JORGE MARIO BERGOGLIO: APUNTES PARA UNA BIOGRAFÍA ARQUETIPAL
por Juan Manuel Otero Barrigón
A mi viejo;
y a la memoria de Susana Godoy Abreu,
querida amiga y colega.
Psicología de la religión, espiritualidad, política consciente, estudios mitológicos, y mundo simbólico. Blog de Juan Manuel Otero Barrigón
JORGE MARIO BERGOGLIO: APUNTES PARA UNA BIOGRAFÍA ARQUETIPAL
por Juan Manuel Otero Barrigón
A mi viejo;
y a la memoria de Susana Godoy Abreu,
querida amiga y colega.
El Alma de la Paz.
Juan Manuel Otero Barrigón (*)
En un mundo tan cansado de conflictos...
(¿estamos cansados de conflictos?)
...hablar de la paz puede parecer ingenuo.
O incluso provocar rechazo,
si se la confunde con sumisión,
o con quedarse al margen.
Como dijo el Papa Francisco:
“A veces, nada parece provocar más escándalo que la paz.”
Porque la paz verdadera no es una escapatoria.
Ni una estrategia para quedar bien.
Es una forma radical de habitar el mundo.
Un modo de amar sin querer controlar.
De resistir... sin destruir.
***
Desde la mirada de Jung,
la paz —cuando no es solo consigna o consuelo superficial—
es algo mucho más hondo.
Es una realidad arquetípica:
no solo un acto ético,
sino una imagen viva del alma.
Una experiencia que aparece
cuando el yo deja de pelear por ser el centro...
y algo más profundo toma el timón.
La paz es posible cuando logramos descentrarnos.
El arquetipo de la paz no niega los conflictos.
Permite mirarlos desde otro lugar.
No se identifica con la heroína o el héroe que levanta la espada,
sino con quien se anima a convertirla... en arado.
***
Martin Luther King Jr. enseñaba
que la no violencia, estrategia para alcanzar la paz,
no es quedarse quieto frente el mal.
Todo lo contrario:
es una resistencia activa, lúcida,
arraigada en la dignidad de todo ser humano.
No busca humillar,
sino tocar el corazón.
No lucha contra personas,
sino contra las fuerzas que enferman el alma:
la injusticia, el odio, la exclusión.
Esta paz no impone.
Revela.
No busca ganar.
Desarma la lógica del “yo gano y vos perdés”.
Su fuerza es subversiva:
desactiva el instinto de revancha
y lo convierte en presencia.
Es alquimia del alma:
convierte el plomo de la reacción automática
en el oro de la respuesta consciente.
Así lo enseñaron Buda, Jesús, Gandhi, Luther King,
Así lo enseñaron la Madre Teresa, el Papa Francisco...
Y así también lo enseñan, en silencio,
los gestos pequeños de quienes, día a día,
eligen no devolver golpe por golpe.
***
No hay paz verdadera si no asumimos primero nuestra guerra
interior.
No podemos construir hacia afuera
lo que negamos por dentro.
La sombra —eso que no queremos ver de nosotros mismos—
no desaparece con solo tener buenas intenciones.
La paz nos pide mirar de frente
incluso nuestras formas más íntimas de violencia.
Mirarlas con simpatía, como decía James Hillman.
No para justificarlas,
sino para comprender de dónde vienen.
Para escuchar su dolor.
Porque la paz no es lo mismo que la calma constante.
No es la represión del conflicto.
***
Si la convertimos en ideal vacío,
desconectado de la experiencia viva,
entonces se infla de buenas intenciones...
y luego vuelve... como síntoma.
Lo que no se reconoce —el enojo, el miedo, la ira, la
envidia—
no se disuelve.
Se manifiesta de forma distorsionada.
O se esconde.
O se proyecta.
Idealizar la paz podría sonar así:
“No debería haber
conflictos”... (aunque los haya).
“Tengo que ser calmo,
puro, impasible”... (aunque esté herido por dentro).
Los ideales inflados que se alejan demasiado del alma
pierden vitalidad psíquica.
Y se convierten en algo mortífero.
Ya que cuando no se arraigan en la experiencia concreta,
el alma se seca.
Y lo que parecía paz...
se vuelve algo muerto.
