sábado, 8 de octubre de 2016

La dimensión religiosa en psicología



La dimensión religiosa en psicología, por Juan Manuel Otero Barrigón (escrito en 2009)

El ser humano, como unidad ontológica fundamental, expresa la conjunción de siete niveles de integración que lo constituyen en su singularidad. Es así que, para una mejor y abarcadora comprensión de la Persona Humana, se nos hace imprescindible considerarla en virtud de sus dimensiónes:

-Física
-Química
-Biológica
-Psicológica
-Social
-Ético moral y,
-Espiritual

dimensiones todas que no comportan un mero agregado, sino que, y en virtud de su progresiva y creciente complejidad, distinguen al ser humano del resto de los seres vivos.
A los fines de esta breve exposición, quisiera detenerme y hacer algunas consideraciones acerca del último de estos niveles, esto es, la dimensión espiritual del hombre; y más precisamente, la dimensión religiosa, ya que su importancia, no siempre valorada adecuadamente en la labor clínica, constituye una poderosa herramienta de comprensión de lo que en el ser humano es más propio.

Parafraseando a Aristóteles, podríamos decir que el ser humano es un animal religioso. Existe en el hombre, cualquiera sea su origen, su raza, grupo cultural o época histórica, una tendencia, un impulso interior a entablar relación con una entidad superior a quien rendirle culto, para poder de esta manera trascender, superando nuestra finitud.
Y esto, que ha sido así desde siempre, no lo es menos hoy, en la época actual, donde la falta de sentido de la vida, el consumismo generalizado, y la angustia existencial característica de los tiempos que corren, encuentran cauce para muchas personas en una renovada búsqueda de lazos con un algo superior que dote de sentido a la existencia.

Abraham Maslow incluyó en su célebre 'pirámide' de las necesidades a ser satisfechas por el hombre en grado creciente, las de autorrealización, que implicarían el autocumplimiento, el logro de lo que uno es capaz de ser. Ahora bien, a la luz de lo antedicho, podríamos pensar que el desarrollo de la espiritualidad y de una religiosidad plena y madura estaría incluida en esta necesidad de autorrealización, como uno de sus aspectos más elevados.

Resulta fundamental considerar y tener en cuenta la dimensión religiosa de aquellos que acuden a terapia. Muchas veces, y esto se ve claramente en el ámbito hospitalario, las manifestaciones de religiosidad de los pacientes, como de sus familiares, son reconocidas como mecanismos útiles que permiten aminorar el reconocimiento de eventos traumáticos en la vida. Respetar la actitud y la posición que cada paciente tiene frente a la religiosidad es de vital importancia para lograr una más acabada comprensión del ser humano que acude a nosotros en busca de ayuda.
Es sabido por la sociología que la religión marca y regula la conducta social, puesto que ordena, dirige los sentimientos y evita que se retorne al caos, lo cual se logra mediante determinaciones sobre lo que hay que hacer y no hacer, orientando un ideal de vida.
Muchas veces encontramos que la religiosidad da un sentido de pertenencia, de confianza y de fe que se presentan como continentes de los conflictos por los que atraviesa determinado sujeto, contribuyendo a sostener y consolidar lo que podría ser el derrumbamiento de la subjetividad.

Vale aclarar que, y a partir de la estructura peculiar de personalidad de cada sujeto en cuestión, la religiosidad podrá ser madura, inmadura, o incluso ausente, presentándose muchas veces la religión como expresión de una psicopatología determinada o bien, dicha psicopatología canalizada por el fenómeno religioso.

Todos sabemos de la particular aversión de Freud frente al hecho religioso, al cual consideraba algo negativo e incluso patológico. En el curso del desarrollo de su obra, llegó a considerar a la religión como una proyección paranoica en el mundo exterior, una neurosis obsesiva universal e incluso un bastión sobre el que se levanta la represión y renuncia a las pulsiones. Su destino, creía, era el ser superada por la ciencia.
Muy distinta y positiva fue la actitud de Jung, quien al ver a la religión como derivada del inconciente colectivo, la creía responder a una necesidad universal de trascendencia que podía ser utilizada con fines terapéuticos. Incluso Frankl, representante de la tercera escuela vienesa de psicoterapia, sostenía que religión y psicología podían ser complementarias, ya que ambas tendrían como meta común la búsqueda de sentido.

Como psicólogos, no podemos cercenar al ser humano, suprimiendo una dimensión que le es inherente y que lo constituye y define como tal. Es por ese motivo que se hace necesaria la incorporación de los conocimientos que brindan la psicología de las religiones como una herramienta  imprescindible para abarcar a la persona en su totalidad, orientándonos de manera abierta y desprejuiciada frente a aquél que acude a nuestra consulta.

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