jueves, 23 de mayo de 2024

Sueños de serenidad: acerca de la paz. Por Juan Manuel Otero Barrigón

 Sueños de serenidad: acerca de la paz.

Juan Manuel Otero Barrigón (*)

***.

No hay camino para la paz. La paz es el camino”.

Mahatma Gandhi

"Jamás en este mundo los odios cesan con el odio; cesan con la benevolencia: Esta es una ley eterna".

Dhammapada

La paz no está en el mundo, sino en el hombre  que recorre el camino”.

David Carradine



En la etimología de la palabra "paz" resuenan ecos a través de las eras y las culturas. Paz proviene del latín "pax", que evoca no solo la ausencia de conflicto, sino también la armonía y la reconciliación. La raíz de "pax" nos recuerda que la paz es mucho más que un mero cese de hostilidades; es un estado en el que florecen la comprensión y la coexistencia.

MITOLOGIA

Mitológicamente, Pax era hija de Justicia, y hermana de Concordia y Disciplina. Estas deidades no solo representaban la tregua entre naciones, sino también la prosperidad que surge cuando los seres humanos se permiten respirar libremente, liberándose de las rivalidades. En estas figuras antiguas, la paz se convierte en una fuerza que nutre y sostiene la vida, un regalo que fluye cuando se reconoce la humanidad compartida por todos. 

¿Cuantas veces olvidamos la relación de Pax con su madre? ¿Cuantas veces pretendemos una paz huérfana de Justicia?

La paz, entendida a través de la lente de sus orígenes mitológicos, revela su esencia como un arte descuidado, una sinfonía delicada que requiere la armonización de corazones y mentes. Involucra la capacidad de entender al otro, de abrazar la diversidad y de construir puentes sobre abismos ideológicos.

RELIGIONES

La paz ha sido buscada, rezada y anhelada a lo largo de la historia de la humanidad. En las religiones, encontramos un hilo común que teje la aspiración a la paz, aunque, paradójicamente, también se haya enredado en divisiones y conflictos.

Las religiones han sido faros de luz espiritual que, en su esencia, abrazan la paz como un principio fundamental. Algo que está implícito en la llamada ley de oro, presente en todas las tradiciones religiosas: "no hagas a otros lo que no te gustaría que te hagan a ti"; o en su versión positiva, "trata a los demás cómo te gustaría ser tratado". Desde el budismo, que enseña la compasión y la no violencia, hasta el cristianismo, que proclama la paz como una gracia divina, las religiones han proporcionado un lenguaje simbólico y ético para expresar la necesidad y la búsqueda de la paz.

Sin embargo, el camino hacia la paz con frecuencia también tropieza con conflictos generados en nombre de la religión. Lo que debería ser un faro de unidad y comprensión muchas veces se convierte en un motivo de discordia.

En el crisol de la historia, las religiones han sido tanto constructoras como destructoras de puentes hacia la paz.  La responsabilidad corresponde a aquellos que interpretan y practican estas enseñanzas, ya que son quienes tienen el poder de elegir entre sembrar el odio o cultivar la flor de la paz. El hecho de que en la historia de las religiones, que es la historia de la humanidad misma, continúe presente la violencia, y que incluso muchas veces esta sea legitimada en nombre la religión, vemos la dificultad del hombre para establecer dinámicas de paz que sean verdaderamente fructíferas en el camino hacia una vida más humana. (1)

La violencia es tan antigua como el mundo. Y desde que el ser humano toma conciencia de sí mismo como tal, descubre que su propia humanidad está amenazada por la violencia inhumana y deshumanizante. (1)

En Occidente, a pesar de que en ciertos momentos históricos el ser humano sólo haya podido ver el deseo y la voluntad de Dios desde un punto de vista violento, el desarrollo de la enseñanza espiritual va a mostrar que en verdad Dios desea la paz desde el comienzo, y que al crear al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza, quiere posibilitar que en cada hombre y en cada mujer crezca el deseo del Reino de Dios, que es reino de paz. (1)

Es importante volver a decir que, más allá de las diferencias superficiales, las distintas religiones comparten un núcleo que abraza la compasión, la justicia y la convivencia pacífica. El Sufismo en el Islam, por ejemplo, predica la idea de paz interior y armonía con el cosmos. Y en el taoísmo chino, descubrimos que la paz implica la vida en armonía con los ciclos de la naturaleza. 