Porque el alma no soporta
los vacíos disfrazados de serenidad.
Entonces, eso que se reprimió… vuelve.
Como angustia sin motivo aparente.
Como falsa espiritualidad que teme el conflicto.
Como violencia proyectada:
“yo soy pacífico, los
violentos son ustedes”.
Pero la paz no es un edén sin conflictos.
Es una creación frágil, viva, siempre trabajosa.
***
Hoy, en el mundo, hay al menos cincuenta y siete guerras activas.
Algunas estallan con estruendo.
Otras se disfrazan de “operaciones de paz”.
En este contexto,
quienes buscan la reconciliación
son muchas veces señalados como débiles.
O incluso como traidores.
Pero —como dice el Papa Francisco—
no podemos rendirnos ante la retórica ni ante la psicosis de
la guerra.
Porque sí:
buscar la paz conlleva riesgos.
Pero el camino de las armas… siempre trae riesgos mayores.
La verdadera fuerza
no se basa en levantar muros ni en tener armas.
La verdadera fuerza
es poder sembrar paz…
incluso en tierra árida.
Es animarse al diálogo donde reina la desconfianza.
Es tratar al otro con la misma compasión
con la que quisiéramos ser tratados.
A veces me gusta imaginar la paz
como una figura andrógina, descalza,
caminando entre ruinas… sin levantar polvo.
O como un ciervo blanco,
que atraviesa el campo de batalla… sin ser tocado.
Su sola presencia cambia el plano.
No impone: transforma.
Desde un gesto silencioso, amoroso, descentrado.
Porque la transformación no nace de tener el control,
sino de estar dispuestos a soltar el centro.
Y entonces…
¿qué tan dispuestos estamos a descentrarnos?
***
Las religiones —cuando conectan con su fuente más profunda—
han sido guardianas de esta dimensión.
“Bienaventurados los
que trabajan por la paz”, dice el Evangelio,
“porque serán llamados
hijos de Dios.”
Y también nos habla el Salmo 23:
“El Señor es mi
pastor, nada me falta.
Me conduce hacia aguas
tranquilas,
repara mis fuerzas.
Me guía por senderos
de justicia…
por amor de su
nombre.”
Paz y justicia son hermanas.
No pueden separarse.
La paz que calla ante la injusticia… no es paz.
Es resignación.
O complicidad.
Y la justicia que nace del odio…
tarde o temprano se vuelve venganza.
***
Marshall Rosenberg decía
que el desafío es ser paz,
en un mundo que casi siempre está en guerra.
Una tarea inmensa.
Pero también cotidiana, imperfecta, y por eso mismo posible.
Y así deja pequeñas recomendaciones —que no son tan
pequeñas—:
vivir con alegría,
respetarnos y hacernos respetar,
no actuar desde la furia,
abrir el corazón a la reconciliación,
hacer las paces.
Con uno mismo.
Con el otro.
Con lo que está roto.
***
No negamos los conflictos.
No confundimos al agresor con el agredido.
Y tampoco somos neutrales.
Tomamos partido.
Tomamos partido por la paz.
Y sabemos que una paz real, duradera,
no se construye con amenazas ni con miedo.
No nace de la disuasión, ni del castigo.
Sino de economías que no maten.
De comunidades que no excluyan.
De corazones que no se cierren.
Porque —como dice la sabiduría antigua—
“lo que uno siembra…
eso cosechará.”
***
Tal vez estemos, como humanidad,
frente a una gran encrucijada.
Después de siglos dominados por el cálculo,
la competencia,
la lógica del “yo primero”,
es tiempo de dar un paso nuevo.
Un paso hacia una humanidad distinta:
solidaria, compasiva, interdependiente.
La encíclica Fratelli tutti nos recuerda
que el futuro no pertenece a los ladrones de esperanza,
sino a los pueblos que saben vivir como hermanos.
El futuro no se sostiene sobre la imposición,
sino sobre una autoridad
que se pone al servicio del bien común.
Después de la libertad y la igualdad,
que marcaron las aspiraciones de los siglos XIX y XX,
la fraternidad es el gran desafío del siglo XXI.
No como ideal abstracto.
Sino como forma concreta de vivir.
De convivir.
De cuidar lo común.
El futuro no puede ser solo del homo sapiens.
Hace falta dar un salto.
