domingo, 12 de agosto de 2018

Exposición homenaje: Marcelo Mayorga (Invitación)



El 14 de Agosto a las 18,45hs se inaugura una exposición colectiva de Dibujantes Argentinos en Homenaje a Marcelo Mayorga.
Su compañera, la querida artista Marta Temperley, invita a compartir un brindis en su honor.
Curadora del evento Olga Orlando.


viernes, 10 de agosto de 2018

Creonte, Antígona y la soberbia del déspota

"Antígona y Polinices", de Nikiforos Lytras


El diálogo entre Creonte y Antígona es una magnífica pieza de humanidad de Sófocles.
Dos hermanos de Antígona, Eteocles y Polinices luchan por el control de Tebas. En en transcurso de la guerra, mueren los dos debido a lo cual asume la corona de la ciudad el tío de ambos, Creonte. Este decreta que el hermano que defendía la ciudad — Eteocles — sea enterrado con todos los honores, mientras que el atacante — Polinices — sea dejado donde está para ser pasto de las alimañas.
En la cultura griega, el tío estaba condenando al sobrino, su adversario político, a vagar eternamente por la tierra. Antígona decide desobedecer las órdenes de su tío y cubre el cuerpo de su hermano con una capa de tierra. Creonte ordena apresarla. Antígona dice a su tío que ella sabía que el había prohibido esa sepultura.
"No era Zeus quien me la había decretado, ni Dike, compañera de los dioses subterráneos, perfiló nunca entre los hombres leyes de este tipo. Y no creía yo que tus decretos tuvieran tanta fuerza como para permitir que solo un hombre pueda saltar por encima de las leyes no escritas, inmutables, de los dioses: su vigencia no es de hoy ni de ayer, sino de siempre, y nadie sabe cuándo fue que aparecieron. No iba yo a atraerme el castigo de los dioses por temor a lo que pudiera pensar alguien".
Antígona enfrenta al déspota... "¿cómo podía alcanzar más gloriosa gloria que enterrando a mi hermano? Todos éstos, te dirían que mi acción les agrada, si el miedo no les tuviera cerrada la boca; pero la tiranía tiene, entre otras muchas ventajas, la de poder hacer y decir lo que le venga en gana".
"De entre todos los cadmeos, este punto de vista es solo tuyo
", dice Creonte.
"Que no, que es el de todos: pero ante ti cierran la boca", responde la sobrina, que enfrenta a la muerte.
"... un enemigo.. ni muerto, será jamás mi amigo", grita Creonte.
"No nací para compartir el odio sino el amor", responde Antígona.

Déspotas y heroínas, ayer y hoy

El diálogo que creó tan magníficamente Sófocles refleja una época.
También se reproduce en estos tiempos y nos permite reflexionar sobre lo que pasa en nuestra tierra y en muchos países.
Hay quienes despóticamente dictan leyes que van contra todos.
Son los poderosos sin límites, que no escuchan a nadie; las leyes que imponen solo sirven para fortalecer su poder y garantizar su impunidad.
Son los que se creen dioses, porque hay quienes temerosamente los aplauden; los adulan quienes temen perder beneficios, dádivas y favores.
El déspota dice defender a todos. Creonte, hoy, diría que defiende a la Nación. Creonte justifica su voluntad de violar el mandato de los dioses en que Polinices había atacado Tebas, la Patria.
El déspota se defiende a si mismo.
¿Hay muchas Antígonas dispuestas a enfrentar al poder, desafiar al poderoso, dar las razones humanitarias que la apoyan?. ¿Hermanas dispuestas a ser castigadas con la máxima pena, que en la literatura era perder la vida?. Ahora será, tal vez, perder el trabajo, perder la vivienda, perder la tranquilidad, y a veces perder la vida.
Estas Antígonas, que sí las hay, no siempre son mujeres; también son hombres dispuestos a defender su verdad, aunque muchos la compartan y callen "hasta que vengan tiempos mejores" y luego aparecen recién invernados a recoger los frutos.

Aplaudidores y aplaudidoras

Mientras Creonte todavía detenta el poder, son héroes aislados, despedidos, insultados, destratados.
Creonte vive, entonces lo aplauden, pero, ¿qué pasará cuando Creonte ya no esté? ¿Qué pasará con sus aplaudidores?
¿Nacerá otro Creonte? ¿O los pueblos aprenderán?
¿Habrá muchas Antígonas? ¿O serán siempre las menos, las que luchan en beneficio de todos, estos todos que luego empujan para quedar en las primeras líneas de los beneficios?.
Antígona sabe que muchos piensan como ella, pero no se anima a hablar. Sabe que hay quienes la apoyan, pero no se animan a decirlo, tienen miedo. Mucho miedo
Y ¿que pasará si se cumple la condena y se mata a Antígona, a las Antígonas a los Antígonas ?. Se les harán hermosos funerales. Habrá hermosos recordatorios. Todos irán a los velorios, o enviarán hermosas flores, y hermosas notas.
¿O les dará vergüenza asistir? A todos les dará vergüenza pero a lo mejor van o envían a alguien para estar seguros que Antígona está bien muerta. ¿Respirarán aliviados aunque muestren caras tristes?.
¿Creo que los pueblos maduran, crecen, aprenden, y que las figuras que nos muestra la literatura antigua no tienen forzosamente que reflejar la realidad actual.
Hemos aprendido, creo, pero algunos Creontes de estos tiempos me hacen volver a la realidad áspera y dura.

