Los Niños Azules, por Ana Silvia Karacic*
"¿Y si existiera algo más de lo que puedes imaginar?" (ASK)
Comencé a buscarlos después del Año de las Cenizas, cuando los Dos Soles calcinaron nuestro mundo, hace ya demasiado tiempo. Entonces, pensé que se trataba sólo de un mito; hasta ese punto la niebla invadió mi memoria.
Hoy, en el año 4811 de la Edad de los Dos Soles, envuelto en el humo que emana mi pipa; recuerdo con inquietud ese primer aguijonazo de sorpresa e intuición. No se trataba de historias o vanos decires; estaba allí, en tinta negra, grabado a fuego sobre la hoja de un manuscrito. Nadie hubiera osado escribir algo falso, sólo la verdad puede fijarse en el tiempo y en el espacio.
La Ciudad del Amanecer guarda una torre de piedra vedada al pueblo. Los reyes-sacerdotes son los únicos que pueden acceder a ella, y al tesoro del conocimiento que encierra. Ciertamente, sus puertas están abiertas para mí, aunque no soy rey. Recuerdo ese atardecer, cotejando las versiones más antiguas de los Conjuros de los Portales, casi distraído entre los escritos de mis predecesores… Vi caer de una pila, por divina intervención, uno de los Antiguos.
El frío de la mañana me endurecía las manos y cuando me incliné a recoger el manuscrito; sentí las ráfagas que entraban por la ventana, azotando la piedra gris. Lo presentí como un augurio de pesares. Ni yo me acercaba a ellos. Fueron escritos en una Edad sagrada, anterior a la nuestra, la del Sol Rojo, y por una raza que ya no existe. Únicamente podían ser tocados luego de una purificación. No debí tomarlo; no sin un ritual. El libro cayó abierto y una hoja se dobló. Aunque no tuve intención de leerla, al desdoblarla, mis ojos se clavaron en esos caracteres antiguos y ya no fui dueño de mi voluntad. Algo dirigió mis manos hacia las viejas páginas. Supe, entonces, que no podría volver atrás.
Estos secretos se han guardado durante varias Edades. Podría iluminar a los hombres de este tiempo, pero prefieren creer que fueron mitos; no imaginan lo que se esconde en estas páginas. Tal vez no quieran saberlo; y los comprendo.
Traté de recordar lo que se decía de los Niños Azules; pero los milenios han deformado demasiado la historia. Hasta donde puedo recordar, se susurra que en un tiempo lejano las distintas razas se comunicaban entre sí: estaban los Hombres, que construyeron ciudades como ésta y cultivaban el conocimiento; los Opalescentes, dueños del poder de transformación y del dominio de las fuerzas naturales; los Sabios, señores de la Palabra Sagrada del Eter y capaces de desplazarse en el viento; los Amos del Fuego, que detentaban el poder sobre los metales y extraían su fuerza mágica; y finalmente, los Niños Azules.
Ellos custodiaban las Puertas entre el Sueño y la Vigilia, impidiendo que aquél se derrame en el mundo despierto. Tal vez por eso su morada era desconocida; nadie quería saber dónde vivían. ¿O era el instinto de preservación lo que instaló el silencio sobre ellos? Acaso habrán sentido que no debían perturbarlos en su misión. En un mundo en el que las fuerzas no se diferencian claramente, hasta el pensamiento puede desencadenar lo no deseado.
Pienso ahora, que la ignorancia de su morada y el no poder verlos (ya que el sol los vuelve traslúcidos), hizo que su recuerdo se alejara. No puedo decir mucho más; acontecimientos desgraciados sobrevinieron a todas razas, y su memoria quedó atrás, vencida por la realidad que arrolló el mundo.
Sin embargo, aunque no se habla de los Niños Azules, ellos no descuidaron su tarea, envueltos en el silencio del ensueño.
Me temblaron las manos al observar la notación de la fecha, parecía corresponder a la Edad anterior, la del Sol Rojo -antes de que estallara en los Dos Soles que nos robaron el descanso nocturno-; la hoja doblada daba inicio a un relato casi incomprensible, escrito en una forma antigua de la escritura de los Sabios, las frases eran acertijos como los que utilizaban los Opalescentes. Las letras negras habían sido grabadas mediante la magia del fuego de los Amos. Eso era preocupante: ¿tres razas involucradas en la escritura de un relato que se guardaría en una torre perteneciente a la ciudad de una cuarta, la de los Hombres?. Y el relato se refiere a la quinta raza.
