Nota del autor del blog: el texto aquí reproducido forma parte de la tesis doctoral del querido amigo y maestro Jorge Garzarelli, titulada "El mito: acerca de su producción en el inconsciente" (1987). Al tratarse de uno de mis mentores profesionales, es una alegría muy grande poder compartir este trabajo en Psymbállein. Dada la natural extensión de la obra, los capítulos de la misma serán compartidos en diversas partes, siendo adaptados a las características del blog para facilitar su lectura, pero respetando siempre su integridad. Este primer capítulo, al que damos en llamar "Introducción al psicoanálisis del Mito", continuará en una próxima publicación.
Edoardo Ettore Forti, "Fiesta de centauros"
"Introducción al psicoanálisis del Mito", por Dr. Jorge Garzarelli
¿Tienen los mitos su origen en el inconciente?
¿Por qué lo mítico no aparecía investigado como un producto más del inconciente a partir de su descubrimiento y de la lectura que del mismo propone el pensamiento freudiano? ¿Puede sostenerse sin más ni más aquella hipótesis del mito como un producto cultural a partir del desciframiento de los códigos oníricos y de la estructuración de las fantasías?
Ante la pregunta sobre la autoría del mito, ésta se respondía con un silencio.
¿No había respuesta? ¿El mito tenía un autor anónimo? ¿Era el sueño de toda la gran comunidad humana a través del tiempo? ¿Por qué no investigarlo a la par que sueños, fantasías, síntomas, chistes.?
El mito, a diferencia de otras formaciones psíquicas, aparece insinuado en Freud, pero nunca trabajado con la profundidad con la que lo fueron aquellos “objetos” preferenciados por este autor.
Difícil resulta escribir sobre el mito como originado en el inconciente, porque si bien la escritura ha nacido como una pasión (y sigue existiendo como tal), no hay “algo” más apasionado que la vida misma. Por ésto fue necesario abandonar momentáneamente ese vínculo emocional y dar paso a la razón.
¿El mito, “se vive” ?.
A medida que avanzaba en estos desarrollos, obviamente los interrogantes se fueron constituyendo más severos y complejos.
¿En qué modo puede participar la estructura del mito como una más de las ya reconocidas por el psicoanálisis?
¿Sería el mito un efecto posible de la asociación entre alguna de estas formaciones? ¿Qué otra estructura de lo psíquico podría llegar a producirlo?
¿Consistiría lo mítico en una lectura ingenua de superficies de textos antiguos, al estilo de la Ilustración, o bien lo así denominado formaría parte de nuestro cotidiano ser en el mundo? ¿Un “cuerpo” vivo, activo?
La razón apuntaría a lo primero. La intuición indicaría el segundo término. De este modo nos arrojamos al mundo de lo simbólico. Símbolo que “(...) en la antigua Grecia, designaba la mitad de una tableta que se entregaba al huésped cuando éste se marchaba. Al despedirse por largo tiempo, quebrábase un objeto cerámico en dos partes y cada uno guardaba su mitad. Esas dos partes de la tableta quebrada, alguna vez volverían a encontrarse y al coincidir perfectamente, constituían la prueba de una amistad surgida de la hospitalidad nunca quebrada pese a la distancia y el tiempo”. (R. Graves - 1984)
Decidí correr el riesgo de unir partes para entrar en ese juego laberíntico que significó (y sigue significando), un mundo en donde a una claridad se seguía una obscuridad y así alternativamente.
Inevitablemente, para poder conocer, la duda debía prestar su sistemática. Sísifo, Dédalo y Prometeo serían una de sus formas paradigmáticas.
De aquí que este texto sea solo un amanecer.
¿No es acaso en el amanecer del hombre, donde el mito juega con toda su profundidad y altura, el hasta ahora evasivo papel que de contínuo insiste en representar lo sucedido en los orígenes?
Debido al ámbito cultural en el que se ha desarrollado el psicoanálisis, será necesario circunscribir el campo de lo mítico a Occidente y dentro de éste a algunos mitos de la antigua Grecia que siguen presentándose no sólo como módulos imaginativos o formas de teorización racional, sino también en nuestra práctica clínica diaria.
No trataremos al mito en general sino, a aquéllos en cuya organización es posible inferir procesos en donde el sello madre de lo Real, “se hace” cual anillo de Polícrates, insistente hasta el punto de formar parte de él. ¿Podríamos dejar de colocar su origen en el inconsciente?
Entre las múltiples definiciones del mito, ubicamos a aquella que lo señala como el relato de algo fabuloso ocurrido alguna vez en un pasado remoto. Otras definiciones se sumarán a ésta a lo largo del presente trabajo.
