MEDITACION #5
La tradición, ese vínculo sagrado con las raíces del pasado, trasciende la mera reverencia a las cenizas inertes de lo que fue. No es el culto al polvo inmóvil, sino un acto de conservación del fuego que nos guía y nos conecta con las llamas que ardieron en otros tiempos.
En cada generación, somos llamados a mantener viva esa llama, a avivarla con nuestro propio aliento. La tradición no es un fósil congelado en el tiempo, sino una danza eterna de renovación. Un legado dinámico que nos llega en forma de antorchas encendidas, listas para ser llevadas hacia el futuro.
Al conservar su fuego, no nos limitamos a repetir mecánicamente lo que ya sucedió. Por el contrario, dejamos que su calor y luz nos inspiren. Mediante la tradición, accedemos a un caudal de sabiduría y experiencia acumulada a lo largo de los siglos.
La tradición nos convoca a ser custodios y portadores del fuego, a transmitirlo a las generaciones siguientes con respeto y cuidado. Como guardianes de esta herencia, tenemos la responsabilidad de nutrirlo, adaptarlo y hacerlo nuestro, sin olvidar su esencia y espiritualidad.
Dos actitudes problematizan a la tradición: por un lado, el tradicionalismo, que venerando un pasado idealizado, vive en conflicto permanente con el cambio, con lo que se mueve dentro de la realidad; por el otro, el progresismo vacuo, que en su búsqueda por eliminar toda rigidez, se desentiende de la cadena de la historia y decide quemar las raíces que alimentan el árbol de la vida.
En cada acto de conservación del fuego, honramos a aquellos que vinieron antes que nosotros, a los visionarios y soñadores que encendieron las primeras chispas. La tradición, es así un puente que une pasado, presente y futuro, y nuestro desafío y tarea es asegurar que ese puente se mantenga vivo, firme, vibrante.
JMOB.
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