Fuente original del texto: https://www.eltribuno.com/salta/nota/2014-11-27-18-57-0-creonte-antigona-y-la-soberbia-del-despota

miércoles, 1 de agosto de 2018

Poesía, lenguaje y sacralidad


"El Exorcista": una película sobre la fe


"El Exorcista", una película sobre la fe. 

Por Juan Manuel Otero Barrigón

La fama mundial del opus magnum de William Friedkin se debe, probablemente, a haber sido bautizada como la “la película más terrorífica de todos los tiempos”; honor este que la ubica como referente obligada en el vasto universo del cine de terror. Sin embargo, quizás su mejor caracterización estaría dentro del género de drama psicológico, debido a que, y junto a otro clásico de la época como “El bebe de Rosemary”, del director de culto Roman Polanski, El Exorcista no persigue tanto el susto fácil, como la invitación a una experiencia profunda de los protagonistas, y junto a ellos, a una reflexión sobre el carácter del mal.

Pero otra lectura que aquí me interesa, es la de “El Exorcista” como una película que, ante todo, nos sumerge en la gracia y el misterio de la fe. Este último aspecto quizás quedó relegado dado el carácter agnóstico de su director, pese a que el autor de la novela en la cual está basada la obra fílmica, fuese un hombre de fuertes convicciones católicas, formado por jesuitas.

William Peter Blatty basó su novela en los registros obtenidos de un caso de exorcismo real practicado en los años 40´. El sello personal de su obra es aún más evidente en la nueva y última versión de la película editada en el año 2000, que incluyó pequeñas escenas eliminadas en la versión original de 1973, y que acentúan su impronta existencial y religiosa.

Si el Exorcista, por antonomasia, es el anciano experimentado padre Merrin, el personaje sobre el cual brillan las luces, y se acentúan las sombras, es el joven sacerdote y psiquiatra Damien Karras.
Siguiendo sus pasos, la película se nos presenta como una reflexión sobre el sentido último de la fe, y su puesta en crisis, atravesando toda la experiencia del personaje hasta su redención final.

En este sentido, es difícil no identificarse, al menos momentáneamente, con el padre Karras, personaje riquísimo en cuyo interior se debaten el sentimiento de culpa, la melancolía, los cuestionamientos vocacionales y la búsqueda de sentido.

La paradójica situación del rostro limpio del Mal descubriendo la existencia del Creador se ve reflejada en esa pequeñísima escena en la cual Merrin y Karras dialogan sobre el significado teológico que la posesión demoníaca de una niña de doce años podría tener. “¿Por qué esta niña? No tiene sentido”, interroga un atribulado Karras, dando cuenta de su definitivo salto de fe kierkegaardiano, preludio inmediato a su sacrificio personal.

Si el mal, como sentenciaba San Agustín, no es sino mera privación del bien, en “El Exorcista”, su función se torna aquí denotativa, al punto tal de posibilitar la recuperación de ese don que se había perdido.

Sobre el final, cuando Chris MacNeil y la pequeña Regan abandonan su hogar, esta llega a vislumbrar, en el cuello romano del padre Dyer, la figura cercana de aquellos dos sacerdotes a los cuales no conoció, pero que su inconsciente, sabe, le salvaron la vida. Hermoso instante que condensa toda una reivindicación de la misión sacerdotal, donde lo humano demasiado humano, y lo divino, se encuentran.

Si la fe es un acto personal de respuesta libre a la iniciativa de Dios, en “El Exorcista”, pocas veces tan gráficamente, se nos representa como Dios opera, en circunstancias, de manera tan críptica y misteriosa. El saldo de dos sacerdotes muertos combatiendo al Maligno podría llevarnos a pensar, equivocadamente, que el objetivo de este fue cumplido. Sin embargo, la misión realizada de un inquebrantable Merrin, junto al sacrificio cúlmine del hijo pródigo regresando a la casa del Padre, nos permiten desmentir, de plano, esa lectura pesimista. El abrazo final de Regan a Dyer lo sintetiza cabalmente. La fe, verdadera protagonista de esta obra de arte, llega a brillar más viva que nunca. Tanto es así que, en su oscuridad óntica, hasta el Maligno la revela.