Varios son los contenidos de estos relatos mitológicos: orígenes de la humanidad o de alguna comunidad en particular, hechos heroicos, fenómenos naturales personificados, interviniendo en la gran mayoría de ellos, las figuras de los dioses que, ya en forma directa o no, influían sobre el destino del mundo aún cuando el Destino marcaba sus propias vidas.
El mito bien puede ser tomado como algo en lo cual de “buena fe” pueda creerse o bien como una alegoría. En este último caso, el relato tiene dos aspectos, lo ficticio y lo real. En la ficción el hecho mítico no ha realmente sucedido, mientras que en el real, el relato hace referencia a algo que sí se corresponde con un hecho de la realidad.
“El mito ha de expresar en forma sucesiva y anecdótica lo que es supratemporal y permanente, lo que jamás deja de ocurrir y que, como paradigma vale para todos los tiempos. Mediante el mito, queda fijada la esencia de una situación cósmica de una estructura de lo real. Pero como el modo de fijarla es una forma relatada, hay que encontrar un modo de indicar al auditor o lector más lúcido que el tiempo en que se desarrollan los hechos es un”falso tiempo”; hay que saber incitarlo a que busque mas allá de ese tiempo en que lo relatado parece transcurrir, lo arquetípico, lo siempre presente, lo que no transcurre”. (Ferrater Mora - 1978)
En esta proposición, el tiempo mítico es semejante al tiempo propio del inconsciente. Tiempo que sigue otras reglas diferentes a las que se le asimilaron a Cronos y que sin embargo, compartirían con este dios, su condición de atemporalidad. En este sentido el inconsciente mismo parece tener “vocación de inmortalidad”. Es evidente que el mito no tendrá una sola lectura.
"Prometeo trayéndole el fuego a la humanidad", Heinrich Friedrich Füger
Para un filósofo neo-platónico como Salustio, los mitos pueden representar a los dioses y sus diversas formas de intervención en el mundo. Habría para este autor, varias especies de mitos: teológicos, físicos, psíquicos, materiales y mixtos. Los mitos teológicos son especialmente intelectuales considerando a los dioses en su esencia; de este modo serían utilizados por los filósofos. Los poetas utilizarán los mitos teológicos intentando explicaciones del modo o modos en cómo operan los dioses. Los mitos psíquicos explicarán las acciones del alma. Los mitos materiales serán aquellos que usa la gente carente de instrucción, en los que se intenta entender la naturaleza de lo divino y del mundo. Mientras que la última clasificación, los mitos mixtos son los usados por quienes enseñan o practican los ritos de iniciación.
Algo siempre quedará por decir, por interpretar, por descubrir. Ese algo que lo mítico encierra es lo que nos hace abordarlo de contínuo, tratando (en un encuentro fallido) de conquistar su esencia.
De aquí que la lectura psicoanalítica sea una forma más de contornear lo que de real el mito posee.
Desde ese lugar proviene lo obscuro, lo enigmático (La Esfinge fue durante largo tiempo, hasta Edipo, su paradigma), lo siempre extranjero al hombre, no obstante provenir, casualmente desde lo más propio de éste.
¿Cómo encontrar alguna fuente de origen para este problema de lo verdadero de los mitos? Consultados éstos, generalmente responden como serían las respuestas de los oráculos. Respuestas éstas que sugieren (por su polivalencia), la presencia de otras preguntas, quedando inscripto el mito en el cíclico y “eterno” circuito del lenguaje es que podemos llegar a señalar al mito tal como un “habla”.
LA PALABRA - LAS PALABRAS
Se puede constatar que en la mayoría de las mitologías hay algún lugar reservado para las palabras y la leyenda sobre sus orígenes. No cabe ninguna duda de qué hablamos, pero ¿a partir de cuándo? ¿En qué momento de la historia aparece el lenguaje? Seguramente el lenguaje funda la historia. Casi podríamos asegurar que el hombre es tal, desde aquel momento glorioso e inefable en que pronunció la primer palabra articulada. Palabra fundante.
Señala Saussure que “el lenguaje es multiforme y heteróclito, a caballo en diferentes dominios, a la vez físico, fisiológico y psíquico, pertenece además al dominio individual y al dominio social, no se deja clasificar en ninguna de las categorías de los hechos humanos, porque no se sabe cómo desembrollar su unidad (...)” (F. de Saussure - 1959)
Entre los conceptos más importantes que señala Saussure, no cabe duda de que el de signo lingüístico ocupa un lugar de privilegio. Este signo lingüístico es una entidad de dos caras, llamándoselo así por ser la combinación del concepto con la imagen acústica. A esta teoría de naturaleza positivista la precedió aquella romántica según la cual el lenguaje expresa al espíritu del pueblo. Espíritu colectivo que sería posible de investigar y comprender por medio del estudio de su correspondiente lenguaje.