Un salto que nos acerque al homo frater.
Ya no basta con saber.
Ni con sobrevivir.
Necesitamos el arte del cuidado mutuo.
De la ternura sin ingenuidad.
De la fortaleza que no destruya.
La paz, entonces, no es un punto de llegada.
Es una forma de caminar.
Cultivada paso a paso,
al otro lado del conflicto.
Con ternura activa.
Con persistencia amorosa.
Con la firme decisión de quienes creen
que otra humanidad no solo es necesaria…
sino posible.
***
Hoy, mientras caminamos el Jubileo de la Esperanza,
el llamado a la paz vuelve a sonar.
Con urgencia.
Con fuerza antigua y nueva.
No como nostalgia de un mundo sin disputas.
Sino como tarea sagrada que nos compromete…
aquí y ahora.
Porque la esperanza, como la paz,
no es pasividad.
Es un acto creador.
Nos llama a levantar lo que cayó,
a encender lo que se apagó,
a cuidar lo que aún late.
Ojalá este Jubileo no sea solo un paréntesis piadoso.
Sino el pulso real de una humanidad que,
aun entre ruinas,
se atreva a creer,
a sanar,
a empezar de nuevo.
Y ojalá todos, alguna vez, podamos decir:
“Tu paz es mi mejor
regalo…
y solo te pido que sea
duradero”.
Mayo, 2025
(*) El trabajo fue presentado en la Mesa Redonda "Formación de líderes comunitarios por la Paz", celebrada el Viernes 23 de Mayo en la Facultad de Psicología y Psicopedagogía de la Universidad del Salvador. El evento contó con la participación de distintos expositores.
MEDITACIÓN #20
La expresión “evidencia empírica”, que es parte del vocabulario habitual de los científicos positivistas y de algunas corrientes cognitivo-conductuales, suena precisa, pero en realidad traiciona su propio sentido cuando se la reduce al dato medido, cuantificado o replicado en laboratorio.
Empírico viene del griego empeiría (ἐμπειρία), que se forma a partir de en- (“dentro”) y peira (“prueba”, “intento”). Literalmente, significa “haber probado por uno mismo”.
Y eso, para quienes trabajamos desde una psicología de la profundidad, supone esencialmente experiencia vivida: lo sentido, lo soñado, lo intuido, lo que conmueve desde dentro.
Llamar “empírica” a lo que, en todo caso, es evidencia experimental, es un ardid orientado a colonizar el lenguaje de la experiencia con los criterios del control externo.
Es olvidar que lo empírico es también lo simbólico, lo que ocurre en el mundo interior, donde lo sensible y lo imaginado se entrelazan con lo real, en la intimidad del sufrimiento y el misterio.
Lo que necesita ser escuchado, más que medido.
Y es reducir la psique a protocolo.
Hay cosas que no se pueden medir, pero sí comprender.
Y hay verdades que no se prueban: se viven.
Y su prueba es la transformación interior que suscitan.
JMOB.
Desde la Cátedra de Psicología de la Religión (USAL) y el Proyecto de Educación para la Paz (coordinado por el Dr. Jorge Garzarelli), los invitamos a participar de la Mesa Redonda que vamos a celebrar el viernes 23 de Mayo a las 18.30hs, en el Auditorio de la Facultad de Psicología & Psicopedagogía de la Universidad del Salvador (Marcelo T. de Alvear 1327, CABA). La entrada es libre y gratuita.
MEDITACION #19
MEDITACION #18
Viendo una charla sobre la polarización social como signo de esta época, me quedé pensando en una frase del jesuita Emmanuel Sicre: “El enojo como clave de interpretación de la realidad es una trampa”. Es cierto que el enojo nos sacude cuando algo se quiebra, cuando una verdad nos pincha de frente, cuando una realidad que sentimos injusta nos subleva; pero cuando lo tomamos como único principio interpretativo, nos termina encerrando en su propia lógica, donde cada detalle pasa a ser un enemigo o una amenaza. El enojo muchas veces se disfraza de justicia, de defensa de lo correcto, pero nos atrapa en un ciclo repetitivo, donde cada respuesta es más feroz, y menos profunda. ¿Qué pasa cuando, al final del camino, ya no sabemos cómo pensar sin ira? Jung, al reflexionar sobre las emociones, decía que "todos los fenómenos psicológicos llevan inherente algún sentido de finalidad, incluso los meramente reactivos" (1916). El mundo se parte, sí, pero ¿y si esa fragmentación, cargada de ira, no fuera también un umbral, una puerta entreabierta hacia algo más grande? Tal vez la verdadera confrontación no sea con el otro, sino con lo que nos queda cuando dejamos de pensar en términos de enemigos.