En la tradición judeocristiana, toda la historia del pueblo de Dios es la historia de la búsqueda de esa paz, de ese Shalom. "Shalom" en el judaísmo, no significa solamente la ausencia de guerra y la tranquilidad sin conflictos, sino la búsqueda de esa paz dinámica, que abrazando la totalidad de la existencia en equilibrio, es siempre perdida y siempre recuperada, pero por sobre todas las cosas siempre querida y deseada por Dios. (1)

BUDISMO

En el budismo, la paz se manifiesta como un loto que florece en las aguas serenas de la mente. Para esta tradición, la paz se cultiva a través de la comprensión profunda de la naturaleza de la existencia. Una de sus premisas básicas es ahimsa (no violencia), la cual compromete no solamente a los seres humanos entre sí, sino también hacia todas las formas de vida. En la enseñanza del Buda se nos habla del "Nirvana", que resuena como un llamado suave de serenidad. Nirvana no es un lugar físico y distante, sino un estado de liberación de los sufrimientos causados por el deseo y la ignorancia. Es el despertar a la realidad tal cual es, una realidad tejida con los hilos de la impermanencia. Es sabiduría trascendente (prajña) y paz (santi). El Buda afirmó que este es un mundo lleno de sufrimiento (dukkha), y predicó su doctrina para que la humanidad pudiese cambiar esa situación a partir de su propio trabajo interior. La paz, desde la mirada budista, se entiende a través de la comprensión de la impermanencia (Anicca), el sufrimiento presente en la vida (Dukkha) y la ausencia de un yo constante (Anatta). Estos conceptos son como luciérnagas que iluminan la senda hacia una paz duradera. La impermanencia nos enseña a no aferrarnos a situaciones, personas, ideas y cosas, a convivir con lo que inevitablemente está destinado a pasar.  Buda negó la existencia de un yo substancial (anatman). El ser humano al aferrarse a la idea de que posee un yo constante exalta sus tendencias egoicas, que lo hunden cada vez más en el sufrimiento. A contramano de otros planteos  de su época, postuló el principio de transitoriedad. El ser humano pretende que todo sea duradero y estable, a fin de sentirse seguro, como si esto fuese lo verdadero, siendo que se trata apenas de una realidad virtual. El budismo, al desafiar la noción arraigada del yo permanente, invita a contemplar la impermanencia como una verdad fundamental de la vida. Reconocer la transitoriedad de todas las cosas es el primer paso para liberarnos del sufrimiento que surge de aferrarnos a lo mutable. En la aceptación de esta realidad, el budismo encuentra la llave de una  paz pasible de trascender la ilusión de la permanencia. Es en la fluidez del cambio donde hallamos la verdadera libertad, y en la comprensión de esta impermanencia donde florece la serenidad del corazón.

Al reconocer nuestra propia vulnerabilidad y la de todos los seres, cultivamos un corazón compasivo que se abre a la experiencia compartida del sufrimiento. En este camino hacia la compasión (karuna), encontramos una paz duradera, ya que al aliviar el sufrimiento de los demás, también contribuimos a sanar nuestras propias heridas. Esto nos otorga un sentido de conexión y plenitud que trasciende al ego. En la compasión, hallamos la esencia misma de la paz budista: un fluir amoroso que abraza todas las cosas con gentileza y sabiduría, siendo que para el budismo, todo es interdependiente y todo está interconectado.

Paz, compasión, y sabiduría se conjugan en este camino espiritual. La compasión actúa como una fuerza centrípeta que une a los seres en el Dharma. Que atrae y compromete. La compasión no es solo un sentimiento, también es una conducta. Los seres vivos tienen necesidad de amor, y responden a dicha carencia con dolor y resentimiento. La violencia genera así una fuerza centrífuga, que desplaza a los seres de su núcleo esencial, de la ley natural o dharma, y que por ende, tiene una repercusión cósmica. 

De allí derivan dos prescripciones básicas en la conducta de todo budista: 1) Dejar de hacer el mal. 2) Aprender a hacer el bien. Esta última afirmación es el principio de un largo camino a transitar. Camino que sólo es posible en tanto la mente se purifica. En ella se localiza el inicio de gran parte de los males. En la adaptación de los hechos a una mente serena el comportamiento social puede estar en armonía con los principios de paz y benevolencia.

