por Juan Manuel Otero Barrigón
(Prof. Adjunto Cátedra "Psicología de la Religión" - Universidad del Salvador, Buenos Aires)
En la clínica de la dimensión espiritual y religiosa, solemos advertir que ciertas experiencias cumbre (peak experiences propuestas por Abraham Maslow) tienen, a menudo, dos desenlaces notorios: el renacimiento espiritual, o bien, el terror metafísico. Por experiencia cumbre nos referimos a una variante de emergencia psicoespiritual (en la nomenclatura de Stanislav y Christina Grof), caracterizada por un sentimiento de disolución de las fronteras personales, y de íntima unidad con la naturaleza, con los demás, y con el universo entero. Proceso este, que está dotado de una cualidad muy sagrada, donde se trascienden las categorías de espacio-tiempo, y en el cual priman, fundamentalmente, la alegría y una suave y profundísima serenidad. En aquellos otros casos en los cuales, por distintas razones, dichas instancias no logran ser bien interpretadas o vehiculizadas por el sujeto de la experiencia, la sensación de perder pisada en tierra firme puede ser la antesala a episodios de locura fugaz, o más o menos permanente.
Y esto debido a que, con frecuencia, el mismo vino que siembra poesía también a veces puede embriagar.
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