Por otro lado, sería prácticamente imposible hablar de lo humano sino consideramos al lenguaje, nido y matriz, de lo específicamente humano. Lenguaje en el que nos movemos, cuya unidad elemental, la palabra está inevitablemente unida al hecho comunicacional. Unidad que hace posible el desarrollo del pensamiento simbólico; siendo ella “per se”, el símbolo por excelencia.
Referido a la palabra, en la tradición judeo cristiana, es posible leer en el Evangelio de San Juan que “Al principio era el Verbo, (...)”, lo que la hace coincidir con el espíritu, el aliento primordial y con un gesto exclusivamente divino. De este modo el decir es considerado como un don divino, que haría posible la evolución del hombre. No podemos dejar de mencionar el valor enorme que poseía la palabra en sí también entre los egipcios, para quienes se había designado al dios “Ptah” como la divinidad del pensamiento y del lenguaje.
Pero, Dios o el dios, para W. Otto (1978) se podrá manifestar de diferentes modos o grados.
El primero estará vinculado con la posición erguida hacia el cielo, propiedad exclusiva del ser humano, (recordemos aquí la carta Nro. 75 de la correspondencia de Freud-Fliess, referida a la primera represión habida en el hombre, la represión orgánica), primer grado que se anuncia por esta tendencia del cuerpo a elevarse a lo alto.
Tanto esta posición como el levantar manos y brazos, inclinarse, ponerse de hinojos, juntar las manos, etc., serían formas de una revelación divina en el cuerpo humano.
El segundo grado le estará asignado al movimiento, a las marchas solemnes, y al rito y la armonía de la danzas que se presentan como manifestaciones míticas que desean hacerse visibles. Lo mismo comprenderá a las obras ejecutadas por la mano del hombre. Se levanta una piedra, (recordemos el sueño de Jacob en que consagra una piedra sobre la que había soñado la puerta del Cielo), se eleva una columna, se construye un templo, se esculpe una efigie. Arte por doquier.
En último término el mito aparecerá como palabra, en donde se señala que el hecho de que lo divino desee revelarse en tales signos, es el acontecimiento más importante de lo mítico. Otto considerará que pensar es divino en sí y por sí, exento de toda corporeidad, ¿pero no tiene lo divino que hacerse humano cuando quiere revelarse al hombre?
Para Otto, el “sello de la revelación más auténtica, es que la Divinidad se enfrente al hombre presentándole un rostro humano” (W. Otto - 1978)
Cabe preguntarnos ¿por qué es que aún no han perdido su sello (de contínuo re-encontrado en múltiples palabras), hasta hoy los dioses olímpicos? Hablamos de ellos cuando queremos decir algo con un sentido elevado, tanto de las cosas del mundo, como así también de nuestra propia existencia. Apolo, Dionisos, Afrodita, Hermes, siguen siendo para nosotros figuras de esplendor y significación profunda. ¿Qué habría de éstos y otros dioses que sigue resonando en nosotros tan fuertemente, sin que ni siquiera nos demos cuenta?
Es que algo del habla mítica quedo atrapado en ese signo arbitrario, lineal, inmutable (respecto de un grupo que lo emplee) y mutable (respecto del eje del tiempo), que decimos llamarse “palabra”.
Palabra propia guardada celosamente por los antiguos, por el temor de que si algún otro la conociese, pudiese tener sobre él, algún poder mágico. De ahí que muchos nombres verdaderos sean substituídos por otros con el objeto de preservarse de tales supuestos daños.
Desde antiguo la lengua en sí misma es un arte colectivo de todo tipo de expresión posible. En ella yace oculto un conjunto peculiar de factores estéticos (fonémicos, rítmicos, simbólicos, morfológicos) que nunca van a coincidir por completo con los de otra lengua. “La lengua es en sí misma, el arte colectivo de la expresión, la suma de miles y miles de intuiciones individuales” (E. Saper - 1978)
Para Lacan una palabra solo lo es en tanto y exactamente haya alguien que crea en ella, siendo ésta esencialmente un medio para que el ser humano se reconozca como un otro semejante. Esta palabra en el pensamiento lacaniano, no tendrá nunca un sentido único ni un solo empleo. La palabra sostendrá varias funciones y poseerá múltiples sentidos.
Todo esto dependerá de que tipo de palabra utilicemos ya que por efecto de su polisemia adquirirá diferentes funciones. El sentido de la misma mostrará los diversos senderos que nos permitirá transitar.
La palabra de hecho y por su propia naturaleza puede ser considerada nombre, nombre propio cuando se dirige a una representación cierta. Palabra ésta que en el contexto de una sesión psicoanalítica esconderá una escena detrás de otra. Palabra que cual recuerdo encubridor indicará una huella la mayoría de las veces alterada, falseada.