En el Jardín budista de la mente, se cultiva la atención plena, o "Mindfulness", una práctica que invita a sumergirnos en el momento presente como la flor más preciada. Mindfulness permite apreciar cada instante con una atención arraigada en el ahora, liberándonos de las preocupaciones del pasado y de las ansiedades del futuro. La paz budista no es una quietud forzada, sino más bien un fluir blando con la corriente de la vida. Una mente pacificada proyecta pensamientos y acciones pacíficas. En la meditación, la mente se aquieta y se enfoca, creando un espacio donde la sabiduría puede brotar. La paz no es ajena al mundo, sino que se encuentra en la transformación de nuestra relación con él.

"Metta", o bondad amorosa, es otra joya en el collar del budismo. Es la práctica de cultivar un amor benevolente hacia uno y hacia todos los seres. Metta es como una brisa cálida que disipa las nubes de la aversión, sembrando semillas de misericordia que crecen en campos de entendimiento mutuo. Se trata de actuar desinteresadamente por el mero deseo de darse a los demás sin pretender nada a cambio. El deseo de ser o poseer es el que más enfáticamente cuestiona el budismo.

En la senda budista, la paz es tanto una búsqueda como un regalo que se despliega cuando desenrollamos los velos de la ilusión. La paz, en este contexto, es un arte delicado que se perfecciona a través de la atención, la compasión y la aceptación plena de lo que es.

Un pequeño cuento budista refleja esto, se titula “Cómo responder a un insulto”:

En una ocasión cuando Buda estaba predicando su doctrina, un hombre se le acercó y comenzó a insultarlo e intentar agredirlo, pero Buda se mantuvo en un estado de imperturbable serenidad y silencio. Cuando hubo terminado su acción, se retiró.
Un discípulo que se sintió indignado por los insultos que el hombre lanzó contra Buda le preguntó porqué dejó que lo maltratara y lo agrediera.
A lo que Buda respondió con segura tranquilidad: -“Si yo te regalo un caballo pero tú no lo aceptas ¿de quién es el regalo?”
El discípulo contestó: -“Si no lo acepto, sería tuyo todavía”.
Entonces Buda dijo: -"Bueno. Estas personas emplean parte de su tiempo en regalarme sus insultos, pero al igual que un regalo, yo elijo si quiero aceptarlo o no. Los insultos son como regalos: si lo recoges, lo aceptas; si no lo recoges, quien te insulta se lo queda en sus manos. No podemos culpar al que insulta de nuestra decisión de aceptar su regalo. Por esa misma razón, esos insultos son para mí como un regalo que elijo no aceptar. Simplemente los dejo en los mismos labios de donde salen.”

Así, desde la perspectiva del budismo, la paz es un camino que se recorre con cada respiración. Es la invitación a contemplar el fluir del río sin aferrarse a sus aguas, a encontrar la dicha en la simplicidad y la plenitud en el ahora.

Un escrito de la orientalista Liliana García Daris resume buena parte de lo dicho: “El budismo dice: ¡Tú eres Buda, mira hacia adentro! El ver hacia adentro, no es verse distinto del otro, sino igual. El corazón y la mente deben realizarse en lo universal. Compasión, esencia última de todos los seres y fundamento de la paz”. (2)

TAO

Todavía en Oriente, encontramos en el taoísmo pequeñas iluminaciones sobre la paz. Entre ellas, el concepto chino de Wu Wei, un término que a menudo se traduce como “no acción”, pero que no es inactividad, sino más bien una acción sin esfuerzo, una forma de actuar que surge espontáneamente en armonía con el curso natural de los acontecimientos. La paz, en la sensibilidad taoísta, florece cuando nos alineamos con el Wu Wei, dejando que la vida fluya sin resistencia. La dualidad Yin-Yang, como los dos polos de un imán, nos ofrece una visión taoísta de la complementariedad de todas las cosas. La paz se encuentra en el equilibrio dinámico entre estas fuerzas opuestas. Es el reconocimiento de que la luz y la oscuridad coexisten, y que la armonía se desnuda en la integración de estas polaridades.

La contemplación del Tao nos lleva a vivir en armonía con la naturaleza. La paz se revela así cuando sintonizamos con los ciclos naturales y reconocemos nuestra conexión intrínseca con el mundo que nos rodea. Es una invitación a caminar con la ligereza de un soplo de viento.

La sencillez, lo que los taoístas llaman “Pu”, es otra clave que ilumina el sendero hacia la paz. Reducir las complicaciones de la vida despojándonos de lo superfluo, nos facilita encontrar la serenidad en la esencia misma de las cosas.  La virtud es alinearse con el orden natural del cosmos. La paz taoísta es, en esencia, la manifestación de esta sencillez en cada acto y en cada pensamiento. 

