"El hombre desea, aspira a la unificación con el/la amado/a, unio mystica. La beatitud inmediata que procuran esas imágenes del sueño hace que deseemos reproducirlas durante el día, en la verdadera vida de todos los días. ¡Ay! Todavía debemos llevar el auto al lavadero...cortar el cesped...El hombre normal no lo logra, sólo el hombre anormal, el hombre excepcional lo consigue. No obstante, el relato de sus experiencias nos muestra este estado tan deseado bajo otra luz. Encontramos tales relatos donde de repente no los esperamos, particularmente en los místicos: Hadewijch, San Juan de la Cruz, Ruysbroeck, incluso Pascal. Todos hablan, en efecto, de unificación. Y en sus descripciones vuelven a aparecer constantemente los mismos rasgos. Primero, una presencia inmediata de algo, designado como Dios en la mayoría de los casos. Segundo, la posición pasiva: el místico o la mística no tienen la posibilidad de introducirse en forma activa. Y tercero, la experiencia es inefable: no podemos ni decirla ni describirla. Esta experiencia es una experiencia de extremo dolor y de goce que -característica que encontramos sistemáticamente- devora al individuo. Él mismo, en tanto individuo, deja de existir. Encontramos una descripción -o hay que decir apreciación-diferente en el dominio de la psiquiatría. Este estado de unificación con el entorno original, separado de todo retroceso reflexivo, es la psicosis alucinatoria, este ensueño nocturno del que el sujeto no puede, o puede apenas, despertarse. La diferencia principal con el misticismo es que aquí no hay beatitud, sino una angustia apenas nombrable".
Paul Verhaeghe, "El amor en los tiempos de soledad", p. 68/69.
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