Todo pasa como si esta palabra pululase “ad-infinitum” en sus significaciones. Hacia el “final” un único sentido proveerá a ambos interlocutores.
A diferencia de las palabras “nombres propios”, el verbo aparecerá en el discurso como aquella posibilidad primaria, fundante y radical del habla.
El verbo aparece siempre privilegiado en todas las lenguas, conformando la acción pura en sí y no dejando dudas de su sentido.
No obstante, en el discurrir psicoanalítico el verbo también será un “sujeto” sospechoso. Es obvio que ésto no dependerá del verbo en sí, sino del uso que de cualquier significante hace el inconsciente en su interminable tarea de no dejarse descubrir en su esencia.
Serán algunas y determinadas palabras, con sentido conocido o desconocido, las que son usadas en los rituales que invariablemente acompañan a ciertos mitos.
Su uso será el privilegio de algunos pocos, quienes se la transmiten entre sí de generación en generación no dando lugar a equívocos en sus funciones. Será ésta, la palabra considerada sagrada, la que pertenece al discurso de shamanes, hechiceros, sacerdotes. Palabra de la que ningún otro puede apropiarse. Palabra que habría sido otorgada por los dioses a los hombres alguna vez, en los tiempos de origen con la que habrían sellado un pacto de permanencia.
Son éstas las palabras que están fuera del tiempo y espacio comunes.
Solo son dichas en ocasiones determinadas fijamente por los rituales.
Su transmisión solo es posible mediante ritos de iniciación que se cuentan entre los más secretos.
Generalmente el “centro del mundo”, será el lugar (por otro lado sagrado por excelencia, consagrado a la divinidad, donde habría ocurrido el hecho que fundó el grupo o comunidad), en donde se cumplen con estos ritos iniciáticos en la palabra sagrada.
Estas palabras “hablan” de escenas no conocidas por nadie no iniciado. Son palabras que hacen surgir la misma divinidad. No muy lejos de este sentido se encontrará la palabra que juega en el discurso psicoanalítico.
De hecho, la palabra remitiría a varias escenas que montarían varios significados posibles, actuando desde ese lugar como una palabra creadora, haciendo surgir la “cosa” misma, aquello que no es nada más ni nada menos que el concepto. “El concepto siempre está allí donde la cosa no está, llega para reemplazar a la cosa”. (J. Lacan - 1984)
¡Qué cercanías guardan los mitos con las palabras! Palabras propias.
Es en este sentido en que podríamos pensar a la palabra como una “ficción”, a que existen singularmente algunos significantes saturados de significación, los que nos proponen una lectura constante, casi interminable. Por causa de que la ficción utiliza lo que podemos llamar, los cuerpos de las palabras, es decir, las letras, es que en su interpretación un texto se añade a otro texto que requiere otra novedosa interpretación. De este modo la ficción podrá añadirse a lo que llamamos casualmente, el “ombligo del sueño”, ese punto no susceptible de entendimiento y que lo une a lo para-siempre-desconocido. Eso desconocido que siempre se reitera como “lo mismo”, fundándose en su repetición. Repetición de los orígenes que siempre nos son desconocidos, no solo para el hombre de la antigüedad sino para nuestra infancia que fantásticamente estructura sus teorías acerca del origen de su propia existencia y luego de los otros semejantes.
También en el Psicoanálisis, la palabra cobrará un efecto singular, ya que ésta es uno de los instrumentos superiores y esenciales en el tratamiento. De cualquier modo, en el uso habitual y cotidiano de la palabra, notamos y “sufrimos” el efecto poderoso de la misma en los otros y en nosotros mismos.
La palabra, sagrada, profana, interesante, suave, poderosa, etc. cualquiera sea su cualidad, dada por estructura, por su lugar en el discurso o por quién la enuncie, es el vehículo que desde lo más remoto ha producido en el hombre que la dice y el que la escucha, los más variados efectos. Efecto no solo hacia el afuera, la realidad externa, sobre los otros, sino también sobre uno mismo, generando una suerte de afectos, en los que la participación del cuerpo es tan notable y espectacular que fue objeto de diferentes estudios alcanzando un relevante nivel dentro de las ciencias contemporáneas.
