Francois Boucher, "El matrimonio de Eros y Psiqué", 1744
La riquísima mitología griega nos cuenta que Psique era la bella hija del rey de Anatolia. Al verla pasar, la gente se arrodillaba a adorarla como si de una divinidad se tratase; y por adorarla, no volvían a pisar los templos de Afrodita, la mismísima diosa de la belleza y del amor. Así, invadida por los celos, Afrodita ordenó a su hijo Eros que flechara a Psique, de manera que la princesa se enamorara perdidamente del monstruo más espantoso sobre la tierra. Salió de este modo Eros a realizar el encargo de su madre, intento infructuoso, ya que al contemplar a Psique, también él se enamoró de la joven princesa. Fue por eso que pidió a Céfiro, dios del viento del oeste, que transportara a Psique al lugar que le indicaría. Y cumpliendo con el encargo de su amigo, Céfiro levantó a Psiqué del sitio donde yacía dormida, transportándola suavemente hacia el interior de un jardín arbolado, a la vera de un palacio majestuoso. Consolada por una suave voz, Psique hizo de ese palacio su hogar. Por las noches, cuando la princesa se sumía en blando sueño, la oscuridad la despertaba con la visita de Eros, con quien compartía lunas de pasión. El divino arquero sólo había impuesto para ello una condición: Psique no intentaría descubrir su identidad, ya que de hacerlo, perdería su compañía para siempre. Sin embargo, y asaltada por la curiosidad, una noche Psique se acercó a su amante dormido sosteniendo la luz de una vela, desafiando su advertencia. Anodada al descubrir la belleza de su compañero, dejó caer una gota de cera sobre el cuerpo desnudo de Eros, quien despertó, visiblemente decepcionado. Tras recordarle la promesa que la joven había asumido, Eros abandonó a Psiqué, quien desesperada, salió a implorar a los dioses el regreso de su amante. Y fue así, que abatida como estaba, Psique acudió directamente ante la misma diosa del amor, poniéndose a su servicio, con la esperanza de recuperar a su amado inmortal. Afrodita propuso a Psique una serie de pruebas dificilísimas, que intuía que la joven no sería capaz de realizar. Tal era el precio impuesto por la diosa para que los amantes pudieran reencontrarse. Sin embargo, y con la ayuda de diferentes seres, Psique iría cumpliendo una a una las distintas tareas, conmoviendo a Eros, quien finalmente elevaría a la princesa hasta el monte Olimpo, para desposarse con ella. Este evento lo encontramos inmortalizado en distintas obras de arte, como la famosa pintura de Boucher, “El matrimonio de Eros y Psiqué”.
La palabra Psiqué deriva del sustativo griego ψυχή, que alude en un primer momento al soplo, hálito o aliento que exhala el ser humano al morir. Ya que se creía que ese aliento permanecía en el individuo hasta su muerte, ψυχή representaba también a la vida. Para los griegos, cuando la psique escapaba del cadáver, llevaba una existencia autónoma: la metaforizaban como una figura antropomorfa y alada, un doble o eidolon del difunto, que generalmente se dirigía al Hades, donde pervivía de modo lúgubre y fantasmal. Según cuenta muchas veces Homero, es propio de la psyché salir volando de la boca del que muere bajo la forma de una mariposa (que en griego se escribe también psyché), en alusión a las alas de la mítica princesa. Vemos así que Psique, de donde se origina la palabra Psicología, significa al mismo tiempo alma y mariposa, siendo esta última representación de la primera.
Por otro lado, la palabra terapeuta proviene del griego θεραπευτής, nombre con el cual los griegos designaban a los servidores de los templos y los dioses, y también, al seguidor de un dios concreto. Además, en el mundo hebreo, terapeutas fueron con toda probabilidad, un colectivo judío de la diáspora, cuyo nombre aludía a las pretensiones del grupo de curarse de las enfermedades del alma, con cuyo ejemplo podían luego ayudar a curar a los demás.