JMOB.
TRES JESUITAS EN EL CINE:
PINCELADAS REFLEXIVAS SOBRE “EL EXORCISTA”, “LA MISIÓN” y “SILENCIO”
Juan Manuel Otero Barrigón
Nota aclaratoria: En el siguiente trabajo se omiten los detalles argumentales de las mencionadas películas, excepto en los casos puntuales en que resultan indispensables para ilustrar o fundamentar alguna reflexión.
***
Nos vamos a detener en un tríptico cinematográfico que explora con hondura distintas facetas de la espiritualidad jesuita: El Exorcista, La Misión, y Silencio. Cada una de estas películas ofrece una visión única sobre los dilemas, creencias y matices de esta tradición espiritual. Desde el compromiso por la justicia social hasta el oscuro enfrentamiento con el mal y la intimidad del silencio divino, estas obras guían al espectador por los senderos de una espiritualidad profunda.
La mirada de William Friedkin, Roland Joffé y Martin Scorsese nos permite reconocer desafíos éticos y resonancias existenciales en la interacción entre lo divino y lo humano. La narrativa fílmica se convierte en terreno fértil para explorar esta geografía espiritual: imágenes, sonidos y actuaciones memorables crean una sinfonía que revela la fuerza de la fe en sus manifestaciones diversas.
Este pequeño análisis busca desentrañar parte de la riqueza de estos relatos y cómo cada uno construye un mosaico interpretativo que aborda tanto lo ético y teológico como lo existencial. Desde las imponentes cataratas de Iguazú hasta las sombras de un cuarto poseído y los campos de arroz del Japón feudal, estas películas exploran una espiritualidad viva, encendida por Ignacio de Loyola hace más de quinientos años.
Procuro aquí no tanto desglosar el argumento de cada una de estas películas, sino más bien mostrar cómo el cine puede dar forma a las complejidades de la fe. A través de símbolos visuales y metáforas sonoras, intentaremos captar cierta esencia evocadora en estas obras, indagando en la poesía encerrada en algunos de sus personajes y en la profundidad de ciertos motivos o escenas.
EL EXORCISTA
La figura del Padre Damien Karras en "El Exorcista" expresa una amalgama compleja de elementos existenciales, psicológicos y teológicos. Como sacerdote y psiquiatra, Karras encarna una dualidad que refleja la tensión entre modernidad y tradición. Su condición de psiquiatra, heredera de preceptos racionalistas, actúa como el crisol donde se forja su conflicto con la fe y su lucha con la pérdida de certeza espiritual.
Karras es un hombre en plena lucha interna, marcado por el peso de la culpa y una fe tambaleante. Su especialidad psiquiátrica lo sitúa en el centro de la tensión entre la ciencia y lo sobrenatural, lo cual siembra una duda creciente en su propio dominio espiritual. La psiquiatría es para Karras un lente moderno que le hace ver los misterios de la mente humana como fenómenos complejos, pero la intervención demoníaca en el caso de Regan lo confronta con una realidad que trasciende lo meramente psicológico.
Teológicamente, Karras encarna el desafío de una fe puesta a prueba por los valores de la modernidad. La razón y la ciencia, representadas por su formación, actúan como un contrapeso constante que amenaza la firmeza de su creencia. Mientras enfrenta a un demonio tangible, Karras se encuentra sumido en su propio infierno de escepticismo y desilusión, donde la sombra de su incapacidad para sostener su fe se vuelve un peso que lo empuja hacia una encrucijada fatal.
La vida de este sacerdote melancólico refleja un escenario de tensiones existenciales y espirituales: la pérdida de su madre, la soledad desgarradora y el choque entre su ciencia y su fe componen un retrato de identidad fracturada. Al enfrentarse al demonio que posee a Regan, su propio conflicto se proyecta en la lucha con el mal, convirtiendo su historia en una exploración de los límites de la fe en un mundo donde lo sagrado y lo secular colisionan.
