viernes, 17 de febrero de 2017

Entre Priya y Parvati: violencia hacia la mujer en la India del siglo XXI

"Priya", una creación de Ram Devineni


"Entre Priya y Parvati: violencia hacia la mujer en la India del siglo XXI",
por Juan Manuel Otero Barrigón*

Como es sabido, y a pesar de los importantes esfuerzos del movimiento internacional por los derechos de la mujer a lo largo de los años, en todo el mundo todavía hay mujeres y jóvenes que contraen matrimonio durante la niñez y que son víctimas de trata con fines de trabajo forzado o esclavitud sexual. Se les niega acceso a educación y participación política, y en algunos casos se ven incluso atrapadas en conflictos en los cuales se recurre a la violación sexual como un arma de guerra. En todo el mundo, los índices de muertes asociadas con embarazos y nacimientos son elevados, y se impide que mujeres tomen decisiones absolutamente personales en su vida privada. Lamentablemente, la India, pese a su milenaria riqueza cultural y religiosa, no es la excepción.

Conviene tener en cuenta, no obstante, ciertos aspectos culturales intrínsecos a la cultura hindú, que con antecedentes de larga data en su devenir histórico, podrían explicar la persistencia de situaciones de violencia hacia la mujer en dicha sociedad. Y es que conjuntamente con la herencia de riquísimas tradiciones y elevadísimas disquisiciones filosóficas y religiosas que nos ha legado la tierra de los Vedas, la antigüedad hindú también ha expresado, desde sus orígenes, ciertas costumbres y prácticas que prolongadas en el tiempo, resultan inaceptables para el mundo actual, si de igualdad entre los géneros se trata.

Ya de los antiguos Vedas se desprende la idea, habitual en distintas culturas, de que en la familia es el padre quien ejerce la autoridad, y el encargado de arreglar el matrimonio de sus hijos (tanto mujeres como varones), siendo las primeras entregadas al marido ni bien entrada la adolescencia.

Sin embargo, la división de la sociedad en castas rígidas, que aparece consolidada en la época en que rige el llamado Código de Manú, vino a profundizar, tanto en la letra escrita como en la práctica, la indignidad a la que la mujer sería sometida en la sociedad tradicional india. Así, dicho Código se refiere a la mujer en numerosos y extensos artículos; a través de los cuales se desarrolla el concepto de que la mujer es un ser del cual resulta necesario vigilar los menores actos y al que no hay que dejar iniciativa, ya que Manú le ha dado solamente el “amor a la cama y a la silla, deseo de adornarse, pasión por los hombres, ira, doblez, aviesa intención y perversidad”. (Libro IX)

El mismo Código vendrá a señalar las cualidades que debe reunir una mujer para ser considerada una “buena” representante de su género: “Estar siempre de buen humor, ser diestra en los quehaceres de la casa, tener cuidado de los utensilios y mano apretada para los gastos”. (Libro V)

Y aunque las exigencias impuestas a los hombres en dicho Código no son escasas (tanto que se considera a un hombre como tal en tanto y en cuanto logre tener mujer e hijo), el peso de las obligaciones a las que eran sujetas las mujeres, son enormemente más elevadas.

Probablemente, una de las prácticas más aberrantes y de mayor carga en la consciencia histórica de la sociedad india sea la del denominado Sati, o “sacrificio de las viudas”. Consistía, literalmente, en la carbonización del cuerpo de la viuda, que se arrojaba viva a una pira encendida, cuando su marido moría. Y aunque se ha pretendido que la justificación de dicho acto estaría en los Vedas, el texto preciso permanece apócrifo. Lo cierto, es que el Sati fue ejercitado en forma regular hasta el año 1824. A las viudas impulsadas al martirio se les decía que esta muerte purificaba a tres generaciones sucesivas y lograba el perdón del cielo por los delitos cometidos por el marido, inclusive el del asesinato de un brahmán, sacerdotes del culto védico ubicados en la cima del sistema de castas. Merece señalarse, en este contexto, que dicho sacrificio sólo se exigía a las viudas ricas, ya que a las pobres, pertenecientes a las castas más bajas, les estaba prohibido. Y es que el Sati era considerado un acto de honor, un privilegio.

Frente a este escenario de violencia patriarcal ejercido contra la mujer, la cultura hindú también profesa desde tiempos inmemoriales, y de forma algo paradójica, un profundo respeto y devoción por la figura femenina, que elevada a la categoría de diosa, pobló con numerosas representaciones la consciencia mítica y religiosa del hinduismo.