A diferencia del resto, el inicio de la narración era relativamente comprensible; y decía así:
Y el calor del frío nacerá cuando el Sol Rojo se parta en dos. De las cinco, cuatro se batirán y de una se olvidarán. Sin crepúsculo, no se verán, inútil búsqueda será. Puerta sin cerrojo quedará.
En ella creí notar una alusión a los hechos que ocurrieron años después, el estallido de nuestro sol, la guerra que sobrevino luego… No estoy seguro, pero, y de una se olvidarán, debe ser una alusión a los Azules y al olvido del que fueron objeto. El resto no tiene mucho sentido, si pretende decir lo que pienso que decía. A menos que los Niños Azules hayan cruzado al Otro Lado y no nos diéramos cuenta.
O algo peor.
Si ellos cruzaron al mundo del sueño, ¿Quién guarda las Puertas? ¿Habrán dejado un Centinela? ¿O custodian desde el Otro Lado el fluir de las realidades?
Temo pensar en otra posibilidad. Ya ésta es peligrosa. Me preocupa que se haya volcado al manuscrito semejante sentencia. Algo es cierto: desde el estallido de Sol Rojo, y sin noches, tenemos apenas algo que se asemeja a un crepúsculo. Un sol cruza al otro en el cielo sin dar tiempo a la merma de la luz.
Sin crepúsculo no se verán.
Eso no indica que no estén. Prefiero pensar que ellos han pasado hacia el Sueño y que nos cuidan desde allí. Es cierto que los defraudamos. No podían creer que desatáramos tal guerra. Tampoco quisimos oírlos cuando se presentaron ante aquél Consejo en el que nos reunimos todas las razas. Nos hablaron de algo que no comprendimos, de una amenaza parecida al sueño, pero de diferente naturaleza. ¿Qué podía importarnos en ese momento?.
Estoy tratando de recordar… dijeron que eso podía desencadenarse e inundar nuestra realidad, si los sellos de las Puertas se rompían. Nadie se molestó en preguntarles qué era eso y por qué causa podrían romperse los sellos.
Yo tampoco lo hice.
Hablábamos de guerra, de dominio y de posesiones. Los Niños intentaron interrumpir, pero no los dejamos.
Casi no nos dimos cuenta cuando se retiraron, tan ocupados estábamos planeando nuestra propia destrucción. Eso sí, el más pequeño se volvió a mirarnos antes de cerrar la puerta de la sala del Consejo: Tenía los ojos inundados…
Lo que vino después de la guerra, fue aun peor. Los Dos Soles impedían la sombra, pero comenzaron a aparecer extrañas tinieblas. Las formas de las cosas se distorsionaron. Susurros casi inaudibles acosaron nuestros oídos. Presencias invisibles nos invadieron y un sentimiento de inquietud que nunca habíamos tenido, apareció. Su presencia dolía en el pecho.
Nuestra memoria empezó a nublarse. Entonces comenzamos a escribir nuestros conocimientos; pero la escritura se diluía como el agua. En poco tiempo dejamos de entendernos, y la vida tal como la conocíamos se desmoronó. Algo indecible había invadido nuestro mundo, nuestro espíritu, y en el escaso tiempo que destinábamos al sueño, devoraba nuestra esperanza.
Puerta sin cerrojo quedará.
Así pasaron milenios, envueltos entre dos realidades de naturaleza diferente. Fue entonces cuando los recordamos. ¿Sería acaso esto lo que los Azules advirtieron que pasaría? ¿El encuentro de dos reinos que no estaban destinados a unirse? Ellos sabían que cuando el Sol Rojo se dividiera no serían vistos. Su temor, creo, fue no ser escuchados tampoco. Así ocurrió.
Anhelamos su conocimiento sobre las Puertas del Sueño. Los necesitamos ahora, pero nadie sabe dónde están.
Desde entonces, los busco. No sé si podré encontrarlos; no sé si quieren ser encontrados. Desde que los caminos se borraron, acaso no podamos volver atrás.
Aun así, algunas veces, siento su mirada desde el Otro Lado del espejo.
*Cuento escrito a la memoria de J.J.R Tolkien
Ana Silvia Karacic es orientalista, pintora y escritora. Especialista en mitología y religiones, ejerce como profesora titular, entre otras, de la Cátedra de Religiones Comparadas en la Universidad del Salvador. Ha publicado los libros: "El pueblo de la Bruma. El ciclo mitológico irlandés" y "Las religiones de Japón", ambos textos de tenor académico.
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