jueves, 20 de octubre de 2016

A bit of filosofía hippie

Pintura: "Viejo Hippie", por Amanda Eliasson


A bit of filosofía hippie, por Juan Manuel Otero Barrigón

Pocos movimientos contraculturales del siglo xx tuvieron el impacto y la difusión que tuvo el hippismo, hasta terminar siendo absorbido por la misma cultura dominante frente a la cual se había erigido como alternativa vital.

Surgido al calor de las convulsiones sociales de los años 60´, la contracultura hippie se instituyó rápidamente como un movimiento libertario, anticapitalista y pacifista, que levantó las banderas de la revolución sexual y del amor libre, recuperando formas alternativas de convivencia humana a través, principalmente, de la vida comunal.

Algunos hippies se embarcaron, también, en el activismo radical, tanto a nivel político como espiritual, pregonando el uso de la marihuana y de alucinógenos como el LSD, con el fin de alcanzar estados alterados de conciencia; vía esta, a través de la cual, se cristalizó una forma de rebelarse contra la homogeneidad existencial ofrecida por el sistema.

Resulta curioso que la palabra inglesa hippie, que denominó al movimiento, derive a su vez de hip, que quiere decir “popular, de moda”, toda vez que el hippismo fue una reacción a lo establecido, al mainstream de su época.

Contemporáneamente, la contracultura hippie fue asimilada tanto por los movimientos de conciencia, que se preocupan por rescatar los valores humanos, como también por la oferta comercial de productos orientados hacia el uso cotidiano de las personas, provocando un revival del hippismo, aunque ahora como objeto de consumo. Se decretó así el ocaso de la utopía, que sólo algunos espíritus auténticos y poco exhibicionistas se encargan de mantener con vida.

Hace algunos unos años, y de visita por una pequeña comunidad naturista del sur, tuve la oportunidad de conocer a uno de esos espíritus. Francisco, llamado Paco por los amigos, un viejo hippie de 65 años, delgado, de largo pelo canoso, un ser humano genial, alegre, algo introvertido y malhablado, que vivió el origen y el fervor de la contracultura hippie en Argentina a comienzos de los años 70´, y que además, de visita por el Haight Ashbury a fines del año 67´, tuvo la oportunidad de empaparse con el espíritu que se vivía en aquel "Verano del amor" en pleno corazón de San Francisco. Paco se jactaba, además, de haber conocido ni más ni menos que al profeta del ácido lisérgico, el enorme Timothy Leary. Fallecido hace unos años atrás, y con una enorme sonrisa en el rostro, Paco inició su viaje sideral convencido quizás de estar dando simplemente un "paso sagrado hacia el cosmos", como él solía aventurar.

En medio de mates y de algún otro ritual compartido, tuve la oportunidad entonces de que ensayáramos juntos una breve e informal entrevista, oportunidad lúdica que aproveché para empaparme con su sabiduría y con la riqueza de sus experiencias. En ese contexto le hice la siguiente pregunta: ¿qué significa hoy ser hippie? ¿qué perdura del hippismo que emergió en los años 60´? Paco, con su gestualidad ampulosa y esa naturalidad desenfadada tan querible en él, respondió:

“Mirá, hoy habrás visto que cualquiera usa rastas, pelo largo y morral y ya se cree hippie. Y en realidad, eso no es nada más que pinta, que moda. El miedo que muchos de nosotros teníamos en aquella época cuando empezó todo, finalmente se terminó haciendo realidad: el sistema, el capitalismo, acabó reduciendo lo hippie a un objeto de consumo más, a un corte de pelo, al color de una remera. Nos terminó fagocitando, ¿entendés?. Nos redujo a la talla de sus reglas. Y ser hippie no tiene nada que ver con eso. Claro que nosotros impusimos nuestra manera de vestir, nuestro pelo largo, nuestros colores, nuestra música, nuestra cosmovisión. Pero eso era solamente un aspecto, hasta el más superficial de la cultura que representábamos entonces. Ser hippie es mucho más que eso. Pero mucho más. Tiene que ver con una manera de ver la vida, de relacionarte con tu entorno, de valorar la naturaleza, de vivir el amor, de concebir lo divino. Podes tener una pinta súper hippie y ser ideológicamente un conservador pacato, un violento, un fanático de la última marca de teléfono celular, un ser lleno de prejuicios. ¿Sabes cuantos de esos pasan de visita por acá? (risas) Pero también podes andar suelto por ahí, como cualquiera en la gran ciudad, sin darle tanta bola a la imagen, a la estética asociada a lo hippie, y tener el mismo espíritu que el nuestro, el que hace al verdadero hippie, el que vimos nacer, el que para muchos fue una utopía que fracasó, pero que yo creo que mientras siga vivo tan solo en uno como nosotros no va a haber desaparecido. Es como la frase de la que hablábamos hace un rato ¿entendés?, esa de Tim Leary que estábamos leyendo: "Desarrollo de la conciencia, desalienación del hombre, y mirar a Dios de frente". Eso resume todo. Eso es lo que importa. Eso es lo que nos define. Vivir con ese espíritu, eso es ser un verdadero hippie”