Señalamos que los afectos se caracterizan por una muy particular expresión corporal, tanto a nivel muscular (estriado) como a nivel de la musculatura lisa. Es profundo el nivel de expectación o ansiedad, que la palabra despierta en muchos seres. De aquí que el discurso jerarquizado, (discurso del amo, en lenguaje lacaniano) llegue a producir las llamadas “curaciones milagrosas”, ante la presencia de alguien, que, obviamente posee algunas dotes especiales y que pronuncia tanto palabras conocidas como desconocidas, ejerciendo sobre el enfermo por medio de la sugestión un poder tan grande que llega a inducir a cambios físicos que restablecen la salud de aquél. Es necesario acordar aquí, que sin la referida expectación confiada del enfermo, tal curación no sería posible.
Recordamos que no solo ante las palabras pueden llegar a realizarse tales operaciones, sino que también las hallamos bajo la influencia de ceremonias destinadas a la exaltación de sentimientos religiosos, o en sitios de veneración, exhibición de imágenes consideradas “milagrosas”, reliquias de algún santo, etc. Pero dentro de todos estos aspectos, las palabras, aún las no pronunciadas, que quedan bajo la forma de pensamientos o sentimientos en el creyente, producen este singular acontecimiento.
En muchos casos, la fe del individuo se ve incrementada por el entusiasmo del grupo o de la colectividad en la que está inmerso. Todos estos efectos hacen de la palabra, un instrumento especialísimo de restitución de salud y virtudes perdidas y es desde esta efectividad que hablamos de la magia de la palabra.
Este poderío de la palabra, lo podemos constatar también en los efectos que produce en los estados hipnóticos en los que el hipnotizado pasa a obedecer los dictámenes del hipnotizador, donde el singular “rapport” que se establece entre ambos, recuerda a una situación de virtual dominio. Ese estado es tan profundo que el hipnotizado pasa a ver (alucinatoriamente), cosas que en la realidad no existen. De idéntico modo dejaría de ver otras, sugeridas por su hipnotizador.
Este estado hipnótico, sería de alguna manera, similar al que durante ciertas ceremonias somete a sus integrantes.
Según podemos constatar diariamente, estamos inmersos en un mundo de palabras; inclusive aún antes de nuestro nacimiento.
La palabra, símbolo preferenciado entre el ser humano, nos habita inevitable y graciosamente.
Si a la palabra, a la que por medio de la ciencia, hemos podido llegar a conocer profundamente, aún faltándonos mucho camino por recorrer, hoy le asignamos tanta importancia, poseyendo por medio del conocimiento, cierto poder sobre ella, ¿cuánto más habrá significado para nuestros antecesores, sobre todo en los albores de su nacimiento?
¡Qué inmenso poder habrá tenido el primer hombre que produjo la primera palabra!
Hemos escuchado o leído que en muchas oportunidades (cuando hablamos), no sabemos a ciencia cierta qué estamos diciendo. Por esta razón es importante prestar cierta atención cuando hablamos de mitos, qué es lo que ciertas palabras (tabú, maná, tótem, etc.) encierran. Según Siebers, muchas palabras “antropológicas” no contribuirían en realidad para nuestro conocimiento de los pueblos “primitivos”, sino que serían signos que ocuparían huecos en el discurso contemporáneo:
“A la manera de un rito de liberación este tipo de vocabulario intenta eliminar lo sagrado, pero termina únicamente por encarnarlo en otras formas. Tanto en las sociedades modernas como en las “primitivas”, el carácter contumaz de lo sagrado no es fácilmente expulsable.” (Siebers - 1985)
Este concepto, en otro nivel lo hemos podido analizar a la luz de lo que Vernant dice respecto de la emergencia triunfal del “Logos”. El mito a pesar de esta gloriosa aparición del Conocimiento racional, siguió perviviendo, volviendo a renacer bajo otras formas, tal como desarrollaremos en un punto del presente trabajo.
Freud nos señala que muchas veces la memoria de un adulto en análisis falla y, en vez de hablar sobre determinado tema, aparece en su conciencia otro recuerdo (otras palabras se le imponen), que habitualmente se caracteriza por ser poco valioso y secundario. Este recuerdo aparece sustituyendo a otro de mayor valor, más importante e intenso. Éste pertenecería a algún trozo de su vida infantil que por algún motivo debió ser suprimido.
Se tratará, efectivamente de un recuerdo encubridor. Estos recuerdos infantiles que son indiferentes a la tarea analítica deben su existencia a un proceso de desplazamiento, constituyendo de este modo un substituto.
