viernes, 10 de abril de 2020

Sobre la ¿muerte de Dios?

Pintura: Edvard Munch

Si algo distinguió al siglo XX, con su carga de violencia y locura, fue la reactualización de una figura bíblica antiquísima, la del “ocultamiento del rostro de Dios”. Ya Nietzsche había advertido, aunque se lo interpretara erróneamente, que la muerte de Dios no es sinónimo de ateísmo. De hecho, el ateísmo es una de los tantos disfraces que a veces adopta la religión. Así, en el parágrafo 108 de “La Gaya Ciencia”, el filósofo del martillo apuntaba a que “despúes de muerto, su sombra –enorme y espantosa- siguió proyectándose durante siglos en una cueva. Dios ha muerto, pero los hombres son de tal naturaleza que, tal vez durante milenios, habrá cuevas donde siga proyectándose su sombra”. El Dios muerto no es, en absoluto, un Dios desaparecido del horizonte. Al contrario, es un Dios que impera como muerto. La muerte de Dios no implica ni la desaparición de la idea de Dios ni de las consecuencias de su creencia en él.

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