y psicoanálisis. Ponencia en el XXIV Congreso Latinoamericano de Psicoanálisis, Montevideo, Uruguay, 2002. Recuperado de: http://fepal.org/images/congreso2002/m-corra.pdf
- Costa, Néstor. Jung, un mundo de imágenes y símbolos. Editorial Centro Editor Argentino, Buenos Aires, 2000.
- Eliade, Mircea. El mito del eterno retorno. Emecé Editores, Buenos Aires, 1952.
- Eurípides. Orestes. Editorial Losada, Barcelona, 2008.
- Garzarelli, Jorge G. El mito: acerca de su producción en el inconciente. Tesis Doctoral (USAL). Recuperado de: http://racimo.usal.edu.ar/29/
- Godoy, Susana. El camino del héroe. Editorial Dunken, Buenos Aires, 2016.
- Jung CG. Modern man in search of a soul. Nueva York: Harvest, 1977.
- Jung CG. El contenido de las psicosis: psicogénesis de las enfermedades mentales. Editorial Paidós Ibérica, Barcelona, 1990.
- Jung, Carl Gustav. Obras Completas. Editorial Trotta, Madrid, 2016.
- López Ibor, J.J & López Ibor, M. Experiencia religiosa y psicopatología. Actas españolas de Psiquiatría, 2012;40(Supl. 2):104-10.
- Pérez Urdániz, A & Santos, J.M & Bermejo Saiz, B. Mitos y delirios: una reivindicación de Sarró. Actas españolas de Psiquiatría, 2012; 40(Supl. 2):119-25.
- Sarró R, Alberni J, Fábregas JL, Torres J y Trujillo A. Análisis mitologemático de los delirios esquizoparafrénicos (I y II). Revista de Psiquiatría y Psicología Médica de Europa y América Latina. 1972;10(6):298-390.
- Sarró R, Alberni J, Fàbregas JL, Torres J y Trujillo A. Análisis mitologemático en los delirios esquizoparafrénicos (II parte). Revista de Psiquiatría y Psicología Médica de Europa y América Latina. 1972;10(7):363-90.
- Sharp, Daryl. Léxicon Jungiano. Editorial Cuatro Vientos, Santiago de Chile, 1994.
- S. Thoenes & D. Oberfeld, Meta-analysis of time perception and temporal processing in schizophrenia: Differential effects on precision and accuracy, Clinical Psychology Review 54, 44-64, 29 March 2017,
No hay comentarios:
Publicar un comentario