A propósito, recomiendo mirar la película “Perfect Days”, del director alemán Win Wenders, ya que tiene mucho que ver con esto que estamos diciendo.  

JUNG

No quisiera dejar de hacer una breve mención al significado de la paz en la psicología profunda, concretamente en el pensamiento de C.G.Jung. El sabio suizo nos invita a contemplar la paz como un viaje hacia la integración de nuestras polaridades internas. La paz, según su mirada, es un estado que emerge cuando abrazamos y reconciliamos las facetas opuestas de nuestra psique.  Según Jung, la paz no es la ausencia de conflictos, lo cual es una quimera, sino la aceptación consciente de nuestra diversidad interior. Las sombras que yacen en los rincones oscuros de nuestra psique no son enemigas, sino compañeras en el intricado baile de la existencia. La paz resuena cuando reconocemos e integramos cada fragmento de nuestra vida anímica.  Jung nos enseña a mirar nuestras polaridades con ojos compasivos, a entender que la luz y la oscuridad coexisten, creando un tapiz que da forma a nuestra identidad. La paz comienza a ser posible cuando dejamos de resistir y permitimos que la sinfonía de nuestras contradicciones se entrelace en una melodía única. La paz entraña, en el lenguaje junguiano, el arte de la individuación, un proceso donde las partes separadas de nosotros encuentran su unidad. Al abrazar nuestra sombra, al reconocer la luz, nos convertimos en artífices de una paz que no se busca afuera, sino que nace desde el interior mismo. Es un rincón sagrado en el que los conflictos internos pueden encontrar su resolución. En este viaje hacia la completitud, que nunca termina, descubrimos que la paz no es un destino final, sino una búsqueda que nos invita a abrazar la complejidad de nuestra existencia y a encontrar la calma en la amalgama suave de nuestras tensiones.

DIÁLOGO INTERRELIGIOSO

Para finalizar este escrito, quisiera hacer una pequeña referencia al diálogo interreligioso, y a su importancia en la construcción de una cultura de la paz. En el coloquio promovido por el dicasterio para el Diálogo Interreligioso (4 de Abril de 2024), el Papa Francisco dijo lo siguiente: “Hoy, muchas, demasiadas voces, hablan de guerra: la retórica belicosa, por desgracia, se ha vuelto a poner de moda. Esto es malo. Pero mientras se difunden palabras de odio, la gente muere en la brutalidad de los conflictos. En su lugar, hay que hablar de paz, soñar con la paz, dar creatividad y concreción a las expectativas de paz, que son las verdaderas expectativas de los pueblos y de las personas. Que se hagan todos los esfuerzos posibles en este sentido, dialogando con todos. Que su encuentro en el respeto de la diversidad y con la intención de enriquecerse mutuamente sea un ejemplo para no ver al otro como una amenaza, sino como un don y un interlocutor valioso para el crecimiento mutuo”. 

Estas palabras desafiantes de Francisco nos piden una escucha atenta del otro, una actitud receptiva hacia su sensibilidad espiritual, hacia su modo de vivir. Y es que la "buena nueva" que recibo desde esa otredad supone una conversión de perspectiva, juicio y valoración. Al contemplar al otro en toda su dignidad se torna posible la danza sagrada de intercambio y transformación, donde espera el potencial para construir un mundo más pacífico; donde la diversidad sea celebrada como manifestación de la sabiduría infinita de Dios; y donde los seres humanos, en búsqueda compartida de significado y trascendencia, podamos soñar con-vivir como verdaderos hermanos. 

Mayo, 2024


(1) Debo las reflexiones reproducidas al trabajo de la teóloga brasileña Lucchetti B, M. Clara.

Bibliografía:

.Daris, Liliana García. Sabiduría para la paz: El budismo. Rescatado en: https://bibliotecadeespiritualidadymeditacion.files.wordpress.com/

.Lucchetti Bingemer, María Clara. Violencia y religión: confrontación y diálogo. La Crujía Ediciones, Buenos Aires, 2007. 

(*) El trabajo fue leído en la Jornada "La Paz y el Arte", celebrada el Jueves 23 de Mayo en la Facultad de Psicología y Psicopedagogía de la Universidad del Salvador. El evento contó con la participación de distintos expositores.



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