Alguna vez leí que las dos torres de la catedral de Notre Dame no miden exactamente lo mismo. Los maestros constructores de la Edad Media consideraban la simetría como un símbolo de la perfección divina. Lo que significa que los seres humanos no podían arrogarse el derecho de construir algo perfecto. Esta idea me parece súper poderosa en lo que a la creación se refiere. La perfección es uno de los aliados más firmes de lo que en términos mitológicos es el dragón que nos habita. Cuando creamos algo, solemos tener una idea precisa de lo que queremos entregarle al mundo. Una idea que en realidad se parece más a un fantasma. Nos inspiramos, conscientes o no, en las obras y trabajos que nos marcaron, y de cierto modo, actuamos como cajas de resonancia de nuestra memoria y de nuestra imaginación. O de esa "perfección olímpica" de la que supo hablar Jack Kerouac. Que al igual que el viejo Olimpo, nos queda demasiado lejos. Por eso es muy común que si creemos que aquello que vamos a producir tiene que ser perfecto desde el principio, difícilmente hagamos nada. Ese grito de liberación, necesario en todo proceso creativo, lo expresó muy bien el diseñador James Victore: "Feck perfuction", o dicho en otras palabras, "¡A la miarde la ferpección!".
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