martes, 15 de septiembre de 2020

Entrevidas

 

En su obra "El erotismo", George Bataille señalaba que somos seres discontinuos; nacemos y morimos solos, pese a que en el principio hubo un estado de continuidad. En la vida, hay tránsitos de lo continuo a lo discontinuo y viceversa. Somos seres discontinuos con la añoranza de la continuidad perdida. Simultáneamente, experimentamos el deseo angustiado de la duración de la individualidad efímera, al tiempo que atesoramos la nostalgia de una continuidad primera, que nos liga al ser. Bajo esta perspectiva, la necesidad del arte podría verse como la búsqueda de situaciones que pongan en juego, en el mapa de la interioridad, los límites del ser aislado, en intento de momentos de continuidad. 

El viejo chamán yaqui Don Juan, de los libros de Carlos Castaneda, afirmaba que hay dos mundos: el tonal y el nahual. El tonal es lo que somos, todo aquello para lo cual tenemos palabras, lo que conocemos, lo que construye el mundo y lo tramita con sus propias reglas. Y el nahual, la parte nuestra con la cual no tratamos y en gran medida desconocemos, para lo cual no tenemos palabras. El nahual revela otras realidades. Es sólo efecto. Es la firma de autoría de la creatividad. 

Nacemos, y a la hora de nacer está el nahual; con la primera bocanada de aire comienza a desarrollarse el tonal, invadiéndolo, para devenir de este modo en todo tonal, ampliando nuestra sensación de incompletud. El tonal se hace cargo de la obra y entrena a nuestros ojos, condicionando nuestra mirada. La tarea, tal como señalan las distintas tradiciones del mundo, es convencerse de que hay otros mundos.

Juan Manuel Otero Barrigón

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