La diosa Devi, fusión de varias divinidades entre las cuales hay bienhechoras y también mujeres de aspecto terrible, así lo demuestran. Entre muchas otras que conforman el panteón hindú, la diosa Parvati, con sus dos principales manifestaciones como Durga y Kali, ocupa un lugar central y destacado. Parvati es la diosa Madre, símbolo de la abnegación matrimonial, y primera esposa del dios Shiva. También llamada Sati, de allí proviene, de hecho, la terrible “costumbre” histórica que líneas arriba comentáramos. Parvati se manifiesta en distintas formas, siendo las más conocidas Kali y Durga. Su aspecto de Parvati, como esposa de Shiva, es el más poderoso y complejo de todas las Diosas, ya que representa la energía cósmica (prakriti), que nunca puede ser separada de Shiva (purusha), la Conciencia pura. En su representación de Kali, es la diosa madre hindú, pero está asociada con la destrucción. Es la diosa de la muerte. Destruye para mantener el mundo en orden. Por otro lado, Durga , es la divinidad femenina de la guerra, la “Inaccesible”, aquella mujer hermosa, armada con flechas y con expresión feroz, que con sus armas rompe la muralla del ego de sus devotos, combatiendo sus imperfecciones, y su oscuridad interior. Junto con Kali, acude a salvar a sus hijos de la ignorancia espiritual y de los apegos inferiores.

Fue valiéndose de este profundo simbolismo que hace de las diosas hindúes potentísimas guías espirituales para millones de personas, que una organización llamada Save Our Sisters lanzó hace tres años una campaña destinada a concientizar a la población respecto al drama de la violencia contra la mujer, mostrando a diosas hindúes como víctimas de violencia doméstica. Los afiches son protagonizados por las diosas Saraswati, Durga y Lakshmi – sabiduría, fortaleza y riqueza, respectivamente – quienes aparecen ataviadas con ropa elegante y joyas, pero visiblemente golpeadas, con moretones en el rostro. Las imágenes, caras a la sensibilidad de los hindúes, pretenden despertar a una población masculina que, contradictoriamente, venera a las diosas/mujeres y las considera símbolos de fortaleza. En el texto del póster puede leerse: “Hoy día, más del 68 por ciento de mujeres en India es víctima de violencia doméstica. Mañana, tal parece que ninguna mujer se salvará. Ni siquiera a las cuales rezamos”.

Diosas hindúes como víctimas de la violencia de género. Campaña "Save our Sisters"

Como era de esperar, la iniciativa despertó fuertes críticas, no solo de ciertos sectores hipócritamente llamados religiosos que acusaron a los autores de “trivializar la veneración a las diosas”; sino también de aquellos que han asumido la lucha contra la violencia de género como su causa personal. Entre estos últimos, destaca, por ejemplo, una reconocida intelectual india, la Dra. Brinda Bosé, quien desde el feminismo cuestionó las figuras elegidas, preguntándose “por que se tiene que dar alabanzas a Durga, Saraswati o a Lakshmi y no a la diosa Kali, la cual muestra su desnudez y se visualiza como a una ramera/monstruo para la sociedad”.

Lo cierto es que, polémica mediante, el debate sobre la violencia de género en un país de fuerte cultura patriarcal, comienza a cobrar preponderancia. Un dibujante llamado Ram Devineni, tuvo la lúcida iniciativa artística de crear un cómic a partir del cual busca cambiar la percepción de millones de niños y jóvenes indios sobre el papel femenino en la sociedad. La historieta, trata de una superviviente, de nombre Priya, quien tras ser atacada por una banda y al volver a su casa, se convierte en una heroína, alentando a las mujeres y a los hombres a manifestarse contra la violencia de género.

Nada hace suponer que la lucha contra toda forma de opresión y violencia de género en un país dotado al mismo tiempo de una profunda riqueza milenaria vaya a ser sencilla, sobre todo teniendo en cuenta que estos flagelos están, en gran medida, arraigados en cierta  tradición histórico cultural, incluso más profundamente de lo que ocurre en otras partes del globo. Sin embargo, estas iniciativas permiten mostrar algo importante: el valor que el arte puede adquirir como vector y herramienta de transformación social. Agitando consciencias, denunciando iniquidades, y apostando a lo más sagrado del ser humano, aquello que lo impele a un mundo más justo e igualitario para todos, sin distinciones.

* Este texto fue escrito originalmente para ser presentado en las Jornadas de Estudio sobre Violencia de Género en la Facultad de Psicología de la Universidad del Salvador

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