He aquí entonces que dos nociones tan densamente significativas para nuestra identidad profesional, psicología y terapeuta, tienen sus orígenes en un contexto religioso/mitológico/espiritual, en el interior de un paradigma donde dichas realidades se concebían de manera holística y siendo parte integrante de una misma realidad, tan lejos de los reduccionismos y de las “especializaciones” que caracterizan al campo del saber en nuestro mundo contemporáneo . Tal como señalara el filósofo transpersonal Ken Wilber, el devenir histórico de la psicología como ciencia empírica fue olvidando en el camino la vieja idea de que las raíces de la psicología se hunden en las profundidades del espíritu humano.
En el capítulo Facetas del alma contemporánea, de su obra “Los complejos y el Inconciente”, el psiquiatra suizo C.G. Jung señalaba, en alusión al siglo XIX, que “se asiste al nacimiento de una psicología sin alma, bajo la influencia del materialismo científico…”.
Es en este contexto que resulta oportuno destacar la importancia que los conocimientos e investigaciones relacionados con el campo de la psicología de la religión tienen para todo profesional que se dedique a la práctica clínica, independientemente de cual sea su modalidad de trabajo particular, y el encuadre teórico en el cual ancle su ejercicio terapéutico.
Sostener la necesariedad de integrar la dimensión religiosa y/o espiritual a nuestra mirada y práctica clínicas, supone cultivar, ante todo, un pensamiento sistémico expresado en el paradigma de la complejidad. Y esto debido, sobre todo, a que dicho paradigma nos permite concebir y pensar a la persona humana bajo prismas diversos, conjugados en una mirada o visión polinucleada, lejana a cualquier simplificación. En tiempos en los cuales distintas voces se alzan cuestionando la pretendida hegemonía impuesta por cierto reduccionismo biologicista en la comprensión del hombre, oponer a ello un psicologismo igualmente reduccionista, constituye una salida estéril. Y es que nuevamente, en palabras de C.G.Jung, “en virtud de que la religión constituye ciertamente, una de las más tempranas y universales exteriorizaciones del alma humana, sobrentiéndese que todo tipo de psicología que se ocupe de la estructura psicológica de la personalidad humana, habrá por lo menos de tener en cuenta que la religión no sólo es un fenómeno sociológico o histórico, sino también un importante asunto personal para crecido número de individuos.”
Lejos de la “muerte de Dios” que había decretado Nietszche, observamos desde hace tiempo un nuevo renacer de la vía religiosa como herramienta con la cual hombres y mujeres intentan lidiar con las exigencias, incertidumbres, ansiedades y dificultades que sobrevuelan este mundo líquido que habitamos. También, como un modo de abordar el vacío existencial que tantas personas experimentan, y la necesaria búsqueda de sentido constitutiva de nuestra subjetividad. Amén de que, y por razones socioantropológicas que exceden los límites de esta reflexión, dicha vía ya no se exprese tanto, como en otros tiempos, bajo el vasto paraguas que otrora suponían las religiones institucionales, sino a partir de búsquedas individuales, libres de mediaciones, pero búsquedas al fin.
No obstante ello, aún resulta evidente que los momentos trascendentales de casi toda la humanidad siguen enhebrados con la presencia de diversos ritos y prácticas religiosas: el nacimiento, las uniones, las iniciaciones y hasta la misma muerte, llevan el sello de distintas tradiciones religiosas y espirituales impresoras de sentido, cuya génesis se extiende hacia las profundidades de la psiquis, aún cuando conscientemente pudiéramos exhibir una actitud contraria a toda forma de confesión.
Por otro lado, la relevancia que para muchas personas ha adquirido la consulta psicoterapéutica, también ha dejado al descubierto la función religiosa y ritualística que esta puede llegar a cumplir: palabras, señalamientos, interpretaciones y silencios del psicólogo que llegan a funcionar como portadores de mensajes cuasi divinos para algunos pacientes, vectores organizadores de la vida de aquel que acude a la consulta.
Lo contrario es más conocido. Creyentes que acuden a su referente religioso en búsqueda de alivio a sus angustias y problemas, superponiéndose muchas veces la actividad ministerial con la asistencia psicológica que eventualmente dicho ministro es capaz de ofrecer.