Según una clasificación freudiana los recuerdos pueden ser retroactivos, progresivos o simultáneos. Estos recuerdos encubridores, una vez despejados, podrían dejarnos ver la clave para comprender mejor nuestras “amnesias” que, “según nuestros nuevos conocimientos de encuentran en la base de la formación de todos los síntomas neuróticos (...) Diferentes datos nos fuerzan, pues, a suponer que en los denominados primeros recuerdos infantiles no poseemos la verdadera huella mnémica, sino por una ulterior elaboración de la misma, elaboración que ha sufrido las influencias de diversas fuerzas psíquicas posteriores. De este modo, los “recuerdos infantiles” del individuo van tomando la significación de recuerdos encubridores y adquiere una analogía digna de mención con los recuerdos de la infancia de los pueblos, depositados por éstos en sagas y mitos.” (S. Freud - 1948)
Sigmund Freud
Sería impensable un hombre sin mitología. Aún hoy en día, éstas atraviesan nuestras costumbres cotidianas. Podríamos considerar y reflexionar sobre el hecho de que, mientras haya vida y muerte, el mito adoptará sus diversas modalidades de “decir” acerca de lo que no se conoce. Hablará, en su estilo, del odio y del amor, del nacimiento, del destino. Hablará desde el inconsciente, que es el lugar desde donde todo se dice.
El relato mítico dirá aquello que no puede decirse en ningún otro lugar, ni de ninguna otra manera.
¿Será un síntoma?
Podríamos preguntarnos que, si hay mitologías, es porque algo falló, produciéndose este relato y no otro, acaso un “acto fallido”? Algo del inconsciente, deviene pre-consciente y luego consciente (algo emerge de las obscuridades); un relato que aparece como nacido de una determinada cultura, pero que es posible, haya nacido de un sólo hombre con características peculiares, o bien de un grupo especial de hombres (identificación mediante), que viéndose los unos frente a otros, tratasen de explicar, especularmente un suceso, pero fallando siempre en su explicación. Falla que como toda, produce un cierto nivel de desarrollo.
Posiblemente aquél, el primero que dijo la primera palabra, haya sido el que haya tenido mayor poder; y al poder empezar a poner nombres a las cosas, haya obtenido un nuevo tipo de poder sobre las mismas y sobre sus semejantes. Los demás, ¿qué habrían hecho sino identificar a esas primeras palabras, tomándolas para sí, y a su vez “generar” otras, inventando un lenguaje que habría nacido como imitación fonética y a su vez copia de los ruidos de la naturaleza?
Posiblemente también, la música haya nacido a la par que el lenguaje. ¿No es acaso nuestro sistema fonador, el primer instrumento musical?
Aquel poderoso creador de la primera palabra, habría iniciado ya un lugar para el mito.
El hombre siempre ha tratado de comprender los fenómenos naturales ya por curiosidad intelectual, ya por tratar de dominarlos, o por motivos religiosos. En este último lugar podríamos incluir al hombre “primitivo”. Tanto en el cultivo de la tierra como en el escudriñamiento del cielo, aquéllos encontraban signos en los que se le revelaban deidades y como consecuencia inmediata, objetos a ser venerados. Tanto la tierra como el cielo llevaban en sí mismos las huellas de la elaboración divina.
De este modo los rituales, la astrología, la adivinación, etc., marchaban a la par que los períodos de la naturaleza misma.
LA ESCRITURA
Junto al pueblo griego y egipcio, también el babilónico manifestó en profundidad sus necesidades para dar respuesta a los interrogantes, tanto a las preguntas que se plantearon respecto de la naturaleza de las cosas como del propio acontecimiento humano. Babel es su paradigma.
Hoy en día nos encontramos en una situación privilegiada, ya que se han podido descifrar y examinar documentos originales en los que en épocas anteriores a nuestra era cristiana, los sabios babilónicos registraron observaciones, predicciones y métodos de cálculo correspondientes a acontecimientos importantes. Estos “archivos” de tablillas de barro escritas en la modalidad cuneiforme fueron halladas en las ruinas de ciudades de Babilonia, Ur y Uruk.
A fin de registrar fenómenos celestes, relaciones de estado, predicciones de tipo mágico, etc. estos pueblos dejaron claras huellas del tipo de estructura social y religiosa que poseían.
Así como las culturas de unos pueblos pasaban y pasan a otros, así también ocurre con sus signos y símbolos. De estas interrelaciones surgen nuevos acontecimientos, los que en un principio eran transmitidos en forma oral, hasta que fueron apareciendo signos que encerraban sonidos, significados, los que concluirían en varios tipos de alfabetos.
Del conjunto organizado de determinados signos aparecerá el alfabeto, palabra de origen griego que señala a sus dos primeras letras.
Pero, ¿qué podría decirse de las primeras formas de escritura? Posiblemente éstas, las encontráramos en los dibujos de las cavernas, en las que muchas contendrían un sentido mágico religioso.
En Egipto, es donde la escritura (patrimonio de reyes, sus hijos, sacerdotes y eventualmente algunos miembros de la corte), aparece el jeroglífico (del griego “hieros” = sagrado y “glyphos” = grabado). En este país habría sido el dios “Thot” (en otras versiones, “Phat”), quien se los habría otorgado.
