sábado, 17 de noviembre de 2018

El Outsider (por Javier Valenzuela)

Nota introductoria del autor del blog: el siguiente escrito, originalmente aparecido en su página de Facebook, fue cedido generosamente por el autor para ser publicado en este espacio. Agradezco al querido colega mexicano Javier Valenzuela compartir sus intuiciones y sentires con Psymbállein

Créditos del dibujo: B.G.Reynolds

EL OUTSIDER, por Javier Valenzuela*

(Relato autobiografico)

"Me dan alergia los colectivos, que considero escondrijos de cobardes. Cuando uno no quiere hacerse responsable de su pensamiento y quiere que le digan cómo pensar, se hace militante de algo"
David Testal


Desde pequeño me acostumbré a ser un "outsider". Un ser aislado y solitario, ajeno a la algarabía y el bullicio colectivos. 
Tímido y retraído, conocí muy tempranamente esa extraña sensación de separatidad, de no-pertenencia, que habría de acompañarme a lo largo de mi vida.
Durante mi adolescencia ésta sensación se convirtió en una constante, que me hacía sentir como un ser trasplantado a un mundo que me resultaba ajeno. Un mundo extraño y hostil, en el que apenas encajaba con dificultad y me sentía habitualmente torpe e inadecuado.
Al paso de mi vida estudiantil y mis primeros años de militancia política, el sentimiento persistió. 
De espíritu apasionado y combativo, participé activamente en numerosos movimientos izquierdistas sin identificarme nunca con ninguna afiliación o sigla política definida.
Fuí un izquierdista ajeno a la izquierda, cuyos militantes me miraban siempre con ojos de sospecha, como se mira a un polizonte o un infiltrado. 
Mis dotes de líder y mi personalidad apasionada me permitieron destacar y sobresalir en el ambiente contracultural de aquella época, sin lograr nunca desprenderme de aquélla vieja sensación de extrañeza que significaba no encajar en ningún lado.
En mis años universitarios me convertí en un académico de la psicología, siempre ajeno a la academia, pues jamás logré insertarme con suficiente fidelidad a ningún esquema filosófico o teórico de mi disciplina. 
Siempre tentado por aquel agridulce sabor de la disidencia, que me hacía discrepar de los sistemas y de las normas estipuladas y contrariar, como si se tratase de una enfermedad crónica, cualquier sistema de creencias establecido.
Tempranamente destaqué en las filas de la burocracia universitaria, donde desarrollé una exitosa carrera ascendente dentro de una comunidad académica con la que nunca comulgué del todo y de la que deserté, intempestivamente, para replegarme en un largo paréntesis de 10 años como trabajador indigenista en los Estados de Chihuahua, Chiapas y Oaxaca

Ahí fui un nuevo outsider, un espectador de aquél mundo indígena y campesino, que desafiaba todos los paradigmas conocidos y ofrecía a mis ojos el paisaje de una realidad hasta entonces desconocida.
Aquellos años de convivencia en el mundo místico y silencioso de los Rarámuris y el mundo magico y costumbrista de los Tzeltales y Tzotziles de Chiapas sacudieron mi conciencia y transformaron mi mirada.
Cuando abandoné mi etapa indigenista me trasladé a Tijuana en calidad de funcionario federal, donde fundé y coordiné al "Grupo Beta", una corporación policíaca para la protección de los migrantes y el combate de la corrupción y los abusos de las corporaciones que operaban en el área. 
Y ahí me convertí en un nuevo outsider de la burocracia y de los cuerpos policíacos. Una vez más aquella vieja sensación de no pertenecer perteneciendo. De no encajar en los códigos ni en los paradigmas establecidos en éstas cofradías de políticos y pistoleros, de las que jamás me sentí parte.
El desgaste producido durante 5 años de actividad frenética como coordinador y comandante de éste experimento policíaco me llevó a buscar refugio en el mundo del Servicio Exterior, que me acogió en calidad de cónsul en la ciudad de los Ángeles, Ca. 
Ahí me convertí en un extraño espécimen de ésta casta profesional sui-géneris de los Diplomáticos, cuyos refinados modales y sofisticados protocolos y códigos nunca formaron parte de mi vida. Más forma que fondo, la diplomacia me aburrió y me condujo a desertar nuevamente. 
Fatalmente está condición kármica que me imponía el no reconocerme de ninguna parte y no embonar en ningún lado, resultó una gran limitante para mi capacidad de arraigo y reforzó mi vocación de nómada, de nowerman, de migrante o peregrino de la vida.
Y así continúe transitando de lugar en lugar y de oficio en oficio, acompañado de esa perenne sensación de extrañeza con la que me desenvolvía, independientemente del éxito habitual de mi desempeño.
Todas estas etapas fueron acompañadas por una búsqueda interior, silenciosa e inconsciente, de mi lugar en el mundo. 
Y ahí transité del marxismo al cientificismo; del yoga a la meditación y el misticismo. De mis experiencias con enteógenos y el chamanismo a la psicoterapia gestalt y el Cuarto Camino, sin terminar de identificarme con ninguna tradición o disciplina. Sin acomodo ni credencial de pertenencia alguna.
Reacio a cualquier género de militancia; a portar uniformes o etiquetas y a asimilarme a las reglas de cualquier colectivo, mantenía una distancia con los distintos circulos sociales por los que transitaba sin llegar nunca a arraigarme; a establecer vinculos hondos y duraderos con mis pares impares.
Jamás me acomodé a las mayorías. En la política como en el deporte, siempre estuve del lado de las minorías perdedoras; de los equivocados.
Fui un artista sin arte, un poeta sin poesía. Un filósofo extraviado. Un forastero de mi mundo y de mí mismo.
Eterno disidente de filias y de fobias no resulté al final ni marxista ni académico; ni creyente ni ateo; ni chamán ni budista; ni gobiernista ni anarquista; ni machista ni feminista. Ni derechista ni de izquierda.

Alérgico al "mainstream", finalmente la vida me ha replegado al único territorio que reconozco como auténtico y verdadero. El único del que sin saber siempre formé parte y al que siempre pertenecí.
He terminado por reconocer mi vocación original; mi verdadera filiación intelectual y politica; mi camino y disciplina de vida; mi orientación vital.
Militante activo de las no militancias, abrazo con fervor la escuela de los no escolarizados, la política de la no-politica y la religión de los sin religión. La antigua y maravillosa tradición del "no saber", con la que comulgo y me reconcilio plenamente. 
Fielmente y sin saberlo, me he propuesto ser Yo. El habitante de ninguna parte fuera de mí mismo. El que no se identifica ni se asimila a nada, que no resuene con vehemencia y con fuerza en su corazón.

¡Soy un OUTSIDER!

Javier Valenzuela

*Psicoterapeuta en la práctica privada

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