domingo, 2 de noviembre de 2025

In Memoriam: Jorge G. Garzarelli (1942-2025). Amigo y maestro



Hay despedidas que no se preparan. Llegan con la sorpresa de lo irremediable y con la certeza de lo compartido: la fortuna de haber cruzado caminos con alguien que dejó una huella luminosa. Alguna vez Jorge mismo me escribió: “la muerte de los cercanos nos hace cercanos a la tristeza más grande, la que toca el fondo del alma”. Hoy siento mucho esa tristeza.

Despido a un amigo y a un maestro. Alguien con quien compartí charlas, proyectos, entusiasmos y silencios; alguien que me abrió puertas, acompañó procesos y dejó enseñanzas que van a resonar siempre.

Sería difícil resumir en esta pequeña despedida la multitud de saberes que, con maestría y originalidad, Jorge fue abarcando a lo largo de los años. Sus alumnos, quienes tuvieron la oportunidad de escucharlo y de aprender en sus clases, lo saben bien. Hace poco uno de ellos me comentó: "Apenas empezaba a hablar, sabías que cursar con él iba a ser toda una experiencia". 

Jorge fue el autor de una tesis doctoral inédita sobre la psicología profunda del mito (1987), anticipando en el país desarrollos posteriores en el campo. Fue un pionero también en el estudio de la Psicología de la Religión. Desde esa Cátedra, a la cual generosamente me abrió las puertas hace casi veinte años, tejió puentes entre disciplinas y supo conjugar lo académico con lo artístico, lo intelectual con lo vivencial. Su interés por la complejidad de lo humano expresaba esa búsqueda de totalidad que era tan propia: un pensamiento siempre en movimiento, abierto al diálogo y a la trascendencia.

Jorge sentía un cariño profundo por la Universidad del Salvador, a la que dedicó horas, proyectos y sueños. En esa Casa desplegó su vocación docente con entusiasmo, escapando a lo instituido, y con una curiosidad que no conocía descanso.

Este último tiempo dedicaba buena parte de su energía al Proyecto de Educación para la Paz, en el cual había llegado a plasmar su visión más amplia del ser humano y su vocación interreligiosa. Desde allí, y junto a alumnos y ex alumnos tan curiosos como él, promovió encuentros, jornadas y espacios de reflexión que reunieron voces diversas en torno a un mismo anhelo: el de una humanidad más consciente, compasiva y más unida en la diferencia.

Además de la clínica, que ejercía con amor y cuidado, el deporte, el arte y la música fueron otras de sus pasiones. Tocaba el piano con devoción; admiraba especialmente a Bach, a quien consideraba una forma de meditación sonora. Su manera de pensar y enseñar tenía algo de esa música: profundidad y vuelo.
Sus interpretaciones al piano de "Honrar la vida" (la hermosa canción de Eladia Blázquez), acompañadas por la voz de Maxi, su querido compañero, van a permanecer en el oído profundo de todos aquellos que tuvimos la oportunidad de escucharlo tocar. 

En lo personal, fue un maestro en el sentido más noble de la palabra: un transmisor apasionado, un compañero de conversaciones profundas, un confidente poético e inquieto. Durante años, encontré en él una guía profesional, un interlocutor sensible y un amigo de los que dejan marca. Y, además, era divertido; su humor siempre encontraba la manera de aparecer en momentos inesperados, haciendo más liviano cualquier día difícil.

Lo voy a extrañar mucho.

Pero quedan sus huellas, visibles y secretas: en sus textos, en sus alumnos, en sus gestos, en los proyectos que continuaremos, y en esa manera suya de mirar el mundo con asombro.

Su legado nos va a seguir inspirando a todos los que lo conocimos, como una invitación a sentir y a crear desde el alma.

Gracias, Jorge, por tus enseñanzas, por tu generosidad, por tu amistad de tantos años.

Gracias por recordarme que la frescura puede ser también un acto de alegría y de presencia.

Porque algunos maestros, aún cuando se van, siguen enseñando en silencio.

Hasta siempre, Jorgito.

Te quiero mucho. 



No hay comentarios:

Publicar un comentario