En Babilonia habría sido otro dios, “Nabu”, mientras que en Grecia fue Hermes (mensajero de los dioses), quien los habría legado a los humanos.
Como mencionamos anteriormente, la escritura en Egipto estaba reservada solamente a unos pocos, con lo que de hecho, se mantenían ocultos al pueblo ciertos conocimientos universales.
Fue el francés Jean Champollión quien, en 1820, descubre un jeroglífico egipcio en la piedra Roseta y a partir de su desciframiento pudiéronse llegar a leer casi todos los jeroglíficos de ese pueblo.
Ya en sus primitivas formas orales, ya escrito, ya perteneciente a una elite, o bien popular, el mito siempre logró tener su puesto. Un lugar propio no compartido con otros conocimientos, aún cuando durante algún tiempo pareciese haber estado a la deriva. Espacio, tiempo y relato propios que lo hace susceptible de ubicar junto a otras formaciones del inconsciente.
LECTURAS
Durante mucho tiempo los mitos estuvieron (para poder ser estudiados), separados de su legítima imbricación en la vida espiritual de sus pueblos, siendo calificados en una categoría inferior a lo religioso, tal como si fueran solo la explicación ingenua del hombre “primitivo”, de algún fenómeno de la naturaleza circundante o de su realidad interna. Como tal hemos observado la confrontación en el pensamiento freudiano de la forma de pensamiento “primitivo” como una de las formas de pensamiento infantil. Taylor, con su teoría del “animismo”, contribuyó a la elaboración de esta teoría donde lo ontogénico y lo filogénico se entrecruzan. De ahí ese deslizamiento de esa frase tan repetida, “la infancia de la humanidad”.
Otra forma posible de leer al mito es aquella vinculada a ese desamparo perenne del hombre en un universo que se le presentaba inhóspito y agresivo por doquier.
Para Eliade, el mito designará una historia “verdadera”, de un valor inapreciable, tanto por su carácter sagrado y ejemplar como significativo. Hubo tiempos en que, opuesto a “logos”, como mucho más tarde a historia, el mito terminó por significar a todo aquello que no podía existir en la realidad. Todo parecía ser cosa del pasado, pero lo cierto es que el mito sigue viviendo, cobrando fuerza desde un lugar obscuro que parece ser “sistemáticamente”, su creador.
Hoy también se reconoce que casi todas las mitologías tienen su propia historia; habiendo nacido de un modo, siendo paulatinamente deformadas, transformadas y enriquecidas. Poco sabríamos de sus modos originales. La influencia del tiempo y el genio creador de ciertos individuos que se ocuparon especialmente de ciertos temas míticos, no en poco habrían contribuído a tales modificaciones.
Una fantasía original a la que se habrían añadido otras fantasías, habrían dado por resultado los relatos míticos tal como hoy los conocemos. Pero algo habrá en los relatos que nos separará de su lugar de origen con lo cual la transferencia inmediata (como vivencia) sobre el texto vivo (aquellos indígenas que actúan como documentos vivos, relatando sus propios mitos a quienes deseen escucharlos), se pierde. Al escuchar a estos relatores originales, totalmente situados en su propio contexto religioso y social, habría un “volver a las cosas”, (míticas), “a las cosas mismas”, sugerido por el pensamiento husserliano.
Es posible leer a los mitos siempre refiriéndose a las hazañas de seres sobrenaturales y divinos que se las arreglaron para organizar al mundo tal como hoy lo podemos vivir. Seres que habrían irrumpido sobrenaturalmente en este mundo, siendo por tal considerados sagrados.
Cuando hemos señalado al mito como una historia verdadera es porque propone realidad. Un cierto tipo especial de realidad.
De hecho el mito cosmogónico es verdadero porque el mundo es su inmediata prueba. El mito del origen de la muerte también lo es, porque también la mortalidad está ahí para comprobarlo.
Pero para algunos hombres, no todo mito puede ser considerado veraz. Tendrá que tener sus comprobaciones.
Un ejemplo lo encontramos entre los “Pawnee”, tribu americana en la que se encuentran distinciones. Las historias verdaderas serán las que se refieren a los orígenes del mundo, luego vendrán los cuentos del héroe popular propio, aquel salvador que siempre cumple una vida programada de hechos nobles y benéficos; y por último las historias de los shamanes, explicando por qué y cómo han adquirido sus poderes. Entre las historias falsas, encontraremos aquellas que cuentan de hazañas del coyote, el lobo o algún otro animal, historias éstas cargadas siempre de contenido profano.
Miembros de la tribu Pawnee. Fotografía de William Henry Jackson, 1869.