Como contrapunto, el Padre Lankester Merrin representa una fe enraizada y una convicción teológica inamovibles. A diferencia de Karras, Merrin emerge como una encarnación viva de la tradición espiritual, enfrentando al mal con una certeza decidida. En su figura, se representa la autoridad de la Iglesia en su lucha contra el mal, y su experiencia en exorcismos se convierte en una sabiduría que no depende de argumentos intelectuales, sino de una experiencia directa con el mysterium iniquitatis. En un mundo cada vez más racionalista, Merrin es el símbolo de una fe que no cede ante las corrientes del pensamiento contemporáneo.
Merrin encarna una fe templada en los horrores de la vida, marcada por su experiencia en la Segunda Guerra Mundial. Esta dimensión histórica dota su figura de una profundidad que sugiere que su creencia no es un mero constructo teórico, sino una verdad afirmada en los momentos más oscuros de la historia humana. Psicológicamente, su convicción en el poder de la posesión demoníaca y su rol como exorcista revelan un espíritu sólido, opuesto al conflicto interno de Karras. La fe de Merrin, lejana a la duda, lo hace el antídoto espiritual frente a las fuerzas oscuras que amenazan con devorar la inocencia de Regan. Y es que Merrin representa aquella fe que probada por el dolor del mundo, se convierte en una llama que ni la mayor de las sombras puede extinguir.
En la dialéctica entre Karras y Merrin se revela un paisaje espiritual que abarca las distintas esferas de la vida. Karras encarna las tensiones modernas y las dudas de una fe en crisis, mientras que Merrin personifica la solidez de la tradición, que resiste y confronta las sombras sin vacilaciones. Ambos personajes, en su contraste, reflejan la lucha constante entre la luz y la oscuridad en el alma humana.
LA MISIÓN
La figura del Padre Gabriel en La Misión nos revela la íntima complementariedad existente entre la devoción espiritual y la comprensión de las complejidades sociales y culturales de la época en la que vivimos. Como jesuita en las tierras de América del Sur en el siglo XVIII, Gabriel ejemplifica una espiritualidad ignaciana comprometida con la misión de evangelizar, pero también de proteger y dignificar a los pueblos indígenas.
Gabriel representa la esencia de la misión jesuita al encarnar un compromiso con la justicia social. Su fe se manifiesta en la defensa de la dignidad humana y en el respeto por la sacralidad de las culturas nativas. Su enfoque de la fe desafía interpretaciones rígidas, reconociendo la espiritualidad intrínseca en la vida de los aborígenes.
En el plano humano, Gabriel demuestra la capacidad de adaptación y empatía propia de la espiritualidad ignaciana. Su uso de la música como forma de acercarse a los pueblos nativos ilustra su aprecio por la diversidad cultural y su deseo de expresar la fe en un lenguaje comprensible para aquellos a quienes sirve. En medio de las tensiones coloniales y los conflictos políticos, Gabriel se muestra como una figura de paz y reconciliación, reflejando una humanidad que busca superar la violencia con la compasión.
La respuesta de Gabriel a la violencia, en particular su rechazo a las armas aún en defensa propia, introduce una dimensión ética que resuena con las enseñanzas cristianas de perdón y misericordia. Su resistencia pacífica frente a la injusticia expresa la capacidad ignaciana para abordar las adversidades con una firmeza que no traiciona la esencia del evangelio.
El Padre Gabriel es una figura que plasma la convergencia entre la teología ignaciana y un profundo humanismo. Su personaje ilustra cómo la fe puede ser activa y transformadora, una fuerza que cobra vida en la intersección de lo espiritual con los dilemas humanos y sociales.
SILENCIO
En Silencio, de Martin Scorsese, los personajes de los sacerdotes Sebastião Rodrigues y Cristóvão Ferreira sintetizan una encrucijada existencial, enfrentando los límites de la fe en el desafiante contexto del Japón feudal. La historia despliega los matices de la espiritualidad jesuita, llevándolos a confrontar la durísima realidad de la persecución religiosa.
