viernes, 9 de febrero de 2018

Soñar o no soñar (por Ana Silvia Karacic)

"Dreaming girl", por Gilly Marklew


Soñar o no soñar

“…de sueños, que bien pueden ser reflejos
Truncos de tesoros de la sombra,
De un orbe intemporal que no se nombra
Y que el día deforma en sus espejos.”

(El sueño, Jorge L. Borges)


No soy real ni pertenezco a tu mundo. No existo fuera de ti, pero salí una noche, cansada de la negrura de la inconsciencia en la que caes al dormir. Hasta ahora, vivo de tus dudas y falta de creencia, de tu negación a una realidad posible, tal vez, en algún tiempo.

Si te dijera que existen mundos diversos… que puedes imaginarlos y alcanzarlos si así lo quisieras, ¿qué me dirías?. Puedo escucharte diciendo que es sólo ilusión. Y aunque lo fuere, no tomarías un segundo para abandonarte a su magia.

Antiguos filósofos griegos, indios, celtas y escandinavos, místicos medievales, escritores que conoces, como tu amado Borges, sin olvidar aquellos poetas que el láudano volvió visionarios, alcanzaron la visión de esos mundos. Coleridge vio a través de los ojos de Kubla Khan el palacio de hielo de Xanadú, y vio a Alph, el río sagrado, recorriendo la tierra a través de cavernas de hielo hacia un mar en el que no brillaba el sol. Aunque no fuese paradisíaco el final de su visión.

Hay miles de islas en el Otro Mundo, decían los celtas, y crearon un recorrido para las almas. ...Y un destino final.

Mundos dentro de mundos; realidades dentro de otras… o visiones de lugares de paz. ¿Y si ese fuera todo el misterio? ¿Si la nostalgia del Paraíso estuviera en la motivación última del anhelo del alma por alcanzar esa paz?

De un modo u otro, incluso en sueños dentro de sueños, creados voluntariamente por posibles demiurgos, esos que recorrieron la imaginación de Borges y encerraron al hombre en alguno de ellos. Soñar que eres soñado por un soñador que no sabe que también lo es. ¿Cómo defines la realidad entonces?. Me parece escucharte nuevamente: la realidad es lo que es y nada más, es lo que veo y toco, aquello a lo que puedo llegar con mi razón. Nada más.

Nada más…

Y olvidarás que la memoria de los pueblos albergó paraísos e infiernos, otros universos y ciudades etéreas. Olvidarás que el espejo te muestra lo que quieres ver, pero esconde en su faz crepuscular tu otra cara, aquella que no conoces ni quieres conocer, y tal vez, tu destino. Sumido en la penumbra, negarás la posibilidad y con ella, la misma realidad que afirmas como única.

Ni el viaje del Profeta ni la visión de Jacob, ni el druida ensoñando en su trance; ni el griego, durmiendo sobre la tumba para escuchar el mensaje de la tierra, dejarán la huella indeleble que despertará tu visión. Tampoco Swedenborg visitando el cielo y el infierno, ni las especulaciones místicas de Giordano Bruno sobre los infinitos mundos. Todo y todos desaparecerán para ti en la posibilidad remota de la alucinación.

Te miro dormir, sin sueños, pacífico en tu nada onírica sin preguntarte al despertar qué fue de tus sentidos o de tu vigilia en ese instante. ¿A qué rincón de tu ser se fueron buscando refugio para no caer ni tambalear? Nunca surgió en ti la pregunta por la ausencia del ensueño. Nunca sueño, me dijiste una vez. Pienso si sólo te referías a ese estado que abre las puertas de lo ignoto, a lo que no puedes manejar con tu razón; o a otro soñar, a ese que te permite prolongar los anhelos profundos de tu vigilia en un futuro posible.

¿Qué miedo yace semidormido en los recintos de tu ser? ¿Qué temes encontrar en la penumbra que no veas en la claridad?

Te miro dormir, sin sueños…

Y sé que nunca te preguntarás si un árbol es todos los árboles; si los ojos amarillos de la pantera que recorre incansable su jaula reflejan los tuyos; o si el laberinto es algo más que caminos que se niegan a sí mismos.

Despertaste. Comienzas a planificar tu tarea habitual, tus recorridos por los senderos fríos del álgebra en busca de la ecuación que se te escapa. Te veo titubear mientras levantas la taza de café… indeciso. Puedo vernos reflejados en el espejo del pasillo, y me miro mientras comienzo a temer, en mi paradoja, tu despertar al ensueño… tal vez porque he comenzado a amarte.

- “¿Sabes qué raro? Creo que tuve un sueño, o algo así, pero lo más extraño es que descubría matemáticamente el origen del universo, acunado por una música que no puedo describir.” – dijiste en voz baja, casi avergonzado.

Con alegría y tristeza al mismo tiempo, te miro en el espejo y veo en tus ojos el color amarillo que exhibe desde su eternidad en los suyos la pantera.

Mientras, mi imagen –ya sin sentido a tu lado-, se aleja de ti para siempre sin decirte adiós.

A.S.K.
Julio 2007

Ana Silvia Karacic es orientalista, pintora y escritora. Especialista en mitología y religiones, ejerce como profesora titular, entre otras, de la Cátedra de Religiones Comparadas en la Universidad del Salvador. Ha publicado los libros: "El pueblo de la Bruma. El ciclo mitológico irlandés" y "Las religiones de Japón", ambos textos de tenor académico. 

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