Corrió muchísima tinta en relación a místicos y profetas. Una forma sencilla de diferenciarlos, sin perder de vista sus similitudes, es considerando el carácter ascendente/descendente de su experiencia. En términos fenomenológicos, místico es aquel que siendo sujeto inmediato de una experiencia radical de lo totalmente “Otro”, llega a Dios. Mientras que un profeta, si nos atenemos a la tradición judeocristiana, es aquel a quien primariamente Dios llega. En uno se juega un proceso de subida, en el otro, de bajada. El profeta es vehemente, su función es conmover, interpelar, denunciar, quemar con sus palabras. De ahí su caracterización célebre como “loco de Dios”. El místico, por su lado, se asemeja más a la gota cayendo al océano, presente en todas partes. La tradición profética como tal, es inherente a los credos monoteístas. La tradición mística, por su parte, está presente en todas las religiones.
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