La persona de Rodrigues revela una complejidad teológica fascinante. Su viaje a Japón comienza con la convicción en su misión evangelizadora, pero, ante la brutalidad de la persecución y el aparente silencio de Dios, su teología se tambalea en la cuerda floja entre la lealtad a la fe y la compasión humana. Este dilema teológico convierte su conflicto en una exploración profunda de la relación entre la fe y la acción ética, al debatirse entre resistir y ceder.
Por su parte, la trayectoria de Ferreira cuestiona los principios teológicos desde su propia apostasía. Su renuncia pública a la fe arroja una sombra sobre las convicciones de Rodrigues, quien debe enfrentar la posibilidad de que el acto de evangelizar pueda fracasar en un contexto tan implacable. La complejidad de Ferreira radica en su adaptación aparente al budismo japonés, un paso que desafía la universalidad de la fe cristiana y plantea interrogantes sobre la validez de los valores espirituales en un mundo que no los comparte.
Desde el lado humano, Rodrigues se muestra como un hombre profundamente vulnerable, atrapado en sus luchas internas y las decisiones desgarradoras que debe tomar. Su deseo de aliviar el sufrimiento de los fieles lo empuja hacia decisiones que sacuden los cimientos de su formación teológica. En este sentido, Rodrigues no solo es un defensor de su fe, sino también un ser humano que se debate entre sus creencias y la compasión.
Ferreira, en cambio, se presenta como alguien marcado por las cicatrices de su propia rendición. Su apostasía conlleva un peso existencial, dejando su espiritualidad fracturada y su humanidad teñida de arrepentimiento. La película sugiere que, en la colisión de lo humano y lo divino, ambos personajes encarnan la lucha por sostener la fe en un mundo que desafía cualquier certeza.
A través de Rodrigues y Ferreira, Silencio invita a reflexionar sobre los avatares de la fe en situaciones extremas, donde las decisiones espirituales y humanas se imbrican de manera contundente en un terreno ambiguo, disolviendo las divisiones simplistas entre lealtad y renuncia.
INTERLUDIO: NUDOS TEMÁTICOS
Las películas La Misión, El Exorcista, y Silencio forman un tríptico cinematográfico que, aunque diverso en contexto y tema, profundiza en la espiritualidad jesuita y explora la fe religiosa en escenarios históricos y existenciales variados. A través de los sacerdotes Gabriel, Karras, Rodrigues, y Ferreira, estas obras construyen una narrativa sobre las múltiples dimensiones de la vida espiritual, abordando dilemas éticos, teológicos y conflictos internos.
En La Misión, el Padre Gabriel representa una espiritualidad en confrontación con el choque cultural y las tensiones coloniales. Su compromiso de fe se manifiesta en el servicio y la defensa de la dignidad humana, con una lucha externa contra las injusticias coloniales y la protección de un espacio donde puedan coexistir la fe y la cultura indígena.
El Exorcista nos presenta a Karras y Merrin enfrentándose a un mal que desafía la razón. Karras, también psiquiatra, encarna la tensión entre la modernidad y la fe, mientras que Merrin representa la convicción teológica en la batalla contra lo demoníaco. Ambos, a su manera, deben enfrentarse a lo sobrenatural y proteger la integridad espiritual de una joven poseída.
Silencio sigue a Rodrigues y Ferreira en un Japón feudal donde la persecución religiosa desafía la fe en sus límites más extremos. Rodrigues, al principio con una convicción inquebrantable, se debate entre su fidelidad teológica y la compasión por el sufrimiento humano, mientras que Ferreira ha cedido a la apostasía, lo que introduce un dilema sobre la universalidad de la fe cristiana.
Estas historias coinciden en la confrontación con el sufrimiento humano, la adaptación a contextos diversos y la lucha contra el mal, aunque difieren en la naturaleza de sus conflictos. La Misión se enfoca en la tensión colonial y cultural; El Exorcista en el choque entre modernidad y tradición; y Silencio en la persecución y el silencio de Dios. Juntas, ofrecen una visión rica y compleja de la espiritualidad jesuita, revelando la profundidad de la experiencia religiosa en escenarios desafiantes y diversos.
KARRAS
La experiencia del Padre Karras en El Exorcista evoca elementos de la espiritualidad ignaciana, en especial el discernimiento, la libertad interior y la búsqueda de la mayor gloria de Dios.