“Desarrollo de la consciencia, desalienación del hombre, mirar a Dios de frente”

Quizás en esta sentencia se condense el corazón y la esencia de la filosofía hippie, y su valioso legado para nuestro siglo xxi. En esa frase se resume la triple vertiente por la que discurre el activismo y la espiritualidad que los hippies cultivaron en todas las épocas, incluso, antes de su emergencia social como movimiento de posguerra: es la triple faceta política, existencial y espiritual que delinea la cartografía vital y filosófica del hippismo.

Según Skip Stone, autor de “Hippies de la A a la Z”, “para ser un hippie hay que creer en la paz como la manera de resolver las diferencias entre los pueblos, ideologías y religiones. El camino a la paz es a través del amor y la tolerancia. significa aceptar a los otros, amar como son, dándoles libertad para expresarse, y no las de juzgar sobre la base de las apariencias”. Esta apreciación es acertada, consecuencia natural del pacifismo que distinguió desde siempre a los hippies. Sin embargo, atendiendo a las diversas variantes que expresó la contracultura hippie, quizás se nos revela por ello como parcial e insuficiente.


Una mirada más psicosocial fue la aportada por Timothy Leary, quien en “La política del éxtasis”, escribió: “Hippie es una etiqueta del establishment para definir un proceso profundo, invisible, subterráneo, evolutivo. Por cada hippie visible, descalzo, floreado, hay mil hippies invisibles subterráneamente. Son aquellas personas cuyas vidas están en sintonía con su visión interior, que están escapando fuera de la comedia de televisión de la vida americana”.

El camino del hippie es la antítesis de todas las estructuras jerárquicas de poder represivas, ya que estas son adversas a las utopías de paz, amor y libertad. Esta es la razón por la cual el Establishment combatió hasta suprimir el movimiento hippie de los años 60, ya que era una revolución contra el orden establecido. Es también el motivo por el cual los hippies no fueron capaces de unirse y derrocar al sistema, ya que se negaron a construir su propia base de poder. Desalienarse, era así, la única salida posible, para escapar de su apetito voraz. Éxodo de las instituciones que evoca planteos más contemporáneos como los de Toni Negri y Antonio Hardt en su libro Imperio.

Desalienarse es volver hacia adentro, recuperar el contacto con la esencia más íntima, aquella que nos devuelve a la posibilidad de una vida más expresiva y auténtica. Es por ello que todo intento de desalienación irá de la mano con el desarrollo consciente que supondrá adquirir una visión más clara de las cosas, al tiempo que una presencia más atenta de aquello que nos sucede a nosotros, y a los demás. Muchos hippies llegaron hasta este punto, sobre todo aquellos que colorearon su existencia con la vía política, la ecológica y la espiritual. Otros, imbuidos de un fervor místico más intenso, sintieron la necesidad y el impulso de ir incluso más allá de esos límites, explorando abiertamente la vía religiosa, aunque eso sí, alejados de las instituciones oficiales. Fueron aquellos que promulgaron el llamado a mirar a Dios cara a cara, y que en el camino, purgaron a la palabra religión de su apariencia solemne y tantas veces opresiva, para insuflarle espíritu festivo, celebrando la existencia en apertura alegre a la divinidad.

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