lunes, 4 de enero de 2021

Sed de conocimiento y Religión


En las últimas décadas se hicieron comunes los ejemplos de novelas y películas que ubican a la religión en el lugar del oscurantismo, la ignorancia y el atraso. En nuestro medio, se añade además la caracterización de ciertas instituciones religiosas como guardianas de secretos que deben protegerse de la intrusión de mentes inquietas e indagadoras. Caso contrario, se destaparía el engaño mantenido a resguardo por siglos, y, ante la decepción y el abandono, tales instituciones perderían su poder secular. Como eco de esta visión conspirativa, muchas personas sugieren que abolir la religión allanaría el camino hacia el logro de una consciencia superior para la humanidad.

Dentro del marco cristiano, el relato del Pecado Original (Gn 3) constituiría una clara representación de este paisaje. Yahvé había presentado a Adán y a Eva el "árbol del conocimiento del bien y del mal", con la consecuente prohibición de comer de su fruto. Resultaría claro que aquí la pretensión era la de preservar estos conocimientos fundamentales para Sí mismo, siendo que, como sabemos, al transgredir el mandato divino y comer del fruto vedado, a la primera pareja "se le abrieron los ojos". De acuerdo a esta hermenéutica, la expulsión del paraíso sería un castigo coherente con dicha aspiración; el destierro pondrá a Adán y a Eva en el lugar de aquellos que respondiendo al humano impulso de conocer, se rebelaron contra lo "decretado" y decidieron ir más allá de sus límites. Fue en sintonía con el espíritu de esta interpretación, que en su obra "El mundo y sus demonios", el famoso astrofísico Carl Sagan opuso continuamente el impulso de la indagación científica frente al oscurantismo religioso, siempre impaciente por preservar la inercia y la ignorancia de la humanidad.

Sin embargo, resulta lógico para todo buscador sincero que a la hora de interpretar cualquier texto religioso se necesita, entre otras cosas, considerar la intención original de su autor, los moldes literarios que utilizó para expresarla, y el contexto histórico y geográfico en el que vivió. Por dicha ruta, descubrimos que pasajes como el mencionado están redactados en lenguaje mítico: más de una vez sugerimos que el mito, rico en símbolos y metáforas, es una narración de gran densidad significativa que apunta a explicar una realidad fundamental orientándose a un tiempo primordial en la que ésta se originó. Sería por ello tan erróneo interpretar los textos como hechos literales e históricos como anacrónico querer entender "el fruto del conocimiento" según la concepción científica contemporánea. La mentalidad semita antigua no diferenciaba un discurso especulativo escindido del pensamiento práctico atento a la vida cotidiana; conocer era siempre un acto concreto (siendo así como "conocer varón" significaba para una mujer israelita tener relaciones sexuales con él). Por esto, comer del fruto del "árbol del conocimiento del bien y del mal" significa aspirar al dominio de las leyes morales, manipularlas por decisión propia, y por ende, determinar por uno qué es lo bueno y qué es lo malo, situándose en el lugar de Dios mismo.

Hoy son tan numerosos como dispares los esfuerzos por superar los antiguos desencuentros entre religión y ciencia. Pero tanto la una como la otra son motores esenciales para la posibilidad de un progreso que sea realmente humano. Para ello, resulta necesario desarmar las versiones degradadas que persisten incrustadas dentro de ambas, sobre todo bajo las formas desencantadas del fundamentalismo y el cientificismo. 

Juan Manuel Otero Barrigón

🎨 Pintura: Alexander Bogardy, "Jardín del Edén" (Smithsonian American Art Museum).

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