Psicoterapia y religión no son, en este sentido, incompatibles. Una y otra, dentro de los territorios que les son propios, responden a la pluralidad de búsquedas que el ser humano es capaz de aventurar. Sostener lo contrario llevaría, al terapeuta o analista, a transgredir los límites éticos que suponen la actitud de respeto y comprensión frente a las elecciones vitales que realizan nuestros pacientes. Por supuesto que, la vida religiosa, también es susceptible de ser expresada, por diversas causas, psicopatológicamente. Allí sí será dable intervenir, ya sea ayudando a nuestros consultantes a liberarse de formas anquilosadas y estereotipadas de religiosidad, como a descubrir aquellas máscaras que, encubiertas en diversas sintomatologías propia de una vida religiosa inmadura, pueden atentar contra el pleno despliegue de sus facultades y potencialidades creativas. En todo caso, la evaluación por parte del profesional deberá ser cuidadosa, atendiendo a la singularidad del caso.
En su excelente libro “La importancia de la religión”, el recordado historiador Huston Smith señalaba que las cosas perdieron su profundidad y su magia cuando se impuso la visión científica del mundo, y quedaron así amputadas las raíces simbólicas de nuestro pasado. Pese a ello, todos conservamos un profundo anhelo de hondura y trascendencia, un “agujero con forma de Dios”, al decir de Blaise Pascal. Es este el motivo por el cual aún hoy la “religión” sigue siendo un tema relevante. Esto es incluso visible aún en aquellos casos en los cuales la posición personal consciente quizás sea irreligiosa. Víktor Frankl, el célebre padre de la logoterapia, hablaba de la “presencia ignorada de Dios”, que puede hacerse sentir en aquellos que, desdeñosos de toda forma de tradición espiritual o religiosa, apuestan por otro tipo de discursos con pretensiones igualmente totalizadoras, dando cuenta de ese impulso trascendente. El sabio suizo de Zurich decía que “a un hombre puedes quitarle sus dioses, pero sólo a condición de ofrecerle otros a cambio”. En nuestra época, por ejemplo, la ideología cientificista tan en boga en los últimos años, ha funcionado muy bien como alternativa sustitutiva en este contexto. Sin embargo, y más allá de los innegables beneficios que reporta y que ha reportado la ciencia a la humanidad, esta no es capaz de proveer un sentido global último a la existencia humana, ya que ello excede su función.
Como psicólogo de la religión, comúnmente advierto en mi práctica docente, cierta extrañeza inicial de muchos alumnos para quienes hablar de “lo religioso” en la carrera de psicología resulta, cuanto menos, llamativo o fuera de contexto. Afortunadamente, esta impresión remite con el transcurrir de los encuentros. De a poco nos vamos deslizando hacia un paradigma más integrador, orientado a una mirada que contemple la multidimensionalidad propia de la experiencia humana. En este sentido, la psicología de la religión en tanto disciplina aplicada, tiene mucho para aportar respecto a un ámbito tan constitutivo de la subjetividad. Ello supone, en primera instancia, el desafío de enfrentarnos cara a cara con nuestros propios prejuicios, y con nuestras actitudes de base hacia lo religioso y lo espiritual. Y es que si existe un proverbio que debiera regir la actividad de todo profesional, analista o psicoterapeuta, es aquel atribuido a Plubio Terencio Africano, cuando afirmaba: “Homo sum, humani nihil a me alienum puto”; Hombre soy, nada de lo humano me es ajeno.
Bibliografía:
- Frankl, Víktor. La presencia ignorada de Dios. Editorial Herder, Barcelona, 2006.
- Jung, Carl Gustav. Psicología y Religión. Paidós, Barcelona, 1998.
- Jung, Carl Gustav. Los complejos y el inconsciente. Alianza Editorial, Madrid, 2008.
- Otero Barrigón, Juan Manuel. Temas de psicología de la religión. Disponible en: http://www.psicologia-online.com/ebooks/temas-de-psicologia-de-la-religion/
- Smith, Huston. La importancia de la religión. Ed. Kairós, Barcelona, 2002.
- Wilber, Ken. La visión integral. Ed. Kairós, Barcelona, 2008.
Juan Manuel Otero Barrigón es psicólogo. Ejerce como terapeuta en la práctica privada. Profesor adjunto en la cátedra "Psicología de la Religión", en la Universidad del Salvador (Buenos Aires, Argentina). Coordina la Red de Estudios Religare, y es autor del libro: "Threskéia y Psyché: Temas de psicología de la religión".
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