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Las religiones y la homosexualidad, por Juan Manuel Otero Barrigón
(este artículo fue escrito al calor de los debates sobre la sancionada ley de Matrimonio Igualitario que tuvieron lugar en Argentina, en el año 2010)
Pareciera ser que respecto a esta cuestión, sociedad y religión avanzaron por carriles diferentes, y hasta muchas veces opuestos. Las relaciones homosexuales son cada vez mas aceptadas a nivel social. En la Capital Federal, por citar un ejemplo, se decreto ya en 2002 la Ley de Unión Civil sancionada por la Legislatura. Y hace apenas unas horas, el Senado de la Nación convirtió en ley el proyecto que autoriza el matrimonio (y la adopción) entre personas del mismo sexo.
Sin embargo, la gran mayoría de las religiones, han condenado históricamente la práctica de relaciones homosexuales, basándose principalmente en sus textos sagrados.
El Judaísmo, por ejemplo, al definir cuales son las relaciones sexuales válidas, expresa en la Tora “No te echaras con varón como con mujer; es abominación” (Lv 18:22). Para la ortodoxia judía, la práctica de la homosexualidad está prohibida, ya que “contradice la naturaleza humana y tiende a la degradación de la familia y la sociedad”. El hombre fue creado con el poder de procreación, siendo ese su deber primario.
Para el catolicismo, cuya posición sobre el tema quizás sea la mas conocida por la influencia que la Iglesia Católica tiene en la sociedad argentina, la orientación homosexual es intrínsecamente desordenada en cuanto a la naturaleza, “porque solamente a través de la unión de un hombre y una mujer se transmite vida”. Existiría entonces una ley natural inmutable y eterna de inspiración divina que regiría para todas las familias. Sin embargo, se atiene pronto a aclarar que no se condena a la persona homosexual, a la que se llama a vivir en castidad para poder acercarse gradualmente a la perfección cristiana.
Pero dentro del universo cristiano, no solamente la Iglesia Católica se manifiesta firme en su rechazo a la homosexualidad en tanto orientación sexual legitima. El cristianismo evangélico no difiere en gran medida de la posición del catolicismo, considerando a la homosexualidad “una conducta desviada del plan de Dios”. En ese sentido, suele apelarse a la conocida carta a los Corintios de San Pablo, donde este declaraba que: “No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones…heredaran el Reino de Dios” (1 Corintios 6, 9-10). Al margen queda la opinión disparatada de muchos pastores, sobre todo de origen pentecostal (uno de ellos líder de una iglesia con gran presencia en el país), para quienes la homosexualidad es directamente “una invención del demonio”, una enfermedad que puede curarse con el poder de la fe.
También el Islam ha prohibido históricamente las prácticas homosexuales, a las que se considera desviaciones en niveles similares a los de la pedofilia o el incesto. En el caso particular de la religión islámica, si bien se ocupa de hacer una distinción entre lo que es una persona hermafrodita y una homosexual por elección, se apela al texto sagrado del Corán que alude al castigo de los habitantes de las ciudades de Sodoma y Gomorra: “Y los hombres del pueblo de Lot que cometían obscenidades se presentaron presurosamente ante El y este les dijo: “Oh pueblo, mas casaos con las mujeres pues ello es lo licito para vosotros, temed a Ala, temed a Dios y no me avergüencen ante mis huéspedes. No hay entre vosotros ningún hombre recto?”. Y ellos respondieron: ‘Tu sabes bien que no deseamos a las mujeres y entiendes bien lo que queremos” (Coran, capitulo 11, versículos 78 y 79).
Por último, encontramos a las dos religiones más representativas de Oriente, el Hinduismo y el Budismo.
La primera sostiene una postura en la práctica mucho más benévola con las personas homosexuales. De acuerdo a las creencias en la reencarnación y el karma propias del continente asiático, el homosexual es visto como un alma que posee todavía tendencias femeninas pero que han tomado un cuerpo masculino, o viceversa. De esta manera, el alma también puede hacer uso de estas tendencias en su camino de progreso espiritual. De lo que se trata, de acuerdo a esta confesión, es de entender que cada uno de los seres se encuentra en una etapa de evolución espiritual, para lo cual la sexualidad, cualquiera sea su orientación, debe ser gradualmente trascendida. Para el Budismo, el eje de la cuestión no se basa tanto en la orientación sexual, sino en comprender que toda alegría que genere apegos origina sufrimiento. De acuerdo a varios Sutras, discursos pronunciados por Buda, el sexo de una persona puede cambiar en el curso del ciclo de reencarnaciones, y también en el transcurso de la vida. A propósito de esto, los textos sagrados relatan la historia de un monje y de una monja homosexuales, a quienes Buda les recuerda que el monje que fue en el pasado monja debe respetar el reglamento masculino, y que la monja que fue en el pasado monje, debe hacer lo mismo con el femenino.
Afortunadamente, y aún cuando la ortodoxia de las distintas religiones se mantiene contraria al reconocimiento de los derechos de los homosexuales, existen voces que desde las distintas confesiones se vienen expresando a favor de estos, muchas veces oponiéndose valientemente a las mismas jerarquías.
Representantes de la comunidad judía de Mendoza, de la Federación Argentina de Iglesias Evangélicas, y de la propia Iglesia Católica por citar algunos ejemplos, se pronunciaron a favor del matrimonio entre personas del mismo sexo. Valga reproducir, para terminar, las palabras del sacerdote católico Nicolás Alessio, a las cuales adherimos plenamente, y para el cual “Jesús no condenó la homosexualidad (…) ¿Que esta mas cerca del Evangelio? ¿La condena y la discriminación, o la riqueza de la diversidad y la pluralidad a través de un Dios que ama a todos sin distinción, que es el autor de lo diferente? Toda revelación bíblica apunta a centrarnos en el amor sin exclusiones”.
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