El discernimiento, clave en las enseñanzas de Ignacio, orienta la lucha de Karras mientras intenta comprender y enfrentar la posesión demoníaca de Regan. Como sacerdote y psiquiatra, tiene que distinguir entre el sufrimiento psicológico y la realidad del mal espiritual, una tarea complicada por su propia crisis de fe. Su talante melancólico dificulta aún más su discernimiento interior, en una situación límite en la que la claridad y la percepción del Espíritu parecen estar siempre en disputa.
En su búsqueda de libertad interior, otro pilar ignaciano, Karras intenta liberarse de la incredulidad y las dudas que lo atan. La espiritualidad ignaciana insiste en el desapego necesario para actuar conforme a la voluntad divina, y Karras, a medida que lidia con su propia incredulidad y la naturaleza del mal, explora esta libertad interna, encontrando en su lucha un camino hacia la claridad en medio de la incertidumbre.
Aunque sumido en la oscuridad y el dolor, Karras persigue la mayor gloria de Dios. Su entrega y disposición a enfrentar el mal para proteger el alma de Regan revelan un profundo deseo de honrar a Dios a través del servicio. En su sacrificio, el personaje llega a encarnar el ideal ignaciano de buscar a Dios en todo, incluso en los momentos de mayor desolación, apuntando hacia una fe que brilla en la misma noche oscura que todo lo envuelve.
GABRIEL
En La Misión, el Padre Gabriel ejemplifica con fuerza los principios de la espiritualidad ignaciana, especialmente en su integración de la fe con la acción y en su compromiso con la justicia.
Desde su decisión de establecer las misiones hasta su confrontación con las potencias coloniales, Gabriel demuestra un discernimiento constante, guiado por su búsqueda de la voluntad de Dios en cada paso. Su proceso de toma de decisiones refleja la profunda conexión entre su fe y la defensa de los pueblos indígenas, enfrentando dilemas éticos en un contexto de opresión y violencia.
La búsqueda de la mayor gloria de Dios impulsa su renuncia a la violencia armada y su entrega a la providencia divina, aún en medio de la persecución.
Siguiendo el principio ignaciano de "trabajar como si todo dependiera de uno y rezar como si todo dependiera de Dios", Gabriel actúa en defensa de los derechos de los indígenas, convirtiendo su fe en una acción concreta y comprometida. Más que predicar, busca encarnar su misión a través del servicio, integrando la justicia social en su vocación evangelizadora.
RODRIGUES
El Padre Rodrigues, en Silencio, asume la inculturación al adaptarse a la cultura japonesa y enfrentar las complejidades que esta plantea. Su capacidad para integrarse y encontrar a Dios en cada experiencia cotidiana refleja la flexibilidad espiritual promovida por Ignacio, buscando servir en cualquier contexto con apertura y respeto.
La confrontación con el sufrimiento humano se convierte en un eje central en su vida, alineándose con la tradición ignaciana de afrontar valientemente la realidad. En medio de la aparente ausencia de Dios y el dolor de los mártires, su dilema entre la fidelidad a su fe y la compasión hacia el sufrimiento de los demás muestra la profundidad de su lucha espiritual en un contexto moralmente complejo.
DILEMAS
MODERNIDAD VS TRADICIÓN
Karras, en El Exorcista, encarna el espíritu moderno que trasluce el debilitamiento de la fe: es un hombre de ciencia, sumergido en el mundo de la psiquiatría, que busca comprender los misterios de la mente desde el materialismo racionalista. Su escepticismo inicial hacia la posesión demoníaca es reflejo de la mentalidad moderna que trata de explicar fenómenos históricos y místicos a través de la lógica. Esta postura científica y escéptica es a la vez su escudo y su debilidad, ya que lo enfrenta con un mundo de enigmas que desafía su comprensión y cuestiona los límites de la modernidad.
El paradigma de Karras se revela vulnerable frente al sufrimiento y la desesperación. Su lucha interna, alimentada por su formación científica y su herencia espiritual, se intensifica con cada nueva manifestación sobrenatural en el caso de Regan. La ciencia, con su poder para analizar y comprender, se muestra insuficiente frente a una realidad innegable que rebasa los límites de lo racional. Así, la tradición reaparece en su vida, no como una reliquia del pasado, sino como una fuerza viva y altamente desafiante.