Es interesante destacar que los indígenas se dan cuenta que las historias verdaderas influyen en sus vidas, mientras que las otras fábulas se refieren a acontecimientos que no han modificado su condición vital.
Eliade reflexiona que “el hombre es tal como es hoy, por ser el resultado de estos acontecimientos míticos, es decir, está constituído por estos acontecimientos” (M. Eliade - 1982) El hombre es mortal, sexuado y cultural porque algo ha pasado “in illo témpore”. Acontecimientos que como veremos más adelante, estarían sumergidos en un gran inconsciente colectivo bajo la forma de arquetipos, de acuerdo a lo formulado por Jung.
Los integrantes de estas tribus con su específica organización social, económica, religiosa y cultural, están obligados a conocer sus historias y a repetirlas periódicamente, rememorando la historia mítica de su tribu, reactualizándola y sumergiéndose en ella con lo que se la “re-vive” constante e insistentemente.
Para el hombre primitivo esta historia narrada constituye además y conocimiento de orden esotérico, no solo porque es secreta sino porque es transmitida en los ritos de iniciaciones, siendo acompañado este conocimiento de un poder mágico-religioso.
Un modelo ejemplar de transmisión de este tipo especial de conocimiento, persona a persona, lo encontraremos en la atrayente figura del shamán, el que cura, impregnando su actividad de un hálito sagrado y retrotrayendo toda la situación del presente al tiempo y espacio de los orígenes.
LOS TIEMPOS
Tiempos de origen que eran tiempos fuertes, ya que en ellos se encontraban (y al reactualizarse nuevamente están presentes), los seres sobrenaturales. Al recitarse estas historias se encuentran todos, shamán y presentes, nuevamente en los tiempos primordiales, siendo por lo tanto, durante ese tiempo consagrado, contemporáneos de los dioses.
En estos rituales referidos al mito de los orígenes, en donde el tiempo no cronológico, sino tiempo primordial, todo parece señalar la marca de aquel otro tiempo, no ordenado por los amaneceres y anocheceres, lluvias y levantamiento de cosechas, aquél propio del inconsciente ordenado de acuerdo a un registro obscuramente propio.
Para estos grupos, la vida fue creada de una vez y para siempre, pero hay oportunidades en que se pierden el orden original y es necesario “repararla” en torno a las fuentes. Solo de éstas se obtendría la energía que sería igual a la que se produjo en la creación del mundo. Posiblemente podamos leer aquí una figura que releva metafóricamente al concepto vital de “libido”.
Cuando algo terrible sucede a la comunidad el rito cosmogónico se hace inevitablemente perentorio, ya que este mito es considerado como el modelo ejemplar de toda creación.
Interesante es el ejemplo que nos relata Eliade referido a una tribu de origen norteamericana, los “Osage”: “Cuando nace un niño se llama a un hombre que “haya hablado con los dioses”. Al llegar a la casa de la parturienta recita ante el recién nacido la historia de la creación del Universo y de los animales terrestres. A partir de este momento el recién nacido puede ser amamantado; más tarde el niño desea beber agua, se llama de nuevo al mismo hombre o a otro, quien recita otra vez la Creación, completándola con la historia del origen del agua. Cuando el niño alcanza la edad de tomar alimentos sólidos, el hombre que “ha hablado con los dioses”, vuelve a recitar de nuevo la Creación, esta vez relatando también el origen del los cereales y otros alimentos”.
Tarea ésta que, salvando distancias y encuadre, parece acercarse a la realizada por los alguna vez llamados “hechiceros científicos”, el analista que busca orígenes y desarrollo a través de la producción del inconsciente de todo aquello que conforma la realidad interna del hombre de nuestros tiempos.
Analizando aquellas historias, podemos observar que el padre y el abuelo no han hecho otra cosa que imitar a sus antepasados. Si solo se imitara al padre quedaría desvirtuado el tiempo original. En este sentido observamos que esta imitación de los antepasados en mucho se parece a las tentativas que el niño realiza (identificación primaria), con la figura del padre ideal.
En muchas mitologías esta figura del padre ideal, aparece encarnada en la figura del rey. Identificaciones que aparecen enmascaradas bajo el nombre de “encarnaciones”, siempre que se trate de figuras reales.
(Continúa en la 2da parte)
Jorge Garzarelli es doctor en Psicología por la Universidad del Salvador. Profesor Titular de la Cátedra de "Psicología de la Religión" en dicha casa de estudios. Desarrolla múltiples actividades académicas, además de ejercer como analista en la práctica privada. Su tesis doctoral, de la cual el texto reproducido forma parte, se titula: "El mito: acerca de su producción en el inconsciente" (1987). Es autor, además, de los libros "Psicosociología del Turismo" y "Psicología del Deporte".
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