El filósofo estrella del gobierno argentino de Mauricio Macri, Alejandro Rozichtner, dicta charlas y conferencias sobre "positividad inteligente", una herramienta que, según sus palabras, tiene que ver con "la mejor forma de encarar los cambios, y cultivar una mente positiva; adaptándose así más rápidamente a la realidad que se está viviendo". Poco importa, claro, si esa realidad a la que hay que adaptarse es justa, o por el contrario, tan solo nos impele a que seamos, siempre sonriendo y alegres, apenas "otro ladrillo en la pared". Bajo el paraguas de una muy edulcorada "Psicología positiva" hoy de moda, su perorata, tanto más cercana al acuarismo light de Louise Hay y Paulo Coelho que a la reflexión crítica de la realidad propia de la tradición filosófica, no es más que una legitimación liviana del "sálvese quien pueda" neoliberal, elaborado, en este caso, por un "pensador" cuya mayor contribución, hasta el momento, había sido escribir, décadas atrás, un ensayo hermenéutico para entender el humor del Dr. Tangalanga. Mientras tanto, del otro lado del charco, la lucidez del filósofo coreano alemán Byun Chul Han, propone que el exceso de positividad empuja a los seres humanos modelados subjetivamente por el poder neoliberal, a vivir en sociedades del rendimiento y la hiperactividad, donde "la violencia de la positividad no es privativa, sino saturativa; no es exclusiva, sino exhaustiva. Por ello, es inaccesible a una percepción inmediata". En un artículo que publicó en el diario El País, reflexionaba que "el régimen neoliberal instrumentaliza radicalmente un estado de shock. Y ahí aparece el Fondo Monetario Internacional o similares, dando dinero o crédito a cambio de almas humanas. Mientras uno se encuentra aún en estado de shock, se produce una neoliberalización más dura de la sociedad caracterizada por la flexibilización laboral, la competencia descarnada, la desregularización, los despidos. Todo queda sometido al criterio de una supuesta eficiencia, al rendimiento. Y, al final, estamos todos agotados y deprimidos. En esta sociedad de obligación y cansancio, cada cual lleva consigo su campo de trabajos forzados. Y lo particular de este último consiste en que allí se es prisionero y celador, víctima y verdugo, a la vez. Así, uno se explota a sí mismo, haciendo posible la explotación sin dominio". Sombrío panorama cuya solución, para Rozichtner, transita las orillas de la mera aceptación pasiva al mejor estilo Sri Sri Ravi Shankar y su slogan "Si sucede, conviene". En tanto que para Han, y con saludable divergencia, se trataría más bien de aprovechar ese hastío vital, y recuperar la capacidad de ser contemplativos en la acelerada vida actual, para mejor "mirar críticamente y reconciliar", punto de partida de una actividad creativa y de un nuevo comienzo, que incluya también a los otros semejantes.
Juan Manuel Otero Barrigón
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