La tradición, encarnada en los rituales antiguos de la Iglesia, no supone meros actos de fe, sino herramientas que integran lo humano en lo divino. Su batalla contra el Mal se traduce en un rito de paso. Cuando invita al demonio a poseerlo, Karras realiza un acto de sacrificio que va más allá de su racionalidad científica y reafirma su compromiso espiritual.
La obra de Ángel Faretta ofrece una visión interesante para entender este conflicto.
El eje vertical forma parte de la teoría estética del cine y del arte en general planteada por este autor. Al romper verticalmente con la horizontalidad del teatro, el cine se consolida como un arte aparte.
Un eje vertical puede ser presentado como una escalera, una diferencia de alturas, un movimiento de cámara ascendente o descendente, entre otras. Sin embargo, no toda escalera, por citar un ejemplo, es un eje vertical. Este elemento o cualquier otro, pasa a ser un eje vertical una vez que, al ser utilizado, modifica algo ya sea a nivel de la trama para el personaje o a nivel simbólico para la "segunda historia" de la película.
LA MUERTE DEL PADRE SEBASTIAO RODRIGUES
La muerte del Padre Sebastião Rodrigues en Silencio, junto con la escena de su incineración en la que se revela un crucifijo escondido en sus manos, carga un simbolismo profundo y una complejidad espiritual notables.
A lo largo de la película, Rodrigues se ve atrapado entre su compromiso con Dios y el sufrimiento de los cristianos japoneses. Su apostasía forzada, significada en el acto de pisar la imagen de Cristo, parece ser un acto de renuncia, un sacrificio para salvar vidas. Sin embargo, el crucifijo oculto en sus manos revela una verdad más compleja: la fe que sobrevive sin decir palabra.
Este crucifijo en su palma es símbolo de una fe inextinguible, una llama que perdura a pesar de las apariencias. Es una metáfora de la resistencia interna, de una devoción que persiste en la adversidad, invisible pero no menos auténtica. La última escena, con el cuerpo llameante de Rodrigues, sugiere que la fe verdadera puede habitar en lo oculto, lejos de los ojos del mundo, pero con una fuerza inquebrantable.
El fuego, símbolo de purificación, implica que, a través de su sufrimiento y aparente renuncia, Rodrigues alcanza una forma de redención. Su fe, oculta pero intacta, convierte su sacrificio en un acto de trascendencia: el cuerpo mortal se consume, mientras la fe y el espíritu sobreviven. Rodrigues muestra que la fidelidad puede expresarse de modos inesperados y que la fe auténtica es indestructible, desafiando las pruebas más duras y superando cualquier definición tradicional.
PALABRAS FINALES
El final de las historias de Karras, Gabriel y Rodrigues ofrece un terreno fructífero para reflexionar desde la perspectiva de la espiritualidad jesuita, revelando los complejos desafíos espirituales y éticos a los que se enfrenta cada uno.
En El Exorcista, el sacrificio final del Padre Karras adquiere una dimensión profundamente redentora. Al aceptar que el demonio lo posea y sacrificarse para salvar a Regan, Karras encarna el desapego y la libertad interior, principios ignacianos fundamentales. Su entrega de la propia vida por la inocencia de otro es una expresión extrema de amor y servicio, en busca de la mayor gloria de Dios.
En La Misión, la muerte del Padre Gabriel a manos de las autoridades coloniales ilustra una respuesta de resistencia pacífica, donde la autodonación y el compromiso social se fusionan para defender la dignidad de los indígenas y encarnar así la justicia social y la lealtad a la misión, pilares de la tradición jesuita.
Finalmente, en Silencio, la decisión de Rodrigues de pisar la imagen de Cristo para salvar a los cristianos japoneses plantea una compleja tensión entre la fe y la compasión. Su apostasía aparente, motivada por el deseo de aliviar el sufrimiento ajeno, desafía las interpretaciones convencionales de la fidelidad religiosa. En este dilema, Rodrigues explora la adaptabilidad y la lucha interna ante el sufrimiento, mostrando la capacidad de la espiritualidad ignaciana para confrontar dilemas extremos y cuestionar las fronteras de la fe.
Bibliografía:
-Faretta, Angel. El conepto de cine. ASL Ediciones, Buenos Aires, 2023